Santiago de Cuba sobrevive entre motos y camiones
Un recorrido por el sistema de transportación pública en la segunda provincia más importante de Cuba
Domingo, julio 22, 2018 | Eliseo Matos
Precisamente, alrededor de toda la carretera que conduce hacia el conjunto montañoso donde se encuentra la mayor elevación de Cuba, el Pico Turquino, se ubican los cementerios donde enterraban a aquellos que enfermaban y no conseguían una pronta atención médica.
Algunos pobladores del lugar, comprometidos con el sistema político imperante, como quien repite una consigna bien aprendida, se consagran a la idea de que gracias a los nuevos consultorios médicos, ubicados en las montañas, la realidad es diferente. Sin embargo, quien conoce la verdadera situación del transporte en la zona puede asegurar que trasladarse desde las montañas santiagueras hacia cualquier otro punto de la provincia, o el país, es un acontecimiento casi tan difícil como lo era en esos tiempos lejanos.
Justo en el centro de la ciudad, en plena avenida Vitoriano Garzón se escuchan los pregones más comunes de todo Santiago: “¡LA MAYA, LA MAYA, LA MAYA!; ¡LA PALMA, LA PALMA, LA PALMA!; ¡CALLE 8, CALLE 8, CALLE 8!”. Son los camioneros privados que desde horas bien tempranas en la mañana hasta la noche constituyen el principal respiro a la realidad del transporte en la provincia.
En este sentido existen camiones para el traslado entre los diferentes municipios, pero también los “carretones o camionetas”, como les llaman popularmente, son utilizados al interior de las ciudades, con mayor o menor frecuencia, en dependencia de la situación en que se encuentren las carreteras. Asimismo, cada vehículo de este tipo cuenta con dos tripulantes: el chofer y un cobrador ubicado en la parte de atrás que en muchos casos resulta el hombre de mano dura. “Mucha gente no quiere pagar y tengo que estar pendiente de todo, y suelo responderle fuerte a la gente. Muchos no aguantan mi carácter, pero la experiencia me ha enseñado que así tengo que ser”, refiere Robertico, un muchacho de apenas 26 años que se dedica a esta labor.
Este joven además utiliza su astucia, como otros de sus colegas del sector, para no ser multado por las autoridades. Cuando ve a un policía intentando coger “botella” en una parada, aunque su camión esté lleno de personas, ordena al chofer parar el trayecto para montar al policía de manera gratuita. Es un sistema bien acordado de ayuda mutua, del cual Robertico prefiere no hablar sino sonreír.
A diferencia de La Habana, en la oriental provincia cubana los almendrones han sido reemplazados por unos motoristas particulares que, a precios comprendidos entre los 20 y 40 pesos cubanos, trasladan a los santiagueros desde cualquier punto hasta la puerta de su casa. “Ellos son los dueños de la ciudad”, expresó Marta, refiriéndose precisamente a los costos y al peligro que representa montar en uno de estos medios por las altas velocidades en las que manejan por toda la urbe.
Situación de las vías al sur de Santiago 2 (Fotos cortesía del autor)
Vendedores ambulantes en los trenes (Fotos cortesía del autor)
Para viajar a La Habana, el destino más demandado en toda la provincia, el santiaguero tiene cuatro opciones “asequibles”: reservar con más de tres meses de antelación un pasaje de ida y vuelta por la empresa de Ómnibus Nacionales a un costo de 338 pesos (169 pesos cada boleto); conseguir por el mismo precio un pasaje en “lista de espera”, cuyo nombre lo indica, se necesita esperar en una larga cola para salir de la ciudad, lo cual puede durar días; utilizar los camiones privados que, a un precio de 300 pesos cubanos (cada boleto), salen de la provincia diariamente hacia la capital; y la opción más utilizada por aquellos que viven de un salario promedio (inferior a los 600 pesos cubanos mensuales) y que por necesidad tiene que frecuentar numerosas veces al año a la capital es el paupérrimo sistema ferroviario.
