El divorcio es uno de los temas que más ha sido y sigue siendo controversial
por razones escriturales, eclesiásticas y sicológicas. En este estudio no se
contempla la solución de todas las incógnitas sobre este asunto, pero sí se
espera plantear principios para poder ministrar a aquellos que sufren de este
problema y para las iglesias en su trato con las personas afectadas.
En el mundo hispano, el divorcio es variado. Se obtiene en algunos países,
mientras se niega en otros debido a la influencia de la Iglesia Católica Romana,
la cual se niega a reconocer la legalización del divorcio. Lamentablemente, la
negación del derecho al divorcio, en vez de estimular la santidad del hogar, ha
resultado en la frustración del matrimonio. En muchos casos de la gente más
pobre viene el pensamiento de que el casarse en la iglesia cuesta demasiado y
que una vez realizada la unión es difícil disolverla: por lo tanto, deciden vivir en
concubinato. A muchos, el matrimonio les parece un callejón sin salida. Otros
se casan, pero al poco tiempo vienen las desavenencias y, con demasiada
frecuencia, resulta en el abandono o el convivir con otra persona. En efecto,
muchos han descubierto algunos huecos por los cuales escapar del matrimonio,
a pesar de que se les priva del asentimiento legal del divorcio. Aun en los países
donde el divorcio está legalizado, muchos eligen tomar las acostumbradas
salidas que se acaban de mencionar por el alto costo y las obligaciones
jurídicas.
LA EVIDENCIA BÍBLICA
El Antiguo Testamento define que el matrimonio debe ser permanente. El
mismo verbo “serán” (una sola carne), de Génesis 2:24 proyecta la
trayectoria de toda la vida. Sin embargo, Moisés permitió dar a la esposa una
“carta de divorcio” (Deuteronomio 24:1). Cuál debía ser el motivo está
especificado, pero generalmente tenía connotaciones morales. A lo mejor, esta
prerrogativa excluía el adulterio, porque éste fue una ofensa que tenía prescrita
la muerte como castigo. (Levítico 20:10; Deuteronomio 22:24.)
La causa más común para que el hombre se divorciara de su esposa, era la
esterilidad de ella.f82 Quizá la práctica no era muy popular, pero sí se les permitió dejar a la esposa por varios motivos serios. El criterio de Malaquías 2:16 es que Dios “aborrece el repudio”, o sea el divorcio, ya que va en contra del ideal permanente para el matrimonio que Dios mismo estableció en el principio.
Aunque el ideal de Dios es contra el divorcio, los hijos de Israel, en múltiples ocasiones, flaquearon moralmente y acudieron a esta medida acomodadiza.
Jesús refleja el criterio de la permanencia matrimonial e interpreta que Moisés
permitió la carta de divorcio por la dureza de los corazones israelitas.
( Mateo 19:8.) Algo de su interpretación indudablemente se debió al debate
entre los seguidores del rabí Hillel, quien permitió el divorcio por casi cualquier
cosa que al hombre no le agradara en la mujer, y los del rabí Shammai, que
hablando moralmente interpretaba el divorcio en términos más estrictos. Jesús
tomó una posición más cercana a la del rabí Shammai, porque enseñó que el
único motivo adecuado para el divorcio fuera el adulterio. Así como Moisés
tomó una medida que mostró compasión hacia la mujer para proteger sus
derechos, Jesús mostró compasión hacia los dos, sabiendo que el adulterio
destruye la relación matrimonial. En realidad, la compasión de Jesús también va
dirigida hacia la mujer ( Mateo 19:9; 5:31, 32), porque aún en aquel día ella
no gozaba de ningún derecho legal en el matrimonio y menos en el divorcio. En
ambos casos, el de Moisés y el de Jesús, la mujer encontraba un respaldo
moral que la sociedad no le daba.
