viernes, 27 de enero de 2017

LAS PALABRAS DE LA JACTANCIA


ALAZON Y ALAZONEIA

La palabra  alazon se encuentra dos veces en el NT: Rom. 1:30 y 2 Ti. 3:2. La Versión Reina-Valera la traduce en Rom. 1:30 como  altivo y en 2 Ti. 3:2 como  vanagloriosos.
La palabra  alazoneia se encuentra también dos veces en el NT: Stg. 4:16 y 1 Jn. 2:16. En el pasaje de Santiago, la Versión Reina Valera traduce  soberbias. En el pasaje de 1 Jn. traduce  la vanagloria de la vida.
Estas palabras tienen tras ellas un interesantísimo historial que les hace ser muy vívidas y significativas. Los griegos las derivaban de  ale, que significa  vagabundo, y un  alazon era uno de esos charlatanes que pueden encontrarse en los mercados y ferias ofreciendo a voz en grito sus mercancías e infalibles curalotodo a los hombres.
Plutarco, por ejemplo, usa  alazon para describir al matasanos (Plutarco,  Moralia 523). Era la palabra que se aplicaba a estos charlatanes y buhoneros que recorrían el país y, doquiera se reunieran las gentes, levantaban sus tenderetes para vender sus píldoras y pociones y para jactarse de que podían curar cualquier clase de dolencia.
Así, en griego, la palabra vino a significar  pretencioso fanfarrón. En las Definiciones Platónicas se dice que  alazoneia es "atribuirse bienes que no se poseen".
Aristóteles define al  alazon como el hombre que "se atribuye cualidades dignas de alabanza que realmente no tiene, o que tiene en menor grado del que alardea" (Aristóteles,  Etica a Nicómaco 1127a 21), y, en la  Retórica (1384a 6), dice que "es síntoma de  alazoneia afirmar que son propias las cosas ajenas".
Platón usa la palabra  alazon para describir los "deseos falsos y jactanciosos" que pueden caber en el alma de un joven y que arrojan fuera "las actividades hermosas y los pensamientos verdaderos que son los mejores celadores de las mentes de los hombres amados de los dioses" (Platón,  República 560c).
En el Gorgias  (525a), Platón nos da la imagen de las almas de los hombres siendo juzgadas en el más allá, almas "en las que cada acción había dejado su huella, en las que todo es sinrazón debido a la falsedad, la  impostura y la  alazoneia, y en las que nada es recto a causa de una naturaleza que no conocía la verdad".
Jenofonte dice cómo el rey persa, Ciro, buen conocedor de los hombres, definía al  alazon: "El nombre  alazon parece aplicarse a los que presumen de ser más ricos de lo que son y a los que prometen lo que no pueden hacer, o bien cuando es evidente que lo hacen por obtener algún tipo de beneficio" (Jenofonte,  Ciripedia 2.2.12).
En la  Memorabilia, Jenofonte aborda el mismo tema diciéndonos cómo Sócrates condenó totalmente a tales impostores. Sócrates afirmaba que se les podía encontrar en todas las clases sociales y en todas las actividades de la vida, pero que eran los peores en política. "El bribón más grande es el hombre que ha conseguido engañar a su ciudad haciéndole creer que es apto para dirigirla" (Jenofonte,  Memorabilia 1.7.5).
Teofrasto, en su  Caracteres, tiene la famosa descripción del  alazon. "Alazoneia -empieza- parece ser, en efecto, el atribuirnos algo que no poseemos". El  alazon es el hombre que frecuenta los mercados y habla con los forasteros acerca de flotas de barcos, que no tiene, y de grandes negocios, cuando su saldo en el banco es precisamente irrisorio. Mencionará las campañas en las que ha tomado parte al mando de Alejandro el Grande, su gran amigo. Blasonará de las cartas que los grandes gobernantes le escriben solicitando su ayuda y consejo. Alardeará de la casa en la que vive como siendo una gran mansión, cuando de hecho vive en una posada, y que está pensando en venderla porque no es lo suficientemente cómoda para los festines que organiza (Teofrasto,  Caracteres 23).
El  alazon era el jactancioso fanfarrón que se empeñaba en impresionar a los demás. Pertenece a esa clase de hombres en los que todo es fachada y escaparate. Es el individuo dado a extravagantes pretensiones que nunca puede colmar. Pero todavía tenemos que ver al  alazon en su versión más perjudicial y peligrosa, es decir, al sofista.
