Sumario:
1. Los ángeles: 1. Nombres y funciones; 2. La corte celestial; 3.
Los querubines y los serafines; 4. El ángel de Yhwh; 5. Angeles de
la guarda y arcángeles; 6. Los ángeles en el ministerio de Jesús;
7. Los ángeles en la vida de la Iglesia. II. Los demonios: 1.
Orígenes; 2. Evolución; 3. Satanás y su ejército; 4. La victoria
de Cristo sobre Satanás y los demonios; 5. La lucha de la Iglesia.
En
todas las religiones de la antigüedad, al lado de las divinidades
más o menos numerosas que, junto con los héroes divinizados,
poblaban el panteón de cada pueblo, aparece siempre una serie de
seres de naturaleza intermedia entre el hombre y el Dios, algunos de
índole y con funciones benéficas y otros, por el contrario,
maléficos.
No
es posible determinar con certeza cuándo penetró en Israel y cómo
se fue desarrollando en él a través de los siglos la fe en la
existencia de estos seres intermedios. Generalmente se piensa que fue
asimilada del mundo pagano circundante, en donde tanto los cananeos
como los asirio- babilonios se imaginaban las diversas divinidades
rodeadas de una corte de “servidores’ o ministros al estilo de
los reyes y príncipes de este mundo.
Está
claro de todas formas que en este proceso de asimilación se debió
realizar una gran obra de desmitización para purificar el concepto
de dichos seres de toda sombra de politeísmo y armonizarlo con la fe
irrenunciable en el verdadero Dios, único y trascendente, a quien
siempre se mostró fiel la parte elegida de Israel.
1.
LOS ANGELES.
1.
Nombres y funciones.
El
término “ángel” nos ha llegado directamente del griego úngelos,
con que los LXX traducen normalmente el hebreo mal’eak, enviado,
nuncio, mensajero. Se trata, por tanto, de un nombre de función, no
de naturaleza. En el AT se aplica tanto a los seres humanos enviados
por otros hombres (también en el NT en Lc 7,24; Lc 7,27; Lc 9,52)
como a los seres sobrehumanos enviados por Dios.
Como
mensajeros celestiales, los ángeles aparecen a menudo con semblante
humano, y por tanto no siempre son reconocidos. Ejercen también
funciones permanentes, y a veces desempeñan tareas específicas no
ligadas al anuncio, como la de guiar al pueblo en el éxodo de Egipto
(Ex 14,19; Ex 23,20; Ex 23,23) o la de aniquilar el ejército enemigo
de Israel (2R 19,35). Así pues, gradualmente el término pasó a
indicar cualquier criatura celestial, superior a los hombres, pero
inferior a Dios, encargada de ejercer cualquier función en el mundo
visible e invisible.
2.
La corte celestial.
Concebido
como un soberano sentado en su trono en el acto de gobernar el
universo, el Dios de Israel aparece rodeado, venerado y servido por
un ejército innumerable de seres, designados a veces como
“servidores” (Job 4,18), pero más frecuentemente como “santos”
(Job 5,1; Job 15,15; Sal 89,6; Dn 4,10), “hijos de Dios” (Job
1,6; Job 2,1; Sal 29,1; Sal 89,7; Dt 32,8) o “del Altísimo” (Sal
89,6), “fuertes” o “héroes” (Sal 78,25; Sal 103,20),
“vigilantes” (Dn 4,10; Dn 4,14; Dn 4,20), etc. Todos juntos
constituyen las “tropas” (Sal 148,2) o el “ejército del cielo”
(IR 22,19) y del Señor (Yhwh) (Jos 5,4), el cual es llamado, por
consiguiente, “Señor de los ejércitos” (IS 1,3; IS 1,11; Sal
25,10; Is 1,9; 1s6,3; 1s48,3; Jr 7,3; Jr9,14).
En
Dan 7,10 el profeta ve en torno al trono de Dios una infinidad de
seres celestiales: “miles de millares le servían, millones y
millones estaban de pie en su presencia”. También en el NT, cuando
el ángel anuncia a los pastores de Belén que ha nacido el Salvador,
se le unió “una multitud del ejército celestial, que alababa a
Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los
hombres que él ama” (Lc 2,13s), mientras que en la visión del
cordero inmolado Juan oye el “clamor” y ve igualmente “una
multitud de ángeles que estaban alrededor del trono...; eran miles
de miles, millones de millones” (Ap 5,11).
