viernes, 8 de julio de 2016

ORIENTACIONES PRACTICAS PARA VISITAR ENFERMOS


KATIE MAXWELL
TRADUCCIÓN
NELDA B. DE GAYDOU
DEDICATORIA
A Melba Basham Gibbons
mi madre,
cuyo ejemplo me enseñó a tener compasión
por aquellos que están enfermos.

CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES
ÍNDICE
Prólogo
Prefacio
1. Los mandamientos de la visitación
2. La visitación en el hospital
3. La visitación a enfermos crónicos confinados en su hogar
4. La visitación en el hogar de ancianos
5. La visitación a los niños
6. La visitación a los enfermos al borde de la muerte
7. Apoyo para el cuidador principal
8. El papel de la iglesia en el ministerio de la visitación
Apéndice: Recursos bíblicos sugeridos

PRÓLOGO
Durante la última década se ha producido un sinnúmero de materiales con
ayudas pastorales para visitadores, tanto laicos como ministros. Muchas de la
sugerencias han enfocado las declaraciones teológicas de los autores en cuanto
al ministerio, algunas han consistido en formatos para la implementación de
programas de cuidado pastoral y otras en ayudas prácticas para moldear el
ministerio pastoral como una función cotidiana de la congregación. El libro de
Katie Maxwell pertenece a la tercera categoría. Su obra está repleta de
indicaciones prácticas para el cuidado pastoral en una variedad de ambientes:
hospitales, hogares de enfermos crónicos y otras instituciones. Se ocupa de un
tema que pocos han tocado: el cuidado pastoral a los niños. Pero también
enfoca la visitación a los pacientes moribundos y la atención que necesita la
persona que cuida al enfermo. Su libro empieza con los mandamientos de la
visitación y termina con reflexiones acerca del papel de la iglesia en la visitación
pastoral.
Para que el lector no lea Orientaciones prácticas para visitar enfermos sólo
como una guía más entre tantas, permítaseme recomendarlo para un estudio
más a fondo. Es un libro acerca de la prática del ministerio pastoral. La autora
demuestra haber captado vívidamente la angustia de la hospitalización y las
respuestas pastorales básicas a las preocupaciones de los pacientes. Se le
recuerdan al lector las características sencillas pero básicas de la visitación
pastoral: las personas necesitan saber que hay quienes se preocupan por ellas;
la visitación requiere práctica y paciencia; la visita es ocasión de cuidado
compasivo antes que una oportunidad para impartir un mayor conocimiento
teológico o para el cumplimiento de una labor “misionera”.
La sección de los mandamientos ofrece un formato novedoso para presentar
los pasos prácticos a recordar durante la visitación: estar preparado, aprender
cómo hacer una visita, ser cándido, sensible y, cosa importante, “estar quieto”,
o sea, aprender a escuchar. Se le recuerda al lector que debe visitar por el bien
del enfermo antes que por sus propias necesidades. La introducción a la
sección que discute la visitación a las personas que están hospitalizadas, va
acompañada de listas de indicaciones prácticas que todo visitador pastoral
puede fácilmente dar por sentado. Esta sección será de especial valor para
visitadores principiantes. Termina recordando que los pacientes tienden a ser
olvidados cuando salen del hospital, aunque en realidad todavía necesitan
apoyo y atención. Las secciones subsiguientes, acerca de la visitación a los
enfermos crónicos tanto en sus hogares como internados, siguen el formato de
los primeros capítulos y están igualmente repletas de sugerencias prácticas para
moldear el ministerio de la visitación a los enfermos.
El capítulo sobre el cuidado pastoral a los niños será de particular relevancia
tanto para visitadores laicos como clericales. Al hablar con grupos de pastores
a lo largo de los Estados Unidos, me he dado cuenta, con dolor, que pocos se
sienten preparados para ministrar a los niños. Confiesan que les falta
entrenamiento y que con frecuencia se sienten incómodos, y esto los inhibe al
tratar de iniciar conversaciones pastorales. Esto significa que los niños son
olvidados, muchas veces pasados por alto, por los visitadores pastorales. El
capítulo identifica de manera simple y franca las diferencias en las etapas de
desarrollo y las medidas pastorales apropiadas para cada una. El fuerte de la
sección consiste, nuevamente, en una guía práctica que indica las cosas que
deben y no deben hacerse. Se nos recuerda que los adultos tenemos mucho
que aprender de los niños, sin tan sólo les permitimos que nos enseñen.
El capítulo sobre el ministerio al ser humano ante el umbral de la muerte
comienza, apropiadamente, con una reseña de las etapas del duelo como base
para la comprensión de las necesidades de las personas agonizantes. A mí me
ayuda evitar el término etapa y reemplazarlo por “tareas” del duelo, poniendo
en claro el “arduo trabajo” que el moribundo y sus seres queridos deben
cumplir ante la inminencia de la separación causada por la muerte. El
delineamiento que hace la autora del ministerio al que sufre es apto, y
comprende simples y conmovedoras sugerencias si el visitador está con el
paciente cuando fallece.
Los que asisten al enfermo se dividen en dos categorías: el cuidador principal, o
sea, el familiar responsable por el cuidado diario y el cuidador suplente, aquel
visitador pastoral que representa el ministerio de la congregación. Las
necesidades de aquél se delinean en la corta sección titulada “Apoyo para el
cuidador principal”. Este tema se discute en un último capítulo, en el cual la
autora coloca el ministerio pastoral laico, la preparación de los cuidadores
laicos y el papel auxiliar de la supervisión como función fundamental de la vida
congregacional. Los cuidadores pastorales son hermanos llamados por la
congregación para auxiliar a los miembros a través de su solícito apoyo y su
ministerio mutuo.
Orientaciones prácticas para visitar enfermos es una guía práctica para el
cuidado pastoral congregacional. Es una guía sencilla que beneficiará al
cuidador principiante y que también será de provecho para cuidadores con más
experiencia. Pero es más. Es un libro devocional porque se invita al lector a
hacer una pausa para meditar sobre el lugar de la oración tanto en la vida de la
persona visitada como del visitador. Es un libro para reflexionar y tenerlo a
mano, ya sea sobre la mesita al lado de la cama o en el estante junto a la silla
favorita, para leer una o dos páginas a la vez, hasta que sus lecciones sean
parte de su manera de pensar acerca de este servicio cristiano.
Ronald H. Sunderland

