Un
capellán de prisiones solicitó permiso al Jefe de una prisión de mayor
seguridad para visitar la galera de los presos de mayor rigor. El Jefe lo quiso
persuadir, porque para él era imposible que hubiera algún cambio para bien en
el mejor aquellos delincuentes, pero ante la mansa obstinación del predicador,
le pidió como condición para otorgarle el permiso, que por escrito lo eximiera
de toda responsabilidad si le pasaba algo. Y así se hizo.
El
predicador pidió al guardia que lo escoltaba que se quedara afuera de la celda
a donde lo condujeron, aunque allí se encontraban aislados dos reclusos del
resto, por su pésima conducta.
Desde
que los delincuentes vieron entrar al pastor en la celda con sus dos Biblias en
la mano quisieron provocarlo con burlas, pero no funcionó la provocación,
entonces le preguntaron:
-¿Esas
Biblias para qué son?
-Para
Uds. Dijo el pastor.
-
Qué buenas hojas, me la voy a fumar completa. Dijo uno.
-
Yo no tengo papel sanitario, me vendría muy bien para cuando vaya al baño. Dijo
el otro.
Solo
si me dan su palabra que leerán una hoja cada vez que la vayan a utilizar, se
las entrego. Dijo el pastor.
Entonces
sellaron el acuerdo.
Años
más tarde el pastor se encontró con los ex presidiarios otra vez, pero ahora
convertidos en ministros ordenados.
La cosecha de la Biblia es la cosecha de vidas
cambiadas en todas partes del Mundo.
La
Palabra de Dios no es simplemente la colección de palabras suyas, un medio de
comunicar ideas. Es viviente, cambia la vida y es dinámica al obrar en
nosotros. Con la agudeza del bisturí de un cirujano, revela lo que somos y lo
que no somos. Penetra en la médula de nuestra moral y vida espiritual.
Discierne lo que está dentro de nosotros, tanto lo bueno como lo malo. No solo
debemos oír la Palabra sino permitir que esta moldee nuestra vida y después en
gratitud a la transformación que haga en uno, proclamarla al Mundo
Dice
la Epístola a los Hebreos el el Capitulo 4 versos 12-13
“La
Palabra de Dios es viva y poderosa, y
más cortante que cualquier espada de dos filos.
Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos y juzga los
pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa a la
vista de Dios. Todo está al
descubierto, expuesto a los ojos de
aquel a quien hemos de rendir cuentas”.
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