viernes, 27 de enero de 2017

Palabras griegas.





EL YERRO QUE ES EL PECADO
HAMARTIA Y HAMARTANEIN

Hamartia es el nombre que traducimos "pecado". Es muy común en el NT, donde, solamente en las epístolas paulinas, se encuentra sesenta veces.  Hamartanein es el verbo usual que se traduce "pecar". En el griego clásico, estas palabras no tenían, ¡ni mucho menos!, un significado tan importante como en el griego del NT. En el griego clásico,  hamartia expresa básicamente la idea de "yerro".  Hamartanein empezó significando "errar el blanco", como, por ejemplo, cuando se dispara una flecha, que no acierta. Se puede usar respecto de haber equivocado una carretera, de habernos fallado un plan, de habérsenos frustrado una esperanza o un propósito. En el griego clásico, pues, estos vocablos están siempre conectados con alguna clase de fallo negativo, más bien que con algún tipo de transgresión positiva, pero en el NT describen algo mucho más serio.
Hay que tener en cuenta que, en el NT,  hamartia no describe un acto definido de pecado, sino el estado de pecado, del cual dimanan las acciones pecaminosas. De hecho, en Pablo el pecado está tan a punto de personalizarse, que podría escribirse con inicial mayúscula y pensarse que fuera un poder personal y maligno que tiene al hombre en sus garras.
Veamos lo que enseña el NT sobre  hamartia.
(I) Hamartia, "pecado", es "universal" (Ro. 3:23; 7:14; Gá. 3:22; 1 Jn. 1:8). El pecado no es como una de esas enfermedades que algunos hombres contraen y otros no. Es algo en lo que todo ser humano está envuelto y de lo que todo ser humano es culpable. El pecado no es una simple erupción esporádica, sino el estado, la condición, universal del hombre.
(II)  Hamartia, "pecado", es "un poder que somete al hombre".
Las palabras que se usan para expresar esta idea son muy interesantes y significativas: el hombre está  huph' hamartian, i.e., "bajo pecado". Pero esta preposición,  hupo, en caso acusativo, como aquí, se utiliza para significar "dependiente de", "en sujeción a", "bajo el control de". Un menor de edad, por ejemplo, está "bajo su padre"; un ejército está "bajo su comandante"; así, nosotros estamos "bajo pecado", "en poder del pecado", "controlados por el pecado" (Gá. 3:22; Ro. 3:9). Por tanto, hay ciertas palabras que se asocian a la idea de pecado. Del pecado se dice que "reina  (basileuein) sobre el hombre" (Ro. 5:21).
Basileus es la palabra griega que significa "rey". El pecado gobierna a los hombres, "se enseñorea de nosotros"  (kurieuein) (Ro. 6:14). Kurios es la palabra griega que significa "señor", y connota absoluta "posesión" y "dominio". Del pecado se dice que "nos tiene cautivos"  (aichmaiotizein) (Ro. 7:23). La palabra es la misma que se usa respecto de hacer a uno prisionero de guerra. Se dice que el pecado "mora en el hombre"  (oikein, enoikein) (Ro. 7:17, 20). El hombre está tan cogido por el pecado, que éste no se nos presenta como un mero poder externo que ejerza su soberanía sobre el individuo, sino como algo que se ha introducido en las mismas fibras, en el centro y corazón del ser del hombre, hasta ocuparlo, como un enemigo ocupa un país. El resultado es que "somos esclavos del pecado"  (doulos, douleuein) (Jn. 8:34; Ro. 6:17, 20; Ro. 6:6). Debe recordarse que el poder del amo sobre el esclavo era absoluto. No había parte de la vida, ni momento, ni actividad, que fuera propiedad personal del esclavo. Pertenecía a su amo en la forma más absoluta. Así, el hombre está totalmente bajo el dominio del pecado. Pablo explica, como ningún otro, la relación que hay entre "ley" y "pecado", entre  nomos y hamartia.
