Aimée Cabrera.
La sociedad civil
cubana actual se viste de viajes, oropeles y rostros frescos que quizás
cursaban la escuela secundaria o salían a pasear de la mano de sus padres
cuando otros, hoy olvidados, eran acosados junto a sus familiares; esa nueva
ola de democráticos son los que se han convertido en imagen de una nación, a la que no todos aspiramos.
Durante décadas de
falso patriotismo y reglas impuestas por los oportunistas, un rebaño de
corderos se amansó a la fuerza para ver como se destruían ciudades enteras en
las que la comida y la ropa, de la peor calidad, eran racionadas con tarjetas
que aún no han podido ser erradicadas.
Como en un campo de
concentración sin cámara de gas han
vivido los cubanos que se han acostumbrado a ponerse y quitarse máscaras para
cada ocasión. Los niños y jóvenes, que ya dejaron de serlo, se criaron imitando
posturas hipócritas que aniquilaron a la familia, así como a las ideas
religiosas, o la libertad de expresión de cada ciudadano.
En el intento por ser
auténticos, muchas personas decentes tuvieron que ir a juicios, cumplieron
injustas condenas o enfermaron y murieron antes de poder al menos
exiliarse. Eran tiempos en que había que humillarse, pedir la baja del centro
laboral y exponer que se abandonaría el
país.
Hacer ese planteamiento
costaba al trabajador soportar las peores degradaciones; al instante era
condenado por la opinión pública, era el gusano, lo peor. Si sus hijos
estudiaban eran mal vistos y pocos se les acercaban, Cuántas familias sufrieron
por esta razón.
Amigos y familiares se
alejaban de ellos. Irse definitivo no era un proceso rápido, todo lo contrario,
podía durar años. Los niños cumplían la edad militar, las niñas se enamoraban y
casaban, los más viejos fallecían. Así y todo, muchas de estas familias son las
que ahora ayudan a quienes se mantuvieron en Cuba por ideales falsos o reales.
El mundo se movía al
ritmo de chicos como los de Liverpool o los Rolling Stones, la bella Twiggy usaba
minifalda y medias a las rodillas. Warhol deleitaba con su obra irreverente, “Paz
y Amor” gritaban los que no querían ir a la guerra, mientras en Cuba se trataba
de violar a la geografía regional con la creación de más de un Viet Nam.
Los seguidores
incondicionales de la Revolución, enemigos acérrimos de todo lo que oliera a inglés
o a capitalismo zafaban pantalones ajustados, pelaban al rape a quien usara
melena, ponían multas y llevaban a juicio a chicos y chicas que intentaban
imitar la moda que veían en las películas con un pullover robado de la marina
de guerra y vendido en el mercado negro.
Familiares que se
escondían para leer la carta del que estaba fuera de Cuba, inventos para
contestarla y que nadie lo supiera. Gafas de sol y pañuelos anudados al cuello
para entrar en una iglesia, y gente mucha, pobre y desarrapada husmeando por
las esquinas y detrás de las ventanas para informar los comportamientos de los
que persistían en tener hábitos considerados pequeño-burgueses, los mismos a
los que les gritaron traidores, les tiraron los huevos que son tan difíciles de
comprar hoy o, con saña, los golpearon por ser ingratos al gobierno
revolucionario.
Campos de trabajo
forzoso para los que sufrían las fobias del gobierno caribeño-soviético, planes
de la escuela al campo con las peores condiciones para adolescentes casi niños,
servicio militar obligatorio en otras tierras de las que pocos regresaban,
envidias y odios de los cuadros directivos de las organizaciones de masas y
políticas, los mismos que hoy viven
fuera del país o reciben ayudas de sus hijos que para nada son malos por querer
vivir bien, esos que marginaron y
destruyeron a tantos amantes de la transparencia y la libertad.
Entre tantos odios y
mentiras viven los cubanos dispersos por el mundo. Aún el gobierno no concibe
que puedan existir personas que deseen vivir en la Isla y a su vez dar a
conocer que no están de acuerdo con la política obsoleta que trata de
acercarse, Dios no lo permita, a sus seis décadas.
Se acabó el cuadro con
el Sagrado Corazón de Jesús o el de La última Cena que presidían buena parte de los hogares
cubanos. Bastantes feligreses tuvieron que negar su credo, el que fuera; y eso
se rebate ahora, pero hace 40 años o más, costaba la pérdida de toda libertad
aunque parezca ahora irrisorio.
El cubano con su costumbre
de llevar a choteo sus penas más grandes, ríe como el triste payaso para
olvidar las penas que no obstante, aniquilan a tantas personas aquejadas de
enfermedades que se expandieron por
dentro de sus cuerpos hoy minados, en el
afán de esconder sus sentimientos.
Por eso, duele que personas
que se deleitan con las noticias de los canales de la Florida que pueden ver en
sus antenas conectadas de forma ilegal, critiquen a quienes han sido hostigados
por sus ideas políticas. Los mismos televidentes que se quitan y ponen caretas para salir a la calle, ver los programas de la antena o los paquetes
guardados en memorias.
La incertidumbre y la
inestabilidad son propias de la mentira y la falta de transparencia, de la
arrogancia que ha convertido en una tragedia social la posibilidad de garantizar
el bienestar de una población que sobrevive no se sabe cómo. Las largas filas y
aglomeraciones de personas de todas las edades en el parque de Calzada y K, los
que salen llorando y se abrazan por cualquier calle aledaña a la Sección de
Intereses de los Estados Unidos de América cuando le niegan la visa, o ríen
cuando se la otorgan dan fe de la
desesperación en que viven.
Ahora son nuevos
tiempos que imponen nuevas caras y preceptos. La nueva era del On Line
descaracteriza o ensalza a diario a quienes pertenecen a la sociedad civil. Sus
jóvenes más destacados nacieron en las garras de lo incierto, por lo que
algunos no tienen tiempo para esperar y,
si no son escuchados como quieren,
aprovechan sus visados para exiliarse, o raras veces hacen tierra para
confraternizar con los que pudieran ser sus futuros seguidores.
Un silencio cómplice rodea
a los nuevos líderes que sonríen triunfantes en su falta de sencillez, surgidos
de la nada y aplaudidos por los que tratan de manipular el futuro incierto de
Cuba desde las comodidades aliadas a las libertades existentes allende los
mares, en abierto coqueteo con posturas
antidemocráticas que están a favor de lo novedoso.
Para unos y otros, poco
importan los rostros cansados y
envejecidos de quienes no doblegan sus principios,
en los que priman el honor, la humildad y el recuerdo de una historia que no
podrá ser borrada.