Por cierto, el precepto de excepción por fornicación (que en este caso es
sinónimo de adulterio) dado por Jesús como razón para el divorcio, sólo
aparece en Evangelio según Mateo ( Mateo 5:32; 19:9) y no en el de
Marcos ni en el de Lucas. Algunos argumentan que el intento original de Jesús
fue el de excluir toda excepción para levantar en alto la santidad del
matrimonio, y que algún discípulo, tal vez el mismo Mateo, agregó la
disposición de excepción, interpretando que este fue el intento de Jesús.f84 Sin
embargo, puede ser que Mateo está registrando la forma en que Jesús
ministraba a otra generación de corazones duros. A los mismos discípulos les
fue difícil la interpretación de Jesús con la excepción, porque les parecía muy
rígida. ( Mateo 19:10-12.) Característicamente Jesús destacó el ideal por
sus frases “al principio no fue así” ( Mateo 19:8) y “lo que Dios juntó, no lo
separe el hombre” ( Marcos 10:9), sin embargo, por la gracia de Dios él
ministraba constantemente en aquella época de compromiso moral y legalismo
frustrante. Fíjese en el trato de compasión y perdón que Jesús dio a la mujer samaritana (Juan 4:5-29) y a la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11).
En fin, Jesús destacó el ideal de que no fuera ningún divorcio, pero
ministraba a aquellos que sufrían en las aguas tormentosas de las relaciones
frustradas, especialmente por el adulterio. Jesús reconoció el efecto del
adulterio sobre el matrimonio, porque mata la esencia de “una sola carne”.
(1 Corinitos 6:16.) Esto no quiere decir que el divorcio es obligatorio
cuando uno de los dos cometa adulterio, sino que el adulterio frustra
profundamente las bases de la entrega y la confianza del matrimonio. En todo
caso, aunque queden hondas cicatrices, el perdón y la gracia de Dios pueden
subsanar y restablecer la unión.
Pablo introduce otro aspecto del divorcio en 1 Corintios 7:10-16, cuando
enseña que el creyente no debe separarse de su cónyuge aunque sea éste un
incrédulo. El creyente debe hacer todo lo posible para preservar la unión con la
esperanza de que su cónyuge se salve, por la sana relación que el cristiano
promueve. Sin embargo, Pablo declara que, en su propia opinión, si el
inconverso en el matrimonio quiere romper el enlace, el cristiano debe permitirle
separarse; “pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en
semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” ( 1 Corinitos 7:15).
El principio básico de Pablo es el mismo que tuvo Jesús: guardar como algo
permanente (v. 10) la relación matrimonial y si ocurre una separación, siempre
se debe hacer todo lo posible para encontrar una reconciliación (v. 11). Este es
el ideal de Dios. Sin embargo, si este ideal no se puede mantener, el segundo
principio a seguir es el de la paz (v. 15). Pablo vio la paz como una
característica de la vida cristiana: “Si es posible, en cuanto dependa de
vosotros, estad en paz con todos los hombres” ( Romanos 12:18). Pablo
interpreta que es preferible no destruirse ni quedarse sujeto a una relación
conflictiva. White observa que el primer teólogo-misionero halló que el divorcio
era una posibilidad necesaria en un mundo imperfecto donde la ética absoluta
de Jesús (la de no permitir el divorcio) no sería aceptable por algunos
cónyuges, especialmente los inconversos.
Ni la excepción paulina, ni la excepción del Señor Jesús, son maneras de relajar
el absoluto de Dios, sino que son algo de lo mismo que sentía Moisés cuando
permitió el divorcio por la dureza de corazón de los hijos de Israel. La dureza
de corazón no está todavía fuera de moda. Ciertamente en estos días modernos
hay más problemas con el divorcio que en los tiempos del Señor. Además, las iglesias católicas y evangélicas han participado en la creación de la
problemática en la que ahora vivimos.
LA PERSPECTIVA ECLESIÁSTICA
La Iglesia Católica había desarrollado en la edad media un sistema de
impedimentos para anular el matrimonio. Por lo general, la Iglesia estrictamente
exigía la fidelidad entre los cónyuges; pero al descubrir en la unión uno de los
impedimentos legales (eclesiásticamente hablando), tomaron las medidas para
separar tales parejas. De este modo, la iglesia podía controlar los matrimonios
de las familias reales y de la nobleza. Tenía su ventaja, también, porque las
masas preferían la ambigüedad y las salidas fáciles sobre la rigidez de la ley.