“Un viaje en tren entre las dos ciudades más importantes de la Isla puede durar alrededor de 18 horas”, según explica una funcionaria en el buró de información de la terminal de ferrocarriles. Sin embargo, los cálculos no son de fiar en una Isla estancada por el tiempo, cuyas vías férreas se encuentran en tal mal estado como los coches y locomotoras que transitan sobre ellas. Según explica Eloísa, una ferromosa con varios años de experiencia, hay viajes que, por motivos de roturas internas en los trenes, han llegado a durar más de 40 horas.
A ello se le suman las pésimas condiciones higiénicas al interior de cada coche, más el peligro que representan los constantes robos y el asecho de los vendedores ambulantes que en cada parada utilizan el tren como un medio, y no precisamente de transporte, sino como una manera más de supervivencia a través de la venta de chucherías y meriendas a los tripulantes, quienes, agobiados por el calor y las demoras, no les queda otra que gastar un dinero extra para aguantar el estrés que genera el viaje Santiago-Habana.
Tren Habana-Santiago (Foto cortesía del autor)
Pocos son los camiones que se adentran en las montañas santiagueras (Foto cortesía del autor)
En el interior de la provincia la espera por un medio de transporte es de horas (Foto cortesía del autor)
Alrededor de las terminales, tanto de camiones como de guaguas interprovinciales, coexisten una serie de negocios aledaños que viven de aquella realidad. Un ejemplo muy popular son los gestores de pasajes, intermediarios entre el transporte y el pasajero que tras las cortinas de la oficialidad y lo que está establecido dentro de sus funciones, se encargan también de resolver en completa sintonía con funcionarios estatales, un pasaje por encima del precio oficial a cualquier destino de la ciudad o del país.
Asimismo, un gran número de cafeterías y paladares usan y abusan de sus habilidades comerciales para coordinar con los transportistas privados y de Ómnibus Nacionales para detener el trayecto de cualquier vehículo y atraerlo hacia su negocio, con la posterior comisión y sin tener en cuenta las necesidades de los pasajeros.
Este panorama, no solo al interior de Santiago sino en muchas otras provincias, deja mucho que desear en una Isla donde viajar entre sus ciudades resulta una de las labores que, aunque extraordinarias, constituyen la realidad de millares de ciudadanos sin más remedio que pasar sus días entre trenes, motos y camiones.
Comunismo, socialismo… ¿importa la etiqueta?
Lo saben los puristas: en Cuba no ha existido como tal ninguno de los dos sistemas, sino un caprichoso régimen sultanístico-oligárquico
Domingo, julio 22, 2018 | Luis Cino Álvarez
LA HABANA, Cuba.- Cierto revuelo y expectativa ha creado el hecho de que en el Anteproyecto de Constitución que fue debatido en la Asamblea Nacional entre los días 20 y 22 de julio, no se hace mención del comunismo ni de la construcción de la sociedad comunista: en su lugar se habla más modestamente de socialismo y sociedad socialista.
Además de eso, en el Anteproyecto, se hace constitucional lo que se ordenó por decretos-leyes durante el gobierno de Raúl Castro: la inversión extranjera y la aceptación de la propiedad privada como una de las seis formas de propiedad reconocidas por la llamada Conceptualización del Modelo Económico, aunque con la coletilla de que no se permitirá a los nacionales la concentración de propiedades y la acumulación de riquezas.
No hay motivos para la expectación, de no ser para aquellos optimistas que en vez del vaso medio vacío, prefieren verlo lleno a medias, aunque sea de moho.
Lo de comunismo o socialismo es solo una cuestión semántica. Después de todo, lo saben los puristas: en Cuba no ha existido como tal ninguno de los dos sistemas, sino un caprichoso régimen sultanístico-oligárquico de fuertes tintes totalitarios y desastrosos resultados.
