Palabras
griegas
AGAPE
Y AGAPAN
La lengua griega es una de las
más ricas, y tiene una facultad sin rival para expresar los diversos matices
del significado de un concepto, pues, como sucede con cierta frecuencia,
dispone de series completas de palabras para ello. Así, por ejemplo, mientras
el inglés dispone solamente de un vocablo para expresar toda clase de amor, el
griego tiene por lo menos cuatro. Agape
significa amor, y agapan, que es
el verbo, significa amar. El amor
es la más grande de las virtudes; la virtud característica de la fe cristiana.
Por tanto haremos bien en procurar descubrir todo el contenido de estas dos
palabras griegas cuyas características distintivas podremos conocer si las
comparamos con otras palabras griegas que también signifiquen amor.
1. El sustantivo eros y el verbo eran se usan principalmente para
denotar el amor entre los sexos. Aunque también pueden utilizarse para expresar
la pasión de la ambición o la intensidad de un sentimiento patriótico,
característicamente son palabras que se emplean con relación al amor físico.
Gregorio Nazianceno definió ecos
como "el deseo ardiente e insufrible". Jenofonte, en la Ciropedia (5.1.11), tiene un pasaje
que muestra exactamente el significado de
eros y eran. Araspas y Ciro están discutiendo las diferentes
clases de amor, y el primero dice: "Un hermano no se enamora de su
hermana, sino de otra; ni un padre se enamora de su hija, sino de cualquier
otra mujer, porque el temor de Dios y las leyes de la tierra son suficientes
para impedir tal clase de amor" (ecos).
Notemos que estas palabras están predominantemente relacionadas con el amor
sexual. En castellano, el vocablo amante
puede connotar cierta bajeza en la forma de amar; y, en griego, el significado
de las palabras que estamos estudiando había degenerado a fin de representar
hechos más vulgares. Es claro que el cristianismo difícilmente podía haberse
anexado estas palabras, por lo que no aparecen en absoluto en el Nuevo
Testamento.
2. El sustantivo storge y el verbo stergein tienen que ver especialmente
con los afectos familiares.
Pueden utilizarse para expresar la clase de amor que siente un pueblo por su
gobernante o una nación o familia por su dios tutelar, pero su uso regular
describe fundamentalmente el amor de padres a hijos y viceversa. Platón
escribe: "Un niño ama (stergein)
a, y es amado por, aquellos que lo engendraron" (Leyes, 754b). Una palabra afín se
encuentra a menudo en los testamentos. Se deja un legado a un miembro de la
familia trata philostorgian, es
decir, "por el amor que te tengo". Estas palabras no se encuentran en
el NT excepto el adjetivo afín philostorgos,
que aparece una vez en Ro. 12:10 (el gran capítulo que Pablo dedica a la ética)
y que la Versión Reina Valera de 1908 traduce
amor fraternal. Esto es muy sugestivo porque denota que la
comunidad cristiana no es una sociedad,
sino una familia.
3. Las palabras griegas más
comunes para amor son el
sustantivo philia y el verbo philein, y ambas tienen un halo de
cálido atractivo. Estas palabras encierran la idea de mirar a uno con afectuoso
reconocimiento. Pueden usarse respecto del amor entre amigos y entre esposos.
La mejor traducción de philein es
apreciar, la cual, incluyendo el amor físico, abarca mucho más. Algunas veces
puede significar incluso besar.
Estas palabras tienen en sí todo el calor del auténtico afecto y del auténtico
amor. En el NT, philein se
utiliza también para expresar el amor entre padres e hijos (Mt. 10:37); el amor
de Jesús a Lázaro (Jn. 11:3, 36) y, una vez, el amor de Jesús al discípulo
amado (Jn. 20:2). Philla y philein
son palabras hermosas para describir una relación hermosa.