(I) La ley "enseña lo que es el pecado" (Ro. 3:20); y hasta puede decirse que, en un sentido, es la misma ley quien lo crea (Ro. 5:13). El pecado no es tal si no es definido. Es decir, que el hombre no puede saber lo que es pecado mientras éste no haya sido definido; y el hombre no puede ser culpable de pecado hasta que no exista una ley que lo determine. Pongamos un ejemplo. La calle de una ciudad puede tener mucho tiempo doble tránsito, por tanto, un conductor puede circular en ambas direcciones. Pero, después, se promulga una ley que determina que la calle es de una sola dirección. Entonces, sería una infracción a la ley, conducir en dirección contraria a la autorizada por la señal de tráfico. La determinación de la ley ha creado una nueva infracción de la ley. La ley tanto ha definido como ha creado el pecado. Si no hubiera ley, no habría pecado.
(II) Pero "la ley crea el pecado", tal y como Pablo lo ve, en otro sentido. Basta que una cosa haya sido prohibida, para que, de algún modo, adquiera un nuevo y fatal poder fascinador que la hace deseable, y la ley es quien, de hecho, produce el deseo de pecar (Ro. 7:8-11). Hay cierto ingrediente en la naturaleza humana que da a lo prohibido un doble atractivo. C. H. Dood cita el clásico ejemplo sobre este asunto, tomado de las  Confesiones de Agustín (2.4-6). "Había un peral próximo a nuestra viña, cargado de peras. Una noche tormentosa, un grupo de pésimos muchachos fuimos a robar y a llevarnos grandes cantidades de peras -no para regalo nuestro, sino para arrojarlas a los puercos- y si llegamos a catarlas fue sólo para darnos el gusto de hacer lo que nos estaba prohibido. Eran peras hermosas pero no las apeteció mi alma miserable, pues yo tenía en casa abundancia de otras mejores. Las tomé sólo por robar. Mi único festín fue con la iniquidad con que me holgaba y fruía. ¿Qué es, pues, lo que yo amé en aquel robo? ¿Era el placer de quebrantar la ley siquiera por engaño, ya que por fuerza no podía, y siendo cautivo simulé una raquítica libertad, haciendo impunemente, por una tenebrosa imitación burlesca de vuestra omnipotencia, aquello que no me era permitido?" Y, después, el doctor Dood comenta: "Es decir, que el deseo de robar surgió, simplemente, de la prohibición de robar". Es precisamente aquí donde emerge la impotencia de la ley frente al pecado. La ley tiene dos defectos: primero, puede definir el pecado pero no curarlo. Es como el médico que puede diagnosticar una enfermedad, pero que carece de medios para curarla e incluso para detenerla. Segundo, es el raro y fatal hecho de que, simplemente por prohibir algo, la ley hace atractivo eso mismo que prohibe. Hay una inextricable conexión entre  hamartia y nomos, "pecado" y "ley".
Veamos las inevitables consecuencias del pecado.
(I) El pecado resulta en cierto "endurecimiento" del corazón. La palabra usada para endurecimiento es  skierunein (He. 3:13). El adjetivo  skieros puede aplicarse, por ejemplo, a una piedra que es especialmente dura para ser labrada; como metáfora, puede usarse respecto de un rey que es inhumano y duro en la forma de tratar a sus súbditos. El pecado endurece el corazón. En Fil. 1:9, Pablo ora por que los filipenses abunden en lo que él llama  aisthesis, "percepción sensitiva", es decir, la cualidad del corazón y de la mente que es sensible a lo que está mal. El que comete una mala acción por primera vez, la experiencia de la vida demuestra que lo hace con una especie de estremecimiento de repugnancia; si la repite, la cometerá más fácilmente; si insiste, cometer esa acción será para él la cosa más normal del mundo.
Ha desaparecido su sensibilidad para detectar el pecado; su corazón está endurecido. Es rigurosamente cierto que lo más terrible del pecado es, precisamente, su poder para engendrar pecado.
