martes, 28 de noviembre de 2017

ANGELES Y DEMONIOS


Sumario: 1. Los ángeles: 1. Nombres y funciones; 2. La corte celestial; 3. Los querubines y los serafines; 4. El ángel de Yhwh; 5. Angeles de la guarda y arcángeles; 6. Los ángeles en el ministerio de Jesús; 7. Los ángeles en la vida de la Iglesia. II. Los demonios: 1. Orígenes; 2. Evolución; 3. Satanás y su ejército; 4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios; 5. La lucha de la Iglesia.

En todas las religiones de la antigüedad, al lado de las divinidades más o menos numerosas que, junto con los héroes divinizados, poblaban el panteón de cada pueblo, aparece siempre una serie de seres de naturaleza intermedia entre el hombre y el Dios, algunos de índole y con funciones benéficas y otros, por el contrario, maléficos.

No es posible determinar con certeza cuándo penetró en Israel y cómo se fue desarrollando en él a través de los siglos la fe en la existencia de estos seres intermedios. Generalmente se piensa que fue asimilada del mundo pagano circundante, en donde tanto los cananeos como los asirio- babilonios se imaginaban las diversas divinidades rodeadas de una corte de “servidores’ o ministros al estilo de los reyes y príncipes de este mundo.

Está claro de todas formas que en este proceso de asimilación se debió realizar una gran obra de desmitización para purificar el concepto de dichos seres de toda sombra de politeísmo y armonizarlo con la fe irrenunciable en el verdadero Dios, único y trascendente, a quien siempre se mostró fiel la parte elegida de Israel.

1. LOS ANGELES.
1. Nombres y funciones.
El término “ángel” nos ha llegado directamente del griego úngelos, con que los LXX traducen normalmente el hebreo mal’eak, enviado, nuncio, mensajero. Se trata, por tanto, de un nombre de función, no de naturaleza. En el AT se aplica tanto a los seres humanos enviados por otros hombres (también en el NT en Lc 7,24; Lc 7,27; Lc 9,52) como a los seres sobrehumanos enviados por Dios.

Como mensajeros celestiales, los ángeles aparecen a menudo con semblante humano, y por tanto no siempre son reconocidos. Ejercen también funciones permanentes, y a veces desempeñan tareas específicas no ligadas al anuncio, como la de guiar al pueblo en el éxodo de Egipto (Ex 14,19; Ex 23,20; Ex 23,23) o la de aniquilar el ejército enemigo de Israel (2R 19,35). Así pues, gradualmente el término pasó a indicar cualquier criatura celestial, superior a los hombres, pero inferior a Dios, encargada de ejercer cualquier función en el mundo visible e invisible.

2. La corte celestial.
Concebido como un soberano sentado en su trono en el acto de gobernar el universo, el Dios de Israel aparece rodeado, venerado y servido por un ejército innumerable de seres, designados a veces como “servidores” (Job 4,18), pero más frecuentemente como “santos” (Job 5,1; Job 15,15; Sal 89,6; Dn 4,10), “hijos de Dios” (Job 1,6; Job 2,1; Sal 29,1; Sal 89,7; Dt 32,8) o “del Altísimo” (Sal 89,6), “fuertes” o “héroes” (Sal 78,25; Sal 103,20), “vigilantes” (Dn 4,10; Dn 4,14; Dn 4,20), etc. Todos juntos constituyen las “tropas” (Sal 148,2) o el “ejército del cielo” (IR 22,19) y del Señor (Yhwh) (Jos 5,4), el cual es llamado, por consiguiente, “Señor de los ejércitos” (IS 1,3; IS 1,11; Sal 25,10; Is 1,9; 1s6,3; 1s48,3; Jr 7,3; Jr9,14).