4. Con mucho, las palabras más
comunes en el NT para amor son el
nombre agape y el verbo agapan. Primero, estudiemos el
sustantivo. Agape no es en
absoluto una palabra clásica, por lo que es dudoso que se haya utilizado alguna
vez en el griego clásico. En la Septuaginta, se usa catorce veces respecto del
amor sexual (p. ej., Jer. 2:2) y dos veces (p. ej., Ec. 9:1) como la opuesta de misos, que significa odio. A estas alturas, agape no ha llegado a ser todavía una
gran palabra, pero hay indicios de que lo será. En el Libro de Sabiduría, se
usa para describir el amor de Dios (Sabiduría 3:9) y el amor a la sabiduría
(Sabiduría 6:18). La Carta de Aristias dice (229) que la piedad está
íntimamente relacionada con la belleza, pues "es la forma preeminente de
la belleza, y su poder radica en
el amor (agape), el cual es un
don de Dios". Filón utiliza agape
una vez en el más noble sentido. Dice que
phobos (miedo) y agape
(amor) son sentimientos afines y, a su vez, característica del sentimiento del
hombre hacia Dios. Pero solamente podemos encontrar raras y dispersas
apariciones de esta palabra, agape,
que llegaría a ser la clave de la ética del NT. Ahora volvamos al verbo agapan. Este verbo se emplea en el
griego clásico más que el sustantivo, pero tampoco es muy frecuente. Puede
significar saludar afectuosamente.
Puede describir el amor al dinero y a las piedras preciosas. También puede usarse
como expresión de estar contento con alguna cosa o con alguna situación.
Incluso se utiliza una vez (Plutarco, Pericles
1) para describir a una dama de la alta sociedad acariciando a su perrito
faldero. Pero la gran diferencia entre philein
y agapan en el griego clásico es que
agapan carece del calor que caracteriza a philein. Hay dos buenos ejemplos de
esto. Dio Casio, refiriéndose al famoso discurso de Antonio respecto a César,
dice (44.48): "Vosotros lo amabais (philein)
como a un padre, y lo apreciabais (agapan)
como a un benefactor." Philein
describe el cálido amor que se profesa a un padre; agapan, la afectuosa gratitud que se
siente hacia un benefactor. En la Memorabilia,
Jenofonte describe cómo Aristarco consulta a Sócrates sobre un problema que
tenía consistente en que, debido a los condicionamientos de la guerra, se veía
obligado a vivir con catorce mujeres, parientes, que vivían a costa de él,
pues, dada su situación de desplazadas, no tenían nada que hacer, y,
lógicamente, surgían conflictos. Sócrates le aconseja que las ponga a trabajar,
sean o no de ilustre cuna. Aristarco lo hace así y el problema se soluciona.
"Las caras sombrías se tornaron radiantes; ellas lo amaron (philein) como a su protector; él las
miraba con afecto (agapan) porque
eran útiles" (Jenofonte, Memorabilia,
2.7.12). De nuevo se manifiesta en philein
una calidez que no está en agapan.
No sería cierto si dijéramos
que en el NT se usan nada más que agape
y agapan para expresar el amor cristiano. Algunas veces se utiliza
también philein, como en los
casos siguientes: para indicar la clase de amor que el Padre tiene al Hijo (Jn.
5:20); para denotar el amor de Dios a los hombres (Jn. 16:27) y para expresar
la devoción que los hombres deben tener a Jesús (1 Cor. 16:22). Pero philein se encuentra en el NT
relativamente poco en comparación con agape,
que aparece casi ciento veinte veces, y con
agapan, que se emplea más de ciento treinta. Antes de estudiar
detenidamente el uso que se hace de estas palabras, hay algo en torno a ellas y
a su significado que hemos de tener en cuenta. ¿Por qué la forma cristiana de
expresión se desentendió de las otras palabras griegas que significan amor y se
centró en éstas?
Evidentemente, las otras
palabras habían adquirido ciertos matices que las hacían inadecuadas. Eros se asociaba definitivamente con
el lado más vulgar del amor; tenía que ver mucho más con la pasión que con el
amor. Storge estaba muy vinculada
al afecto familiar, pero nunca tuvo en sí la amplitud que la concepción del
amor cristiano exige.
Philia era una
palabra agradable, pero fundamentalmente denotaba calidez, intimidad y afecto.