3.
LOS QUERUBINES Y LOS SERAFINES.
Estos
ángeles ocupan un lugar privilegiado en toda la corte celestial, ya
que están más cerca de Dios y atienden a su servicio inmediato. Los
primeros están junto al trono divino, lo sostienen y lo arrastran o
transportan (Ez 10). En este mismo sentido hay que entender los
textos en que se dice que Dios está sentado sobre los querubines o
cabalga sobre ellos (lSam4,4; 2S 6,2; 2S 22,11; SaI 80,2; SaI 99,1).
Es especial su presencia “delante del jardín de Edén” con “la
llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la
vida” (Gn 3,24). Iconográficamente se les representaba con las
alas desplegadas, bien sobre el arca de la alianza, bien sobre las
paredes y la puerta del templo (Ex 25,18s; IR 6,23-35).
Los
serafines, por el contrario, que etimológicamente significan
“(espíritus) ardientes”, sólo se recuerdan en la visión
inaugural de Is 6,2-7, mientras que rodean el trono de Yhwh y cantan
su santidad y su gloria. Están dotados de seis alas: dos para volar,
dos para taparse el rostro, dos para cubrirse los pies. Uno de ellos
fue el que purificó los labios del profeta con un carbón encendido,
para que purificado de todo pecado pudiera anunciar la palabra de
Dios.
4.
El ángel de Yhwh.
Llamado
también “ángel de ‘Elohim (Dios)”, es una figura
singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos
bíblicos, debe considerarse sin más como superior a todos los demás
ángeles. Aparece por primera vez en la historia de Agar (Gn
16,7-13), luego en el relato del sacrificio de Isaac Gn 22,11-18) y a
continuación cada vez con mayor frecuencia en los momentos más
dramáticos de la historia de Israel (Ex 3,2-6; Ex 14,19; Ex 23,23
Núm Ex 22,22; Jc 6,11; 2R 1,3).
Pero
mientras que en algunos textos se presenta como claramente distinto
de Dios y como intermediario suyo (Nm 20,16; 2R 4,16), en otros
parece confundirse con él, actuando y hablando como si fuese Dios
mismo Gn 22,15-1 7; Gn 31,11-13; Ex 3,2-6). Para los textos de este
último tipo algunos autores han pensado en una interpolación por
obra de un redactor, que habría introducido la presencia del ángel
para preservar la trascendencia divina.
Pero
más probablemente hemos de pensar en un modo demasiado sintético de
narrar: el ángel como representante del Altísimo habla y actúa en
primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre su
voluntad, sin que el narrador se preocupe de señalar que está
refiriendo lo que se le ha encargado decir o hacer.
De
todas formas, exceptuando 2S 24,17, donde se le encarga que castigue
a Israel con la peste por causa del pecado cometido por David al
haberse empeñado en censar al pueblo, en todos los demás textos el
ángel de Yhwh actúa siempre con una finalidad benéfica de
mediación, de intercesión y de defensa (1R 22,19-24; Za 3; Jb 16,
19)j Aunque en la tradición judía posterior su papel parece ser
bastante reducido, su figura vuelve a aparecer de nuevo en los
evangelios de la infancia (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19; Lc
1,11; Lc 2,9).
5.
ANGELES DE LA GUARDA Y ARCANGELES.
En
la antigüedad bíblica los ángeles no se distinguían por la
naturaleza de las misiones que se les confiaban. Así, al lado de los
ángeles enviados para obras buenas, encontramos al ángel
exterminador que trae la ruina a las casas de los egipcios (Ex
12,23), al ángel que siembra la peste en medio de Israel 2S
24,16-17) y que destruye el ejército de Se-naquerib (2R 19,35),
mientras que en el libro de Job Satanás sigue formando parte de la
corte celestial (1,6-12; 2,1-10).
