Aimée
Cabrera.
Cuando pienso
que provengo de una familia de padres tan excepcionales y de ascendencia
católica me siento a veces como en un
vaivén cuando por un lado, amo entrar en sus templos y recibo la bienvenida del
Espíritu.
Rodeada a veces,
por hermanas en fe que amo tanto, sin embargo, hay aspectos doctrinales y
costumbres que no acabo de entender y, asimilar para ponerlas en práctica, ¡qué
horror! Veo comportamientos que me recuerdan a una isla colonial de siglos
pasados y otros de extrema derecha me llevan en el tiempo al Medioevo.
De visita a un
asilo que no voy a decir su nombre para visitar a un grupo de ancianitos que no
tienen quienes los visiten- me refiero a familiares- lo primero que aprecio
como una bendición del Altísimo es la sonrisa con que me reciben.
Siempre trato de
no llegar con las manos vacías: un paquetico de refresco instantáneo para los que
no toleran la leche, unas galleticas, alimentos muy humildes pero que pueden
conservar en sus taquillas.
Apenas pueden
desplazarse con movimientos coherentes y, por eso me da envidia ver a otros
diseminados por el patio donde sobresalen bellas plantas junto a la quietud
perenne de ese local todo, que es en extremo grande pero se asemeja a un
laberinto con barreras: “hasta aquí te toca conocer”- parece decir una figura
invisible y autoritaria.
Son muy pocas
las ocasiones en que comparto con ellas, las visitas de cortos horarios y la
lejanía se confabula contra ese encuentro que ambas partes necesitan. Son
personas que están en gozo perenne con el Dios de misericordia, a pesar de los
maltratos que sufren porque la falta de afecto es falta de amor; de por sí inconcebible en personas que han hecho votos
pero aplican el evangelio según ellas
mismas: dónde está el amor.
“Escucha, oh
Dios, la voz de mi queja;
Guarda mi vida
del temor del enemigo,
Escóndeme del
consejo secreto de los malignos,
De la
conspiración de los que hacen iniquidad,
Que afilan como
espada su lengua;
Lanzan cual saeta suya, palabra amarga,
Para asaetear a escondidas al íntegro
De repente lo
asaetean, y no temen.
Obstinados en su
inicuo designio,
Tratan de
esconder los lazos,
Y dicen: ¿Quién
los ha de ver?
Sal 64:1-5.
Pero Dios los ve
y se preguntará dónde está el amor de quien amedrenta con su comportamiento de
“latigazos recónditos” a esos que están en apariencia desamparados, en busca de
una mano que llegue para auxiliarlos con amabilidad, de una voz que requiera
con un tono adecuado, entonces por qué
quitar de un tirón el cable del televisor porque ver una telenovela es pecado,
¿no es más pecado la soberbia? No es menos cierto que “El que carece de
entendimiento menosprecia a su prójimo
Mas el hombre
prudente calla”. Pr11.12
Eso mismo hacen
esas personas, guardan silencio porque ellos temen y aman a Dios y aún siendo
maltratados son capaces de amar y perdonar esas crueldades. Lo mismo sucede cuando
se sientan a la mesa a degustar una sopa
que parece agua, y todos saben que ellas
prueban exquisitos manjares, dónde está el amor.
Y qué les pasará
a los que no se mueven o desvarían por trastornos neurológicos degenerativos,
¿recibirán buen trato de esos hábitos injustos? ¿Habrá una mano amiga o
martirizante? ¿Habrá una frase de dirección o un empujón? ¿No son esas
actitudes más pecaminosas? Dónde está pues el amor.
El amor está en
Dios. “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te
dice: No temas, yo te ayudo” Is 41: 13-dice Dios a esos ancianitos pero con la
misma sabiduría de Su justicia también
recuerda al hábito enmascarado ¡Ay de ti, que saqueas, y nunca fuiste saqueado;
que haces deslealtad, bien que nadie contra ti la hizo! Cuando acabes de
saquear, serás tú saqueado; y cuando acabes de hacer deslealtad, se hará contra
ti! Is 33:1.
¡Qué falta de humanidad!
¡Qué mal testimonio! Y lo peor es que muchos
conozcan de estos y otros hechos y prefieran callar por aquello de que hay
pocas personas consagradas para cuidar, ¿Que consagración? Y ¿Qué cuidados? Si los que pueden poner un
alto a tanta ignominia se callan, seguimos en ascenso ¿Qué hace el Vaticano? ¿Le
importa más al Vaticano quedar como estrella de Hollywood ante el mundo y
abandonar al que está en un asilo que se supone deba estar sustentado en la
obra del amor.
Hay que sacar a
toda esa gente que denigra a la Iglesia Apostólica y llevarlas a aprender sin
lujos y comodidades, en plena calle, donde se hace el banquete diario qué
cosa es el amor, sin las hipocresías de
cuando están delante de sus superiores y sonríen y saludan con buenas maneras, qué
es el amor, sino algo espontáneo, una empatía cercana a la incondicionalidad.
No es difícil, es el mismo que dan
quienes no profesan religiones cristianas o no creen en nada porque ante esos
ejemplos muchos lo que hacen es apartarse.
A esos falsos
cristianos dedico, para terminar proverbios 3: 1-8, pidiéndole a Dios no sea
difícil para ellos aprenderlos, no solo de memoria, sino saber llevarlos a la
práctica.
Hijo
mío, no te olvides de mi ley,
Y
tu corazón guarde mis mandamientos;
Porque
largura de días y años de vida y paz te aumentarán,
Nunca
se aparten de ti la misericordia y la verdad;
Átalas
a tu cuello,
Escríbelas
en la tabla de tu corazón;
Y
hallarás gracia y buena opinión
Ante
los ojos de Dios y de los hombres
Fíate
de Jehová de todo tu corazón,
Y
no te apoyes en tu propia prudencia.
Reconócelo
en todos tus caminos,
Y
él enderezará tus veredas.
No
seas sabio en tu propia opinión;
Teme
a Jehová, y apártate del mal;
Porque
será medicina a tu cuerpo,
Y
refrigerio para tus huesos.
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