Podía usarse adecuadamente tan sólo respecto de nuestros allegados más amados,
y el cristianismo necesitaba una palabra que incluyera mucho más. El
pensamiento cristiano se fijó en agape
porque era la única palabra capaz de abarcar el contenido necesario;
porque agape demanda el concurso
del hombre como un todo.
El amor cristiano no alcanza
únicamente a nuestros parientes, a nuestros amigos más íntimos y, en general, a
todos los que nos aman; el amor cristiano se extiende hasta el prójimo, sea
amigo o enemigo, y hasta el mundo entero.
Por otra parte, todas las
palabras ordinarias que significan amor expresan una emoción. Son palabras que
se refieren al corazón y que ponen de manifiesto una experiencia que nos coge
de improviso, sin buscarla, casi inevitablemente. No podemos impedir amar a
nuestros parientes (la sangre tira) y a nuestros amigos. El enamorarse no es ninguna proeza; es
algo que nos sucede y que no podemos evitar. No hay ninguna virtud particular
en el hecho de enamorarse, pues, para ello, poco o nada consciente tenemos que
hacer. Simplemente, sucede. Pero agape
implica mucho más. Agape tiene
que ver con la mente. No es una mera emoción que se desata espontáneamente en
nuestros corazones, sino un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con
la voluntad. Es una conquista,
una victoria, una proeza. Nadie amó jamás a sus enemigos; pero al llegar a
hacerlo es una auténtica conquista de todas nuestras inclinaciones naturales y
emocionales.
Este agape, este amor cristiano, no es una
simple experiencia emocional que nos venga espontáneamente; es un principio
deliberado de la mente, una conquista deliberada, una proeza de la voluntad. Es
la facultad de amar lo que no es amable, de amar a la gente que no nos gusta.
El cristianismo no nos pide que amemos a nuestros enemigos, y a los hombres en
general, de la misma forma que amamos a nuestros familiares y amigos íntimos
porque eso seria a la vez imposible y erróneo. Pero sí demanda que tengamos en
todo tiempo una cierta actitud mental y una cierta inclinación benevolente
hacia los demás sin importarnos su condición.
¿Cuál es, pues, el significado
de agape? El supremo pasaje para
interpretarlo es Mateo 5:43-48. Ahí se nos manda amar a nuestros enemigos.
¿Para qué? Para que seamos como Dios,
que hace caer su lluvia sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. Es
decir, al margen de cómo un hombre
sea, Dios no procura para él sino su mayor bien. Eso es agape, el espíritu que dice: "Sin
importarme lo que un hombre, santo o pecador, me haga, nunca procuraré
perjudicarlo ni vengarme. Jamás buscaré para él otra cosa que no sea lo
mejor." Es decir, amor cristiano, agape,
es benevolencia insuperable, bondad
invencible. Como ya hemos dicho, agape
no es meramente una ola de emoción; es una deliberada convicción que resulta en
una deliberada norma de vida. Es una proeza, una victoria, una conquista de la
voluntad. Agape apela a todo el
hombre para realizarse; no sólo toma su corazón, sino también su mente y su
voluntad.
Si esto es así, debemos hacer
constar que:
(I) El agape humano, nuestro amor al prójimo,
está obligado a ser producto del
Espíritu. El NT es muy claro en este punto (Gá. 5:22; Ro. 15:30; Col. 1:8).
El agape cristiano es innatural
en el sentido de que no es posible para el hombre natural. Un hombre podrá demostrar
esta benevolencia universal, podrá ser purificado del odio, de la amargura y de
la inclinación natural del ser humano a la enemistad, solamente cuando el
Espíritu tome posesión de él y vierta en su corazón el amor de Dios.
El agape cristiano es imposible para el
no cristiano. Ningún hombre puede practicar la ética cristiana hasta que no sea
cristiano. Puede ver con absoluta claridad lo deseable que es; puede reconocer
que es la solución de los problemas del mundo; puede aceptarla racionalmente, pero
no podrá vivirla prácticamente hasta que Cristo viva en él.
(II) Cuando entendemos lo
que agape significa, tropezamos
con la gran objeción de que una sociedad basada en este amor sería un paraíso
para los criminales, pues les facilitaría su propio camino. Puede alegarse que
si en realidad hemos de procurar lo mejor para el hombre, bien podemos
resistirlo, bien podemos castigarlo, bien podemos tratarlo con suma dureza
-¡por el bien de su alma!