Ya en la reforma constitucional de 1992, que sin plebiscito alguno modificó casi el 60% de los artículos, además de suprimir lo de la amistad inquebrantable con la Unión Soviética —un país que, por demás, ya no existía— podaron la asfixiante retórica marxista-leninista que había sido calcada de la constitución estalinista de 1936. Pero eso no tuvo demasiada significación.
Ya Fidel Castro, por imperativos de la realidad, hacía años que había renunciado al comunismo de guerra que estuvo a punto de implantar en 1968, cuando parecía poseído simultáneamente por Lenin, Mao y Che Guevara, pero insistía en proclamar la muerte —¡el Comandante siempre tan necrológico!— como única alternativa al fin del socialismo.
En el Anteproyecto de Constitución no se habla de construir el comunismo, pero se mantiene intocable el artículo 5 que afirma que el Partido Comunista de Cuba es “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado que organiza y orienta los esfuerzos comunes”, subordinando así todos los órganos del gobierno y sus decisiones a la autoridad del partido único, que pudiera llamarse también, sin que hubiese mucha diferencia en sus métodos y concepciones, revolucionario, socialista, fascista, o como se les antojara bautizarlo a los mandamases.
También se mantiene el artículo 61 que afirma que “ninguna de las libertades reconocidas a los ciudadanos puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del estado socialista…”. Y también los ominosos artículos 52 y 53, que limitan las libertades de expresión, de prensa y de asociación solamente si son “conforme a los fines de la sociedad socialista”.
Y ni hablar del carácter irrevocable del socialismo, que desde el año 2002, maniató a los diputados de entonces y a los del futuro, para imposibilitarles cambiar el sistema.
Entonces, con un socialismo tan draconiano, ¿para qué utilizar el término “comunista”, demodé y con tan mala fama como acumuló desde 1917?
Miguel Díaz-Canel, el nuevo rostro del régimen, no desea que lo asocien con Lenin, al que no debe haber leído mucho, supongo, y menos aun con Stalin, ese apestado. No obstante, cada vez que tiene una oportunidad, lo mismo en la reunión del Foro de Sao Paulo que se efectuó en La Habana que en el congreso de la Unión de Periodistas (UPEC) y poco falta para que también en alguno de los conciertos al aire libre a los que asiste, da muestras de su rechazo a la democracia tal y como es entendida en el mundo civilizado y de su adhesión continuista al más rancio castrismo, más que anticapitalista, antinorteamericano.
Entonces, ¿importará mucho la etiqueta más o menos a la izquierda que se le cuelgue al capitalismo de estado monopolista, mercantilista, timbirichero y superautoritario que promete para dentro de 12 años, Lineamientos mediante y si el espíritu de Fidel ayuda, llevar a Cuba a la prosperidad?
¡Allá los que esperen que solo porque no se refiera al comunismo por su nombre esta constitución remendada por los mandamases, sembrada de minas, bombas de tiempo y trampas cazabobos, posibilitará una transición a la economía de mercado y la democracia!
luicino2012@gmail.com
Además de eso, en el Anteproyecto, se hace constitucional lo que se ordenó por decretos-leyes durante el gobierno de Raúl Castro: la inversión extranjera y la aceptación de la propiedad privada como una de las seis formas de propiedad reconocidas por la llamada Conceptualización del Modelo Económico, aunque con la coletilla de que no se permitirá a los nacionales la concentración de propiedades y la acumulación de riquezas.
No hay motivos para la expectación, de no ser para aquellos optimistas que en vez del vaso medio vacío, prefieren verlo lleno a medias, aunque sea de moho.
Lo de comunismo o socialismo es solo una cuestión semántica. Después de todo, lo saben los puristas: en Cuba no ha existido como tal ninguno de los dos sistemas, sino un caprichoso régimen sultanístico-oligárquico de fuertes tintes totalitarios y desastrosos resultados.