Pero
a partir del destierro en Babilonia y cada vez más en los tiempos
sucesivos, por influencia y en reacción contra el sincretismo
iranio-babilonio, no sólo se lleva a cabo una clara distinción
entre ángeles buenos y malos, sino que se afina incluso en su
concepción, precisando sus tareas y multiplicando su número. Por un
lado, se quiere exaltar la trascendencia del Dios invisible e
inefable; por otro, poner de relieve su gloria y su poder, que se
manifiestan tanto en el mayor número de ángeles como en la
multiplicidad de los encargos que se les hace.
En
este sentido resulta particularmente significativa la angelología de
los libros de Tobías y de Daniel. En el primero, el ángel que
acompaña, protege y lleva a buen término todas las empresas del
protagonista se porta como verdadero ángel de la guarda, pero al
final de su misión revela: “Yo soy Rafael, uno de los siete
ángeles que están ante la gloria del Señor y en su presencia”
(Tb 12,15).
En
el segundo, además de la alusión a los “millones de millones”
de seres celestiales que rodean el trono de Dios (Dn 7,10), se
conocen también algunos ángeles que presiden los destinos de las
naciones (Dn 10,13-21). Se dan igualmente los nombres de dos de los
ángeles más importantes: Gabriel y Miguel. El uno revela al profeta
el significado de sus visiones (Dn 8,6; Dn 9,21), lo mismo que había
hecho un ángel anónimo con los
profetas
Ezequiel (cc. 8-1 1; 40-44) y Zacarías (cc. 1-6), y como será luego
habitual en toda la literatura apocalíptica, incluida la del NT.
El
otro se presenta como “uno de los primeros príncipes” (Dn 10,13)
y como “vuestro príncipe”, el príncipe absoluto de Israel, “que
hace guardia sobre los hijos de tu pueblo” Dn 10,21;Dn 12,1).
Los
ángeles que velan por los hombres (Tb 3,17 Dan 3,49s) presentan a
Dios sus oraciones(Tb 12,12)y son prácticamente sus guardianes (Sal
91,11); de alguna manera aparecen también así en el NT (Mt 18,10)
También
en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a “los siete espíritus que están
delante de su trono” y a “los siete ángeles que están en pie
delante de Dios”, además del ángel intérprete de las visiones.
Los apócrifos del AT indican los nombres principales: Uriel, Rafael,
Ragüel, Miguel, Sar-coel y Gabriel (cf Henoc 20,1-8), pero de ellos
tan sólo se menciona a Gabriel en el NT (Lc 1,19).
Inspirándos
en la denominación de “príncipe”, utilizada para Miguel en Dan
10,13.21; 12,1, san Pablo habla genéricamente de un “arcángel”
(ángel príncipe) que habrá de dar la señal del último día. La
carta de Judas (y. 9) a su vez aplica concretamente este título
griego a Miguel, y sólo más tarde la tradición eclesiástica lo
extenderá a Gabriel y a Rafael, uniéndolos a Miguel para formar el
orden de los arcángeles, que junto con los ángeles y los ya
recordados querubines y serafines forman los cuatro primeros órdenes
de la jerarquía angélica, que comprende además los principados,
las potestades, las virtudes, los tronos y las dominaciones (Col
1,16; Col 2,10; Ef 1,21; IP 3,22), hasta alcanzar el número de
nueve.
6.
LOS ÁNGELES EN EL MINISTERIO de Jesús.
Los
ángeles con su presencia marcan los momentos más destacados de la
vida y del destino de Jesús. En los evangelios de la infancia, el
ángel del Señor se aparece en varias ocasiones en sueños a José
para aconsejarle y dirigirlo (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19).
También
el nacimiento de Juan Bautista es revelado antes de la hora a su
padre Zacarías por un ángel del Señor (Lc 1,11), que luego resulta
ser el ángel de la presencia, Gabriel (Lc 1,19), el mismo que seis
meses más tarde fue enviado a la virgen María en Nazaret (Lc 1,26).
El
ángel del Señor se aparece también a los pastores en la noche de
Belén para anunciar la gran alegría del nacimiento del Salvador,
seguido por “una multitud del ejército celestial, que alababa a
Dios” (Lc 2,9-14).