Pero el hecho permanece de que
por mucho que hagamos por el hombre, nunca será puramente vindicativo, ni
siquiera meramente retributivo, si no se hace dentro de ese amor perdonador que
no procura el castigo del hombre -y mucho menos su aniquilación-, sino lo
mejor. En otras palabras, agape
quiere decir tratar a los hombres como Dios los trata, lo cual no significa
permitirles hacer todo cuanto les plazca.
Cuando estudiamos el NT
encontrarnos que el amor es la base de toda relación perfecta en los cielos y
en la tierra.
(I) El amor es la base de la
relación entre el Padre y el Hijo, entre Dios y Jesús. Jesús puede hablar de
"el amor con que me has amado" (Jn. 17:26). El es el "Hijo
amado" (Col. 1:13; cf. Jn.
3:35; 10:17; 15:9; 17:23, 24).
(ll) El amor es la base de la
relación entre el Hijo y el Padre. El propósito de toda la vida de Jesús fue
que "el mundo conozca que amo al Padre" (Jn. 14:31).
(lll) Amor es la actitud de
Dios hacia los hombres (Jn. 3:16; Ro. 8:37; 5:8; Ef. 2:4; 2 Co. 13:14; 1 Jn.
3:1, 16; 4:9, 10). A veces, el cristianismo es presentado de una forma tal, que
parece ser la obra hecha por un apacible y amable Jesús para calmar y apaciguar
a un Dios severo y colérico, algo así como que Jesús cambió la actitud de Dios
hacia nosotros. El NT no conoce nada de eso. Todo el proceso de la salvación
comenzó porque Dios amó al mundo en gran manera.
(IV) El deber del hombre es
amar a Dios (Mt. 22:37; cf Mr.
12:30 y Lc. 10:27; Ro. 8:28; 1 Co. 2:9; 2 Ti. 4:8; 1 Jn. 4:19). El cristianismo
no concibe al hombre sometido al poder de Dios, sino rendido al poder de Dios.
No es que la voluntad del hombre sea triturada, sino que el corazón del hombre
es quebrantado.
(V) La fuerza motriz de la vida
de Jesús fue su amor a los hombres (Gá. 2:20; Ef. 5:2; 2 Ts. 2:16; Ap. 1:5; Jn.
15:9).
(VI) La esencia de la fe
cristiana es el amor a Jesús (Ef. 6:24; 1 P. 1:8; Jn. 21:15, 16). Así como
Jesús es el amante de las almas de los hombres, el cristiano lo es de Cristo.
(VII) Lo distintivo de la vida
cristiana es el amor de los cristianos entre sí (Jn. 13:34; 15:12, 17; 1 P.
1:22; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7). Cristianos son aquellos que aman a Jesús y se aman
entre sí.
La base de toda relación justa
concebible en los cielos y en la tierra es el amor. El NT tiene mucho que decir
sobre el amor que Dios profesa a los hombres.
(I) Amor es la misma naturaleza
de Dios. Dios es amor (1 Jn. 4:7, 8; 2 Co. 13:11).
(II) El amor de Dios es universal. No fue sólo al pueblo
escogido al que Dios amó, sino al mundo entero -y en gran manera (Jn. 3:16).
(Ill) El amor de Dios es sacrificial. La prueba de su amor es
la dación de su Hijo por los hombres (1 Jn. 4:9, 10; Jn. 3:16). La garantía del
amor de Jesús es que se dio por nosotros (Gá. 2:20; Ef. 5:2; Ap. 1:5).
(IV) El amor de Dios es inmerecido. Dios nos amó, y Jesús murió
por nosotros, cuando éramos enemigos de Dios (Ro. 5:8; 1 Jn. 3:1; 4:9, 10).
(V) El amor de Dios es misericordioso (Ef. 2:4). No es
dictador ni tiránicamente posesivo; es el amor anhelante del corazón
misericordioso.
(VI) El amor de Dios es salvador y santificador (2 Ts. 2:13).
