ALAZON Y ALAZONEIA
La palabra alazon
se encuentra dos veces en el NT: Rom. 1:30 y 2 Ti. 3:2. La Versión Reina-Valera
la traduce en Rom. 1:30 como altivo y
en 2 Ti. 3:2 como vanagloriosos.
La palabra alazoneia
se encuentra también dos veces en el NT: Stg. 4:16 y 1 Jn. 2:16. En el pasaje
de Santiago, la Versión Reina Valera traduce
soberbias. En el pasaje de 1 Jn. traduce la vanagloria de la vida.
Estas palabras tienen tras ellas un interesantísimo
historial que les hace ser muy vívidas y significativas. Los griegos las
derivaban de ale, que
significa vagabundo, y un alazon era uno de esos charlatanes que
pueden encontrarse en los mercados y ferias ofreciendo a voz en grito sus
mercancías e infalibles curalotodo a los hombres.
Plutarco, por ejemplo, usa alazon para describir al matasanos
(Plutarco, Moralia 523). Era la
palabra que se aplicaba a estos charlatanes y buhoneros que recorrían el país
y, doquiera se reunieran las gentes, levantaban sus tenderetes para vender sus
píldoras y pociones y para jactarse de que podían curar cualquier clase de
dolencia.
Así, en griego, la palabra vino a significar pretencioso fanfarrón. En las
Definiciones Platónicas se dice que alazoneia
es "atribuirse bienes que no se poseen".
Aristóteles define al alazon como el hombre que "se
atribuye cualidades dignas de alabanza que realmente no tiene, o que tiene en
menor grado del que alardea" (Aristóteles,
Etica a Nicómaco 1127a 21), y, en la Retórica (1384a 6), dice que "es
síntoma de alazoneia afirmar que
son propias las cosas ajenas".
Platón usa la palabra alazon para describir los "deseos
falsos y jactanciosos" que pueden caber en el alma de un joven y que
arrojan fuera "las actividades hermosas y los pensamientos verdaderos que
son los mejores celadores de las mentes de los hombres amados de los
dioses" (Platón, República
560c).
En el Gorgias
(525a), Platón nos da la imagen de las almas de los hombres
siendo juzgadas en el más allá, almas "en las que cada acción había dejado
su huella, en las que todo es sinrazón debido a la falsedad, la impostura y la alazoneia, y en las que nada es recto
a causa de una naturaleza que no conocía la verdad".
Jenofonte dice cómo el rey persa, Ciro, buen
conocedor de los hombres, definía al alazon:
"El nombre alazon parece
aplicarse a los que presumen de ser más ricos de lo que son y a los que
prometen lo que no pueden hacer, o bien cuando es evidente que lo hacen por
obtener algún tipo de beneficio" (Jenofonte, Ciripedia 2.2.12).
En la Memorabilia,
Jenofonte aborda el mismo tema diciéndonos cómo Sócrates condenó totalmente a
tales impostores. Sócrates afirmaba que se les podía encontrar en todas las
clases sociales y en todas las actividades de la vida, pero que eran los peores
en política. "El bribón más grande es el hombre que ha conseguido engañar
a su ciudad haciéndole creer que es apto para dirigirla" (Jenofonte, Memorabilia 1.7.5).
Teofrasto, en su
Caracteres, tiene la famosa descripción del alazon. "Alazoneia -empieza-
parece ser, en efecto, el atribuirnos algo que no poseemos". El alazon es el hombre que frecuenta los
mercados y habla con los forasteros acerca de flotas de barcos, que no tiene, y
de grandes negocios, cuando su saldo en el banco es precisamente irrisorio.
Mencionará las campañas en las que ha tomado parte al mando de Alejandro el
Grande, su gran amigo. Blasonará de las cartas que los grandes gobernantes le
escriben solicitando su ayuda y consejo. Alardeará de la casa en la que vive
como siendo una gran mansión, cuando de hecho vive en una posada, y que está
pensando en venderla porque no es lo suficientemente cómoda para los festines
que organiza (Teofrasto, Caracteres
23).
El alazon
era el jactancioso fanfarrón que se empeñaba en impresionar a los demás.