Durante
su ministerio público, Jesús se mantiene en continua y estrecha
relación con los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre él (Jn
1,51), le atienden en la soledad del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11), lo
confortan en la agonía de Getsemaní (Lc 22,43), están siempre a su
disposición (Mt 26,53) y proclaman su resurrección (Mc 16,5-7; Mt
28,2-3; Lc 24,4; Jn 20,12).
Jesús,
a su vez, habla de ellos como de seres vivos y reales, inmunes de las
exigencias de la naturaleza humana (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36) y
que velan por el destino de los hombres (Mt 18,10); como de seres que
participan de la gloria de Dios y se alegran de su gozo (Lc 15,10).
En
su encarnación el Hijo de Dios se hizo inferior a los ángeles (Hb
2,9), pero en su resurrección fue colocado por encima de todos los
seres celestiales (Ef 1,21), que de hecho lo adoran (Hb 1,6-7) y lo
reconocen como Señor (Ap 5,1 Is; 7,1 Is), ya que han sido creados en
él y para él Col 1,16). También ellos ignoran el día de su vuelta
para el juicio final (Mt 24,26), pero serán sus ejecutores (Mt
13,39; Mt 13,49; Mt 24,31), lo precederán y lo acompañarán (Mt
25,31; 2Ts 1,7; Ap 14,14-16), reunirán a los elegidos de los cuatro
ángulos de la tierra (Mt 24,31; Mc 13,27) y arrojarán lejos, al
“horno ardiente”, a todos los agentes de la iniquidad (Mt
13,41-42).
7.
LOS ÁNGELES EN LA VIDA DE la Iglesia.
La
Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la
mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la
misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas,
típicas de gran parte de la literatura del judaismo tardío.
El
NT se insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión
a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; Ef
5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores
supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, Col 2,18
condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba Ap
22,8-9).
Sin
embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre
todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. Los Hechos
nos ofrecen un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con
vestidura humana revelan a los once que “este Jesús que acaba de
subir al cielo volverá tal como lo habéis visto ¡rse al cielo (Hch
1,10-11).
Un
ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (5,19; 12,7-
10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse
al eunuco de la reina Candaces (8,26), se le aparece al centurión
Cornelio y le indica el camino de la salvación (10,3; 11,13), se le
aparece también a Pablo en viaje hacia Roma y le asegura que se
librará del naufragio junto con todos sus compañeros de viaje
(27,23).
Según
el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los
santos (5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe Miguel,
combaten por su salvación (12,1-9).
Finalmente,
vale la pena señalar que los ángeles están también junto a los
justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la
tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1Co 11,10) y desde el
cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del
evangelio (1Co 4,9).
II.
LOS DEMONIOS.
1.
Orígenes.
El
desarrollo de la demonología bíblica sigue un itinerario mucho más
complejo que el de la angelología, puesto que si era relativamente
fácil imaginarse a Yhwh rodeado de una corte de personajes
celestiales, sirviéndose de ellos como ministros y mensajeros, era
sumamente difícil admitir la existencia de otros seres dotados de
poderes ocultos, que compartiesen con él el dominio sobre los
hombres y sobre el mundo, aunque limitándose a la esfera del mal.
Por
eso los autores bíblicos más antiguos, casi hasta la época del
destierro, evitan hablar abiertamente de demonios, prefiriendo hacer
que provengan de Dios incluso los males que afligen al hombre, como
la peste (SaI 91,6; Ha 3,5), la fiebre (Dt 32,24), etc., a veces bajo
la forma de un ángel exterminador (Ex 12,23; 2S 24,16; 2R 19,35) o
de un espíritu malo 1 S 16,4-16; IS 16,23), enviados directamente
por Dios. No faltan, sin embargo, algunas huellas literarias que
revelan la creencia popular en la existencia de espíritus malos, de
los que el hombre intenta precaverse con ritos o prácticas mágicas.