Rescata del pasado y capacita a los hombres para hacer frente al futuro.
(VII) El amor de Dios es confortador. En él, y a través de él,
todo hombre llega a ser más que vencedor (Ro. 8:37). No es el amor blando e
hiperproteccionista que hace a los hombres débiles e inmaduros; es el amor que
fabrica héroes.
(VIII) El amor de Dios es inseparable (Ro. 8:39). Por la
naturaleza de las cosas, el amor humano está llamado a terminarse, al menos por
un tiempo, pero el amor de Dios perdura sobre todos los azares, cambios y
amenazas de la vida.
(IX) El amor de Dios es recompensados (Stg. 1:12; 2:5). En
esta vida, es algo precioso, y sus promesas para la vida venidera son todavía
más grandes.
(X) El amor de Dios es disciplinario (He. 12:6). El amor de
Dios sabe que la disciplina es una parte esencial del amor.
El NT también tiene mucho que
decir sobre cómo debe ser el amor del hombre a Dios.
(I) Debe ser amor exclusivo (Mt. 6:24; Lc. 16:13).
Solamente hay lugar para una lealtad en la vida cristiana.
(II) Es un amor cimentado en la gratitud (Lc. 7:42,
47). Las dádivas del amor de Dios piden a cambio todo el amor de nuestros
corazones.
(Ill) Es un amor obediente. Repetidamente, el NT
determina que la única forma de probar que amamos a Dios es obedeciéndole
incondicionalmente (Jn. 14:15, 21, 23, 24; 13:35; 15:10; 1 Jn. 2:5; 5:2, 3; 2
Jn. 6). La obediencia es la demostración definitiva del amor.
(IV) Es un amor extrovertido. Demostramos que amamos a
Dios por el hecho de que amamos y ayudamos a nuestro prójimo (1 Jn. 4:12, 20;
3:14; 2:10). Negar nuestra ayuda a los hombres es tanto como probar que es
falso el que haya amor de Dios en nosotros (1 Jn. 3:17).
Obediencia a Dios y amable
ayuda a los hombres son las dos evidencias que patentizan nuestro amor.
Veamos ahora la otra cara de la
moneda: el amor del hombre por el hombre.
(I) El amor debe ser la
mismísima atmósfera de la vida cristiana (1 Co. 16:14; Col. 1:4; 1 Ts. 1:3;
3:6; 2 Ts. 1:3; Ef. 5:2; Ap. 2:19). El amor es el emblema de la comunidad
cristiana. Una iglesia en la que haya amargura y contienda puede llamarse
iglesia de los hombres, pero no de Cristo. Las luchas intestinas han enrarecido
la atmósfera de su vida espiritual y la han asfixiado. Ha perdido el emblema de
la vida cristiana y ya no es reconocible como la tal iglesia.
(II) La iglesia se edifica en
amor (Ef. 4:16). El amor es el fundamento que la sostiene; el clima en el que
puede crecer; el alimento que la nutre.
(lll) La fuerza motriz del
líder cristiano debe ser el amor (2 Co. 11:11; 12:15; 2:4; 1 Ti. 4:12; 2 Ti.
3:10; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1). No debe haber lugar en la iglesia para el hombre que
sirve por razones de prestigio, de preeminencia y de poder. El móvil del líder
cristiano debe ser únicamente amar y servir a su prójimo.
(IV) Al mismo tiempo, la
actitud del cristiano hacia sus líderes debe estar promovida por el amor (1 Ts.
5:13). Demasiado a menudo, esa actitud es de criticismo, descontento e incluso
de resentimiento. El vínculo que una a los que militan en el ejército cristiano
ha de ser el amor.
El amor cristiano se va
ensanchando en círculos cada vez más amplios.
(I) El amor cristiano empieza
en el hogar (Ef. 5:25, 28, 33).
No debemos olvidar que la familia cristiana es uno de los mejores testigos de
Cristo en el mundo. El amor cristiano empieza en el hogar. E! hombre que ha
fracasado en hacer de su propia familia el centro del amor cristiano, tiene
poco derecho a ejercer autoridad en la otra familia más numerosa que es la
iglesia.