Los impedimentos todavía sirven para que las parejas no casen; o si se
descubren después, el matrimonio puede ser disuelto. La Iglesia dice que esto
no es divorcio, sino una declaración de nulidad; es decir, que el matrimonio no
existió en primera instancia.
Los impedimentos son de dos clases: los dirimentes y los prohibitorios. Los
dirimentes incluyen:
(1) la falta de edad (mínima de 16 años para el varón y 14 para la
hembra);
(2) la condición contra la esencia del matrimonio;
(3) la fuerza que quita al entendimiento la libertad de consentir;
(4) el miedo grave;
(5) el rapto, mientras no se ponga a la mujer en un lugar seguro y allí ella consienta libremente;
(6) la impotencia perpetua y anterior al matrimonio;
(7) la consanguinidad en toda la línea recta y hasta el tercer grado en la colateral;
(8) la afinidad entre un cónyuge y los parientes del otro hasta el cuarto grado canónico; (9) la cognación espiritual procedente del bautismo, limitada al bautismo de una parte y los padrinos y el bautizante de otra;
(10) la cognación civil, entre el adoptante y el adoptado, entre la mujer y los descendientes del adoptante y sus consanguíneos en primer grado;
(11) el ligamen, o matrimonio anterior roto o consumado, pero no disuelto;
(12) el de los sacerdotes ordenados;
(13) el acto entre los bautizados y no bautizados;
(14) el crimen, reducido al adulterio, si las partes añaden promesa de casarse cuando sean libres, o cuando uno o ambos atenten contra la vida del otro cónyuge;
(15) la clandestinidad, o celebración del matrimonio sin la presencia de párroco y testigos;
(16) la demencia en general de todos los que no tienen el uso de la razón.
El Papa y los obispos pueden dispensar todos los impedimentos excepto los de
fuerza, ligamen, impotencia, crimen, consanguinidad en línea recta y entre
hermanos, afinidad entre padrastro e hijastra, y madrastra e hijastro, y
demencia.
Los impedimentos prohibitorios incluyen:
(1) cuando existe una prohibición ya de las autoridades eclesiásticas, y
(2) el voto simple de virginidad, de castidad perfecta, de no casarse, o
de recibir órdenes sagradas.
Todos estos impedimentos pueden ser dispensados.
Con la anulación no queda ninguna barrera que impida que las personas
involucradas puedan casarse con otros. Quedan libres. Los niños que nacen de
tales uniones durante el tiempo de su “ignorancia” (el término que usa la Iglesia
Católica por un matrimonio que se anula), se legalizan. Así la Iglesia Católica ha
creado su sistema para manejar ciertos casos problemáticos en el
matrimonio.Lo cierto es que aquella iglesia suele tener control sobre todo
aspecto de la vida de sus feligreses. Aunque la Iglesia Católica Romana está terminantemente opuesta al divorcio,
desde Crisóstomo, ha permitido la separación (divorium imperfectum) que es la
separación de cama y comida sin el derecho de volverse a casar.
La justificación de la separación tiene que ser algo de “peligro al cuerpo o al alma”
como si una de las personas deja de ser católica, si no da una educación
católica a los niños, o si sigue una carrera criminal o peligrosa.f88
La Iglesia Católica también permite el uso del “privilegio paulino” basado en
1 Corintios 7:15, bajo las siguientes condiciones:
(1) que el matrimonio tiene que haberse contraído válidamente por dos personas no bautizadas;
(2) que una de las personas tiene que haberse convertido y bautizado válidamente y
(3) que el no bautizado tiene que separarse del bautizado.
Los evangélicos no tienen una posición universalmente definida. Hay una cierta
tendencia entre ellos hacia una tolerancia del divorcio. Un caso que surge
frecuentemente en las iglesias evangélicas es el de tener un nuevo convertido
que se quiere bautizar, pero no puede porque no es divorciado de la primera
mujer y vive con otra en concubinato. La necesidad de tener un matrimonio
legal para poder bautizarlos es un reglamento sano, pero promueva la
aceptación tácita del divorcio y a veces casi con ligereza. Tenemos que
guardarnos de no caer en el error de justificar el medio por el fin. El divorcio es
siempre fuera del ideal de Dios y aquellos que pasan por aquella experiencia
necesitan atenciones y consejos ministeriales. Esto enfocaremos en la sección
final del capítulo.