(II) El pecado resulta en "muerte" (Ro. 5:12, 21; 6:16; 6:23; Stg. 1:15). Indudablemente, esto es así. Pablo creía que la muerte entró en el mundo por el pecado de Adán. El pecado fue lo que arruinó e hizo naufragar la vida que Dios había soñado para el hombre. Pero no es menos cierto que la muerte también alcanza al alma. La muerte física y espiritual es, según Pablo, resultado del pecar. Una de las mejores formas de averiguar el significado real de una palabra es examinar las otras que la acompañan.
(I) Hamartia está relacionada con  blasphemia (Mt. 12:31). El significado básico de  blasphemia es insulto. El pecado es, pues, un "insulto" a Dios. Insulta a Dios porque se burla de sus mandamientos, porque pone al Yo en el lugar que corresponde a Dios y, sobre todo, porque agravia su amor.
(II)  Hamartia está relacionada con  apate (He. 3:13).  Apare es "engaño". El pecado es siempre engañoso, pues promete hacer lo que no puede. El pecado es siempre una mentira. Cualquier hombre que peca, que hace o toma algo prohibido, actúa así porque cree que será más feliz haciendo o tomando ese algo. El pecado lo engaña para que piense de ese modo. Pero la experiencia llana es que una acción o posesión, producto del pecado, nunca trae felicidad a ningún hombre. Ya hace tiempo que Epicuro, con su moral estrictamente utilitaria, dijo que el pecado nunca puede traer felicidad, porque, entre otras cosas, deja al hombre con el constante temor de ser descubierto.
(Ill)  Hamartia está relacionada con  epithumia (Stg. 1:15).  Epithumia es concupiscencia, deseo.  Epithumia fue definida por Aristóteles como "lanzarse con empeño en pos del placer", y los estoicos añadieron "más allá de los límites de la razón". Clemente de Alejandría dice que  epithumia es el espíritu que "clama y se afana por conseguir todo aquello que lo gratifique".  Epithumia siempre tiene la noción de desear lo que no debe ser deseado.  Epithumein es, de hecho, el verbo que se utiliza en la versión griega del AT para el décimo mandamiento: "No codiciarás". Si el corazón de un hombre estuviera tan limpio, que no deseara lo que es injusto, no pecaría jamás.
(IV)  Hamartia es igualada  a anomie (1 Jn. 3:4).  Anomia es "desobediencia a la ley".  Anomie es el espíritu que induce al hombre a hacer lo que le dé la real gana; que mueve al hombre a desear poner sus caprichos por encima de sus deberes para con su prójimo y de su obediencia a Dios. La  anomie procede, básicamente, del deseo de instalar al Yo, y no a Dios, en el centro de la vida.
(V)  Hamartia es  igualada  a adikia (1 Jn. 5:17).  Adikia es "injusticia", "iniquidad", mal . Es lo que se opone a  dikaiosune, que significa "justicia". Ahora bien,  dikaiosuna puede definirse como "dar tanto a Dios como al hombre lo propio de cada uno".  Adikia es, por tanto, el espíritu que se niega a cumplir con su deber para con Dios y los hombres. Pecado es lo que hace a un hombre adorar tanto a su Yo, que olvida o rechaza servir a Dios y a su prójimo. Es lo que hace al hombre actuar como si fuera la persona más importante de la creación.
(VI)  Hamartia está conectada con  prosopolepsia (Stg. 2:9).  Prosopolepsia es "acepción de personas". Ahora bien, acepción de personas como resultado de aplicar las normas del hombre, en vez de las de Dios, al mundo, a la vida y a las gentes en general. Pecado es aceptar y practicar las normas del mundo en vez de los principios de Dios; juzgar las cosas como los hombres las ven, no como las ve Dios.
Ahora es el momento de prestar atención a la cura del pecado. Consideraremos ciertas palabras que describen lo que Jesús hizo por nosotros con relación al pecado.
(I) Jesús nos "salva" del pecado  (sozein) (Mt. 1:21). Estamos en una situación tal, que necesitamos ser rescatados, y ese rescate lo hizo efectivo Jesús al precio de su vida.