(II) El amor cristiano debe ser
percibido por los ajenos a la congregación
(1 P. 2:17). La atónita expresión de los paganos en los primeros días del
cristianismo era: "¡Mirad cómo se aman los cristianos!" Uno de los
obstáculos más grandes con que tropieza la iglesia moderna -bajo el punto de
vista del testimonio- es que al espectador debe aparecérsele como un conjunto
de personas enzarzadas en disputas por verdaderas fruslerías. Una iglesia
totalmente sumida en la paz del mutuo amor es un fenómeno raro. Ahora bien,
para lograr esa paz no es preciso que sus miembros piensen de idéntica forma ni
que estén de acuerdo en todo; basta con que, aun difiriendo, puedan todavía
seguir amándose.
(Ill) El amor cristiano alcanza
a nuestro prójimo (Mt. 19:19;
22:39 cf. Mr. 12:31 y Lc. 10:27;
Ro. 13:9; Gá. 5:14; Stg. 2:8). Nuestro prójimo es, simplemente, todo aquel que
esté necesitado. Como el poeta romano dijo: "No considero extraño a ningún
ser humano." Como es sabido, muchas más personas han sido traídas a la
iglesia por la bondad del amor cristiano que por todos los argumentos
teológicos habidos y por haber. Asimismo, muchas más personas han abandonado
las iglesias -o han sido echadas- por la dureza y deformidad del mal llamado
cristianismo que por todas las dudas del mundo.
(IV) El amor cristiano alcanza
a nuestros enemigos (Lc.
6:27; cf Mt. 5:44). Hemos visto
que amor cristiano significa benevolencia insuperable y bondad invencible. El
cristiano, olvidando lo que un hombre le haga, nunca cesará de procurar lo
mejor para ese hombre. Aunque sea insultado, injuriado, injustamente agraviado
y calumniado, el cristiano nunca odiará ni permitirá que el rencor invada su
corazón. Cuando Lincoln fue acusado de tratar a sus enemigos con demasiada
cortesía y bondad, y cuando se le dijo que su deber era destruirlos, él dijo:
"¿Acaso no destruyo a mis enemigos haciéndolos mis amigos?" El único
método del cristiano para destruir a sus enemigos es amarlos como amigos.
Veamos ahora las
características del amor cristiano.
(I) El amor es sincero (Ro. 12:9; 2 Co. 6:6; 8:8; 1
P. 1:22). No tiene un doble fondo; no es egoísta. No es el agrado superficial
que oculta un gran rencor. Es un amor que se da a su objeto con los ojos y el
corazón bien abiertos.
(II) El amor es inocente (Ro. 13:10). El amor
cristiano no hace mal a nadie. El mal llamado amor puede dañar de dos formas:
conduciendo al pecado y siendo hiperposesivo e hiperprotector. Respecto a la
primera forma, Burns dijo de un hombre que conoció cuando él aprendía el
rastrilleo del lino en Irvine: "Su amistad me hizo mal." Respecto a
la segunda forma, es el caso típico del amor sofocante, como el de algunas
madres.
(Ill) El amor es generoso (2 Co. 8:24). Hay dos clases
de amor: el que exige y el que da. El amor cristiano es dadivoso porque se
inspira en el amor de Jesús (Jn. 13:34) y tiene su móvil principal en el amor
de Dios (1 Jn. 4:11).
(IV) El amor es práctico (He. 6:10; 1 Jn. 3:18). No es
un mero sentimiento bondadoso que se limite a piadosos y buenos deseos; es un
amor que se manifiesta en la acción.
(V) El amor es paciente (Ef. 4:2). El amor cristiano
es testimonio en contra de todo aquello que tan fácilmente transforma el amor
en odio.
(VI) El amor se manifiesta en
el perdón y en la restauración (2 Co. 2:8). El amor
cristiano es capaz de perdonar y, al hacerlo, capacita al malhechor para que
vuelva al buen camino.
(VII) El amor es realista (2 Co. 2:4). El amor
cristiano no cierra los ojos ante las faltas de los demás. El amor no es ciego,
y usará de la reprimenda y la disciplina cuando sea necesario. El amor que no
quiere ver las faltas, que evita la parte desagradable de toda disciplina, no
es en absoluto amor auténtico y, al final, dañará a su objeto amado.