ASPECTOS PSICOLÓGICOS
Un tercer elemento en nuestra percepción moderna del divorcio es el lado
sicológico. Tenemos que admitir que el divorcio es un fracaso y, por
consiguiente, sumamente frustrante. Las personas afectadas sufren de fraude,
ansiedad y remordimiento de conciencia. En el estudio sobre etapas de
conflicto notamos que el divorcio es parecido a la muerte y los que pasan por
aquella experiencia, incluyendo a los hijos, sufren algo del duelo. El duelo en
este caso puede morder la conciencia por un largo período, porque se basa
sobre la incapacidad de convivir felizmente con alguien que por un tiempo
amaba. La esencia del divorcio es un fracaso personal, sicológico y espiritual.
Recordando que varios de los conflictos hogareños tienen su aspecto de salud
mental, insistimos en que algunas personas no son buenas candidatas para el
matrimonio. Algunos tienen problemas sicológicos como la inmadurez o
deficiencia en algunos ajustes personales, y estos desajustes sicológicos
persistirán aun después del divorcio. A menudo, estas personas no tienen un
concepto adecuado de ellos mismos y de lo que es el matrimonio. Algunos
simplemente no conciben lo que es estar íntima y exitosamente relacionados en
el matrimonio. A estas personas les hace falta una capacitación en relaciones
humanas para volver a intentar el matrimonio. De otro modo estarán repitiendo
los mismos frustrantes errores.
Cuando los cónyuges deciden divorciarse, están admitiendo que su relación
está enferma. Sería bueno que se preguntaran si no se podría salvar el
matrimonio. ¿Han hecho todo lo posible para salvarlo? ¿Se han examinado a sí
mismos en cuanto a sus motivos? ¿Qué evidencia tienen de que el divorcio
resolverá los problemas? ¿Ha resuelto los problemas de los amigos o familiares
que han optado por esta ruptura? Deben entender que es como un cuerpo
enfermo que puede ser sanado. Roger Crook dice que no tumbamos la casa
porque hay una gotera en el techo.
Seguramente aquellos que llegan al frustrante punto del divorcio tendrán
dificultad en pensar claramente acerca de la cuestión. La tendencia humana es
distorsionar los hechos y datos por ser defensivos, de autodecepcionarse y de
racionalizar sus circunstancias y motivos. Ahora es cuando se necesita un
consejero que les puede ayudar a comprender y componerse para que no sigan
cometiendo los mismos errores.
EL PROBLEMA DE CASARSE DE NUEVO
La cuestión de casarse otra vez después del divorcio tiene dos lados: el legal
(de la ley bíblica) y el espiritual. Legalmente el casarse de nuevo tiende a girar
alrededor de la pregunta del inocente. Jesús aparentemente permitió el
matrimonio por la parte que no cometió el adulterio durante el tiempo de estar
casado. De otro modo, todos los casos de segundo matrimonio involucran algo de adulterio. (Mateo 5:32; 19:9; Marcos 10:11; Lucas 16:18.)
La realidad es que Jesús quiso subrayar que no es cosa ligera ante Dios el
divorciarse y el volverse a casar, porque está despedazando el ideal de Dios.
Juntarse con otro cónyuge es contrario a lo que Dios instituyó al comenzar el matrimonio. El divorcio es un fracaso de mayor magnitud aun si uno del
matrimonio es inocente. De veras cabe la pregunta: ¿Es posible que uno sea
completamente inocente o es factible pensar que contribuyó a la infidelidad del
otro por no atenderle, ser frío o contencioso? (Recuerde 1 Corinitos 7:3-5.) La
realidad es que por cualquier razón que la pareja llegara a romper su pacto
matrimonial, resaltarán sentidos de culpa en ambos, aun en el más inocente del
caso, y con razón.
El otro lado de la cuestión tiene que ver con esta confrontación al estado
sicológico y espiritual. El problema con el adulterio no es que solamente viola la
relación entre la pareja sino también frustra la imagen que uno tenga de sí
mismo. Su culpabilidad puede ser más fuerte contra sí mismo porque ha
defraudado una confianza sagrada. A veces el adulterio es un acto de rebelión
contra la parte que no está atendiéndole satisfactoriamente. El adulterio en
muchas ocasiones es simbólico de un matrimonio que está a punto de morir.