En Dan 7,10 el profeta ve en torno al trono de Dios una infinidad de seres celestiales: “miles de millares le servían, millones y millones estaban de pie en su presencia”. También en el NT, cuando el ángel anuncia a los pastores de Belén que ha nacido el Salvador, se le unió “una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama” (Lc 2,13s), mientras que en la visión del cordero inmolado Juan oye el “clamor” y ve igualmente “una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono...; eran miles de miles, millones de millones” (Ap 5,11).
3. LOS QUERUBINES Y LOS SERAFINES.
Estos ángeles ocupan un lugar privilegiado en toda la corte celestial, ya que están más cerca de Dios y atienden a su servicio inmediato. Los primeros están junto al trono divino, lo sostienen y lo arrastran o transportan (Ez 10). En este mismo sentido hay que entender los textos en que se dice que Dios está sentado sobre los querubines o cabalga sobre ellos (lSam4,4; 2S 6,2; 2S 22,11; SaI 80,2; SaI 99,1). Es especial su presencia “delante del jardín de Edén” con “la llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn 3,24). Iconográficamente se les representaba con las alas desplegadas, bien sobre el arca de la alianza, bien sobre las paredes y la puerta del templo (Ex 25,18s; IR 6,23-35).

Los serafines, por el contrario, que etimológicamente significan “(espíritus) ardientes”, sólo se recuerdan en la visión inaugural de Is 6,2-7, mientras que rodean el trono de Yhwh y cantan su santidad y su gloria. Están dotados de seis alas: dos para volar, dos para taparse el rostro, dos para cubrirse los pies. Uno de ellos fue el que purificó los labios del profeta con un carbón encendido, para que purificado de todo pecado pudiera anunciar la palabra de Dios.

4. El ángel de Yhwh.
Llamado también “ángel de ‘Elohim (Dios)”, es una figura singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos bíblicos, debe considerarse sin más como superior a todos los demás ángeles. Aparece por primera vez en la historia de Agar (Gn 16,7-13), luego en el relato del sacrificio de Isaac Gn 22,11-18) y a continuación cada vez con mayor frecuencia en los momentos más dramáticos de la historia de Israel (Ex 3,2-6; Ex 14,19; Ex 23,23 Núm Ex 22,22; Jc 6,11; 2R 1,3).

Pero mientras que en algunos textos se presenta como claramente distinto de Dios y como intermediario suyo (Nm 20,16; 2R 4,16), en otros parece confundirse con él, actuando y hablando como si fuese Dios mismo Gn 22,15-1 7; Gn 31,11-13; Ex 3,2-6). Para los textos de este último tipo algunos autores han pensado en una interpolación por obra de un redactor, que habría introducido la presencia del ángel para preservar la trascendencia divina.

Pero más probablemente hemos de pensar en un modo demasiado sintético de narrar: el ángel como representante del Altísimo habla y actúa en primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre su voluntad, sin que el narrador se preocupe de señalar que está refiriendo lo que se le ha encargado decir o hacer.

De todas formas, exceptuando 2S 24,17, donde se le encarga que castigue a Israel con la peste por causa del pecado cometido por David al haberse empeñado en censar al pueblo, en todos los demás textos el ángel de Yhwh actúa siempre con una finalidad benéfica de mediación, de intercesión y de defensa (1R 22,19-24; Za 3; Jb 16, 19)j Aunque en la tradición judía posterior su papel parece ser bastante reducido, su figura vuelve a aparecer de nuevo en los evangelios de la infancia (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19; Lc 1,11; Lc 2,9).


5. ANGELES DE LA GUARDA Y ARCANGELES.
En la antigüedad bíblica los ángeles no se distinguían por la naturaleza de las misiones que se les confiaban. Así, al lado de los ángeles enviados para obras buenas, encontramos al ángel exterminador que trae la ruina a las casas de los egipcios (Ex 12,23), al ángel que siembra la peste en medio de Israel 2S 24,16-17) y que destruye el ejército de Se-naquerib (2R 19,35), mientras que en el libro de Job Satanás sigue formando parte de la corte celestial (1,6-12; 2,1-10).