PREFACIO
Uno de los ministerios más satisfactorios en que he participado comenzó en el
Hospital American River, en Carmichael, California. Me convertí en visitadora
pastoral bajo la supervisión de la capellana Christine Powell-Millar.
Dicho sencillamente, visito gente hospitalizada. No pasó mucho tiempo antes de
que me diera cuenta de la importancia del papel que desempeñan las visitas en
la vida del paciente, y cómo esta oportunidad ha sido un don para mí.
Desafortunadamente mucha gente no se siente cómoda con los enfermos. En
consecuencia, tienden a aislarse de ellos en un momento crítico, cuando más
necesitan su apoyo y amistad.
Orientaciones prácticas para visitar enfermos es un libro lleno de
información práctica para facilitar la comprensión del proceso de la visitación.
Ofrece el sentido de confianza que se necesita para superar nuestro nivel de
comodidad actual a fin de poder ayudar a los que necesitan de nuestra
presencia.
La información, las ideas y las ayudas provienen de capellanes, enfermeras,
visitadores laicos y, sobre todo, de los pacientes mismos. Todos han aportado
ideas para que la visitación sea de más ayuda.
Para tener un sentido de confianza en el ministerio de la visitación hay que
comenzar con la oración, luego informarse y actuar por fe. Orientaciones
prácticas para visitar enfermos brinda el conocimiento necesario para triunfar
en esta apasionante y satisfaciente labor.
Agradezco de corazón a todas aquellas personas que observaron y nutrieron el
desarrollo de este libro. Agradezco el tiempo y la sinceridad de las enfermeras
y de los pacientes que contribuyeron con tan buena disposición. Un
agradecimiento especial para los capellanes Ron Mulles, Patrick Thornton,
Lowell Graves, Timothy Little y Christine Powell-Millar, cuyo estímulo y
conocimiento convirtieron el proyecto en realidad. Peggy Gulshen merece un
agradecimiento especial por haber compartido su amplio conocimiento del
trabajo con los niños. También estoy agradecida al pastor Steve Smith y a mi
querido amigo Jerry Mountjoy por sus dotes editoriales. Agradezco a los
pastores Ken Working y Cliff Graves por sus contribuciones.
Sin el apoyo de un esposo amante y de hijos tolerantes, la idea todavía estaría
sólo en mi cabeza. Gracias Michael, Holly, Justin y Noah por dejarme escribir
este libro.

1. LOS MANDAMIENTOS DE LA VISITACIÓN
Estuve...enfermo, y me visitasteis...De cierto os digo que en cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo
hicisteis (Mateo 25:36, 40).
La enfermedad es una crisis física, emocional y espiritual. Afecta no sólo a la
persona enferma o herida sino también a todas aquellas relacionadas con el
paciente. Durante los momentos de crisis, la gente puede crecer a raíz de la
experiencia o sufrir como resultado de ella. Nuestra respuesta al paciente que
está sufriendo durante este momento de crisis puede determinar la dirección de
la reacción.
Podemos caminar a su lado, no tratando de quitar su dolor sino más bien
tratando de confortar. Alden Sproull, víctima de cáncer, dijo: “Aquellos que
ministran se convierten en coperegrinos de las experiencias más íntimas y
desafiantes de la vida.” Cuando uno visita a los enfermos, está comunicando su
solicitud haciéndoles ver que no están solos.
Necesitamos saber que otros se preocupan por nosotros. El hecho de
acompañar a un amigo o a un ser querido en este peregrinaje a veces
atemorizante, implica mucho más que una conversación superficial o una sesión
para levantar el ánimo. Exige el compromiso mucho más profundo de
relacionarnos con sus ansiedades, temores y esperanzas.
La visitación requiere práctica y paciencia. Es cierto que algunas personas
parecen tener una habilidad innata para ayudar a los demás, pero nuestras
habilidades, por pocas que sean, pueden aumentar por medio de la percepción,
la educación y la participación. Todos podemos desarrollar nuestras
habilidades en esta área para ayudar a los que sufren.
El momento de la visita al enfermo no debe usarse para el proselitismo, y el
visitador, como confortador, no debe convertir la habitación del paciente en un
campo misionero. La habilidad de distinguir entre lo espiritual y lo religioso es
esencial para confortar eficazmente al enfermo.
Como visitador, la preocupación es por el bienestar espiritual del paciente. Esto
tiene que ver con las experiencias íntimas y personales de la vida. La meta es
entrar al mundo del paciente y responder con sentimiento. Permitir que las
personas expresen sus temores acerca de su enfermedad y caminar con ellas
mientras cuestionan el propósito de Dios es un viaje espiritual.
La religión, por otra parte, se fija más en la expresión externa de esas creencias
espirituales, Ministrar a un paciente es una función religiosa, pero aunque la
doctrina y el dogma pueden ser importantes para el paciente y pueden tener su
lugar en la visitación, no deben recibir el mayor énfasis. El interés principal del
visitador cristiano debe ser identificar las preocupaciones espirituales íntimas.
¿CÓMO LOGRARLO?