Volviendo a la discusión que se trataba al principio de este capítulo, a la forma
con la cual Jesús trató los casos de divorcio y adulterio, recordemos que él
levantó el ideal en una manera tajante, pero siempre ministraba a la gente en
medio de sus dolencias y fracasos. Lo que es genuinamente cristiano es aquella
gracia de Dios de tomar en serio y personalmente las imperfecciones de los
hombres sinceros que buscan resolver sus errores. Experimentar el perdón real
es la necesidad de todos aquellos afectados por el divorcio. La verdad es que
el divorcio es un pecado ante Dios, pero no es el pecado imperdonable.
El problema de muchos divorciados y, aparentemente, de pastores evangélicos
también, es que no ven claramente el lugar ni la importancia del perdón de Dios
en el caso.
La experiencia demuestra que aquellos que han sufrido un fracaso en el pasado,
no están automáticamente capacitados para reconstruir sus vidas en el presente.
Ciertamente una experiencia frustrante del matrimonio puede incapacitarlos
para relacionarse exitosamente otra vez. Lo que hace falta en todos los
divorciados es conocer un verdadero perdón de Dios, hacia uno mismo y hacia
el otro cónyuge. Es decir, el perdón tiene poder para hacerle sentirse aliviado
de la culpa por las ofensas cometidas hacia cualquiera y de apreciar lo que uno
es y puede ser en la relación conyugal. Entretener la idea de no ser
responsable por las acciones de uno en el caso del divorcio es trancar la
posibilidad de crecer en la experiencia y ser más sabio para no repetir los mismos errores. (Romanos 8:28.)
El divorcio no es el ideal de Dios, pero peor es no buscar el perdón de arriba que le puede capacitar para poder tomar la mejor decisión en respuesta a la pregunta: ¿cuál es la voluntad de Dios para mí ahora?(1 Corinitos 7:9.)
LA IGLESIA MINISTRANDO A LOS QUE SE DIVORCIAN
Siempre existe la incógnita de cómo aconsejar a las personas que están
encarando la crisis del divorcio. Primeramente no es lo mejor aconsejarles que
se divorcien, para que más tarde no puedan echarle la culpa al consejero. Ellos
deben tomar su propia determinación al respecto. Sería bueno hacerles ver que
no existe ningún matrimonio perfecto, pero sí es factible lograr experimentar los
niveles de intimidad como se describió en el capítulo 4. Deben estar
averiguando algo de sus motivos y aprendiendo algo de pericias para construir
una relación significativa. El divorcio no es la primera solución a los problemas,
sino la última. La pareja debe hacer todo lo posible para resolver los conflictos.
Si guarda rencor y no quiere perdonar, difícilmente se sentirá bien acerca del
divorcio. Es siempre conveniente preguntarse: ¿He hecho todo lo que puedo
para hacer que el otro sea feliz y para hacer que funcione el matrimonio?
Si la pareja llega a divorciarse precisará de parte de la iglesia y de su pastor un
trato redentor. Así ayudó Cristo a los que se le acercaron con sus vidas
fracasadas. La iglesia no debe desampararlos aun si se vuelven indiferentes. El
divorciado muy naturalmente tiende a “enconcharse” en un caparazón que da la
apariencia de indiferencia, pero por dentro muchas veces está gimiendo de
alienación y soledad. Ellos interpretarán que Dios les ha dejado, si los cristianos
les faltan en compasión. Podemos asegurarles que la presencia y el perdón de
Dios puedan ser realidades en sus vidas, si les demostramos nosotros mismos
estas cualidades. Sus espíritus estarán abatidos y carecerán del bálsamo que la
gracia de Dios provee y de la respetuosa y cuidadosa atención de algunos de
sus siervos. Les hará bien percatarse del grado de perdón que ellos han
permitido que Dios ejerza en sus vidas. También, debe permitírseles que la
crisis les enseñe a prestar mayor atención a los consejos antes de tomar
decisiones. En fin, deben ser más responsables y sensibles en determinar las
cosas que quieren cambiar. Además, deben preguntarse si todavía esperan la
perfección o si están viendo ahora sus propias fallas con más claridad. Es
plenamente cierto, el matrimonio no soporta por mucho tiempo el antojo y la
fantasía. El matrimonio es para los maduros. Roger Crook indica tres maneras en que la iglesia puede acompañar y ayudar a
los divorciados. Primeramente, puede asegurarles que Dios está con ellos,
basándose en Romanos 8:28-30. Segundo, el pastor debe escucharles
para que ganen iluminación al fondo de sus problemas y para que les guíe hacia
algunas soluciones que los mismos divorciados desean y escojan Génesis Tercero,
que la iglesia provea un compañerismo compasivo, compuesto de creyentes
que reconocen que son pecadores salvados por la gracia de Dios y que
aceptan la tarea de “sobrellevar las cargas los unos a los otros” como los que
son “espirituales”. (Gálatas 6:1, 2.)