Pero a partir del destierro en Babilonia y cada vez más en los tiempos sucesivos, por influencia y en reacción contra el sincretismo iranio-babilonio, no sólo se lleva a cabo una clara distinción entre ángeles buenos y malos, sino que se afina incluso en su concepción, precisando sus tareas y multiplicando su número. Por un lado, se quiere exaltar la trascendencia del Dios invisible e inefable; por otro, poner de relieve su gloria y su poder, que se manifiestan tanto en el mayor número de ángeles como en la multiplicidad de los encargos que se les hace.

En este sentido resulta particularmente significativa la angelología de los libros de Tobías y de Daniel. En el primero, el ángel que acompaña, protege y lleva a buen término todas las empresas del protagonista se porta como verdadero ángel de la guarda, pero al final de su misión revela: “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están ante la gloria del Señor y en su presencia” (Tb 12,15).

En el segundo, además de la alusión a los “millones de millones” de seres celestiales que rodean el trono de Dios (Dn 7,10), se conocen también algunos ángeles que presiden los destinos de las naciones (Dn 10,13-21). Se dan igualmente los nombres de dos de los ángeles más importantes: Gabriel y Miguel. El uno revela al profeta el significado de sus visiones (Dn 8,6; Dn 9,21), lo mismo que había hecho un ángel anónimo con los
profetas Ezequiel (cc. 8-1 1; 40-44) y Zacarías (cc. 1-6), y como será luego habitual en toda la literatura apocalíptica, incluida la del NT.

El otro se presenta como “uno de los primeros príncipes” (Dn 10,13) y como “vuestro príncipe”, el príncipe absoluto de Israel, “que hace guardia sobre los hijos de tu pueblo” Dn 10,21;Dn 12,1).

Los ángeles que velan por los hombres (Tb 3,17 Dan 3,49s) presentan a Dios sus oraciones(Tb 12,12)y son prácticamente sus guardianes (Sal 91,11); de alguna manera aparecen también así en el NT (Mt 18,10)

También en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a “los siete espíritus que están delante de su trono” y a “los siete ángeles que están en pie delante de Dios”, además del ángel intérprete de las visiones. Los apócrifos del AT indican los nombres principales: Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Sar-coel y Gabriel (cf Henoc 20,1-8), pero de ellos tan sólo se menciona a Gabriel en el NT (Lc 1,19).

Inspirándos en la denominación de “príncipe”, utilizada para Miguel en Dan 10,13.21; 12,1, san Pablo habla genéricamente de un “arcángel” (ángel príncipe) que habrá de dar la señal del último día. La carta de Judas (y. 9) a su vez aplica concretamente este título griego a Miguel, y sólo más tarde la tradición eclesiástica lo extenderá a Gabriel y a Rafael, uniéndolos a Miguel para formar el orden de los arcángeles, que junto con los ángeles y los ya recordados querubines y serafines forman los cuatro primeros órdenes de la jerarquía angélica, que comprende además los principados, las potestades, las virtudes, los tronos y las dominaciones (Col 1,16; Col 2,10; Ef 1,21; IP 3,22), hasta alcanzar el número de nueve.

6. LOS ÁNGELES EN EL MINISTERIO de Jesús.
Los ángeles con su presencia marcan los momentos más destacados de la vida y del destino de Jesús. En los evangelios de la infancia, el ángel del Señor se aparece en varias ocasiones en sueños a José para aconsejarle y dirigirlo (Mt 1,20; Mt 1,24; Mt 2,13; Mt 2,19).

También el nacimiento de Juan Bautista es revelado antes de la hora a su padre Zacarías por un ángel del Señor (Lc 1,11), que luego resulta ser el ángel de la presencia, Gabriel (Lc 1,19), el mismo que seis meses más tarde fue enviado a la virgen María en Nazaret (Lc 1,26).

El ángel del Señor se aparece también a los pastores en la noche de Belén para anunciar la gran alegría del nacimiento del Salvador, seguido por “una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios” (Lc 2,9-14).