Ya en la reforma constitucional de 1992, que sin plebiscito alguno modificó casi el 60% de los artículos, además de suprimir lo de la amistad inquebrantable con la Unión Soviética —un país que, por demás, ya no existía— podaron la asfixiante retórica marxista-leninista que había sido calcada de la constitución estalinista de 1936. Pero eso no tuvo demasiada significación.
Ya Fidel Castro, por imperativos de la realidad, hacía años que había renunciado al comunismo de guerra que estuvo a punto de implantar en 1968, cuando parecía poseído simultáneamente por Lenin, Mao y Che Guevara, pero insistía en proclamar la muerte —¡el Comandante siempre tan necrológico!— como única alternativa al fin del socialismo.
En el Anteproyecto de Constitución no se habla de construir el comunismo, pero se mantiene intocable el artículo 5 que afirma que el Partido Comunista de Cuba es “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado que organiza y orienta los esfuerzos comunes”, subordinando así todos los órganos del gobierno y sus decisiones a la autoridad del partido único, que pudiera llamarse también, sin que hubiese mucha diferencia en sus métodos y concepciones, revolucionario, socialista, fascista, o como se les antojara bautizarlo a los mandamases.
También se mantiene el artículo 61 que afirma que “ninguna de las libertades reconocidas a los ciudadanos puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del estado socialista…”. Y también los ominosos artículos 52 y 53, que limitan las libertades de expresión, de prensa y de asociación solamente si son “conforme a los fines de la sociedad socialista”.
Y ni hablar del carácter irrevocable del socialismo, que desde el año 2002, maniató a los diputados de entonces y a los del futuro, para imposibilitarles cambiar el sistema.
Entonces, con un socialismo tan draconiano, ¿para qué utilizar el término “comunista”, demodé y con tan mala fama como acumuló desde 1917?
Miguel Díaz-Canel, el nuevo rostro del régimen, no desea que lo asocien con Lenin, al que no debe haber leído mucho, supongo, y menos aun con Stalin, ese apestado. No obstante, cada vez que tiene una oportunidad, lo mismo en la reunión del Foro de Sao Paulo que se efectuó en La Habana que en el congreso de la Unión de Periodistas (UPEC) y poco falta para que también en alguno de los conciertos al aire libre a los que asiste, da muestras de su rechazo a la democracia tal y como es entendida en el mundo civilizado y de su adhesión continuista al más rancio castrismo, más que anticapitalista, antinorteamericano.
Entonces, ¿importará mucho la etiqueta más o menos a la izquierda que se le cuelgue al capitalismo de estado monopolista, mercantilista, timbirichero y superautoritario que promete para dentro de 12 años, Lineamientos mediante y si el espíritu de Fidel ayuda, llevar a Cuba a la prosperidad?
¡Allá los que esperen que solo porque no se refiera al comunismo por su nombre esta constitución remendada por los mandamases, sembrada de minas, bombas de tiempo y trampas cazabobos, posibilitará una transición a la economía de mercado y la democracia!
luicino2012@gmail.com
Acerca de la “nueva” Constitución castrista
El proyecto de carta magna que debate la Asamblea Nacional constituye una nueva manifestación de continuismo comunista
Domingo, julio 22, 2018 | René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba.- Los jerarcas comunistas —¡por fin!— se han dignado ofrecer información sobre la reforma constitucional en curso al pueblo en cuyo nombre gobiernan. Esto, al cabo de años de trabajo, pues éste comenzó mucho antes de que la actual legislatura de la Asamblea Nacional nombrara la Comisión encabezada por Raúl Castro. Lo anterior se conoció gracias al prolijo informe sobre todo el proceso brindado por Homero Acosta, secretario de los Consejos de Estado y de Ministros.