Entre
éstos se señalan: los ‘elohim, espíritus de los difuntos, que
evocan los nigromantes (1S 28,13; 2R 21,6; Is 8,19), a pesar de la
prohibición absoluta de la ley Lv 19,31; Lv 20,6; Lv 20,27; Dt
18,11); los mediums, seres con carácter verdaderamente diabólico, a
los que los israelitas llegaron a ofrecer sacrificios (Dt 32,17; SaI
106,37); los, se’irim, seres extraños y peludos como sátiros,
que, según se creía, habitaban en las ruinas o en lugares áridos y
alejados (Lv 17,7; 2Cr 11,15; Is 13,21; Is 34,12; Is 34,14).
Con
estos mismos lugares se relaciona también la presencia de los dos
únicos demonios cuyos nombres nos ofrecen los textos antiguos: con
las casas derrumbadas al demonio Lilit (Is 34,14), al que se atribuía
sexo femenino; y con el desierto a Azazel, a quien en el día solemne
de la expiación se le ofrecía un macho cabrío sobre el que
anteriormente el sumo sacerdote había como cargado los pecados del
pueblo Lv 16) [1 Levítico II, 4].
2.
Evolución.
El
libro bíblico en que se manifiesta más abiertamente la creencia de
los israelitas en los demonios es el de Tobías, que, en paralelismo
antitético con la acción benéfica desarrollada por el ángel
Rafael, hace resaltar la obra maléfica del demonio Asmodeo, a quien
se atribuye una violencia de persecución tan grande que llega a
matar a todos los que intentaban unirse en matrimonio con la mujer a
la que torturaba Tb 3,8; Tb 6,14-15). Pero el libro conoce, además,
una forma eficaz para exorcizar a cualquier demonio o espíritu
malvado: quemar el hígado y el corazón de un pez, pues el humo
obliga entonces
irremediablemente
al espíritu a abandonar su presa y a huir lejos (Tb 6,8; Tb 6,17-18;
Tb 8,2-3).
Los
escritos judíos sucesivos, no comprendidos en el canon, explicita
más aún la doctrina de los demonios, aunque no de modo uniforme,
hasta convertirlos en rivales absolutos de Dios y de sus santos
espíritus. En general se prefiere llamarlos espíritus malignos,
impuros o engañosos, unidos todos ellos en torno a un jefe que para
algunos lleva el nombre de Mas-tema y para otros el de Belial o
Beliar. Habrían tenido su origen en la unión de los ángeles con
las famosas “hijas de los hombres’ (Gn 6,2-4) o de una rebelión
de los mismos ángeles contra Dios (Is 14,13-14; Ez 28,1).
Caracterizados
por el orgullo y la lujuria, atormentan a los hombres en el cuerpo y
en el espíritu, los inducen al mal y llegan a apoderarse de sus
cuerpos. Pero se prevé la decadencia de su poder en los tiempos
mesiánicos, cuando serán precipitados en el infierno.
3.
Satanás y su ejército.
Literalmente
la palabra hebrea satán significa adversario, enemigo o acusador (1R
24,4; 2R 19,22; SaI 109,6). En griego se traduce por alabólos, de
donde “diablo”. En el libro de Jb (cc. 1-2) la figura de Satanás
sigue siendo la de un ángel de la corte celestial, que desempeña la
función de fiscal o de acusador, pero con tendencias desfavorables
para con el hombre justo, poniendo en duda su bondad, su fidelidad o
su rectitud, obteniendo de Dios la facultad de ponerlo a prueba (Jb
1,11; Jb 2,4).
En
1 Crónicas 21,1 Satanás induce a David a hacer el censo de su
pueblo; pero su nombre fue introducido por el redactor por un
escrúpulo teológico, a fin de evitar atribuir a Dios el mandato de
realizar una acción ilícita, como se cuenta en el paralelo 2S 24,1.
En Za 3,1-5, sin embargo, aun manteniendo el papel de acusador
público, Satanás se revela de hecho como adversario de Dios y de
sus proyectos de misericordia para con su pueblo, hasta que el ángel
del Señor no lo aleje ordenándole en forma de deprecación: “Que
el Señor te reprima, Satán” (y. 2).