¿DEBE LA IGLESIA CASAR DE NUEVO A LOS
DIVORCIADOS?
Los pastores evangélicos y sus iglesias responderán de diferentes maneras a
esta pregunta. Algunos dirán. “No” a todos los casos, porque el participar en
tales matrimonios es tomar parte en el pecado de adulterio. Otros, quizá pocos,
dirán, “Sí” a todos los casos, porque sienten que los divorciados padecen
mucho, y esta es una manera de ministrarles. Estos pastores razonan que de
otro modo los divorciados se sentirán desamparados por la iglesia, y sin este
cuidado volverán al mundo. Un tercer grupo dirá, “Sí” sólo al inocente.
Ciertamente la parte que ha guardado moralmente su inocencia tiene el derecho
de volverse a casar, pero siempre cabe la pregunta: ¿Es completamente
inocente o contribuyó con su actitud y acción directa o indirectamente a que el
otro cometiera adulterio? El estado moral no es la única consideración que se
debe tomar en cuenta, sino también el estado sicológico y espiritual. A veces
los divorciados se vuelven a casar antes de estar emocionalmente listos. Otros
quieren casarse de nuevo, pero no pueden o no quieren hacer unos ajustes
personales, como el de experimentar el perdón en sus vidas. Estos aspectos
también deben tomarse en cuenta en el ministerio al “inocente”.
Un cuarto grupo dirá, “Sí”, si hay fruto de arrepentimiento, si los participantes
han experimentado el perdón de Dios y si están buscando cuidadosamente la
voluntad de Dios. Manifestar esta actitud es esencial para el cristiano. Además,
es la mayor garantía de que uno esté preparándose para no cometer los mismos
errores del pasado, aunque no hay garantías absolutas en cuanto a no pecar.
Seguimos siendo seres humanos. Sin embargo, cuando el divorciado
sinceramente vive en la luz del perdón de Dios, puede aceptar por fe que Dios
le ayudará otra vez a intentar lograr el ideal en el matrimonio. El perdón real que Dios ofrece a todos los arrepentidos quita las barreras entre el individuo y
Dios, y alivia el sentido de culpabilidad, librando a la persona y motivándole a
querer buscar la voluntad de este Dios para su vida.
La experiencia nos ha enseñado que sólo una minoría de personas, aun entre
cristianos, permite que Dios obre con su gracia y perdón en medio de sus
fracasados matrimonios. La naturaleza humana es de no querer humillarse ni
arrepentirse ante Dios, y menos ante los hombres. Nuestra tarea de pastores e
iglesias es ministrar a estos sufridos con la mansedumbre espiritual de
Gálatas 6:1 para “restaurarles” (remendar sus huesos rotos) y que vivan
como hijos e hijas de Dios, aprovechando los privilegios espirituales que él les
ofrece.