Pertenece a esa clase de hombres en los que todo es fachada y escaparate. Es el
individuo dado a extravagantes pretensiones que nunca puede colmar. Pero
todavía tenemos que ver al alazon
en su versión más perjudicial y peligrosa, es decir, al sofista.
Los sofistas -de los cuales también había en
tiempos del Nuevo Testamento- eran maestros griegos errantes que pretendían
vender el conocimiento clave para triunfar en la vida. Los griegos amaban las
palabras, y los sofistas enseñaban a manejarlas con una destreza tal, que
"podían hacer que el peor razonamiento pareciera el mejor".
Aseguraban ser capaces de revelar a los hombres ese contenido mágico de las
palabras que convierte al orador en maestro.
Aristófanes los empicota en Las Nubes. Dice que todo el objeto de
sus lecciones era enseñar a los hombres a fascinar al jurado, a conseguir
impunidad para engañar y a encontrar un argumento para justificar cualquier
cosa. Isócrates, el gran maestro griego, los odiaba. Afirmaba que
"únicamente tratan de conseguir alumnos exigiendo pequeños honorarios y
haciendo grandes promesas". Añadía que hacen "ofrecimientos
imposibles, prometiendo impartir a sus alumnos una cierta ciencia exacta de la
conducta por medio de la cual sepan siempre qué hacer. Sin embargo, ellos
cobraban por esa ciencia de cincuenta a sesenta dólares. .. Tratan de atraer
discípulos mediante los engañosos títulos de las materias que dicen enseñar,
tales como Justicia y Prudencia, pero la justicia y la prudencia que enseñan
son de un tipo muy peculiar, y les dan un significado a las palabras
completamente diferente del que ordinariamente las gentes les dan. De hecho, no
están seguros de los significados genuinos, pero disputan sobre ellos. Aunque
profesan enseñar justicia, no se fían de sus alumnos y les hacen pagar una
tercera parte de sus honorarios antes de que el curso empiece" (Isócrates, Sofista 10. 193a, 4. 291d).
Platón arremete furiosamente contra ellos en su
libro El Sofista: "Cazadores
de jóvenes ricos y de buena posición, con un simulacro de educación como cebo y
el afán de lucro como objeto, ganan dinero mediante el uso sistemático de hábiles
subterfugios en la conversación privada, aunque sean conscientes de la falsedad
de lo que enseñan".
El NT advierte al cristiano sobre estos hombres y
otros similares. El aviso es contra el falso maestro que pretende enseñar la
verdad a los demás sin conocerla él mismo. El mundo está todavía lleno de
individuos como éstos, que ofrecen a los hombres la mal llamada sabiduría, que
anuncian a gritos sus mercancías doquiera las gentes se reúnan y que, en suma,
pretenden disponer del remedio para todo. ¿Cómo podremos distinguir a los tales
individuos?
(I) Su característica es orgullosa altivez. En el Testamento de José (17.8), José dice
cómo trató a sus hermanos: "Mi tierra era su tierra, y su consejo mi
consejo. Y no me exalté entre ellos con arrogancia
(alazoneia) a causa de mi gloria mundanal, sino que era entre ellos como
uno de los más humildes". El alazon
es el maestro que se pavonea en lo que enseña y que ha sido deslumbrado por su
propia inteligencia.
(II) Lo único que tienen son palabras. El sofista se escudaba en
Epicteto, cuando los jóvenes fueron a él buscando quien los ilustrara.
"¿Enseñarles a vivir?" -dice Epicteto. Y, después, él mismo contesta
su propia pregunta: "No, tonto; no cómo vivir, sino cómo hablar, que es
también la razón por la que se te admira" (Epicteto, Discursos 3.23). El alazon procura sustituir acciones
excelentes por palabras inteligentes.
(III) Su móvil es el lucro. Al alazon sólo le interesa cuánto va a
ganar, ora prestigio para su reputación, ora dinero para su bolsillo. El
programa que predican está destinado a llevar adelante su promoción personal
... a costa de los demás.
El alazon
no ha muerto todavía. Aún hay maestros que ofrecen sabiduría mundanal en vez de
celestial; que hilan bellas palabras sin que terminen jamás en una acción
amable; que su enseñanza está animada por la autopromoción y que su único deseo
es el lucro y el poder.
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