Los sofistas -de los cuales también había en tiempos del Nuevo Testamento- eran maestros griegos errantes que pretendían vender el conocimiento clave para triunfar en la vida. Los griegos amaban las palabras, y los sofistas enseñaban a manejarlas con una destreza tal, que "podían hacer que el peor razonamiento pareciera el mejor". Aseguraban ser capaces de revelar a los hombres ese contenido mágico de las palabras que convierte al orador en maestro.
Aristófanes los empicota en  Las Nubes. Dice que todo el objeto de sus lecciones era enseñar a los hombres a fascinar al jurado, a conseguir impunidad para engañar y a encontrar un argumento para justificar cualquier cosa. Isócrates, el gran maestro griego, los odiaba. Afirmaba que "únicamente tratan de conseguir alumnos exigiendo pequeños honorarios y haciendo grandes promesas". Añadía que hacen "ofrecimientos imposibles, prometiendo impartir a sus alumnos una cierta ciencia exacta de la conducta por medio de la cual sepan siempre qué hacer. Sin embargo, ellos cobraban por esa ciencia de cincuenta a sesenta dólares. .. Tratan de atraer discípulos mediante los engañosos títulos de las materias que dicen enseñar, tales como Justicia y Prudencia, pero la justicia y la prudencia que enseñan son de un tipo muy peculiar, y les dan un significado a las palabras completamente diferente del que ordinariamente las gentes les dan. De hecho, no están seguros de los significados genuinos, pero disputan sobre ellos. Aunque profesan enseñar justicia, no se fían de sus alumnos y les hacen pagar una tercera parte de sus honorarios antes de que el curso empiece" (Isócrates,  Sofista 10. 193a, 4. 291d).
Platón arremete furiosamente contra ellos en su libro  El Sofista: "Cazadores de jóvenes ricos y de buena posición, con un simulacro de educación como cebo y el afán de lucro como objeto, ganan dinero mediante el uso sistemático de hábiles subterfugios en la conversación privada, aunque sean conscientes de la falsedad de lo que enseñan".
El NT advierte al cristiano sobre estos hombres y otros similares. El aviso es contra el falso maestro que pretende enseñar la verdad a los demás sin conocerla él mismo. El mundo está todavía lleno de individuos como éstos, que ofrecen a los hombres la mal llamada sabiduría, que anuncian a gritos sus mercancías doquiera las gentes se reúnan y que, en suma, pretenden disponer del remedio para todo. ¿Cómo podremos distinguir a los tales individuos?
(I) Su característica es  orgullosa altivez. En el  Testamento de José (17.8), José dice cómo trató a sus hermanos: "Mi tierra era su tierra, y su consejo mi consejo. Y no me exalté entre ellos con  arrogancia (alazoneia) a causa de mi gloria mundanal, sino que era entre ellos como uno de los más humildes". El  alazon es el maestro que se pavonea en lo que enseña y que ha sido deslumbrado por su propia inteligencia.
(II) Lo único que tienen son  palabras. El sofista se escudaba en Epicteto, cuando los jóvenes fueron a él buscando quien los ilustrara. "¿Enseñarles a vivir?" -dice Epicteto. Y, después, él mismo contesta su propia pregunta: "No, tonto; no cómo vivir, sino cómo hablar, que es también la razón por la que se te admira" (Epicteto,  Discursos 3.23). El  alazon procura sustituir acciones excelentes por palabras inteligentes.
(III) Su móvil es el  lucro. Al  alazon sólo le interesa cuánto va a ganar, ora prestigio para su reputación, ora dinero para su bolsillo. El programa que predican está destinado a llevar adelante su promoción personal ... a costa de los demás.
El  alazon no ha muerto todavía. Aún hay maestros que ofrecen sabiduría mundanal en vez de celestial; que hilan bellas palabras sin que terminen jamás en una acción amable; que su enseñanza está animada por la autopromoción y que su único deseo es el lucro y el poder.



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