(VIII) El amor cuida la libertad (Gá. 5:13; Ro.
14:15). Es completamente cierto que un cristiano tiene derecho a hacer todo
aquello que no sea pecaminoso. Pero hay ciertas acciones en las que un
cristiano no ve mal alguno y, sin embargo, pueden ofender a otro cristiano e
incluso causar la ruina de otro hombre. El seguidor de Cristo nunca olvida su
libertad cristiana, pero tampoco olvida que esa libertad está controlada por el
amor cristiano y por la responsabilidad cristiana ante los demás.
(IX) El amor cuida la sinceridad (Ef. 4:15). El cristiano
ama la verdad (2 Ts. 2:10), pero al expresarla procura no hacerlo cruel ni
antipáticamente para no herir. Se decía de Florence Allshorn, el gran maestro,
que cuando tenía que reprender a alguno de sus alumnos lo hacía echándole el
brazo sobre los hombros. El cristiano no oculta la verdad, pero siempre
recuerda que amor y verdad van de la mano.
(X) El amor cristiano es el vínculo que hace posible el
compañerismo cristiano (Fil. 2:2; Col. 2:2). Pablo habla de los cristianos
como unidos en amor. Nuestros puntos de vista teológicos pueden discrepar;
asimismo, nuestras opiniones sobre métodos pueden diferir; pero, a través de
las diferencias, vendrá la memoria constante de que amamos a Cristo y que, por
consecuencia, nos amamos unos a otros.
(XI) El amor es lo que da derecho al cristiano a pedir
ayuda y favor a otro cristiano (Flm. 9). Si realmente estamos tan unidos en
amor como debemos estar, encontraremos fácil pedir y natural dar cuando surja
la necesidad.
(XII) El amor es la fuerza motriz de la fe (Gá. 5:6). Más
personas son ganadas para Cristo cuando se apela al corazón que cuando se apela
al cerebro. La fe nace no tanto de una búsqueda intelectual como del
levantamiento de la cruz de Cristo. Es cierto que, más tarde o más temprano,
pensaremos en ciertas cuestiones que a veces nos desbordarán, pero, en el
cristianismo, el corazón debe antes sentir que la mente pensar.
(XIII) El amor es el perfeccionador de la vida cristiana
(Ro. 13:10; Col. 3:14; 1 Ti. 1:5; 6:11; 1 Jn. 4:12). No hay en este mundo nada
más grande que el amor. La tarea primaria de la iglesia no es perfeccionar su
edificio, su liturgia, su música o sus vestiduras, sino perfeccionar su amor.
Finalmente, el NT manifiesta
que hay ciertas formas a través de las cuales el amor puede ser mal dirigido.
(I) El amor del mundo es un amor mal dirigido
(1 Jn. 2:15). Demas desamparó a Pablo por amar al mundo (2 Ti. 4:10). Un hombre
puede amar tanto lo temporal, que olvida lo eterno; puede amar tanto los
premios del mundo, que olvida los premios últimos y esenciales que tienen que
ver con la eternidad. Un hombre puede amar al mundo de tal manera, que acepta
sus normas y abandona las de Cristo.
(II) El amor al prestigio personal es un
amor mal dirigido. Los escribas y fariseos amaban los principales asientos en las
sinagogas y las alabanzas de los demás (Lc. 11:43; Jn. 12:43). La pregunta de
un hombre debe siempre ser: "¿Qué piensa Dios de mi conducta?" Y, no:
"¿Qué piensan los hombres de mi conducta?"
(III) El amor a las tinieblas y el miedo a
la luz es la inevitable consecuencia del pecado (Jn. 3:19). Tan pronto un
hombre peca, tiene algo que ocultar; y, entonces, ama las tinieblas. Ahora
bien, las tinieblas pueden ocultarlo de los hombres, pero no de Dios.
Así, después de todo, vemos,
sin la menor sombra de duda, que la vida cristiana es edificada sobre dos
pilares gemelos: el amor a Dios y el amor al prójimo.
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