Durante su ministerio público, Jesús se mantiene en continua y estrecha relación con los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre él (Jn 1,51), le atienden en la soledad del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11), lo confortan en la agonía de Getsemaní (Lc 22,43), están siempre a su disposición (Mt 26,53) y proclaman su resurrección (Mc 16,5-7; Mt 28,2-3; Lc 24,4; Jn 20,12).

Jesús, a su vez, habla de ellos como de seres vivos y reales, inmunes de las exigencias de la naturaleza humana (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36) y que velan por el destino de los hombres (Mt 18,10); como de seres que participan de la gloria de Dios y se alegran de su gozo (Lc 15,10).

En su encarnación el Hijo de Dios se hizo inferior a los ángeles (Hb 2,9), pero en su resurrección fue colocado por encima de todos los seres celestiales (Ef 1,21), que de hecho lo adoran (Hb 1,6-7) y lo reconocen como Señor (Ap 5,1 Is; 7,1 Is), ya que han sido creados en él y para él Col 1,16). También ellos ignoran el día de su vuelta para el juicio final (Mt 24,26), pero serán sus ejecutores (Mt 13,39; Mt 13,49; Mt 24,31), lo precederán y lo acompañarán (Mt 25,31; 2Ts 1,7; Ap 14,14-16), reunirán a los elegidos de los cuatro ángulos de la tierra (Mt 24,31; Mc 13,27) y arrojarán lejos, al “horno ardiente”, a todos los agentes de la iniquidad (Mt 13,41-42).

7. LOS ÁNGELES EN LA VIDA DE la Iglesia.
La Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas, típicas de gran parte de la literatura del judaismo tardío.

El NT se insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; Ef 5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, Col 2,18 condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba Ap 22,8-9).

Sin embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. Los Hechos nos ofrecen un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con vestidura humana revelan a los once que “este Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo habéis visto ¡rse al cielo (Hch 1,10-11).

Un ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (5,19; 12,7- 10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse al eunuco de la reina Candaces (8,26), se le aparece al centurión Cornelio y le indica el camino de la salvación (10,3; 11,13), se le aparece también a Pablo en viaje hacia Roma y le asegura que se librará del naufragio junto con todos sus compañeros de viaje (27,23).

Según el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los santos (5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe Miguel, combaten por su salvación (12,1-9).

Finalmente, vale la pena señalar que los ángeles están también junto a los justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1Co 11,10) y desde el cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del evangelio (1Co 4,9).

II. LOS DEMONIOS.

1. Orígenes.
El desarrollo de la demonología bíblica sigue un itinerario mucho más complejo que el de la angelología, puesto que si era relativamente fácil imaginarse a Yhwh rodeado de una corte de personajes celestiales, sirviéndose de ellos como ministros y mensajeros, era sumamente difícil admitir la existencia de otros seres dotados de poderes ocultos, que compartiesen con él el dominio sobre los hombres y sobre el mundo, aunque limitándose a la esfera del mal.

Por eso los autores bíblicos más antiguos, casi hasta la época del destierro, evitan hablar abiertamente de demonios, prefiriendo hacer que provengan de Dios incluso los males que afligen al hombre, como la peste (SaI 91,6; Ha 3,5), la fiebre (Dt 32,24), etc., a veces bajo la forma de un ángel exterminador (Ex 12,23; 2S 24,16; 2R 19,35) o de un espíritu malo 1 S 16,4-16; IS 16,23), enviados directamente por Dios. No faltan, sin embargo, algunas huellas literarias que revelan la creencia popular en la existencia de espíritus malos, de los que el hombre intenta precaverse con ritos o prácticas mágicas.

