por Carlos Carranza
Una pequeña y
sencilla amonestación a la humildad y a huir del afán por ser mayor
a los demás.
En los Apóstoles se descubre un
sentimiento de humildad que me impresiona. Nada de esa actitud
engreída, distante, que a veces ostentan quienes se ven encumbrados
en cargos de autoridad.
En la curación del tullido junto a la
puerta Hermosa del Templo, Pedro y Juan rechazan las alabanzas que en
vez de dirigirse a Dios, se canalizaban hacia sus personas: "¿Por
qué os admiráis de esto como si por nuestro poder o piedad
hubiéramos hecho caminar a éste?" (Hech. 3,12).
Más adelante, cuando Pedro llega a
casa de Cornelio, el centurión romano, y éste se postra ante él,
Pedro se lo impide diciéndole: "Levántate, que soy un hombre
como tú" (Hech. 10,26).
Una cosa parecida les ocurrió a Pablo
y Bernabé en Listra. Han curado a un hombre tullido y la gente
piensa que son dioses bajados del cielo, y como a tales los quieren
adorar. La reacción de Pablo y Bernabé es inmediata: "Nosotros
somos hombres, de igual condición que vosotros" (Hech. 14,15).
La historia nos demuestra que ésta es
una de las tentaciones más frecuentes a las que sucumbe el hombre:
creerse más que los demás. No sólo en el ámbito eclesiástico,
sino también en el orden civil. El hombre se deja llevar fácilmente
por la emulación y aspira a encaramarse por encima de la condición
humana. Es como si renegara de ser hombre. Es la tentación de Adán
en el paraíso: "Seréis como dioses" (Gn. 3,5).
Frente a estos afanes de grandeza, el
hombre sucumbe. Quiere ser más que los demás, y esto lleva consigo
el que menosprecie a los otros. Así se establece la injusticia de la
desigualdad entre los hombres y por eso uno de los gritos que
constituían el objetivo de la revolución francesa fue precisamente
el de igualdad y fraternidad. El hombre que pretender ser más que
los otros o se sitúa él en una posición falsa de creerse más que
hombre, o sitúa a los otros en otra situación igualmente falsa,
rebajándoles de su condición de seres humanos. De allí viene el
autoritarismo, la esclavitud en cualquiera de sus acepciones, y por
consiguiente el odio y la enemistad.
La doctrina cristiana reprueba toda esa
situación de desigualdad de que arbitrariamente nos catalogamos los
hombres. "No llaméis a nadie maestro sobre la tierra, ni padre,
porque uno solo es vuestro Padre y Maestro" (Mt. 23,8-10). "En
las naciones los jefes y gobernadores oprimen a los demás
imponiéndoles su voluntad y se hacen llamar bienhechores: no así
vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros,
sea vuestro servidor" (Mt. 20,25-26). "Si uno quiere ser el
primero, sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc.
9,35).
La doctrina es clarísima y lo extraño
es que no acabemos de comprenderla. El ejemplo de Cristo no deja
lugar a duda: "Vosotros sois mis amigos… No os llamo ya
siervos, a vosotros os he llamado amigos…" (Jn. 15,14-15).
No sé si soy un iluso. Pero me
gustaría menos "poder y fuerza" de unos hombres sobre
otros hombres. Sobre todo en la comunidad eclesial. Me gustaría una
iglesia más de los pobres, y no sólo en el sentido económico, sino
también y principalmente en el sentido de desprendimiento de
ostentación de fuerza, de autoritarismo, de creernos sustitutos de
Dios o poco menos. A mí personalmente me edificaría mucho más la
postura humilde de quien me dijera: "Soy un hombre como tú".
Podemos equivocarnos. Busquemos humildemente la verdad, el camino a
seguir, y en esta búsqueda fraterna, Dios nos iluminará, porque El
ha prometido ajustar su paso al de dos o tres personas que se reúnen
en su nombre (Mt. 18,20). Sí, me gusta más, me estimula mucho más
que una fórmula anatematizadora, porque me desarma, me quita
iniciativa, me paraliza. Sí, puedo equivocarme, pero la frase de
Pedro me reconforta: "Soy un hombre como tú, no te arrodilles,
dejemos al Espíritu que nos abra nuevos caminos…"
Reconocer que somos sencillamente
hombres nos dará humildad al ponernos delante del único Señor, y
nos hará experimentar la alegría inmensa de sentirnos hermanos
entre los hombres, sin vanidades ni tontos orgullos. Por lo menos
para mí quisiera convertirla en lema de toda mi vida: "Soy un
hombre como tú".
Usado con permiso. Pensamiento
Cristiano, Nro. 9. Usado con permiso. © Apuntes Pastorales. Edición
de agosto – septiembre de 1984. Volumen II – Número 2
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