Por Pr Manuel Morejón Soler El Vedado, La Habana.
Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. (Levítico 26:11-12)
Algunos gobernantes son demasiado orgullosos para tolerar reprensiones, ni siquiera la sospecha de ser culpables y así como para perdurar no tienen escrúpulos de cometer los crímenes más bajos. Mientras los gobernantes sigan infringiendo la Ley, abusando del poder en contra del pueblo, evidentemente sin que ello les preocupe, suelen estar conscientes que luchan contra Dios.
Estos déspotas innegablemente están conscientes de que en su cúpula existen aquellos que pretenden servir sus propios intereses y traicionan a los que en ellos confían cuando pueden sacar ventaja y también a los que son motivados a actuar por venganza, ambición o lujuria.
Todos los enemigos de Dios tienen deparado su juicio pese a la paranoia de las medidas de seguridad que puedan tomar; el Señor se puede servir de los designios aun por medio de los como ellos no tienen la intención de honrarlo y al final desecharlo con desdén.
En ocasiones es preciso que un hombre deje de ser para que viva todo un pueblo, pero nunca que un pueblo sucumba para que sobreviva un solo hombre.
Un pueblo sin alma es solamente una multitud.
Cuando el alma de Dios vivía en el centro del pueblo cubano este era un pueblo que razonaba y sabía exigir sus derechos, era la voz del pueblo la que se imponía, inclusive el Dr. Fidel Castro manipuló magistralmente, para cautivar simpatías, su alegato “La historia me absolverá” y su defensa en base a la Carta Magna de la República de Cuba del 1940.
Así este pueblo se dejó guiar antes por el lenguaje de las pasiones rebeldes más que por el espíritu, la razón y el amor dejando fuera a Dios de cada casa y entregándosela al dictador, para pasar así únicamente a ser una masa manipulada por entusiasmos.
Fidel Castro se ha servido haciéndole creer al pueblo cubano que le ha servido a él.
Solo los gobernantes más pedestres son los que prometen lo que saben que no pueden cumplir.
Los buenos gobernantes deben tener cuidado de mantener su reputación de sinceridad y constancia; ellos no deben resolver, sino basados en la reflexión cuidadosa; y no cambiarán a menos que haya razones de peso, pero siempre para beneficio de su pueblo.
Es el pueblo quien debe ser bien servido, de los gobernantes es la responsabilidad de ser honrados y buenos administradores del erario público.
El pueblo no alimenta a sus hijos con pasiones, entusiasmos ni con ardor revolucionario y los problemas de estos momentos son reales y tienen que ver con los tiempos de Raúl Castro, que ya exceden los seis años desde julio del 2006.
La reforma migratoria sigue siendo una ilusión, pero se siguen ahogando en el Estrecho de La Florida más de un tercio de los que se arriesgan en esa aventura, ahora extendida al sur de la isla con destino hacia Honduras, Panamá, México u otro país de Centro América para después desafiar otra distancia por las selvas hasta los Estados Unidos.
¿Y qué decir de los salarios tan exiguos que perciben los trabajadores? Pues bien sabido es que es la causa que genera tanta actividad delictiva.
¿Y qué también de la corrupción en las altas instancias del gobierno que sigue en aumento?
¿Qué ha sucedido con la proposición del modelo de actualización socialista y la inagotable lista de promesas de los hermanos Castro?
Es inútil para un gobernante, que después de tantas invenciones y farsas se pueda hacer amar por su pueblo, sin embargo ya el pueblo sin explicarse el motivo ama a alguien que haga cumplir sus promesas, aunque no le conozca.
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