Una vez más —pues— los castristas mantienen la notabilísima diferencia con las prácticas de la Cuba democrática de antaño. En 1901 y 1940, la redacción del texto supralegal la realizó una asamblea constituyente de carácter pluralista, que representaba las distintas corrientes de opinión existentes. Ahora, al igual que en 1975, la tarea correspondió a órganos de un solo color, en los que todos los miembros están plegados al poder establecido y que, en su inmensa mayoría, milita en el único partido legal: el Comunista.
Si en 1940 los debates de la sesión plenaria eran transmitidos en vivo por radio, para que todos los interesados pudieran conocer de primera mano lo que se estaba debatiendo, ahora el potaje se ha cocinado en medio del mayor secreto, y es únicamente en esta etapa que se ha brindado alguna información al pueblo.
Sólo en este momento se ha conocido que, dado el carácter total de la reforma, en puridad se trata de aprobar una nueva Constitución, y no de hacer modificaciones a la existente. Se ha informado asimismo sobre el restablecimiento de títulos antiguos: En Cuba habrá de nuevo Presidente de la República y Primer Ministro, y las provincias volverán a estar regidas por gobernadores.
Recupera su rango constitucional la institución del hábeas corpus. Se anuncian cambios en lo tocante a la regulación de los derechos ciudadanos. Se establecen límites de edad para el más alto cargo del país (no menos de 35 años ni más de 60 al momento de ser escogido por primera vez). El Presidente sólo podrá serlo durante dos mandatos. Como se esperaba, se reconocen nuevas formas de propiedad.
En la Administración de Justicia, se mantiene el principio de la integración de todos los tribunales por jueces profesionales y legos. La introducción de estos últimos personajes fue calcada de la antigua Unión Soviética. Pero la copia se hizo mal, y en Cuba hay magistrados no graduados en derecho incluso en el Tribunal Supremo. ¡Una verdadera barbaridad! Ahora se sientan las bases para subsanar esa insensatez, pues no será obligatorio que, en todos los actos judiciales, estén presentes jueces legos.
Hay otro cambio de importancia. Y me atrevo a augurar que será uno de los que más atención merecerán de la ciudadanía durante el próximo debate popular. Se trata del cambio en la definición del matrimonio: actualmente es “la unión […] de un hombre y una mujer”, mientras que a partir de ahora sería la “de dos personas”. Con esto no se establece en Cuba el llamado “matrimonio igualitario”, pero sí se abre la puerta para que una ley pueda hacerlo en el futuro. El tema amerita un análisis profundo, pero parece más apropiado dedicarle un artículo separado.
No obstante, lo que más revuelo mediático ha ocasionado a nivel planetario es la eliminación de la alusión al “comunismo” como meta de la sociedad cubana. Excluir la mención a esa doctrina es un modo de reconocer (aunque sea en forma retorcida) su carácter utópico e inalcanzable. ¡Lástima que en nombre de esa teoría despistada hayan muerto veintenas de millones de seres humanos!
Lo que resulta de todo punto increíble, en ese contexto, es que, mientras se borra esa alusión de la nueva Constitución, siga manteniéndose el papel del Partido Comunista de Cuba como “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. ¿Tiene algún sentido que, cuando ya no existe aquel hipotético objetivo, continúe usufructuando el mando la agrupación política cuya tarea se supone que sea precisamente conducirnos hacia lo que anunciaban como el “Paraíso en la Tierra”!
Si hacemos un balance general de las nuevas normas supralegales, no me parecería acertado plantear que todas ellas son negativas o improcedentes. Al hacer un análisis ponderado de esas cuestiones, parece más acertado matizar las conclusiones que saquemos, y reconocer el carácter contradictorio y ambivalente de las modificaciones.
Pero considero que constituiría un error limitarnos a poner en una balanza los cambios que se propone plasmar en la nueva Constitución con respecto a la hoy vigente, y tratar de determinar si el saldo que ellos arrojan es positivo o negativo. Creo, por el contrario, que es menester valorar el nuevo documento en su conjunto; tener en cuenta no sólo lo que se modifica, sino también lo que se copia de la carta magna de 1975 reformada en 1992 y 2002.