En
la literatura poscanónica, en la que se insiste en la clara
separación y oposición entre el mundo del bien y el mundo del mal,
el papel del diablo se extiende enormemente, hasta llegar a ser
considerado como el príncipe de un mundo antidivino y el principio
de todo mal, con un ejército de demonios a su servicio y dispuesto
siempre a engañar y seducir al hombre para arrastrarlo a su propia
esfera.
Al
mismo tiempo se le atribuye la responsabilidad de los pecados más
graves que se recuerdan en la historia bíblica, y entre ellos
principalmente el de los orígenes, bajo la apariencia de la
serpiente astuta y seductora que engaña a Adán y a Eva (Gn 3). Por
eso también Sg 2,24 afirma: “Por envidia del diablo entró la
muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.
Por
esta misma razón también en el NT el diablo es definido como el
malvado, el enemigo, el tentador, el seductor, la antigua serpiente
(Ap 12,9), mentiroso y homicida desde el principio (Jn 8,44),
príncipe de este mundo (Jn 12,31; Jn 14,30; Jn 16,11) y dios del
siglo presente (2Co 4,4).
4.
La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios.
La
concepción del NT sobre la presencia y la obra maléfica de los
espíritus del mal en el mundo, aunque no incluye ningún esfuerzo de
sistematización respecto a las creencias heredadas del ambiente
cultural circundante judío o helenístico, se presenta en conjunto
bastante clara y lineal en cada una de sus partes, estando marcada
por una absoluta oposición entre Dios y Satanás, que se traduce en
una lucha abierta, encarnizada y constante, emprendida por Cristo
personalmente para hacer que avance el reino de Dios hasta una
completa victoria sobre el reino de las tinieblas, con una definitiva
destrucción del mal.
Jesús
se enfrenta personalmente con Satanás ya antes de comenzar su
ministerio público y rechaza vigorosamente sus sugerencias (Mc
1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Luego se puede afirmar que, en el
curso de su predicación, toda su obra está dirigida a liberar de
los espíritus malignos a cuantos estaban oprimidos por él, en
cualquier sitio en que se encontrasen y bajo cualquier forma que se
manifestara el poder del maligno en la realidad humana.
Al
describir los milagros de curación realizados por Jesús, los
evangelistas no utilizan siempre un lenguaje uniforme. De todas
formas, junto a los relatos de milagros en los que no se atisba
ninguna alusión a la influencia de agentes preternaturales, se leen
otros en los que los gestos de Jesús para devolver la salud asumen
el aspecto de verdaderos exorcismos; y otros además muy numerosos,
donde se habla implícitamente de obsesión o posesión diabólica
con una terminología propia o equivalente: “endemoniados”,
“tener o poseer un demonio’, o bien “un espíritu impuro” o
malo.
Sea
cual fuere el juicio que se quiera dar sobre la opinión común de
aquella época, que relacionaba también los males físicos con la
influencia de .potencias diabólicas, no cabe duda de que los
evangelistas, al servirse de esas categorías culturales, quisieron
mostrar hasta la evidencia de los hechos el poder sobrenatural de
Jesús y al mismo tiempo su superioridad sobre todas las potencias
diabólicas, incluso las más obstinadas.
Por
su parte, Jesús no relaciona nunca el mal físico con el demonio a
través del pecado; más aún, lo excluye en Jn 9,2-3. Enseña, por
el contrario, que su poder de curar a los enfermos es un signo
manifestativo de su poder de perdonar los pecados (Mc 2,5-11; Mt
9,2-7; Lc 5,20-24); y en cuanto a él mismo, acusado de magia y de
echar los demonios en nombre de su príncipe Belcebú, afirma que lo
hace con el poder del Espíritu de Dios y para demostrar que
realmente “ha llegado a vosotros el reino de Dios” Mt 12,25-28;
Lc 11,17-20).
Cuando
más tarde los discípulos le refieren, llenos de satisfacción, que
“hasta los demonios se nos someten en tu nombre’, él se lo
confirma y explica: “Yo veía a Satanás cayendo del cielo como,un
rayo” (Lc 10,17-18).
5.
La lucha de la Iglesia.