Entre éstos se señalan: los ‘elohim, espíritus de los difuntos, que evocan los nigromantes (1S 28,13; 2R 21,6; Is 8,19), a pesar de la prohibición absoluta de la ley Lv 19,31; Lv 20,6; Lv 20,27; Dt 18,11); los mediums, seres con carácter verdaderamente diabólico, a los que los israelitas llegaron a ofrecer sacrificios (Dt 32,17; SaI 106,37); los, se’irim, seres extraños y peludos como sátiros, que, según se creía, habitaban en las ruinas o en lugares áridos y alejados (Lv 17,7; 2Cr 11,15; Is 13,21; Is 34,12; Is 34,14).

Con estos mismos lugares se relaciona también la presencia de los dos únicos demonios cuyos nombres nos ofrecen los textos antiguos: con las casas derrumbadas al demonio Lilit (Is 34,14), al que se atribuía sexo femenino; y con el desierto a Azazel, a quien en el día solemne de la expiación se le ofrecía un macho cabrío sobre el que anteriormente el sumo sacerdote había como cargado los pecados del pueblo Lv 16) [1 Levítico II, 4].

2. Evolución.
El libro bíblico en que se manifiesta más abiertamente la creencia de los israelitas en los demonios es el de Tobías, que, en paralelismo antitético con la acción benéfica desarrollada por el ángel Rafael, hace resaltar la obra maléfica del demonio Asmodeo, a quien se atribuye una violencia de persecución tan grande que llega a matar a todos los que intentaban unirse en matrimonio con la mujer a la que torturaba Tb 3,8; Tb 6,14-15). Pero el libro conoce, además, una forma eficaz para exorcizar a cualquier demonio o espíritu malvado: quemar el hígado y el corazón de un pez, pues el humo obliga entonces
irremediablemente al espíritu a abandonar su presa y a huir lejos (Tb 6,8; Tb 6,17-18; Tb 8,2-3).

Los escritos judíos sucesivos, no comprendidos en el canon, explicita más aún la doctrina de los demonios, aunque no de modo uniforme, hasta convertirlos en rivales absolutos de Dios y de sus santos espíritus. En general se prefiere llamarlos espíritus malignos, impuros o engañosos, unidos todos ellos en torno a un jefe que para algunos lleva el nombre de Mas-tema y para otros el de Belial o Beliar. Habrían tenido su origen en la unión de los ángeles con las famosas “hijas de los hombres’ (Gn 6,2-4) o de una rebelión de los mismos ángeles contra Dios (Is 14,13-14; Ez 28,1).

Caracterizados por el orgullo y la lujuria, atormentan a los hombres en el cuerpo y en el espíritu, los inducen al mal y llegan a apoderarse de sus cuerpos. Pero se prevé la decadencia de su poder en los tiempos mesiánicos, cuando serán precipitados en el infierno.

3. Satanás y su ejército.
Literalmente la palabra hebrea satán significa adversario, enemigo o acusador (1R 24,4; 2R 19,22; SaI 109,6). En griego se traduce por alabólos, de donde “diablo”. En el libro de Jb (cc. 1-2) la figura de Satanás sigue siendo la de un ángel de la corte celestial, que desempeña la función de fiscal o de acusador, pero con tendencias desfavorables para con el hombre justo, poniendo en duda su bondad, su fidelidad o su rectitud, obteniendo de Dios la facultad de ponerlo a prueba (Jb 1,11; Jb 2,4).

En 1 Crónicas 21,1 Satanás induce a David a hacer el censo de su pueblo; pero su nombre fue introducido por el redactor por un escrúpulo teológico, a fin de evitar atribuir a Dios el mandato de realizar una acción ilícita, como se cuenta en el paralelo 2S 24,1. En Za 3,1-5, sin embargo, aun manteniendo el papel de acusador público, Satanás se revela de hecho como adversario de Dios y de sus proyectos de misericordia para con su pueblo, hasta que el ángel del Señor no lo aleje ordenándole en forma de deprecación: “Que el Señor te reprima, Satán” (y. 2).

En la literatura poscanónica, en la que se insiste en la clara separación y oposición entre el mundo del bien y el mundo del mal, el papel del diablo se extiende enormemente, hasta llegar a ser considerado como el príncipe de un mundo antidivino y el principio de todo mal, con un ejército de demonios a su servicio y dispuesto siempre a engañar y seducir al hombre para arrastrarlo a su propia esfera.