Lo esencial es el carácter antidemocrático que seguirá teniendo ese documento. Lo más importante es el continuismo y la arbitrariedad que entraña —por ejemplo— mantener el carácter dirigente del Partido Comunista, un cuerpo elitista al que pertenece menos del 10% de los electores. O mantener a ultranza la idea del “socialismo”, la misma doctrina que ha metido a Cuba en la crisis estructural en la cual se debate nuestro país desde hace decenios.
¿Y qué decir del procedimiento empleado para redactar el nuevo texto? Primero (según acaba de confesar Homero Acosta) trabajaron durante años especialistas escogidos a dedo. Después quedó instalada una Asamblea Nacional compuesta por los mismos 605 ciudadanos (militantes comunistas en más de un 90%) que los actuales jefes, por medio del procedimiento tramposo de las comisiones de candidatura, postularon con ese fin. Acto seguido ese propio legislativo escogió un cuerpo de 33 miembros, que encabezó el mismo mandamás actual, Raúl Castro. A continuación, el proyecto fue estudiado por el Buró Político y el Comité Central del partido único. Y ahora conoce de este asunto la Asamblea Nacional.
Estas realidades nos permiten afirmar que no se trata de una Constitución del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Todo lo contrario: estamos en presencia de un texto supralegal al cual, si queremos caracterizarlo de una manera parecida, tendríamos que calificar como de los comunistas, por los comunistas y para los comunistas.
Es por ello que fuerzas prodemocráticas influyentes —comenzando por la más amplia coalición de ellas: el Encuentro Nacional Cubano— propugnan que, cuando el nuevo texto constitucional sea sometido a referendo, los ciudadanos vayan a votar y que lo hagan por el NO. Esperemos que así ocurra.
Una vez más —pues— los castristas mantienen la notabilísima diferencia con las prácticas de la Cuba democrática de antaño. En 1901 y 1940, la redacción del texto supralegal la realizó una asamblea constituyente de carácter pluralista, que representaba las distintas corrientes de opinión existentes. Ahora, al igual que en 1975, la tarea correspondió a órganos de un solo color, en los que todos los miembros están plegados al poder establecido y que, en su inmensa mayoría, milita en el único partido legal: el Comunista.
Si en 1940 los debates de la sesión plenaria eran transmitidos en vivo por radio, para que todos los interesados pudieran conocer de primera mano lo que se estaba debatiendo, ahora el potaje se ha cocinado en medio del mayor secreto, y es únicamente en esta etapa que se ha brindado alguna información al pueblo.
Sólo en este momento se ha conocido que, dado el carácter total de la reforma, en puridad se trata de aprobar una nueva Constitución, y no de hacer modificaciones a la existente. Se ha informado asimismo sobre el restablecimiento de títulos antiguos: En Cuba habrá de nuevo Presidente de la República y Primer Ministro, y las provincias volverán a estar regidas por gobernadores.
Recupera su rango constitucional la institución del hábeas corpus. Se anuncian cambios en lo tocante a la regulación de los derechos ciudadanos. Se establecen límites de edad para el más alto cargo del país (no menos de 35 años ni más de 60 al momento de ser escogido por primera vez). El Presidente sólo podrá serlo durante dos mandatos. Como se esperaba, se reconocen nuevas formas de propiedad.
En la Administración de Justicia, se mantiene el principio de la integración de todos los tribunales por jueces profesionales y legos. La introducción de estos últimos personajes fue calcada de la antigua Unión Soviética. Pero la copia se hizo mal, y en Cuba hay magistrados no graduados en derecho incluso en el Tribunal Supremo. ¡Una verdadera barbaridad! Ahora se sientan las bases para subsanar esa insensatez, pues no será obligatorio que, en todos los actos judiciales, estén presentes jueces legos.