(II) Nuestros pecados son "borrados"  (exaleiphein) (Hch. 3:19). La tinta antigua no tenía ácido y podía ser borrada pasando una esponja húmeda por la superficie de vitela o de papiro cuando el escriba quería usarlos otra vez. Por la obra de Jesús, el acta de nuestros pecados es borrada totalmente.
(Ill) A través de Jesús, somos "lavados del pecado"  (apolouein). En Hch. 22:16 se habla de lavar los pecados. Hay una "purificación de.. . pecados"  (katharismos) (He. 1:3; 2 P. 1:9; 1 Jn. 1:7). Es como si la vida fuera enturbiada, manchada, ensuciada y cubierta de fango por el pecado. Pero Jesucristo tiene el poder de limpiarla, como la lluvia lava y limpia el pavimento de una ciudad.
(IV) Dios, por su misericordia, "no nos inculpa de pecado"  (logizesthai) (Ro. 4:8).  Logizesthai es una palabra usada en contabilidad. Significa "cargar en cuenta". La idea es que nuestros pecados nos son como una cuenta sin saldar que tenemos con Dios y que, además, no podríamos liquidar jamás. El balance de nuestra vida arroja un tremendo saldo deudor en contra de nosotros. Pero Dios, por su misericordia, borra ese saldo que nunca hubiéramos podido pagar.
(V) Dios, por su misericordia, "cubre nuestros pecados" (Ro. 4:7)  (epikaluptein). El verbo  epikaluptein se usa para expresar la idea de la nieve cubriendo una senda; también se usa respecto de alguien que se cubre los ojos para no ver y respecto de correr un velo sobre algo. Es como si Dios, por su misericordia, corriera un velo sobre el lamentable archivo del pasado y nunca lo mirara otra vez.
(VI) Por la obra de Jesús, somos 'libertados del pecado"  (eleutheroun) (Ro. 6:18, 22; 8:2). Somos "desatados del pecado"  (luein) (Ap. 1:5).  Eleutheroun significa "dar a alguien la libertad".  Luein significa "soltar las ataduras de alguien". Ya hemos visto cómo el hombre ha llegado a ser esclavo del pecado, a caer bajo el control del pecado. Jesús es el supremo libertador y emancipador. El paga el rescate que nos libra del pecado y, a la vez, nos da el poder para seguir siendo libres en el futuro.
(VII) La venida de Jesús "canceló nuestro pecado"  (athetesis) (Hch.  9:26). Athetesis es la palabra griega técnica y legal que significa "cancelar un contrato o un convenio". Precisamente donde el estricto cumplimiento de la letra de la ley no acarreaba sobre el hombre nada más que inminente condenación, a través de Jesucristo, hay una cancelación de nuestra deuda.
(VIII) Por medio de Jesús "somos perdonados"  (aphiesthai). Esta es la palabra que, con mucho, se usa respecto del perdón de pecados, y se encuentra en cada estrato del NT. (Mt. 9:2; Mr. 2:10; Lc. 7:47; Hch. 2:38; 10:43; Col. 1:14; 1 Jn. 2:12). La palabra  aphiesthai tiene una amplia gama de significados, todos los cuales sugieren algo. Puede ser usada respecto de indultar a un hombre de la sentencia que ya cumplía, por ejemplo del exilio. Puede utilizarse respecto de la remisión de un cargo que ha sido hecho justamente. Puede emplearse para enterar a un hombre del veredicto que podría haber sido dictado en contra suya o para librarlo de un compromiso sobre el que se podía haber insistido. Se usa para eximir a un hombre de un deber que podía haber sido forzado a llevar a cabo. Toda la esencia de la palabra es la inmerecida liberación de un hombre de algo que podría habérsele infligido o exigido con toda justicia. A través de Jesucristo, el hombre es librado del castigo que Dios podía haberle infligido con perfecto derecho. Es la palabra que nos dice que Dios no nos trata con justicia, sino con amor; no según nuestros merecimientos, sino de acuerdo con su misericordia y su gracia en Jesucristo.
No hay libro como el NT que tenga un sentido tan horroroso del pecado ni que tenga una seguridad tan absoluta de cómo poner remedio al pecado.



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