Prepárese. Antes de la visita, tome un momento para poner en orden sus
pensamientos. Puede ser camino al hospital o en la capilla. Use esos momentos
para excluir todo lo demás. Concéntrese en el propósito de su visita. Ore. Pida
que su presencia le muestre al paciente que siente solicitud por él, y que Dios
también la siente.
Esté presente. Esto no significa sólo estar en la misma habitación. Concéntrese
en el paciente ciento por ciento. Mientras está con él, él debe ser su interés
principal —no para siempre, pero sí en ese momento. A lo mejor tendrá que
hacer un esfuerzo para lograrlo. No piense en lo que va a hacer cuando se vaya
o en lo que hizo antes de llegar. Esté presente con su concentración y atención
absolutas.
Sea receptivo. Acepte a la gente como la encuentra, cualquiera sea su estado
de ánimo. Escuche lo que tiene para decir sin juzgarla. Pueden surgir un
sinnúmero de sentimientos en el momento de su visita: enojo, frustración, temor,
desesperanza. Al no juzgarla con sus palabras ni sus gestos, se le hace saber
que puede confiar en uno sin temor. El instante en que uno comienza a criticar o
a invalidar estos sentimientos reales es el instante que invita el rechazo y las
respuestas falsas.
Esté tranquilo. Escuche; no busque respuestas. La mayoría de las personas no
espera que uno solucione nada. Están buscando sus propias soluciones y
respuestas. Sólo necesitan a alguien en quien puedan confiar para compartir
mientras buscan alguna solución. Dada la oportunidad, encontrarán sus propias
respuestas.
Sea sensible a sus necesidades y condición. Lea entre líneas lo que la persona
está diciendo. Trate de captar el tema subyacente de sus expresiones. Un
ejemplo podría ser que el paciente dijera: “Es que no quiero ser una carga para
nadie.” Su respuesta podría ser: “¿Tiene miedo de que su enfermedad no le
permita hacer todas las cosas que hacía antes?” Al hacer preguntas abiertas
como ésta, se le permite al enfermo explayarse sobre el tema y compartir sus
temores y esperanzas.
(Un paciente con el cual trabajé siempre me decía que no me
necesitaba por el momento, pero a lo mejor más tarde sí. Después de
la tercera vez que terminó la visita con esta frase le pregunté qué tendría
que pasar para que me necesitara. Me contestó que tendría que
enterarse de que se estaba muriendo o algo así. Eso me dio la
oportunidad para preguntarle si pensaba que eso podría llegar a
suceder. De repente, nuestro intercambio superficial de cortesías se
transformó en una conversación sobre su temor a la muerte.)
Sea humano. Admita que no tiene todas las respuestas. Diga: “Yo tampoco
entiendo por qué le está sucediendo esto.” Comparta el hecho que de vez en
cuando usted también tiene temores y dudas. Identifíquese cuanto pueda con
los sentimientos del enfermo. Lo cual no significa decir: “Sé exactamente lo que
estás sintiendo.” Porque todos somos personas distintas con pasados distintos,
es imposible que cualquiera de nosotros sepa exactamente lo que otro siente.
Pero es valedero decir: “Yo también alguna vez me he sentido abandonado por
Dios.”
Apoye. Como visita, su objetivo es dejar al paciente mejor de lo que lo
encontró. Procure dejarlo bien. Una de las mejores maneras en que podemos
ayudar a los enfermos es dándoles ánimo.
Guarde silencio. No hace falta llenar todos los silencios con palabrerío. En
algunos casos, ni siquiera hace falta conversar. Con frecuencia, cuando se
guarda silencio, el paciente comienza a hablar acerca de lo que realmente está
ocurriendo dentro suyo. Aprenda a sentirse cómodo con estos momentos
especiales de silencio. Tomar la mano de la persona puede comunicar mucho
más que cualquier palabra que se exprese. Las excepciones a la regla del
silencio son los niños o las personas mayores que sienten intensa ansiedad. Para
ellos el silencio puede resultar amenazante. Pero en general, permita que el
silencio sea su amigo: lo que vale es su presencia.
Simpatice. El mensaje que quiere comunicar es: “Estoy aquí para acompañarle
a dondequiera que vaya.” Hágase una imagen mental de estar caminando junto
al paciente con una mano extendida para ayudarle si tropieza. Sienta con él.
Identifíquese con él poniéndose en su lugar. Sin embargo, manténgase objetivo
para poder sostenerlo.
Sea compasivo. Comunique su solicitud no sólo por lo que dice sino también
por medio de sus gestos al estar dispuesto a acercarse y tocar al enfermo.
Haga contacto visual. Incline su oído hacia el paciente. No arquee las cejas ni
frunza el ceño cuando está en desacuerdo con algo de lo dicho. Es importante
comunicar ternura y tolerancia.
Sea auténtico. El enfermo tiene suficientes problemas sin tener que tratar de
entenderlo a uno. Evite la tensión de ser un extraño. Adáptese a la situación.
Por ejemplo, hay momentos en los cuales se aprecia el humor. Si tiene un buen
sentido del humor, compártalo en el momento apropiado.
Sea altruista. Ocúpese de las necesidades del paciente, no de las suyas. Es
posible que el paciente no quiera lo que uno lo ofrece en un momento dado.
Muchas buenas intenciones se descarrían porque la visita quiere hacer algo.
Muy a menudo, el paciente sólo necesita que uno esté presente, en vez de que
haga algo.
Averigüe lo que necesita el paciente y reaccione en base a ello. Con demasiada
frecuencia son las visitas las que necesitan aliviar su conciencia. Buscan el
perdón del paciente por descuidos y omisiones pasadas. Una paciente me
contó que nunca ve a su hijo (que vive a menos de dos kilómetros de ella) hasta
que está internada. Entonces viene y se queda con ella todo el día, impidiendo
que tome el descanso que tanto necesita.
Sea positivo. Hay suficientes experiencias negativas alrededor del paciente.
Necesita que sus visitas tengan una actitud positiva. Borre las palabras
negativas de su vocabulario. Deje de pensar que un diagnóstico de cáncer es
una sentencia de muerte o que una apoplejía significa que el paciente jamás
podrá volver a valerse por sí mismo.
Esté dispuesto a involucrarse. Arriésguese. Dé algo de usted a cada persona
que visita.
Respete las creencias de los pacientes. Esto no significa que debe ignorar o
darle poca importancia a las suyas propias. Significa que no tratará de forzarlas
en los que no concuerdan. Si la persona en cuestión es amiga, habrá otra
oportunidad para compartir sus creencias y sus opiniones; este no es el
momento oportuno. Si la persona en cuestión sólo tiene una relación casual con
uno, hay que confiar en que otro tendrá las palabras y la sabiduría para
compartir la verdad en el momento oportuno.
Tenga cuidado de usar las Escrituras en forma apropiada. No use la
lectura de las Escrituras como oportunidad para emitir juicio. En vez de
comunicar condenación, los versículos que comparta deben estar llenos de
esperanza y aliento. (Vea en el Apéndice algunas sugerencias.) Muchos de los
pacientes no tendrán la energía necesaria para asimilar lecturas largas, así que
conviene elegir algunos pasajes cortos. Pregúntele al paciente si quiere que se le
lea de las Escrituras antes de hacerlo. A lo mejor no es un buen momento para
el enfermo.
Esté preparado para orar cuando se le da permiso para hacerlo. No use
este momento para dar un minisermón. Es tentador pedirle al Señor las cosas
que nosotros queremos para el paciente, a fin de que éste lo escuche. Repase
todo lo que se ha hablado. Pregunte si hay cosas específicas acerca de las
cuales el enfermo desea que se ore. Un paciente quería vivir el tiempo
necesario para poner en orden sus asuntos personales. Otro quería una muerte
tranquila. Estas son peticiones específicas que se pueden presentar a Dios por y
con el paciente.
Ore pidiendo valor para sobrellevar la situación, entendimiento y aceptación del
plan de Dios. Ore pidiendo fortaleza para la familia y demás seres queridos del
paciente. Pida que el equipo médico tenga el conocimiento y la compasión para
hacer la mejor tarea posible. Ore pidiendo paz, tranquilidad y sanidad para los
sentimientos, el espíritu y el cuerpo. Dé gracias a Dios.

EL EJEMPLO DE JESÚS
El encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo, en el cuarto capítulo
de Juan, nos da la fórmula perfecta para relacionarnos con cualquier persona,
enferma o sana. En primer lugar, motivado por su amor por toda la humanidad,
Jesús va a Samaria donde le habla a una mujer que está sacando agua del pozo
La acepta donde está y tal como es. No la rechaza por ser una samaritana
“despreciable”. Después, gana su confianza por medio de la conversación y el
lenguaje corporal no amenazante. Escucha lo que ella tiene que decir. No
permite que el pasado de la mujer interfiera con su compasión. Le ofrece
aliento compartiendo con ella la verdad acerca de quién es él. La respuesta es
cosa de ella: puede aceptar o rechazar la oferta.
Este patrón se repite en el trato de Jesús con gente de todas las esferas de la
vida. Merece ser imitado: ir, aceptar, ganar la confianza, escuchar, ofrecer
aliento, demostrar respeto y dejar la reacción en manos del paciente.
Como contraste, lea la historia de Job para enterarse de cómo no tratar a la
gente. Cuando tres de los amigos de Job se enteraron de su tragedia, la Biblia
dice que “convinieron juntos en ir a él para expresarle su condolencia y para
consolarle” (Job 2:11).

Le demostraron su tristeza y se sentaron con él en silencio por siete días, sin
decir una palabra. Hasta ahí iban bien, pero después Job empieza a lamentarse
por haber nacido y uno de sus amigos reacciona. Acusa a Job de haber pecado
y le aconseja que lo confiese y pida que Dios lo perdone para ser librado.
El segundo amigo le pregunta: “Hasta cuándo hablarás tales cosas, y las
palabras de tu boca serán viento impetuoso?” (<180802>Job 8:2). Le dice a Job que
si fuera tan puro e inocente no le estarían sucediendo estas cosas.
A medida que Job se va sintiendo más frustrado y desalentado, el tercer amigo
va acelerando su condenación. Como los demás. Sigue acosando a Job y
acusándole de todo tipo de orgullo falso. Job ruega a sus amigos que se callen,
pero siguen echándole en cara sus culpas. Job termina diciéndoles:
“consoladores gravosos sois todos vosotros” (<181602>Job 16:2).
Al repasar los mandamientos de la visitación, es fácil ver cómo los amigos de
Job podrían haber sido de más ayuda. No es difícil encontrarnos imitando
inconscientemente algunas de esas actitudes. Percibir lo que sí ayuda y lo que
no ayuda puede guardar al visitador de caer en este tipo de críticas.

UNA ORACIÓN PARA EL VISITADOR
Misericordioso Señor,
Ante cuyos ojos y dentro de cuyo amor se desenvuelve la historia de
nuestra vida:
Dame gracia para interrumpir mi ritmo acelerado para llevar tu
amor y tu gracia a un enfermo hoy.
Hazme escuchar sin juzgar, querer sin poner condiciones, orar sin
cesar;
Dime qué decir.
Vé delante mío camina a mi lado, vive dentro de mí.
Estoy listo, Señor, guíame en mi camino
Amén ¾ Doctor KENNETH C. WORKING

2. LA VISITACIÓN EN EL HOSPITAL
Las visitas de familiares y amigos son parte importante de nuestra
recuperación, una medicina mágica que nos levanta el ánimo
aunque la cabeza yazca pesadamente sobre la almohada

(NORMA R. LARSON).
El hospital puede ser un lugar atemorizante. Es como ir a otro país donde el
idioma es diferente y los objetos y los olores son extraños.
Imagínese ser una persona segura de usted misma que va al médico por unos
síntomas menores persistentes. Después de examinarlo el médico lo manda a
hacerse unos análisis. Luego de sacarle sangre y hacerle radiografías, el técnico
le dice que vuelva a casa y espere a que el médico lo llame para darle los
resultados.
Empieza el juego de la espera. Dos días después la enfermera le llama para
decirle que su médico quiere que se haga más análisis. Empieza a sentir un
poco de ansiedad y le pregunta si hay algún problema. La enfermera le da una
respuesta evasiva y le dice adónde debe ir y qué análisis se debe hacer.
Continúa el juego de la espera. Al día siguiente de hacerse estos análisis llama
la enfermera para decirle que el médico quiere verlo en su consultorio.
Usted se sienta nerviosamente y espera que lo llamen. Por fin, después de lo
que parece una eternidad, lo acompañan al consultorio del médico. “Parece
haber un pequeño bulto en su pulmón. Me gustaría operarlo para ver si
podemos sacarlo. ¿Cuándo puede internarse?”
Surgen mil preguntas, pero está demasiado aturdido por la noticia como para
hacerlas. La semana de espera ha sido emocionalmente tediosa. Murmura que
el jueves está bien.
Hay que seguir esperando. La noche del miércoles antes de internarse, tiene
pesadillas. Se despierta con frecuencia y mira el reloj. Llega el jueves por la
mañana.
En cuanto llega al hospital siente que su intimidad es violentada cuando la
recepcionista empieza a hacerle preguntas personales acerca de su edad, su
estado civil, cuántos hijos tiene, su religión, dónde trabaja, su compañía de
seguro médico, finanzas, el pariente más cercano y un sinfín de cosas más.
Después lo llevan a un cuarto donde le guardan la ropa en un pequeño ropero y
le dan un camisón sin gracia y poco discreto. Hay gente, casi toda
desconocida, que va y viene a voluntad, la de ella, no la de usted. Su cuerpo se
ve invadido por agujas y tubos. Pocas horas antes de la cirugía el médico
decide que hace falta un análisis más. Espera el análisis. Espera el resultado.
Rara vez se cumplen las cosas en el horario previsto.
Mientras tanto, comparte la habitación con uno o más desconocidos que
pueden estar gimiendo de dolor. Esto agrega toda una nueva dimensión a la
experiencia. A lo mejor quieren hablar cuando usted tiene ganas de descansar.
Pueden mirar televisión toda la noche o poner la radio demasiado fuerte.
Pueden ensuciar la cama con frecuencia y llenar la habitación de olores
desagradables. Pueden tener demasiadas y frecuentes visitas, y que hacen
demasiado ruido.
O a lo mejor puede estar en una habitación solo, sin tener con quien hablar ni
con quien comparar experiencias. Empieza a invadirlo una sensación de
aislamiento.
Se pospone la cirugía para que se pueda estudiar el último análisis. Como
cuando le sirven la comida no cuando tiene hambre. A veces ni siquiera le
permiten comer. Las enfermeras interrumpen su sueño dándole píldoras,
tomándole la presión y la temperatura, preguntándole si está dormido.
Las visitas pueden estar limitadas a cierto horario o a cierto número.
La dieta o la ingestión de líquidos puede estar restringida. Hasta le pueden decir
cuándo y cómo ir al baño.
Puede haber restricciones en cuanto a la frecuencia y el momento de bañarse, y
puede ser un baño donde las llaves se ven y se sienten raras.
El personal médico habla de su condición usando palabras, terminología y
abreviaturas que suenan a otro idioma. Se cumplen procedimientos para
propósitos a veces incomprensibles.
Empieza a sentirse amenazado por todo el ambiente del hospital.
Mientras espera el resultado del análisis y la cirugía, empieza a imaginarse lo
peor. ¿Y si tiene que cambiar su estilo de vida? ¿Y si pierde una parte del
cuerpo ¿Le guardará el patrón el puesto si tiene que estar internado varias
semanas? ¿Cómo va a pagar todas las cuentas si no puede trabajar? ¿Cómo
reaccionará su cónyuge? ¿Quién va a cuidar a los niños? ¿Tendrá que estar
internado durante su convalecencia hasta poder valerse por usted mismo en
casa?
De repente el futuro se vuelve incierto. Los temores y las ansiedades empiezan
a dominar esa parte de su carácter que era segura y firme. Está en crisis, al
igual que sus parientes y amigos íntimos.
Aunque el cuadro anterior puede variar según el lugar donde vive el paciente y
el tipo de seguro médico que tenga, los sentimientos relacionados con la
internación son muy similares para la mayoría de los enfermos. No importa
cuántas veces hayan sido internados, cada ocasión tiene circunstancias
particulares que hacen que el paciente se sienta fuera de control.

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE LA VISITACIÓN?
En el hospital se le da la mayor atención al cuerpo en crisis. El campo médico,
tal vez como resultado del pensamiento popular, poco a poco está
reconociendo las ramificaciones de las emociones en el proceso de enfermarse
y curarse. Pero, por lo general, las dimensiones y las implicaciones espirituales
están descuidadas. Es en esta área que la visita puede desempeñar un papel
vital en el proceso de curación integral.
Debido a la rapidez y frecuencia de los cambios que les están ocurriendo, es
fácil entender por qué los pacientes se sienten impotentes. Como visita, uno
tiene la capacidad de devolverles cierta medida de control. Tan sólo con hacer
preguntas como: “¿Le gustaría recibir una visita?” “¿Puedo sentarme?”, “¿Es
buen momento para charlar?”, esta permitiendo que ellos dominen la situación.
En vez de ser una persona más entre las que les dicen lo que deben hacer, al
preguntar les está dejando asumir el control según lo desean.
Las visitas hacen saber al paciente que no está solo. Pueden aliviar esa gran
sensación de aislamiento que lo rodea.
Las visitas que tienen una relación especialmente estrecha pueden servir de
voceros para los pacientes, asegurándose de conseguir respuestas a las
preguntas y servicio para sus necesidades. Interceder por pacientes que están
demasiado acobardados o debilitados para librar sus propias batallas es la
mejor expresión de apoyo e interés.
Las visitas no sólo le dan aliento al paciente sino que también pueden alentar al
cuidador principal. Quedarse con el paciente mientras el cuidador va a casa
para bañarse, comer o dormir, puede ser de gran ayuda.
Aunque no siempre sea el caso, puede haber ocasiones en las cuales las visitas
pueden extender su ministerio a la persona en la cama de al lado, demostrando
así el interés de Dios por otros.

SER SENSIBLE CON EL PACIENTE
Aunque por lo general las visitas representan un alivio del aburrimiento y el
aislamiento de la sala de hospital, hay que estar consciente de que el momento
de la visita no siempre será recibido con el entusiasmo que uno espera. El
paciente puede tener náuseas lo que lo incapacita para entablar una
conversación placentera. Puede ser que necesite cada átomo de concentración
para poder tolerar el dolor.
Como consecuencia de los medicamentos el paciente puede estar somnoliento
o un poco incoherente. Sencillamente puede estar de mal humor por las
circunstancias en las cuales se encuentra. Puede haber tenido visitas todo el día
y estar cansado de hablar. El paciente con frecuencia termina cuidando de los
que vienen a visitarle. Puede ser que ya no tenga energía para atender otra
visita.
Tanto los hombres como las mujeres frecuentemente son muy sensibles en
relación con su aspecto. Una mujer me dijo que no quería que nadie de su
iglesia se enterara de que estaba internada porque no podía soportar que la
vieran sin maquillaje y mal peinada.
Sencillamente puede ser que el momento de la visita sea un mal momento. El
paciente puede tener ganas de ir al baño, puede tener gases, o tener sueño.
Los pacientes pueden estar deprimidos o asustados y en consecuencia les
puede costar charlar. No es raro que los pacientes se sientan responsables por
su propia condición. Frecuentemente se les oye decir a los fumadores que su
vicio es responsable por el cáncer de pulmón que ahora tienen que enfrentar.
No es responsabilidad de uno decir que sí o que no; sencillamente permita que
ventilen sus sentimientos. Se les ha de permitir expresar sus sentimientos de
culpa, remordimiento o responsabilidad por su enfermedad sin decirles que
están enfermos porque han pecado. Aunque es cierto que años de vicios o
descuido pueden resultar en enfermedades, el paciente no debería tener que
sentir que la enfermedad es un castigo divino por pecados personales.
Hay que tener cuidado de no forzar el papel de anfitrión al paciente. Aunque es
de suma importancia recordar que uno está en el cuarto de él, ya sea en el
hospital o en la casa, no debe esperar que desempeñe el papel de servidor.
Nuestra función como visita es servirle a él, suplir sus necesidades, no que
suplan las nuestras.
Por último no debe visitarse si uno mismo no se siente bien. El sistema
inmunológico del paciente puede estar muy débil y particularmente susceptible a
los virus ajenos. Esta es una complicación innecesaria. En este caso sería
mucho mejor una llamada telefónica o una tarjeta.

¿CÓMO PUEDE AYUDAR?
Con frecuencia se le oye decir a la gente: “No sé qué hacer”, “No sé qué
decir”, o “No sé cómo puedo ser de ayuda”. Es cierto que puede ser difícil
visitar a un amigo enfermo. Pero el temor a “equivocarse” nunca debería
impedir que lo visite. Es importante mantener la relación a través de una
enfermedad o una lesión. La constancia en esos momentos resultará en un gran
crecimiento personal para ambos.
La siguiente lista de cosas que hacer y que no hacer es una guía para tener una
idea de las maneras prácticas en que se puede ser de ayuda durante las visitas,
recordando que siempre hay excepciones para cada regla.

COSAS PARA HACER
Llame primero. Si es posible hablar por teléfono, pregúntele al paciente si se
siente bien como para recibir una visita y cuál sería el mejor momento. Puede
ser que tenga programado un análisis o terapia. Aunque es ideal llamar antes de
ir, no siempre es práctico. Cuando no sea posible, arriésguese, pero esté
preparado para retirarse si las circunstancias así lo dictan.
Visite antes de la cirugía. Este es el momento en que el paciente puede sentir
la mayor ansiedad y necesitar que alguien le tome la mano y lo tranquilice. El
paciente necesita sentirse confiado acerca de la cirugía. Los minutos, las horas
o los días previos a la cirugía necesitan estar llenos de la esperanza de un
resultado favorable que promoverá la curación. Como visita, uno puede alentar
estos sentimientos.
Toque. Uno de los peores temores del paciente es estar aislado y no poder
recibir visitas. Parte de la depresión del internado es consecuencia del hecho
que nadie lo puede tocar. Un contacto suave le comunica al paciente nuestra
preocupación. Un abrazo puede obrar maravillas en alguien que está sufriendo
emocionalmente. Durante una visita una anciana me contó que su familia estaba
demasiado ocupada para ir a verla. Habló de cómo le hubiera gustado que sus
hijos fueran pequeños otra vez, cuando corrían para darle besos y abrazos. Mi
respuesta fue preguntarle si yo le podía abrazar. Se le iluminó el rostro y aceptó
mi ofrecimiento con entusiasmo. (¡Tenga cuidado con el suero y demás agujas
para no lastimar un punto tierno!)
No olvide el sentido del humor. Se dice que la risa es buena medicina. En su
libro Funny Bones: Health and Humor Specialists (Huesos cómicos:
Especialistas de la salud y el buen humor), Michael Duckworth cuenta que su
esposa Carol recortó una tira cómica apropiada de una revista y se la dio antes
de la cirugía. El chiste siguió surgiendo a lo largo de su internación, hasta se lo
pegó en el pecho para que el equipo médico lo viera cuando entrara en la sala
de cirugía.
Otro paciente se puso las pantuflas con forma de garra de oso que un amigo le
había reglado. Fueron una fuente de placer para todos los que las vieron.
Una paciente abrió el bolso que una amiga le había ayudado a preparar para su
estadía en el hospital y se encontró con un par de anteojos con una enorme
nariz y un bigote. Esto le produjo una sonrisa en un momento de nervios.
La comedia bufonesca o la burla de los temores ajenos es algo muy diferente y
demuestra falta de sensibilidad para con la persona en crisis. Por ejemplo, sería
muy inapropiado contarle un chiste acerca del “tipo que murió y Sano Pedro no
lo dejaba entrar al cielo porque...”, a alguien que acaba de enterarse que tiene
una enfermedad mortal.
Alentar a alguien con humor se parece más a un permiso sutil para reírse de la
vida aun en los momentos mas tensos. Recordar algo gracioso ocurrido en el
hospital, algo gracioso que dijo un niño o la trama graciosa en una película
puede traer alivio a una alma cansada.
Reconozca las señales que le indican cuándo debe retirarse. Si el paciente
parece estar incómodo, tener sueño o sentir dolor, retírese con naturalidad. Las
visitas cortas y frecuentes son las mejores. El promedio de la duración de la
visita es de quince a viente minutos.
Tenga consideración de los compañeros de sala del paciente. No hace falta
que susurre. Una voz normal y controlada es aceptable.
Déjele saber al paciente que no le molesta hablar de temas sensibles,
incluyendo la muerte. Una paciente moribunda me dijo que estaba muy
contenta de que la visitara porque era la única que le dejaba hablar acerca de la
muerte. Sus amigos y familiares le decían que todo iba a estar bien y que no
hablara “así”.
Guarde cualquier información recibida como confidencia a no ser que
tenga permiso para compartirla con otros. Su amigo le puede contar algo
que debe quedar entre ustedes. Si luego él escucha de terceros lo que le contó,
le costará volver a compartir las cosas con usted.
No dé esperanzas falsas. Aunque nunca se debe desterrar toda esperanza,
manténgala dentro del ámbito de la realidad.
Mantenga un contacto visual cómodo. Esto generalmente significa estar en el
mismo nivel que el paciente o más abajo. No lo obligue a esforzarse, a cambiar
de posición o a mirar a contraluz para verlo. Pararse demasiado cerca del
paciente, aparte de darle un panorama poco estético de sus fosas nasales,
puede causarle la sensación sicológica de estar dominando. Después de todo,
usted está sobre él, mirando hacia abajo.
Procure no programar su visita en el horario de comida. Ya es bastante
incómodo comer en cama sin tener que participar en una conversación con la
boca llena. ¿Alguna vez trató de comer mientras alguien lo observaba? La
excepción sería que el paciente necesitara ayuda para comer. En ese caso las
atareadas enfermeras agradecerán su ayuda.
Retírese cuando el médico entra en la sala (a no ser que el paciente le haya
pedido que se quede para ser un “segundo oído”, para ayudarle a tomar
apuntes, formular preguntas, etc.).
Converse sobre temas agradables. ¿De qué hablarían si estuvieran sentados a
la mesa en su casa?
Recuérdele a su amigo otras victorias personales. Anime al paciente a
tomar de esa fuerza interior. Exprese la confianza de que la crisis actual también
puede ser superada. Asegúrele de su presencia cuando el dolor y la desilusión
parecen dominar el día.
En lo posible, consiga información actualizada acerca de la enfermedad
de la persona. Hay organizaciones que tratan con casi cualquier enfermedad y
que pueden proveerle folletos informativos. Muchas comunidades tienen grupos
de apoyo. Consiga una lista de nombres y números telefónicos de tales grupos.
Mucha de la ansiedad del paciente es resultado de una falta de información
adecuada acerca de su enfermedad. Al leer el material, usted mismo puede ser
más comprensivo y de más ayuda ante las preguntas y los temores del paciente,
pero anímelo a conseguir más información del médico o que le pida a un
pariente que lo haga por él.
Respete los carteles y las indicaciones que se encuentren en la puerta del
cuarto del paciente. En su mayoría éstos se han puesto para la protección y el
bienestar del paciente. Puede ser que el sistema inmunológico del paciente no
esté funcionando adecuadamente o que necesite descansar. Consulte a la
enfermera por si ha habido un cambio no registrado. Si el paciente está en
cuarentena, es posible que pueda verlo después de tomar las precauciones que
correspondan. Pídale ayuda a la enfermera y respete las reglas del hospital.
Consulte a la enfermera acerca de la movilidad del paciente antes de
sacarlo de la cama o llevarlo a caminar. Puede haber restricciones o
necesidad de algún control médico constante, o puede ser que se considere que
hay “un alto riesgo de una caída”.
Cerciórese de la dieta del paciente antes de ofrecerle algo para comer o
beber. Un inocente vaso de agua puede hacer un daño tremendo si el paciente
no debe ingerir líquidos. Busque indicaciones pertinentes alrededor de la cama
y pregúntele a la enfermera. El paciente puede no estar al tanto de las
restricciones o estar tentado a evadirlas con un cómplice inocente.
Hable del mundo exterior. Esto ayuda a aliviar la sensación de que el mundo
está pasando de largo mientras el paciente yace en la cama. ¿Oyó algunos
buenos chistes últimamente? Compártalos. ¿Conoce alguna buena noticia
acerca de amigos mutuos? Cuéntela.
Siéntese cerca. Quedarse de pie en el extremo opuesto del cuarto no inspira
confianza ni intimidad y puede hacer que el paciente se sienta contagioso,
aunque no sea éste el caso.
Llame a la puerta y pida permiso antes de entrar a un cuarto,
especialmente si la puerta está cerrada o la cortina está corrida. El
paciente puede estar haciendo sus necesidades o bañándose, o estar de algún
modo incapacitado para recibir visitas.
Muéstrese alegre. Muchas veces una sonrisa es lo más refrescante que ve el
paciente en todo el día.
Peine al paciente, lávele el cabello, aféitelo, córtele la barba, dele un
masaje. Si es mujer, también hágale una manicura, un peinado y
maquíllele el rostro. Por supuesto, tendrá que conseguir el permiso y la
cooperación del paciente, pero ésta puede ser una forma muy válida de hacerle
sentir que es una persona especial. ¡Es increíble lo bien que se sienten los
hombres y las mujeres cuando están presentables!
Visite si ha prometido hacerlo. Cumpla las promesas. Muchos pacientes
esperan la visita prometida de aquel pariente o amigo que dijo que iba a ir, para
sufrir una gran desilusión cuando no aparece. Una paciente me dijo que ella no
tomaba el medicamento para el dolor cuando estaba esperando visitas para
poder estar alerta.
Juegue. Recuerdo que mi mamá llevaba consigo crucigramas para jugar
conmigo. Esto acortaba muchas horas de aburrimiento. Por supuesto, no olvide
la condición y la energía del paciente.
Haga que el paciente se sienta útil. Decirle a la persona internada que todo
está de maravillas en casa sin ella puede hacerle sentir que ya no hace falta.
Pida consejo. Hágale saber que cuando vuelva, las cosas andarán mejor en el
hogar, en la oficina, en la iglesia, etc.
Evite el uso de términos condescendientes. El uso de nombres que
generalmente aplicamos a los niños hacen que el paciente se sienta más
impotente. “Señor” o “señora” demuestra más respeto para la gente mayor a no
ser, por supuesto, que estén emparentados o que se conozcan bien de antes.
Pregunte cómo puede ser útil. Hay mucha diferencia entre decir: “Avísame si
puedo hacer algo”, y decir: “¿En qué te puedo ayudar?” Es más probable que
el paciente responda a esto último que a lo primero. En algunos casos puede
hacer falta una pregunta directa, como: “Puedo llevarte algo al correo?”
En lo posible, mantenga la puerta en su campo de visión para no estar
tentado a darse vuelta cada vez que alguien pasa por la puerta o cuando oye un
ruido extraño.
Según las reglas del hospital, el aguante y el permiso del paciente, lleve
niños de visita. Si se portan bien, pueden cambiar todo el ambiente. Si van a
ver tubos y agujas, prepárelos de antemano y explíqueles que todas esas
“cosas” están haciendo mejorar al paciente.
No haga preguntas incómodas. Algunas preguntas inapropiadas serían: “¿Por
qué estás internado?” “¿Qué tienes?” Aunque podemos sentir curiosidad
acerca de su cirugía, enfermedad o tratamiento, si el paciente no toca el tema
generalmente significa que no lo quiere tratar.
Considere la visita como una visita social, no una obligación. Mantenga la
imagen de hospitalidad. Comparta noticias sobre amigos mutuos. Originalmente
el término “hospital” se refería a un lugar de refugio y de descanso donde los
viajantes recibían un trato amable y cortés.
Sea sensible por la forma en que expresa sus propias ansiedades. La charla
incesante, los gestos, o la risa en momentos inapropiados son señales
inequívocas de ansiedad.
Mantenga el contacto. El aburrimiento y el aislamiento son los grandes
enemigos de los internados. Un amigo me dijo que recibió muchas visitas
inmediatamente después de su cirugía, pero que varios días después las podría
haber disfrutado más, pero para entonces él ya era noticia “vieja”.
Léale al paciente, si le gusta que lo haga. Podría encontrar un artículo
interesante en una revista que le gustaría compartir. Las historias humorísticas
son muy buenas; cualquier oportunidad para reír es apreciada. Esto no significa
tratar de levantarle el ánimo si está deprimido. Sencillamente estará
compartiendo tanto lo bueno como lo malo.
Deje que el paciente llore. Esto también incluye a los hombres. No deje que
el llanto lo avergüence. Usted también puede soltar algunas lágrimas mientras
no pierda el control emocional y deje de alentar al paciente. Si éste se empieza
a disculpar por ser infantil, dígale lo bien que le puede hacer el llanto. Cuéntele
cómo lloró Jesús cuando estaba triste. Las lágrimas representan un bien muy
humano y valioso.
Apoye su pérdida, cualquiera que sea. El paciente puede estar lamentando la
pérdida de una manera de vivir que debe cambiar, la pérdida de un miembro
del cuerpo, la pérdida de independencia, o de alguna otra cosa. Algunas
pérdidas son temporarias, mientras que otras son permanentes. Sea cual fuera
el caso, hágale saber que tiene el derecho de lamentar esa pérdida y que lo
comprende.
Ofrezca cuidar la casa, regar las plantas, alimentar los animales; o hacer
mandados tales como ir a la tintorería, al correo, hacer arreglar el auto, etc.
Siéntese y dedíquele un buen tiempo al paciente. A lo mejor hará falta ir en
busca de una silla o arrastrarla de una punta del cuarto a la otra. No importa. Si
permanece de pie, el paciente tendrá la impresión de que está apurado para
irse.
Enfoque la conversación en el paciente, no en sus propios problemas. Siga
el hilo de la persona a la cual está visitando en cuanto a temas y a lo que
comparten. Permita que el paciente tome la iniciativa en lo que sucede.
Recuerde que hacemos la visita con el permiso del paciente. Por lo tanto, hay
que permitir que él esté a cargo de la visita.
Como miembro de familia, pregúntele a la enfermera si hay algo que
usted no entiende. Una enfermera dijo: “Trate de no sentir que está
estorbando a la enfermera. Siéntase cómodo; no molesta.” Considérese parte
del equipo médico. ¡Lo es!
Lleve una sorpresita. Aquí hay algunas ideas: revistas, libros (inspiradores,
graciosos, educacionales), juguetitos de cuerda (aun para adultos), animales de
peluche, globos, casetes (música o charlas), flores/plantas, papel de carta y
lapicero, comida o bebida (con el permiso de la enfermera), un surtido de tés,
materiales para tejer o armar, un cesto con artículos de belleza, fotos, el boletín
de la iglesia, juegos, un espejito de mano, chistes, rompecabezas, algo que
recuerde un acontecimiento especial. Un paciente recibió un cesto con varios
regalitos envueltos individualmente y con indicaciones para abrir uno por día.
Ofrezca hacer llamadas telefónicas, escribir notitas, enviar cartas.
Termine bien la visita. No dé una excusa para irse. Dígale al paciente cuánto
le gustó verlo y con cuánta anticipación espera la próxima visita. Retírese
mientras el paciente se sienta bien por lo que han estado haciendo para poder
retomar las cosas en el mismo tono durante la próxima visita.
Dependa del Señor para que lo dirija durante su visita.

COSAS PARA NO HACER
No permita que la tecnología se convierta en una barrera para su visita.
Los tubos, las maquinaria y los monitores que emiten sonidos y diagramas
pueden ser muy desconcertantes. Enfoque el hecho de que a pesar de toda esta
tecnología, lo que realmente tiene allí es una persona. Es fácil olvidar que hay un
ser humano en medio de todos esos cables y tubos.
No hable con el equipo médico o con la familia en voz baja como tratando
de que el paciente no oiga. Esto puede ser alarmante y terminar en una mala
interpretación por parte del paciente.
No se siente en la cama del paciente. Esto puede apretar la sábana sobre los
pies del paciente; puede interferir con los tubos; los molimientos de la cama
pueden ser muy incómodos para el paciente.
No se siente en la cama vacía la lado de la del paciente. La enfermera
tendrá que volver a arreglar la cama. Esto desperdicia tiempo valioso del
personal médico. Busque una silla.
No desobedezca las reglas del hospital. Respete las horas de visita, límites
de edad y cualquier otra regla establecida por el hospital.
No lisonjee al paciente. Decirle a una persona enferma que se ve muy bien
cuando no es cierto es poco sincero y no ayuda en nada. Por otra parte, la
expresión sincera de un mejoramiento observado puede ser alentadora.
No tome a pecho la actitud negativa del paciente. Puede estar enojado,
deprimido o sencillamente malhumorado. Es resultado de su temor y frustración
y no de algo que usted haya hecho. Sea paciente. Ya mejorará de humor.
No fume ni coma en el cuarto del paciente.
No le cuente sus problemas al paciente. Los internados ya tienen bastantes
problemas. Recuerde: el énfasis debe estar en el dolor de cintura del enfermo,
no en el suyo.
No demuestre su aversión ante olores, tubos, agujas, etc. Una estudiante de
enfermería moribunda escribió: “Siento tu temor. Y tu temor aumenta el mío.”
No vea televisión. Recuerde que vino a visitar.
No se entremeta en disputas familiares.
No mire el reloj. El paciente va a pensar que está apurado. El mensaje debe
ser que el paciente es más importante que cualquier otra cosa que tenga que
hacer.
No niegue los sentimientos del paciente. Si el paciente dice que quiere darse
por vencido, ayúdelo a clarificar esos sentimientos, Afirme, no sermonee. No
es productivo decirle: “No debería sentirse así.”
No haga promesas que no pueda cumplir ni ofertas que no pueda
concretar. El paciente sabrá que puede confiar en usted por la forma en que
cumpla sus promesas.
No cuente historias de horror ni compare enfermedades.
No corrija las respuestas ni termine las historias del paciente. Es muy
tentador tratar de ayudar a alguien que está luchando por encontrar la palabra
justa. Las víctimas de embolia cerebral son especialmente susceptibles a que se
les “ayude” a decir algo. Puede ser muy humillante para el paciente.
No dé nada por sentado. Permita que el paciente le diga cómo se siente y qué
le está pasando. Dar por sentado que ya lo sabe le impide escuchar bien.
Un ejemplo sería dar por sentado que el paciente está contento de volver a
casa. A veces la situación del hogar es terrible o la persona tiene miedo que su
condición pueda empeorar y no habrá quien le ayude. La casa puede ser
solitaria.
Esto también es cierto en cuanto al aspecto del paciente. He visitado a
pacientes que se veían bastante bien por la tarde, sólo para enterarme a la
mañana siguiente que murieron durante la noche. Es común que la condición del
paciente parezca mejorar justo antes de la muerte. No dé por sentado que
siempre habrá otra oportunidad para decirle algo al paciente.
No defienda a Dios, ni a nadie, ni a nada.
No juzgue. Es fácil criticar cuando uno se siente bien. Evite el uso de palabras
tales como “debería” o “ tendría”. No cuente de gente en situaciones similares
para expresar su desaprobación. Aunque crea que es una buena manera de
presentar una opinión, es muy transparente.
No critique al médico ni el tratamiento prescrito. El paciente necesita
confiar en ambos. Pero puede animarle a hacerle preguntas al médico si tiene
dudas acerca de su condición o del tratamiento.
No despierte al paciente, a no ser que la enfermera le dé permiso para
hacerlo; deje una nota diciendo que estuvo de paso.
No visite al paciente el día después de una cirugía mayor. El paciente
operado tiende a estar adormecido y muy incómodo.
No trate de alegrar al paciente cuando en realidad quiere hablar de lo
asustado que está.
No use la palabra “nosotros” para hablar acerca del paciente. Decir:
“¿Cómo estamos?” o “¿Nos sentimos mejor hoy?”, no sólo suena tonto sino
muy condescendiente.
EL PERÍODO DE RECUPERACIÓN
Una vez que el paciente deja el hospital es fácil olvidarse de él. Todo el mundo
da por sentado que como está lo suficientemente mejorado como para volver a
casa, debe estar listo para retomar su ritmo normal.
El que no ha tenido una enfermedad grave difícilmente puede darse cuenta del
tiempo que lleva recuperarse, tanto física como emocionalmente. El apoyo de la
visita hace falta tanto o aun más cuando la persona vuelve a casa. Es importante
seguir con las llamadas, visitas y tarjetas.
Este es el momento para que los hacedores demuestren sus habilidades. Hay
mucho que se puede hacer para demostrar cariño y solicitud. Podría ofrecerse
para preparar una comida, llevar al paciente a los exámenes médicos, llevar a
los niños a sus actividades, hacer mandados, cortar el césped, limpiar la casa.
Hay que pensar en todos los mandados que se requiere hacer durante el día y
ofrecer hacer los del amigo al mismo tiempo que uno hace los propios.
Dado que los enfermos no quieren molestar, puede hacer falta un poco de
agresividad: “Voy a la tienda, ¿que le puedo traer?”
Sólo decir: “Llámeme si necesita algo”, probablemente no produzca ningún
resultado. Demuéstrele al convaleciente que habla en serio.

UNA ORACIÓN PARA EL QUE VISITA EN EL HOSPITAL
Querido Dios, venimos ante ti con el corazón y la mente llenos de cosas
que nos preocupan. Conoces nuestras inquietudes porque nos conoces y
amas a cada uno, pero también nos dices que debemos llamar, buscar y
pedir... y así lo hacemos.
Te damos gracias por todas las maneras en que ya nos has bendecido,
has caminado con nosotros, nos has amado... y dependemos de tu
promesa de estar siempre con nosotros.
En este momento te estamos pidiendo de manera especial que estés con
este hombre (o esta mujer) de tal forma que realmente pueda sentir tu
presencia y tu paz muy adentro suyo. El (ella) busca tu toque de sanidad
en su mente, cuerpo y espíritu.
Sabemos que tienes una forma de ver las cosas que nosotros no tenemos
y dependemos de tu guía y de tu aliento para seguir por nuestro camino
en armonía con tu amor y con lo que tú esperas de nosotros.
Necesitamos tu desafío y tu consuelo para hoy y para todos los días.
Rogamos por todos los que están en este lugar, sean pacientes,
familiares, amigos o personal médico. Cada uno necesita tu dirección
amante y tu mano de sanidad de manera especial.
Que éste siga siendo un lugar receptivo a tus acciones amantes en
nuestra vida.
Señor, te damos gracias ante todo por Jesús, tu Hijo. Conocemos la
profundidad de tu amor en semejante regalo. Caminó sobre esta tierra,
compartió nuestros gozos y nuestras cargas en la vida humana y ahora
nos acompaña en espíritu.
Es en su nombre que oramos.
Amén
CHRISTINE POWELL-MILLAR, capellana

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