Hay otro cambio de importancia. Y me atrevo a augurar que será uno de los que más atención merecerán de la ciudadanía durante el próximo debate popular. Se trata del cambio en la definición del matrimonio: actualmente es “la unión […] de un hombre y una mujer”, mientras que a partir de ahora sería la “de dos personas”. Con esto no se establece en Cuba el llamado “matrimonio igualitario”, pero sí se abre la puerta para que una ley pueda hacerlo en el futuro. El tema amerita un análisis profundo, pero parece más apropiado dedicarle un artículo separado.
No obstante, lo que más revuelo mediático ha ocasionado a nivel planetario es la eliminación de la alusión al “comunismo” como meta de la sociedad cubana. Excluir la mención a esa doctrina es un modo de reconocer (aunque sea en forma retorcida) su carácter utópico e inalcanzable. ¡Lástima que en nombre de esa teoría despistada hayan muerto veintenas de millones de seres humanos!
Lo que resulta de todo punto increíble, en ese contexto, es que, mientras se borra esa alusión de la nueva Constitución, siga manteniéndose el papel del Partido Comunista de Cuba como “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. ¿Tiene algún sentido que, cuando ya no existe aquel hipotético objetivo, continúe usufructuando el mando la agrupación política cuya tarea se supone que sea precisamente conducirnos hacia lo que anunciaban como el “Paraíso en la Tierra”!
Si hacemos un balance general de las nuevas normas supralegales, no me parecería acertado plantear que todas ellas son negativas o improcedentes. Al hacer un análisis ponderado de esas cuestiones, parece más acertado matizar las conclusiones que saquemos, y reconocer el carácter contradictorio y ambivalente de las modificaciones.
Pero considero que constituiría un error limitarnos a poner en una balanza los cambios que se propone plasmar en la nueva Constitución con respecto a la hoy vigente, y tratar de determinar si el saldo que ellos arrojan es positivo o negativo. Creo, por el contrario, que es menester valorar el nuevo documento en su conjunto; tener en cuenta no sólo lo que se modifica, sino también lo que se copia de la carta magna de 1975 reformada en 1992 y 2002.
Lo esencial es el carácter antidemocrático que seguirá teniendo ese documento. Lo más importante es el continuismo y la arbitrariedad que entraña —por ejemplo— mantener el carácter dirigente del Partido Comunista, un cuerpo elitista al que pertenece menos del 10% de los electores. O mantener a ultranza la idea del “socialismo”, la misma doctrina que ha metido a Cuba en la crisis estructural en la cual se debate nuestro país desde hace decenios.
¿Y qué decir del procedimiento empleado para redactar el nuevo texto? Primero (según acaba de confesar Homero Acosta) trabajaron durante años especialistas escogidos a dedo. Después quedó instalada una Asamblea Nacional compuesta por los mismos 605 ciudadanos (militantes comunistas en más de un 90%) que los actuales jefes, por medio del procedimiento tramposo de las comisiones de candidatura, postularon con ese fin. Acto seguido ese propio legislativo escogió un cuerpo de 33 miembros, que encabezó el mismo mandamás actual, Raúl Castro. A continuación, el proyecto fue estudiado por el Buró Político y el Comité Central del partido único. Y ahora conoce de este asunto la Asamblea Nacional.
Estas realidades nos permiten afirmar que no se trata de una Constitución del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Todo lo contrario: estamos en presencia de un texto supralegal al cual, si queremos caracterizarlo de una manera parecida, tendríamos que calificar como de los comunistas, por los comunistas y para los comunistas.
Es por ello que fuerzas prodemocráticas influyentes —comenzando por la más amplia coalición de ellas: el Encuentro Nacional Cubano— propugnan que, cuando el nuevo texto constitucional sea sometido a referendo, los ciudadanos vayan a votar y que lo hagan por el NO. Esperemos que así ocurra.