Al mismo tiempo se le atribuye la responsabilidad de los pecados más graves que se recuerdan en la historia bíblica, y entre ellos principalmente el de los orígenes, bajo la apariencia de la serpiente astuta y seductora que engaña a Adán y a Eva (Gn 3). Por eso también Sg 2,24 afirma: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

Por esta misma razón también en el NT el diablo es definido como el malvado, el enemigo, el tentador, el seductor, la antigua serpiente (Ap 12,9), mentiroso y homicida desde el principio (Jn 8,44), príncipe de este mundo (Jn 12,31; Jn 14,30; Jn 16,11) y dios del siglo presente (2Co 4,4).

4. La victoria de Cristo sobre Satanás y los demonios.
La concepción del NT sobre la presencia y la obra maléfica de los espíritus del mal en el mundo, aunque no incluye ningún esfuerzo de sistematización respecto a las creencias heredadas del ambiente cultural circundante judío o helenístico, se presenta en conjunto bastante clara y lineal en cada una de sus partes, estando marcada por una absoluta oposición entre Dios y Satanás, que se traduce en una lucha abierta, encarnizada y constante, emprendida por Cristo personalmente para hacer que avance el reino de Dios hasta una completa victoria sobre el reino de las tinieblas, con una definitiva destrucción del mal.

Jesús se enfrenta personalmente con Satanás ya antes de comenzar su ministerio público y rechaza vigorosamente sus sugerencias (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Luego se puede afirmar que, en el curso de su predicación, toda su obra está dirigida a liberar de los espíritus malignos a cuantos estaban oprimidos por él, en cualquier sitio en que se encontrasen y bajo cualquier forma que se manifestara el poder del maligno en la realidad humana.

Al describir los milagros de curación realizados por Jesús, los evangelistas no utilizan siempre un lenguaje uniforme. De todas formas, junto a los relatos de milagros en los que no se atisba ninguna alusión a la influencia de agentes preternaturales, se leen otros en los que los gestos de Jesús para devolver la salud asumen el aspecto de verdaderos exorcismos; y otros además muy numerosos, donde se habla implícitamente de obsesión o posesión diabólica con una terminología propia o equivalente: “endemoniados”, “tener o poseer un demonio’, o bien “un espíritu impuro” o malo.

Sea cual fuere el juicio que se quiera dar sobre la opinión común de aquella época, que relacionaba también los males físicos con la influencia de .potencias diabólicas, no cabe duda de que los evangelistas, al servirse de esas categorías culturales, quisieron mostrar hasta la evidencia de los hechos el poder sobrenatural de Jesús y al mismo tiempo su superioridad sobre todas las potencias diabólicas, incluso las más obstinadas.

Por su parte, Jesús no relaciona nunca el mal físico con el demonio a través del pecado; más aún, lo excluye en Jn 9,2-3. Enseña, por el contrario, que su poder de curar a los enfermos es un signo manifestativo de su poder de perdonar los pecados (Mc 2,5-11; Mt 9,2-7; Lc 5,20-24); y en cuanto a él mismo, acusado de magia y de echar los demonios en nombre de su príncipe Belcebú, afirma que lo hace con el poder del Espíritu de Dios y para demostrar que realmente “ha llegado a vosotros el reino de Dios” Mt 12,25-28; Lc 11,17-20).

Cuando más tarde los discípulos le refieren, llenos de satisfacción, que “hasta los demonios se nos someten en tu nombre’, él se lo confirma y explica: “Yo veía a Satanás cayendo del cielo como,un rayo” (Lc 10,17-18).