También
en la lucha contra Satanás y sus ángeles la Iglesia continúa la
obra emprendida por Cristo para llevarla a su cumplimiento, hasta el
total aniquilamiento de las potencias del mal. Basados en el poder
que se les ha conferido (Mc 6,7; Lc 9,1), los apóstoles con sus
diversos colaboradores, mientras que por un lado se esfuerzan en
hacer progresar el reino de Dios con el anuncio de la verdad, por
otro combaten irresistiblemente contra el dominio de Satanás en
todas las formas con que se manifiesta: obsesión Hch 8,7; Hch
19,11-17), magia y superstición (Hch 13,8 19,8ss), adivinación (Hch
16,16) e idolatría Ap 9,20). Por otra parte, el NT nos muestra cómo,
a pesar de la derrota que ha sufrido, Satanás sigue actuando:
siembra doctrinas falsas (Ga 4,8-9; 1 Tm 4,1), se esconde detrás de
los ídolos (1 Co 10,20s; 2Co 6,15), incita al mal (2Ts 2,11; 2Co
4,4), intenta seducir (lTm 5,15), está siempre al acecho y, “como
león rugiente, da vueltas y busca a quien devorar” (1 P IP 5,8).
Por eso todos los escritores del NT indistintamente no se cansan de
exhortar a la sobriedad, a la vigilancia y a la fortaleza en su
resistencia para podervencerlo (Rm 16,20 lCor7,5;2Cor2,11; Rm 11,14
lTes2,18; Ef 4,27; Ef 6,11; Ef 6,16 lTm 3,6s; 2Tm 2,26; St 4,7; IP
5,8).
El
puede tentar al hombre para inducirlo al mal, pero sólo porque Dios
se lo permite (Ap 13,7) y sólo por algún breve tiempo (Ap 12,12), a
fin de que los creyentes puedan vencerlo junto con Cristo (St 1,12;
Ap 2,26; Ap 3,12; Ap 3,21; Ap 21,7).
En
cuanto a la suerte final de Satanás, es seguro que “el Dios de la
paz pronto aplastará a Satanás bajo vuestros pies” (Rm 16,20) y
que “Jesús, el Señor, lo hará desaparecer con el soplo de su
boca y lo aniquilará con el resplandor de su venida” (2Ts 2,8 ).
Satanás
y sus ángeles serán arrojados para siempre a la oscuridad del
infierno y a las fosas tenebrosas del tártaro, en donde fueron
relegados al principio por causa de su pecado (2P 2,4; Jud 6), en un
“estanque de fuego y azufre”, donde “serán atormentados día y
noche por los siglos de los siglos” Ap 20,10).
BIBLIOGRAFÍA:
Además
de las enciclopedias y de los diccionarios de índole bíblica en
general y de los de teología bíblica en particular (en las
principales voces tratadas en el texto), véase especialmente:
Barbaglio G., Angelí, en Schede BiblichePastoralil, Dehoniane,
Bolonia 1982, 148-156; BofG.P., Demoni, en ib, II, Dehoniane, Bolonia
1983, 812-821; Grelot P.
Los
milagros de Jesús yla demonología judía, en LéonDufour X. (ed.),
Los milagros de Jesús, Cristiandad, Madrid 1979, 61-74;
KasperW.-Lehmann K., Dia-volodemoni-possessione.
Sulla
realtá del mate, Queriniana, Brescia J983; Louis-Chrevillon H.,
Satana nella Bibbia e nel mondo, Ed. Paoline, Roma 1971; Marranzin; ?
Angeles
y demonios, en Diccionario Teológico lnterdisciplinarl, Sigúeme,
Salamanca 1982, 413-430; North R., Separated Spiritual Substancesin
the Oíd Testament, en “CBQ”29 (1967) 41 9-449; Penna ?, Angelíe
demoniin 5. Paolo e nelgiudaismo contemporáneo, en “Parole di
Vita” 26 (1981) 272-289; Regamey P.R., GliAngelí, Ed. Paoline,
Roma 1960; Schlier H., Principatie potesta, Morcelliana, Brescia
1970; Seemann M., Los ángeles, en Mysterium Salutis II, Madrid
19772, 736-768; Zaehringer D., Los demonios, en ib, 768-785. A. Sisti
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