Aquellos que permiten que Dios opere en su favor, si deciden casarse o no, se
estarán capacitando para ministrar con sus vidas en la consolación con que han
sido consolados. (Co. 1:3, 4.) Si deciden volverse a casar, existe una mayor
esperanza que ellos logren aquellas relaciones profundas y satisfactorias y que
tengan mayor probabilidad de fundar un hogar cristiano. De todos modos,
actuar como ministro en el matrimonio de cualquier pareja, cuando uno o
ambos son divorciados, tiene ciertos riesgos. Sin embargo, cada vez que
tengamos la oportunidad, que el Señor nos guíe, por su ejemplo, a actuar
cristianamente hacia los arrepentidos. El volver a casar a los cristianos,
entonces, es una asunto que depende de su estado espiritual más que de
cualquier otra cosa.
EJERCICIOS DE APRENDIZAJE
Cuestionario:
1. Describa brevemente la problemática del divorcio en el mundo hispano.
2. Conteste cierto o falso a las siguientes declaraciones
(1) Según Deuteronomio 24:1, el hombre israelita podía dar a la esposa
una carta de divorcio si él encontraba en ella alguna cosa indecente,
especialmente si la indecencia fuera el adulterio.
(2) La causa más común para el divorcio en los tiempos antiguos de Israel fue
la esterilidad de la esposa.
(3) El ideal de Dios es que no debe ocurrir el divorcio. (4). El rabí Hillel permitió el divorcio sólo en casos de extrema necesidad mientras que el rabí Shammai lo dejaba pasar por casi cualquier motivo. (5) Jesús terminantemente negó el derecho al divorcio.
(6) Las medidas de Moisés tanto como las de Jesús, dieron el respaldo moral a
la mujer que la sociedad no le daba.
(7) La cláusula de excepción por fornicación sólo aparece en el Evangelio
según Mateo y no en Marcos ni Lucas.
(8) Aunque Jesús sostenía el ideal de que no hubiera divorcio, élmcaracterísticamente ministraba a la gente frustrada.
(9) Es obligatorio el divorcio cuando uno de la pareja comete el adulterio.
(10) Pablo enseñaba que el creyente puede y debe divorciarse de su cónyuge incrédulo.
3. ¿Cuáles son los principios en el “privilegio paulino” (o sea el permiso de
separarse si el cónyuge inconverso le abandona) de 1 Corintios 7:15?
4. ¿Para qué sirven los impedimentos que ha desarrollado la Iglesia Católica
Romana?
5. ¿Cuáles otros dos casos de separación permite la Iglesia Católica Romana?
6. ¿Cuál es el caso frecuente que surge en las iglesias evangélicas y que causa
que promuevan el divorcio? ¿Cuál es el peligro en esto?
7. ¿Cuáles son algunos resultados sicológicos del divorcio?
8. Cuando una pareja está divorciándose, ¿qué está admitiendo? ¿Cuáles dos o
tres preguntas pueden los esposos hacerse como pareja?
9. ¿Cuáles son los dos lados de la cuestión de volverse a casar? Explíquelos un
poco.
10. ¿Qué es lo que a todos los divorciados les hace falta? ¿Por qué es este
elemento tan importante?
11. ¿Cuáles son las tres maneras que Roger Crook sugiere para que la iglesia
ministre a los divorciados? 12. Mencione las cuatro respuestas comunes a la pregunta: ¿Debe la iglesia volver a casar a los divorciados?
Para la Dinámica de Grupo:
1. Una pareja viene a usted para que les case o que la iglesia les permita usar
su templo para su boda. El hombre es divorciado pero fue el “inocente” en el
caso. ¿Cómo les puede ayudar? ¿Cómo les aconsejaría?
2. Una señora cristiana tiene apenas seis meses desde que el esposo la
abandonó, dejándola con cuatro niños. Ella tiene poca educación y ahora tiene
que salir de la casa a trabajar para sostenerse ella y los hijos. Mientras ella
trabaja en una fábrica, una vecina cuida los niños. Sin embargo, éstos no están
respondiendo bien a la señora porque ésta les grita siempre aunque, en
realidad, es floja en exigir su obediencia, dejándoles jugar a veces en la calle.
La madre trabaja con hombres inconversos que la presionan con sus
comentarios e insinuaciones. Ella siente una gran tentación de unirse a uno de
estos hombres para vivir con él, aunque no es cristiano. Los hijos la necesitan a
ella y ella necesita a un hombre. ¿Qué le diría para orientar a esta madre “dejada”?