5. La lucha de la Iglesia.
También en la lucha contra Satanás y sus ángeles la Iglesia continúa la obra emprendida por Cristo para llevarla a su cumplimiento, hasta el total aniquilamiento de las potencias del mal. Basados en el poder que se les ha conferido (Mc 6,7; Lc 9,1), los apóstoles con sus diversos colaboradores, mientras que por un lado se esfuerzan en hacer progresar el reino de Dios con el anuncio de la verdad, por otro combaten irresistiblemente contra el dominio de Satanás en todas las formas con que se manifiesta: obsesión Hch 8,7; Hch 19,11-17), magia y superstición (Hch 13,8 19,8ss), adivinación (Hch 16,16) e idolatría Ap 9,20). Por otra parte, el NT nos muestra cómo, a pesar de la derrota que ha sufrido, Satanás sigue actuando: siembra doctrinas falsas (Ga 4,8-9; 1 Tm 4,1), se esconde detrás de los ídolos (1 Co 10,20s; 2Co 6,15), incita al mal (2Ts 2,11; 2Co 4,4), intenta seducir (lTm 5,15), está siempre al acecho y, “como león rugiente, da vueltas y busca a quien devorar” (1 P IP 5,8). Por eso todos los escritores del NT indistintamente no se cansan de exhortar a la sobriedad, a la vigilancia y a la fortaleza en su resistencia para podervencerlo (Rm 16,20 lCor7,5;2Cor2,11; Rm 11,14 lTes2,18; Ef 4,27; Ef 6,11; Ef 6,16 lTm 3,6s; 2Tm 2,26; St 4,7; IP 5,8).

El puede tentar al hombre para inducirlo al mal, pero sólo porque Dios se lo permite (Ap 13,7) y sólo por algún breve tiempo (Ap 12,12), a fin de que los creyentes puedan vencerlo junto con Cristo (St 1,12; Ap 2,26; Ap 3,12; Ap 3,21; Ap 21,7).

En cuanto a la suerte final de Satanás, es seguro que “el Dios de la paz pronto aplastará a Satanás bajo vuestros pies” (Rm 16,20) y que “Jesús, el Señor, lo hará desaparecer con el soplo de su boca y lo aniquilará con el resplandor de su venida” (2Ts 2,8 ).

Satanás y sus ángeles serán arrojados para siempre a la oscuridad del infierno y a las fosas tenebrosas del tártaro, en donde fueron relegados al principio por causa de su pecado (2P 2,4; Jud 6), en un “estanque de fuego y azufre”, donde “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” Ap 20,10).


BIBLIOGRAFÍA:
Además de las enciclopedias y de los diccionarios de índole bíblica en general y de los de teología bíblica en particular (en las principales voces tratadas en el texto), véase especialmente: Barbaglio G., Angelí, en Schede BiblichePastoralil, Dehoniane, Bolonia 1982, 148-156; BofG.P., Demoni, en ib, II, Dehoniane, Bolonia 1983, 812-821; Grelot P.

Los milagros de Jesús yla demonología judía, en LéonDufour X. (ed.), Los milagros de Jesús, Cristiandad, Madrid 1979, 61-74; KasperW.-Lehmann K., Dia-volodemoni-possessione.

Sulla realtá del mate, Queriniana, Brescia J983; Louis-Chrevillon H., Satana nella Bibbia e nel mondo, Ed. Paoline, Roma 1971; Marranzin; ?

Angeles y demonios, en Diccionario Teológico lnterdisciplinarl, Sigúeme, Salamanca 1982, 413-430; North R., Separated Spiritual Substancesin the Oíd Testament, en “CBQ”29 (1967) 41 9-449; Penna ?, Angelíe demoniin 5. Paolo e nelgiudaismo contemporáneo, en “Parole di Vita” 26 (1981) 272-289; Regamey P.R., GliAngelí, Ed. Paoline, Roma 1960; Schlier H., Principatie potesta, Morcelliana, Brescia 1970; Seemann M., Los ángeles, en Mysterium Salutis II, Madrid 19772, 736-768; Zaehringer D., Los demonios, en ib, 768-785. A. Sisti

No hay comentarios: