Un “obispo del pueblo” para una Cuba en transición
26 de abril de 2016 – el Nuevo Herald – Mario J. Penton
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/cuba-es/article74017442.html
Tras casi 35 años al frente de la Arquidiócesis de La Habana, Jaime Ortega y Alamino, el único cardenal de Cuba y figura crucial en el proceso de deshielo con Estados Unidos, fue sustituido. El Papa Francisco decidió aceptar su renuncia, presentada desde el 2011, y designar en su lugar a Juan de la Caridad García Rodríguez, arzobispo de Camagüey y considerado como un “obispo del pueblo” relacionado con el mundo de las misiones.
En una entrevista vía telefónica desde Camagüey, pocas horas después de que se confirmó su nombramiento, monseñor García dijo que espera que su episcopado sirva para aumentar los diálogos con el gobierno cubano, de manera que “la Iglesia pueda estar presente en los espacios que le son propios, como la educación, los medios de comunicación y la pastoral carcelaria”.
Aseguró además que su servicio ministerial estará fundamentado en el documento conclusivo del Encuentro Nacional Eclesial Cubano de 1986, en el que la Iglesia Católica expresó que quería ser “orante, misionera y encarnada” en la realidad de su propio pueblo.
Ordenado sacerdote en 1972 y consagrado obispo en 1997, monseñor Juan García pertenece a una nueva generación de obispos que funcionan como puente en las pugnas internas entre la propia institución eclesial, en especial en temas relacionados en su relación con el gobierno.
“Por su discreción y centrismo, es la persona menos comprometida en las luchas intestinas de la Iglesia cubana”, dijo Lenier González, subdirector del proyecto cívico Cuba Posible, quien consideró que con este nombramiento “se cierra el ciclo histórico del viejo episcopado cubano”.
UNA SORPRESA
La noticia fue recibida con sorpresa al interior de la Iglesia cubana. El Vaticano es muy cuidadoso con el proceso de selección. Las consultas al clero y la feligresía, así como la aceptación o no del candidato, se realizan en el más profundo secreto.
La prensa internacional había hecho referencia a la posibilidad de que monseñor Emilio Aranguren o monseñor Dionisio García, obispos de Holguín y Santiago de Cuba respectivamente, sucedieran a Ortega. También se contemplaba como posible candidato a monseñor Juan de Dios Hernández, jesuíta como el Papa y uno de los obispos auxiliares de la Arquidiócesis.
Dagoberto Valdés, laico católico que dirige la revista Convivencia en Pinar del Río cree que “el Papa ha nombrado a un arzobispo pastoral y misionero, el que necesita la Iglesia en este momento, especialmente la iglesia habanera”.
“El trabajo misionero de monseñor Juan ha marcado a la Iglesia en Camagüey. Estoy seguro de que esa identidad va a ser muy bien recibida en La Habana” agregó Valdés, quien además considera este nombramiento como “un regalo del Papa al pueblo de Cuba”. Según él, se trata de un obispo que “verdaderamente huele a oveja”, como lo quiere el Papa.
Para monseñor Arturo González, obispo de la diócesis de Santa Clara en el centro de Cuba, Juan García es un hombre de pueblo, cercano a sus fieles. “Él un hombre muy bueno, es un hombre de mucha oración. Es un hombre de pocas palabras, pero muy claro”, afirmó el prelado.
El arzobispo de Miami, Thomas Wenski, coincidió en calificarlo como “un hombre de pocas palabras”. Agrega además que se trata de una “muy buena noticia para la gente de la capital”.
Wenski, que regresó recientemente de una visita pastoral a la isla, comentó que García es un obispo que “ha trabajado muy duro por su diócesis y es además muy cercano a su clero”.
RAÚL PIERDE UN ALIADO
El cardenal ha sido una figura clave en el proceso de deshielo que llevó al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington. Fue Jaime Ortega quien, en el 2011, negoció la excarcelación y posterior salida del país de la mayoría de los presos de la llamada “primavera negra” y el responsable de acoger en La Habana tres visitas papales, que contribuyeron a fortalecer una imagen de mayor apertura hacia el exterior.
El cardenal Ortega presidió durante tres periodos consecutivos la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y fue uno de los principales artífices de la carta pastoral “El amor todo lo espera” de 1994, que hizo duras críticas al gobierno de Fidel Castro en medio del llamado “período especial”.
En los últimos meses, Ortega fue muy criticado por sectores de la oposición, en especial después de que hiciera declaraciones a la radio española Cadena Ser en las que negó la existencia de presos políticos en Cuba.
El arzobispado de La Habana comunicó a través de una nota oficial firmada por monseñor Juan de Dios Hernández, que el cardenal tendrá su residencia de retiro en el centro cultural P. Félix Varela, edificio que antiguamente acogía al Seminario San Carlos y San Ambrosio.
Un sacerdote cubano que pidió no ser identificado comentó que la salida de monseñor Ortega permite colocar a una figura que no le teme al gobierno cubano, “porque no les debe nada a ellos”.
Recordó que cuando monseñor García fue nombrado obispo de Camagüey “hubo que ir a buscarlo a Céspedes, porque por allá andaba misionando. Él es un obispo de pueblo” y sostuvo que con su nombramiento se abrirá la puerta para que toda una generación de sacerdotes que fueron sus compañeros en el seminario adquiera mayor protagonismo dentro de la Iglesia, algo que hasta el momento no podían hacer debido a la presencia del casi octogenario cardenal.
LOS RETOS DEL NUEVO ARZOBISPO
Leinier González considera que el nuevo arzobispo tiene ante sí disímiles desafíos. Entre sus principales retos está “el reconstruir el trabajo pastoral de la Iglesia habanera” que según el analista se encuentra en profunda crisis. Otro aspecto importante a tratar será el éxodo masivo de sacerdotes jóvenes y laicos hacia el extranjero. En varias partes del mundo, en especial en Miami, hay una numerosa comunidad de sacerdotes cubanos que se ordenan en la isla y por distintas causas terminan emigrando.
Otro de los obstáculos que pudiera tener el nuevo arzobispo es el hecho de haber trabajado siempre en un territorio eclesiástico diferente al de la capital, indicó. Camagüey es una arquidiócesis extensa, pero predominantemente rural, mientras que La Habana es sobre todo urbana.
Al estar gobernando un territorio donde están ubicados el gobierno nacional, la nunciatura, los diferentes actores políticos y las embajadas, el arzobispo también deberá estar más expuesto a la política nacional. Todo esto desde la cercanía del anterior arzobispo viviendo solo a unas cuadras y la figura del presidente de la Conferencia Episcopal cubana, que por ahora recae en monseñor Dionisio García.
Tras la sustitución del cardenal, se abren varias interrogantes sobre quién será la cabeza visible que lleve adelante los diálogos y las negociaciones con el gobierno.
Algunos analistas comparan el nombramiento del nuevo arzobispo con la elección de Francisco en Roma, a quien muchos ven como un papa de transición.
¿Un Concordato entre la Iglesia y el Estado? Acicate para pensar futuros posibles.
27 de abril de 2016 – Cuba Posible - Lenier González Mederos
http://cubaposible.net/articulos/un-concordato-entre-la-iglesia-y-el-estado-acicate-para-pensar-futuros-posibles-2-aa6-4-27-4-4
Algunas señales parecen indicar que el gobierno cubano y la Iglesia católica podrían encaminarse hacia la firma de un Concordato. Así parece desprenderse de algunas de las conferencias pronunciadas en el Simposio “Del Padre Varela al Papa Francisco: una Iglesia en salida”, que constituyó uno de los tres eventos con los que la Iglesia en Cuba celebró los 30 años de la celebración del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Otro evento tuvo lugar en El Cobre, Santiago de Cuba, y un tercero en la Ermita de la Caridad, en Miami. Además, hace poco tiempo se publicó en la página web de Cuba Posible el texto “Consideraciones sobre la libertad religiosa en Cuba”, del jurista Rafael Morales. En dicho texto el autor aboga (y él mismo esboza) una propuesta de “marco legal” para el mundo religioso cubano que esté a tono con las carencias en este ámbito y, además, esté a la altura de los nuevos dinamismos de la sociedad cubana, a los cuales no escapa su sistema socio-religioso.
La fórmula de un Concordato como elemento “pautador” de los derechos de la Iglesia católica en Cuba y de sus vínculos con el Estado, ha sido un sueño profundamente anhelado por un sector importante de la jerarquía católica insular; y, además, siempre contó con apoyos sólidos en la Secretaría de Estado vaticana. En la imaginación política de las élites católicas cubanas, la firma de un Concordato sería el estado cualitativo superior para el “pleno ejercicio de la libertad religiosa”. Para los actores eclesiales, este debería asegurar, más allá de las garantías para el culto, los dos principales anhelos de la institución en la Isla: el acceso pleno a los medios de comunicación masiva y al sistema de educación. Vale la pena aclarar que la Iglesia católica en Cuba desempeña una multiplicidad de roles y funciones en la sociedad cubana, que desbordan los elementos del culto, y que en la actualidad le garantizan una libertad de acción sin precedentes luego de 1959. También es justo decir que otros actores sociales (no religiosos) cubanos no poseen márgenes de acción y prerrogativas tan amplias como la Iglesia católica y otras instituciones religiosas.
La Iglesia gestiona, para bien del pueblo, muchos centros de formación complementaria, publicaciones reconocidas, centros de atención a personas discapacitadas y de la tercera edad, bibliotecas y centros culturales, etc. La existencia de esta actividad “extra-cultual”, que es un derecho inalienable de la Iglesia en cualquier punto del orbe, ha sido “naturalizada” gracias a una práctica política gubernamental que (en este ámbito) ha sido muy inteligente, flexible y procuradora de sinergias y consensos.
Máxime si –y lo digo con toda la franqueza que se impone- ambas partes (gobierno revolucionario e Iglesia cubana) “hicieron armas” en un gran conflicto nacional, entre 1960 y 1965, que arrojó miles de presos políticos y centenares de muertos y desaparecidos. Esta etapa de nuestra historia constituye una herida aun no cerrada y, además, poco estudiada por la historiografía nacional. Solo recuerdo a los lectores los planteamientos realizados por el presidente Raúl Castro y por monseñor Carlos Manuel de Céspedes en el contexto de la visita del papa Benedicto XVI a la Isla en 2012: los dos llegaron a afirmar que “desde ambas partes se habían cometido errores”. La repartición de la culpa 50/50 desató una tormenta de comentarios contra ambos –desde determinados círculos eclesiales y del gobierno- que tal parecía que aún nos encontrábamos en plena década de los 60, en medio del conflicto. Un potencial Concordato entre la Iglesia y el Estado en Cuba no debería ser visto como “el restablecimiento de derechos conculcados”; sino, más bien, un punto de llegada, luego de varios años de entendimientos entre la Iglesia y el Estado, beneficiosos para la nación cubana.
Más allá de los supuestos beneficios que podría acarrearle a la Iglesia (y a Cuba) la firma de un Concordato entre el gobierno y la Santa Sede, ¿para qué podría servirnos este supuesto “acontecimiento” de cara a toda la nación? ¿Cómo debería re-ordenarse legalmente el “cosmos” religioso, cuando los caminos cubanos hacia el futuro pasarán (irremediablemente) por debates y reformulaciones constitucionales? ¿Sería factible una Ley de Cultos como marco para todos? ¿O sería más operativo gestar acuerdos particulares con las diversas religiones? ¿Qué implica ser un Estado laico en el siglo XXI? ¿Cómo garantizar el acceso equitativo de todo el espectro socio-religioso a los espacios públicos de la nación? ¿Cómo defender y garantizar los derechos de las religiones sin una sólida institucionalidad (como sucede con las religiones afrocubanas)? ¿Deben las diversas religiones tener espacios para culto y para opinión en los medios masivos de comunicación del país? Estas son solo algunas preguntas relacionadas con el tema. Podríamos hacer muchas otras. Quiero yo hacer referencia a la última pregunta, relacionada con el acceso de actores religiosos a los medios de comunicación nacionales.
II
Creo que las condiciones se hacen propicias para que el sistema institucional de medios de comunicación -que ha estado bajo el control del Partido Comunista de Cuba (PCC)- evolucione hacia un auténtico sistema de medios públicos. Igualmente, sería ideal que el Estado cubano fuese capaz de garantizar el acceso ordenado y paritario de todos los actores sociales y políticos de la nación a dichos medios de comunicación masiva. En este contexto, la posibilidad de que se establezca una presencia regular, mediante espacios fijos, para las instituciones religiosas en los medios masivos del país resultaría un gesto de inclusión social significativo. Creo que las condiciones objetivas y subjetivas para este paso están dadas.
No se trata de un área desde la cual se parta de cero, pues desde la visita del papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, comenzó un proceso paulatino que abrió ciertas puertas al mundo religioso a la televisión y la radio nacionales. Con el tiempo, dichos espacios se fueron ampliando, y llegaron a regularizarse algunos de ellos: transmisión de los conciertos de navidad católico y protestante, transmisión del Vía Crucis del Papa en Roma, transmisión de la ceremonia del Viernes Santo desde la Catedral de La Habana, alocuciones de obispos católicos y clérigos protestantes de las diversas denominaciones, cobertura de la visita de líderes religiosos mundiales a la Isla, etc. También, en provincias, se permitieron algunas horas de transmisión radial para programas religiosos. Se ha tratado de una política que ha ido siempre “a más”, pero que podría “ordenarse” mejor en cuanto a distribución de contenidos y regularización de espacios. A todo lo anterior tenemos que sumar los medios de comunicación institucionales o “privados” de las diferentes denominaciones religiosas.
Creo que un principio rector que debería ordenar este proceso debería ser que el Estado cubano garantizase el acceso paritario de todas las religiones al sistema de medios públicos. El asunto en si resulta complejo, pues los actores religiosos se han multiplicado exponencialmente en la Isla (pensemos en el creciente proceso de “pentecostalización” del cristianismo, por solo poner un ejemplo) y, además, existen otros entes poco jerarquizados e institucionalizados a los cuales les sería complicado asumir, material y organizativamente, la preparación de un programa de radio o de televisión.
Por ejemplo, para las denominaciones cristianas, que son las que más conozco, una iniciativa positiva podría ser el establecimiento, en uno de los canales de televisión nacional, de espacios fijos para la transmisión del culto. De esta manera, católicos, bautistas, presbiterianos, pentecostales, etc., podrían ofrecer los domingos, en horarios diferentes, sus respectivas ceremonias religiosas por televisión para sus fieles y para toda la ciudadanía que desee acceder a ellas. Igual iniciativa podría tenerse en la radio nacional, donde se podrían implementar espacios para el culto y para otros programas bajo diversos formatos, asociados a lecturas religiosas comentadas. De estos espacios podría desprenderse una comprensión de la persona, de su interioridad y de la vida cotidiana sumamente importante para la Cuba actual, en la medida que ayuda a la ciudadanía a mirar y a tratar “a los otros” desde coordenadas nuevas.
El acceso de las diversas religiones a los medios públicos en Cuba, en mi opinión, posee dos dimensiones: una “cultual” (a la que ya me he referido) y otra relacionada con las opiniones que los religiosos cubanos tienen sobre los procesos socio-político-económico-culturales que tienen lugar en el país. Es decir, que debería también darse la posibilidad de que los cristianos, babalawos, judíos, animistas y espiritistas, en cuanto ciudadanos, proyecten un discurso sobre la realidad en la que viven: opinen sobre ella y contribuyan, desde sus respectivas espiritualidades, a iluminarla. Estos podrían compartir espacios de análisis político y de opinión en la televisión nacional, junto a no creyentes. O participar de columnas de opinión en los diarios de tirada nacional. Monseñor Carlos Manuel de Céspedes ocupó la columna católica del periódico El Mundohasta el cierre de este medio de prensa, y desde sus páginas no solo se dedicó a opinar sobre la marcha del Concilio Vaticano II, sino que también polemizó con Aurelio Alonso sobre asuntos bien terrenales. Cuba también necesita que sus religiosos opinen sobre asuntos terrenales.
III
No creo que nadie, que sea defensor de una sana laicidad del Estado, pueda rechazar radicalmente las propuestas realizadas en el acápite anterior. Sin embargo, sería cuasi infantil de mi parte, no problematizar las propuestas realizadas y contextualizarlas en el escenario cubano: que no es otro que el de un modelo sociopolítico en fase transicional, donde la confrontación entre adversarios aún está a la carta del día, y donde la dimensión religiosa ha intentado ser utilizada para la promoción de un “tipo” muy específico de transición en la Isla. Lo que afirmo anteriormente lo han demostrado los hechos: va más allá de mis preferencias personales. Intentar deslindar el análisis en esta área de su dimensión política, sería como convertir estas cuartillas en papilla para niños. Entonces, ¿qué hacer ante esta disyuntiva? Creo que tanto el gobierno cubano como las denominaciones religiosas deben asumir esta nueva etapa construyendo unos marcos de honestidad, transparencia y respeto, sin los cuales sería imposible avanzar hacia un escalón cualitativamente superior.
Creo que el Estado debería velar porque los espacios que se entreguen sean gestionados genuinamente por religiosos, y no por actores externos que asuman su conducción a cambio de un salario. Por ejemplo, si una iglesia cristiana dispusiera de un programa radial, este debería ser gestionado por actores clericales y laicales nacionales. Estos “gestores” deberían ser creyentes “probados” o “clásicos” en dichas denominaciones. Primera cosa: creo que las voces religiosas en la radio, la prensa y la televisión (referidas al área de culto) deben corresponder a personas de nacionalidad cubana de probada pertenencia a sus respectivas comunidades. Sus proyecciones públicas deben ser respetuosas de todos los miembros de la comunidad nacional; deben ser voces plurales, pero que hablen de Cuba y para Cuba. Sin que ello imposibilite la presencia de nacionales que viven fuera de nuestras fronteras geográficas.
En segundo lugar, a los espacios de opinión socio-político-cultural gestionados por religiosos cubanos, deberían poder asistir personas de todos los credos e ideologías. Es bueno el contraste de visiones. Sin embargo, para estos deberían existir otros espacios en los medios públicos; en los espacios para los religiosos deberían ser asumidos preponderantemente los criterios y visiones emanados de sus respectivas doctrinas o creencias. Este elemento adosa a la cuestión una complejidad añadida, pues el diapasón de “visiones” dentro de una misma institución religiosa en torno a cuestiones seculares (piénsese, por ejemplo, en el catolicismo y en tópicos problemáticos como el aborto, los métodos anticonceptivos y la homosexualidad, etc.) podría ser de una dimensión amplísima; donde, por lo general, unos actores son más cercanos que otros a los intereses y las agendas promovidas por las jerarquías locales. ¿Cómo actuar en estos casos? ¿Las voces que serían “colocadas” en esos espacios mediáticos deben ser designadas por las jerarquías religiosas? Creo que el Estado debería garantizar el acceso de toda la pluralidad posible de voces presentes dentro de un mismo espectro religioso.
Epílogo
Asumir el paso de dar un acceso equitativo y permanente a las diferentes denominaciones religiosas presentes en Cuba a los medios de comunicación, además de ser un acto de justicia e inclusión social, despejaría definitivamente el “fantasma” que coloca sobre los hombros del Estado cubano una presunta falta “de libertad religiosa en el país”. Además, abriría las puertas para que las diferentes comunidades religiosas muestren, realmente, sus verdaderas potencialidades para interpelar a todos los cubanos, y para también dejarse interpelar ellas por los anhelos de nuestra sociedad.
Toma posesión nuevo Arzobispo de La Habana
23 de mayo 2016 – Progreso Semanal–Karina Marrón González
http://progresosemanal.us/20160523/toma-posesion-nuevo-arzobispo-la-habana/
A la ceremonia asistieron Salvador Valdés Mesa, miembro del Buró Político del Partido y vicepresidente del Consejo de Estado; Caridad Diego, jefa de la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido; autoridades del Partido y el Gobierno de la capital; y miembros del cuerpo diplomático acreditados en Cuba.
El cardenal Jaime Ortega acudió a recibir a Monseñor Juan para acompañarlo al interior del templo, donde luego de varios ritos inició la Santa Misa.
Monseñor Polcari, Canciller de la Arquidiócesis, dio lectura a las Letras Apostólicas (Bula Papal) mediante las cuales se nombra nuevo Arzobispo de La Habana a Monseñor Juan García. En la misma el Papa Francisco expresa que el designado tiene reconocidas cualidades intelectuales y morales, y goza de experiencia en la misión pastoral.
Tras ese momento, el cardenal Jaime Ortega invitó al nuevo Arzobispo a ocupar la Cátedra correspondiente y le entregó el báculo. Posteriormente una representación de los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos de la Arquidiócesis ofrecieron gestos de obediencia y acogida.
Durante la homilía, que giró en torno al misterio de la Santísima Trinidad, Monseñor Juan tuvo palabras de elogio para la dedicación y el amor con los cuales el cardenal Jaime Ortega había realizado su labor pastoral en La Habana. Igualmente, durante la bendición, agradeció a las autoridades cubanas presentes y manifestó su deseo de continuar fortaleciendo el diálogo entre la Iglesia Católica y el Estado.
Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez nació en Camagüey en 1948 y fue ordenado sacerdote en 1972. Sus primeros años de ministerio los ejerció en la actual Diócesis de Ciego de Ávila. El 15 de marzo de 1997 fue nombrado Obispo Auxiliar de Camagüey y, en junio del 2002, asumió como segundo Arzobispo de esa misma Arquidiócesis. Su lema episcopal es “Ve y anuncia el Evangelio”.
Monseñor Juan García, la ciudad y el vértigo
2016-05-26 – Cuba Posible
http://cubaposible.net/articulos/monsenor-juan-garcia-la-ciudad-y-el-vertigo-2-aa6-5-26-9-5
Introducción
Monseñor Juan de la Caridad García ha celebrado, el pasado domingo 22 de mayo, su primera misa como Arzobispo de La Habana. Comienza así una nueva etapa de su vida, que me atrevo a catalogar de desafiante y difícil, donde las posibles alegrías que logre cosechar, irán acompañadas de la segura “ingratitud de los hombres”. De la tranquilidad de la vida camagüeyana, ha sido colocado por el Papa, abruptamente, en medio del huracán habanero. El nuevo Arzobispo sabe a qué se enfrenta: no en balde hizo referencia “al miedo” en sus palabras en la catedral habanera, que lo acogió llena de fieles de las diversas comunidades católicas de La Habana, Artemisa y Mayabeque. El presente texto busca arrojar luz sobre el contexto y los nuevos desafíos que afronta el nuevo pastor de los habaneros.
II. Historias circulares
Tras varios años de especulaciones sobre quién sería el sustituto del cardenal Ortega al frente de la Arquidiócesis de La Habana, finalmente la responsabilidad recayó sobre los hombros del Arzobispo de Camagüey. El primer dato que aporta el nombramiento de monseñor Juan García como nuevo Arzobispo de la capital es que el Papa decidió optar por una “tercera vía”, y no colocar la plaza habanera en manos de ninguno de los exponentes de los sectores más férreamente enfrentados dentro de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC). Monseñor Juan, por su discreción, espíritu sosegado y moderación, ha sido la persona menos comprometida en las luchas intestinas de la Iglesia cubana. Estos procesos “tensionales” se aceleraron en el seno de la COCC con motivo del inicio del diálogo político entre el presidente Raúl Castro y el cardenal Ortega, en 2010. El nuevo Arzobispo es un hombre horizontal, discreto, muy pastoral, de maneras sencillas, que siempre estuvo muy comprometido con el trabajo de las pequeñas parroquias de campo en el Camagüey profundo. En este sentido, la estrategia de sucesión aplicada por el papa Francisco, ha sido muy similar a la que utilizó Juan Pablo II para colocar a un Arzobispo en la capital cubana en 1981.
En aquel entonces La Habana vivió, con mucha intensidad, otra tormenta “intra-eclesial” con motivo de la salida de monseñor Francisco Oves del gobierno pastoral de la Arquidiócesis. Monseñor Oves, joven sacerdote que había cursado estudios de sociología en la Universidad de Lovaina, fue la persona “escogida” por monseñor Cessare Zachi –Nuncio Apostólico de Su Santidad en Cuba- para construir una política de acercamiento entre la Iglesia y la Revolución cubana. En 1969 Oves había jugado un papel central en la redacción de un “Comunicado” confeccionado por los Obispos donde se objetaba, frontalmente, el bloqueo norteamericano contra la Isla. En 1970 fue nombrado Arzobispo de La Habana por el papa Pablo VI. Su proyección pro-diálogo y de entendimiento hacia “el evento 1959”, provocaron rechazo frontal y fuertes enfrentamientos en el seno de la Conferencia Episcopal, el clero y el laicado. Estos hechos lo llevaron a una situación de creciente aislamiento dentro de la Iglesia (Oves perdió el apoyo del nuevo Nuncio Apostólico, Mario Tagliaferri); y toda esta situación, finalmente, derivó en serias afectaciones y desequilibrios de su estado de salud psíquica. Sin que él mismo lo supiese, en 1979 fue “convocado” a Roma y nunca más regresó a Cuba. Sus restos reposan, desde hace dos años, en la Catedral de La Habana. Por ello, en 1980 monseñor Pedro Meurice asumía como “Administrador Apostólico” de Arquidiócesis habanera.
En los años 1981 y 2016, los papas Juan Pablo II y Francisco se enfrentaron a un mismo hecho político (el convencimiento de un sector importante de la Iglesia de “la ilegitimidad” de la Revolución cubana), y a un mismo escenario intra-eclesial (gran polarización y férreas rivalidades en el seno de la COCC). Ambos Pontificados optaron por un mismo tipo de solución para estos asuntos (escoger como Arzobispo de La Habana a “un tercero”, fuera de los polos más enfrentados). En 1981 el “tercero”, fue el obispo de Pinar del Río, monseñor Jaime Ortega; en 2016 “el tercero”, fue monseñor Juan García. Hoy, como en 1981, el candidato no aparecía en la lista de nadie.
Con el nuevo nombramiento se cierra el ciclo histórico del “viejo episcopado” cubano. Se trata de aquellos obispos que asumieron el mando de sus respectivas diócesis luego del triunfo revolucionario, tuvieron que lidiar con los rigores de la confrontación entre la Iglesia y el Estado y que, después, reconstruyeron la presencia socio-pastoral de la Iglesia luego de la reforma constitucional de 1992, colocándola nuevamente como un actor dentro de los escenarios cubanos. Del “viejo episcopado” quedan vivos el cardenal Jaime Ortega (ahora retirado), monseñor Alfredo Petit Vergel (retirado), monseñor José Siro González Bacallao (retirado) y monseñor Emilio Aranguren, actual obispo de Holguín y, por mucho tiempo, el miembro más joven del “viejo episcopado”.
De los tres grandes centros gravitacionales de la Iglesia católica en Cuba post-1959 (La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba), solo dos arzobispos lograron preparar “un sucesor” y consiguieron que Roma lo aceptase: monseñor Pedro Meurice consiguió que Dionisio García lo sustituyera al frente de Santiago de Cuba y monseñor Adolfo Rodríguez Herrera consiguió que Juan García lo sustituyese al frente de Camagüey.
III. Diez desafíos del nuevo pastor
Monseñor Juan García tiene ante sí muchos desafíos (pastorales, políticos, de cohesión institucional interna de la Iglesia, etc.) con los que tendrá que topar con inmediatez. A continuación, esbozo los que considero los diez más importantes, aunque podrían ser también otros muchos.
1) Tiene el desafío de reconstruir el trabajo pastoral de la Iglesia habanera, en profunda crisis. Muchas de las estructuras laicales de la Arquidiócesis solo existen simbólicamente, detrás de ellas no se desarrolla ninguna labor pastoral. El vigor con que funcionaban las pastorales de familia, jóvenes, enfermos, presos, diálogo social, etc., han ido entrando en una inercia que, en no pocos casos, ha paralizado el dinamismo con que funcionaron en los años 90.
2) El nuevo pastor deberá afrontar el éxodo masivo de sacerdotes y laicos hacia el extranjero (sobre todo a Miami), que ha diezmado las estructuras y la vitalidad del trabajo pastoral de la Iglesia en La Habana. Cuando los Obispos cubanos realizaron la primera visita Ad Limina Apostolorum del Pontificado de Benedicto XVI a la Ciudad Eterna, quedaron sorprendidos cuando el Pontífice, en su reunión privada, les “reclamó” que más de la mitad de los sacerdotes ordenados en Cuba luego de 1959 se encontraban radicados fuera de la Isla. Otro elemento importante del que deberá ocuparse monseñor García es el relacionado con la deficitaria formación del clero en el Seminario San Carlos y San Ambrosio,
3) Monseñor Juan García deberá lidiar con un territorio eclesiástico, y una cultura religiosa, muy diferente a la camagüeyana. Por ello, tendrá que construir su liderazgo en La Habana sobre pilares diferentes a como lo hacía en Camagüey. La Arquidiócesis de Camagüey constituye una de las Iglesias locales mejor organizadas de Cuba, con un clero y un laicado sólidamente cohesionados en torno a su Obispo. Unido a ello está una pastoral de conjunto muy articulada, con una amplia red de pequeñas comunidades rurales de base. Vale la pena aclarar que la cultura camagüeyana posee una sólida matriz hispana (al ser un territorio ganadero y no azucarero, garantizó índices de sincretismo religioso diferentes a los del resto del país), lo que redundó en una consistente cultura cristiana-católica, que dotó al territorio de un inmenso patrimonio religioso cristiano (material e inmaterial). Todos los camagüeyanos, sean católicos o no, se sienten orgullosos de sus bellas iglesias y de sus populosas procesiones de Semana Santa. En este contexto, ser Arzobispo en Camagüey, implica “encarnar” estas tradiciones; lo cual se convierte, sin lugar a dudas, en una fuente importante de legitimidad. Por otro lado, monseñor Juan García fue el “hijo escogido” por monseñor Adolfo Rodríguez Herrera para sustituirlo al frente de la Arquidiócesis. Monseñor Rodríguez Herrera es uno de los más importantes y respetados arzobispos de la Cuba revolucionaria, y la feligresía católica camagüeyana siente una fuerte devoción por su persona (de hecho, su proceso de beatificación está abierto en Roma).
Entonces, los tres pilares sobre los que se sostenía el liderazgo de monseñor Juan García en Camagüey (un sólido trabajo pastoral, una herencia cultural hispana que ve en la figura del Obispo “un padre” para la ciudad, y la legitimidad que le dio la cercanía a la figura de monseñor Adolfo Rodríguez Herrera) no van a existir en La Habana. Es decir, monseñor García deberá construir en La Habana “otro tipo de liderazgo”, sobre la base de un territorio eclesiástico más cosmopolita, con una religiosidad más sincrética, con zonas urbanas densamente pobladas y una potencial feligresía más interesada en el consumo, que en la vida trascendente, con una Iglesia atomizada en diversos centros (con intereses disímiles), y con un trabajo pastoral muy desestructurado y en crisis
4) El nuevo Arzobispo deberá revitalizar los espacios de diálogo social de la Iglesia en La Habana, sobre todo en un contexto donde el país vive una de las más importantes transformaciones de su vida republicana. Para ello se encuentra con la carencia de una intelectualidad católica cualificada para asumir este desafío.
5) Deberá monseñor Juan García lidiar con el estilo “versallesco” de la curia y la élite laical habanera que estuvieron cercanas al cardenal Ortega; los cuales son portadores de los “vicios” que detenta toda corte en cualquier sitio del planeta, y en cualquier época de la historia. Deberá hacer frente a las intrigas, las traiciones, la hipocresía, los dobles raseros, la deslealtad y la vida mundana de un grupo minúsculo, pero poderoso, de clérigos y laicos acostumbrados a vivir a la sombra del poder. En este sentido, su desafío es igual al del papa Francisco con respecto a la Curia Vaticana, pero en menor escala.
6) Monseñor García tiene, además, el reto de poner a la Iglesia habanera (y a la cubana) en plena sintonía con las directrices del nuevo Pontificado de Francisco, sobre todo con los temas abordados en el recién concluido Sínodo de la Familia. Dado que el Sínodo dejó a la discrecionalidad de los obispos la implementación de sus principales directrices: ¿abordará e implementará la Iglesia cubana lo acordado en relación a la comunión de los divorciados y vueltos a casar? ¿Se dialogará sobre las parejas de un mismo sexo y su participación en las comunidades cristinas? ¿Se mantendrá “la verticalidad” en temas morales (típica de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI), o se asumirá “la pastoral de la misericordia y las periferias” de Francisco? ¿Cómo “decodificará” el nuevo Arzobispo las claves maestras del nuevo Pontificado?
7) Dado el peso que posee el Arzobispo de La Habana, monseñor Juan García deberá contribuir a la “pacificación” de la COCC tras la salida del Cardenal, y ayudar a reconstruir su unidad interna. De este proceso dependerá la capacidad de la COCC de consensuar una agenda interna sobre el rol de la Iglesia en el contexto cubano y defenderla ante el Gobierno. De la capacidad de “cohesión” interna de la COCC, depende la defensa del anhelo eclesiástico de un Concordato entre la Santa Sede Apostólica y el Gobierno de la Isla, que dé acceso a la Iglesia a las áreas de educación y medios de comunicación. Todo ello, en medio de voces discordantes desde la sociedad civil que prefieren la implementación de una Ley de Cultos que ampare a toda la pluralidad religiosa del país, y alegan que no debe tratarse a ninguna religión de forma privilegiada.
8) Monseñor Juan García tendrá que lidiar con la impronta activa del cardenal Ortega, quien vivirá en el Centro Cultural Félix Varela (en el antiguo apartamento privado del cardenal Arteaga), a pocas cuadras del Palacio Arzobispal.
9) Otro elemento que atentará contra el gobierno pastoral de monseñor Juan García, en el mediano y el largo plazo, será la disminución de la “importancia” y el “peso” de la Iglesia católica en “la percepción” del relevo político del presidente Raúl Castro. Tanto el ex-presidente Fidel Castro, como el presidente Raúl Castro, provienen de una familia española de fuerte tradición católica; fueron educados, desde muy pequeños, en colegios católicos; formaron sus respectivas personalidades en los moldes de la férrea disciplina jesuítica del “monje-soldado”, en el Colegio de Belén; hicieron la Revolución y se enfrentaron, luego, a muchos de sus antiguos compañeros de estudios de Belén, quienes fueron los líderes de la “contrarrevolución” entre 1960 y 1965 (y que contaron con el apoyo de la Iglesia y de Agencia Central de Inteligencia); y finalmente ambos, Fidel y Raúl, reconstruyeron políticamente, mediante la reforma constitucional de 1992, el lugar del “hecho religioso” en la Cuba revolucionaria. En la psicología personal de Fidel y de Raúl, “pesa” el hecho cultural del cristianismo, con el cual guardan -en sus conciencias- una relación conflictual, producto del choque entre la Iglesia y la Revolución. Esta manera de vivir la relación con la Iglesia -que no es exclusiva de Fidel y de Raúl, sino también de algunos otros líderes revolucionarios- hizo que esta fuera percibida como un “actor central” en los escenarios cubanos, muchas veces de forma desproporcionada, dado el escaso peso del catolicismo militante dentro de la población cubana. Quienes sustituyan a Raúl Castro frente a los destinos de Cuba, no podrán entender, ni relacionarse con el catolicismo, con la misma “intensidad” con que ellos dos lo han hecho
10) Finalmente, monseñor Juan García deberá comenzar a lidiar, desde ahora, con los hilos de la política nacional, pues en La Habana radica el gobierno de la República, la Nunciatura Apostólica, las embajadas, los medios de comunicación nacionales y extranjeros, y los principales actores sociales y políticos presentes en la sociedad cubana.
IV. Iglesia y política
Uno de los elementos centrales que deberá afrontar monseñor Juan García durante su gobierno episcopal en la Arquidiócesis de La Habana será el concerniente al posicionamiento de la Iglesia frente a los procesos de cambio transicional que tienen lugar en Cuba. Esos cambios implican: 1) el relevo generacional en la conducción del país, 2) la reforma económica en curso y sus implicaciones sociales y 3) las reformas sociopolíticas (que incluyen una nueva ley electoral, acortamiento de los períodos en el ejercicio de cargos gobernativos y partidistas, y una nueva dinámica parlamentaria). Todo ello en medio de las grandes complejidades que implica el proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos y la perdida de apoyos de Cuba en América Latina (en medio de la ofensiva que acometen los centros de poder del capitalismo atlántico en el hemisferio). La Iglesia católica en la Isla, le guste o no, deberá acoplarse al escenario de “una Cuba pos-embargo”, al haber sido derrotado este instrumento inmoral e ilegítimo como vía para implementar un tipo muy específico de transición dentro de la Isla
¿Cómo se codifica el escenario sociopolítico cubano (en la actual coyuntura) desde la más alta dirección del país? En su Informe al VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el presidente Raúl Castro realizó un ejercicio político singular: segmentó el campo político cubano en tres grandes bloques de actores. En primer lugar, Raúl mostró públicamente lo que ya era una evidencia para casi todos: la existencia de un sector, dentro de sus propias filas, que no comparten (o no entienden), el conjunto de reformas que tienen lugar en el país y que son impulsadas por el propio Presidente. A este grupo, delicadamente, Raúl los instó a “cambiar de mentalidad”, a comprender que las reformas en curso son necesarias e, incluso, intentó persuadirlos de que de ello depende el futuro de la Revolución cubana. El también Primer Secretario del PCC, llamó la atención sobre la existencia de un segundo grupo de actores: aquellos que proponen, a secas, la fórmula del libre mercado, el multipartidismo y la celebración de elecciones libres (el típico esquema liberal), como la “receta” para el futuro de Cuba. Enfatizó en los apoyos que este sector posee desde fuera de Cuba -especialmente en Estados Unidos-, y los asoció a las pretensiones de restauración de la vieja república.
En su discurso quedan claramente “focalizados” estos dos conjuntos de actores; al primer sector (dentro del PCC) los insta al “cambio de mentalidad” y, a los segundos, no les confiere la más mínima legitimidad. Sin embargo, al realizar sus propuestas políticas de cara al Congreso, Raúl Castro –de hecho- construye un tercer camino diferente al de estos dos grupos; donde se ubica él mismo y donde cifra la posibilidad de la “renovación” de la Revolución. Sus propuestas constan de nueve ejes de acción, de los cuales ocho podrían suscitar amplio consenso nacional, y solo uno genera polémica en la sociedad cubana trasnacional.
Las propuestas sociopolíticas realizadas por Raúl Castro –que pueden ser compartidas por un espectro amplio de actores patrióticos y nacionalistas, ubicados incluso fuera de la militancia marxista-leninista del PCC- fueron las siguientes: 1) no se privatizará el sistema de educación, 2) no se privatizará la salud pública, 3) los servicios culturales seguirán siendo de acceso mayoritario a toda la ciudadanía, 4) seguirá su curso inalterable el proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos, 5) el país apostará por la multilaterización de sus relaciones internacionales y la soberanía nacional no será negociable, 6) los sectores estratégicos de la economía seguirán en manos del Estado (aunque abiertos a la inversión extranjera directa), 7) el naciente sector privado de la economía no es ni contrarrevolucionario, ni anti-socialista, y necesita de la personalidad jurídica requerida para jugar un rol complementario en la economía nacional, 8) no se aplicarán en Cuba “terapias de choque” (es decir, el medio millón de trabajadores que “sobran” en el sector estatal de la economía, no serán despedidos) y 9) el modelo de partido único (que según Raúl deberá ser “mucho más democrático” de lo que es actualmente) seguirá rigiendo el país para poder garantizar “la unidad de la Nación” (este último punto resulta el más polémico de todos, dada la experiencia histórica de Cuba, marcada por el hundimiento radical del sistema multipartidista de la Segunda República y por la crisis del actual modelo unipartidista de tipo soviético. Cómo construir y articular el pluralismo social y político en la Cuba del siglo XXI es un tema aún pendiente de solución). Entonces, ¿dónde colocar a la Iglesia católica en medio de este tablero político esbozado (casi milimétricamente) por Raúl Castro en el VII Congreso del PCC?
No existen actualmente documentos consensuados de la jerarquía católica que muestren visiblemente su posicionamiento hacia los diversos ámbitos de la realidad nacional. La última Carta Pastoral, titulada “La Esperanza no defrauda”, del año 2013, no da respuestas eficientes al nuevo contexto socio-político nacional, marcado por nuevas variables, sobre todo la normalización de relaciones con Estados Unidos y el carácter irreversible de las reformas que impulsa el presidente Raúl Castro, con sus efectos multidimensionales sobre toda la sociedad cubana trasnacional. Desde el ámbito jerárquico son repetidas, solamente, las peticiones de “mayor acceso a la educación” y a “los medios de comunicación”, que forman parte de la agenda tradicional de la Iglesia en Cuba, pero que son reclamos relacionados a peticiones institucionales desvinculadas de una visión global sobre “el deber ser” del futuro de Cuba.
Desde los años 90 en adelante, en la Iglesia cubana fueron perceptibles dos maneras centrales de entender “el cambio” en Cuba. Ambas líneas fueron codificadas en la Semana Social Católica de 1994. La primera propuesta fue ideada por monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal (allí esboza, por vez primera, la idea de Casa Cuba) y, la segunda, pertenece al laico católico Dagoberto Valdés Hernández (constituye una propuesta de cambio transicional en clave liberal-cristiana). La propuesta de monseñor Céspedes asumía como legítima a la Revolución cubana, condensaba los grandes anhelos nacionales desde el siglo XIX, articulaba la defensa de la soberanía nacional, de los derechos sociales y políticos y colocaba sobre los hombros de Fidel Castro la responsabilidad de llevar adelante la transformación nacional. La propuesta de Valdés proponía avanzar hacia un sistema multipartidista, con economía de mercado y elecciones libres; donde la Iglesia y la escuela serían actores centrales para remediar “el daño antropológico” causado por el marxismo-leninismo, y donde la diáspora cubana sería un factor importante de estabilización nacional. La propuesta de monseñor Céspedes siempre fue de poco “peso” dentro de la Iglesia; fue poco apreciada tanto por la jerarquía, el clero y el laicado local, como por la Secretaría de Estado vaticana. La propuesta de Valdés siempre ha sido la hegemónica (ayer y hoy), y también la más sinceramente apreciada y legítima a los ojos de la Iglesia en Cuba.
Un ejercicio actualizado de “búsqueda” y “exploración” de “futuros posibles” para Cuba, desde el campo del catolicismo, lo encontramos en los diferentes discursos pronunciados con motivo de la celebración del XX aniversario del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Se trata de tres eventos que se celebraron por separado (en La Habana –organizado por el cardenal Ortega-, en El Cobre –organizado por la Comisión Nacional de Laicos de la COCC- y en la Ermita de la Caridad, en Miami-organizado por la Agrupación de Caballeros de Colón, bajo el formato de una Semana Social Católica). Aunque la organización de los tres eventos en sitios diferentes obedece a discrepancias dentro de la Iglesia cubana, es posible rastrear “líneas maestras” (en clave política) comunes en las tres celebraciones. La primera constatación relevante que debemos hacer es que, por vez primera desde 1995, la propuesta “cespediana” de cambio transicional no aparece representada en ninguno de los tres eventos antes mencionados. Mientras que la visión liberal-cristiana aparece como un “factor común” (con gradaciones diferentes) en los tres eventos. La afirmación anterior llevaría un despliegue argumentativo de mi parte que desborda la intención de este texto, pero que será acicate para entregas posteriores. Resulta justo exceptuar de esta generalización la conferencia del doctor Roberto Méndez, dictada en La Habana.
¿Dónde encaja la Iglesia en el escenario esbozado por el presidente Raúl Castro en el VII Congreso? ¿Cómo logrará manejar monseñor Juan García, desde la sede habanera, el escenario político interno en la Iglesia cubana? ¿Cómo hacer avanzar los intereses institucionales de la Iglesia frente al Gobierno y, a la vez, no defraudar las aspiraciones de las bases laicales más activas políticamente? ¿Será esto posible? En caso de que el camino sea la concertación de posiciones, ¿cómo trabajar con actores que se desconocen mutuamente su legitimidad? Se trata, sin dudas, de interrogantes centrales a las que el nuevo pastor deberá dar respuesta, si de verdad busca estar a la altura de este tiempo.
V. Epílogo
Hasta aquí he esbozado un conjunto amplio de desafíos relacionados con la macro-política de la Iglesia en el contexto cubano. Sin embargo, como cristiano católico le pediría a monseñor Juan que no se olvide de los pobres, de los niños con familias disfuncionales, de los enfermos, de los ancianos, de los que sufren, de los que no tienen quien les lleve una palabra de esperanza. Le pediría que se comportase como “uno más”, que se mezcle a diario y converse con la gente sencilla y trabajadora que rodea su nueva casa en la Habana Vieja. Que lleve siempre a “esa Cuba” en su corazón. Que sea “un pastor con olor a oveja”. Que de la mano de su Iglesia, dé testimonio en los barrios habaneros de los valores sagrados del cristianismo: el perdón, la bondad, el amor al prójimo, la misericordia. Solo así la Iglesia será, como diría el entrañable Cintio Vitier, “pan terrible partido para todos”.
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