La
Habana, 7 de abril de 2015 / Pastor Alejandro Hernández Cepero
“De Jehová es la tierra y su plenitud, el
mundo y los que en él habitan”, es una promesa divina, pero, hasta
donde esta promesa ha calado en nuestro tripartito ser es una incógnita que
bien vale la pena despejar. Si como creyentes no somos capaces de que Su
Palabra vaya más allá de nuestras emociones, somos metal que resuena y címbalo
que retiñe.
Cuando Su Palabra llega a nuestras vidas
debe cubrirnos como un manto, protegernos como la gallina cubre a sus polluelos
pero, ese efecto protector sólo es posible cuando la Palabra se hace carne en
nosotros, de lo contrario queda justo ahí en el estrecho marco que encierran un
puñado de hojas impresas, pegadas y cubiertas por una carátula.
La Biblia es, sin lugar a dudas, mucho más que
eso, es la pasión escrita de un Dios amoroso, del Único, Verdadero y Sabio Dios
que del vacío y del desorden creó un mundo perfecto y ordenado, un mundo
sujetado por leyes espirituales tan reales que, violarlas crea el caos y el
desorden, explotación, hambre, pestilencia, muerte, sequía, guerras, en fin
mire en derredor.
Es impostergable que la Palabra llene
nuestra mente, corazón y fluya a través de nuestro cuerpo hacia el mundo
exterior que, en su sabiduría terrenal, animal y diabólica[1] no puede
entender que lo que más aborrece es su mayor carencia: su necesidad de Dios.
De
Jehová es la tierra y su plenitud;
nos da la medida perfecta de que a pesar lo que creamos, el espacio
conferido para nuestro peregrinaje terrenal no nos pertenece en absoluto, es un
préstamo temporal y que un día, más tarde o más temprano daremos cuenta ante el
Juez de toda la tierra del uso, desuso o abuso de que ha sido objeto por parte
nuestra, ¿ha considerado la tierra
– dígase planeta, país, ciudad, comunidad, iglesia, llamado, ministerio- como
el talento que Dios puso en nuestras
manos?
¿Ha leído usted los primeros capítulos
de Génesis? Permítame recordarle en este marco que, “y
los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y
sojuzgadla, y señorear en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra”[2],
y aunque no es menos cierto que hay hombres que son más bestias que los mismos
cuadrúpedos no se incluye al hombre como especie para ejercer sobre él dominio
de ninguna clase, y es así por el sólo hecho que el hombre es el único ser
creado a imagen y semejanza del Creador y al único en que Él depositó su
aliento de vida.
La tierra es el talento que Dios nos ha
entregado para que lo hagamos prosperar, fructificar, llenarla, sojuzgarla y
señorear sí y sólo sí, este señorío se ajusta al diseño divino; de lo contrario
ya sea que el talento lo enterremos bajo tierra[3] o que el uso de la autoridad conferida
se convierta en abuso de poder, pervirtiendo el derecho de los débiles, por el
ejercicio arbitrario del derecho concedido, no lo dude: el Juez Supremo está a
la puerta y Él juzgara y pagará a cada uno conforme a las obras de nuestras
manos[4], porque
al mucho se le haya confiado: más se le pedirá [5].
No obstante, debemos ver este asunto
desde el punto de vista eclesiástico porque, la iglesia verdadera, aquella que
reconoce a Dios Creador, Omnipotente, Omnisciente, a Jesús su Hijo nuestro
Único, Verdadero y Suficiente Salvador y al Espíritu Santo el que nos llena del
poder de Dios y nos guía a toda verdad; tiene ante sí un reto sin precedentes: fructificarse
y multiplicarse, llenar la tierra y sojuzgadla y señorear, está llamada a ser
cabeza y no cola, a estar arriba solamente y no debajo, a prestar y no pedir
prestado, a ser bendición no maldición, luz en un mundo de tinieblas, sal en un
mundo desabrido, está llamada a que un día no muy lejano se le diga:
“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre
mucho te pondré, ¡entra en el gozo de tu Señor!”[6]
¿Ante esta poderosa verdad seguiremos
siendo la iglesia sumisa, lacaya, que mendiga las migajas que caen de la mesa
de los impíos?
¿Seguiremos siendo una iglesia a la sombra del
pecado de aquellos que están en eminencia?
¿Nos seguiremos complaciendo y haciéndonos
copartícipes del pecado ajeno?
¿Seguiremos hablando “políticamente correcto”
agradando al hombre o comenzaremos a hablar divinamente correcto agradando a
Dios?
1 comentario:
Excelente estudio, magnífica redacción.
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