miércoles, 20 de enero de 2016

Reclusión no es exclusión

Publicado  en Palabra Nueva: Palabra Nueva

 Palabra Nueva conversa con monseñor Jorge Serpa, obispo de la diócesis de Pinar del Río y responsable de esta Pastoral.

 
Por Yarelis Rico Hernández
En septiembre último, antes de la visita a Cuba del Papa Francisco, el Gobierno decidió indultar a 3 522 presos. Igual medida se adoptó en los anteriores viajes apostólicos de Juan Pablo II, en enero de 1998, y de Benedicto XVI, en marzo de 2012.En la primavera de 2010, la Iglesia cubana, a través de la Conferencia de Obispos, inició un proceso de diálogo con el Gobierno que permitió la viabilidad de este gesto humanitario.
La liberación de los 75 presos políticos de la llamada primavera negra y de otros reclusos, entre julio de 2010 y marzo de 2011, junto a acciones más puntuales, prueba el interés de la Iglesia por las personas que están detrás del delito o transgresión de la ley. Para llegar a los reclusos, lo hace por medio de su Pastoral Penitenciaria, la que cada vez se acerca a un mayor número de ellos,inspirada en la lección de justicia que Jesús diera a quienes apedreaban a la mujer adúltera: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que lance la primera piedra” (Jn 8, 7).
Palabra Nueva conversa con monseñor Jorge Serpa, obispo de la diócesis de Pinar del Río y responsable de esta Pastoral.
Monseñor, históricamente la Iglesia católica ha trabajado con los presos. Sabemos que se ha ocupado de ellos y de sus familiares. Luego de esta precisión, se impone decir qué es la Pastoral Penitenciaria.
“Habría que ir definiendo, primero, ¿qué es pastoral?; es acción. Y penitenciaria, el lugar donde se lleva a cabo esa acción. La Pastoral Penitenciaria, sobre todo aquí en Cuba, es parte de la Pastoral Social, cuyo campo de acción es amplísimo. El conjunto de la Pastoral Social permite que la Iglesia salga de sus muros parroquiales y llegue al más necesitado. A través de la Pastoral Penitenciaria, la Iglesia cumple con el mandato del Señor: ‘Estuve preso y me viniste a visitar’”.
Robar, matar, no solo son delitos para la justicia, son pecados graves para la Iglesia. ¿Visita también la Iglesia a asesinos, a homicidas, a violadores, a ladrones…?
“No hacemos distinciones. ¿Cristo las hizo? Un preso, un recluso, un interno –para evitar malentendidos, pues ahora se tiende a cambiar las palabras para dar un matiz diferente–, es lo mismo. Un preso es una persona que ha cometido un error, era fulano de tal antes de que se le celebrara un juicio y, a partir de la sentencia, se convierte en un delincuente. En uno o dos minutos, esa persona ya no es persona, sino delincuente.
”Los agentes de la Pastoral (sacerdote, diácono, religiosa o religiosa, laico…) no visitan al preso porque sean mejores o peores que él, sino porque ahí hay una célula que forma parte del cuerpo al cual ellos también pertenecen: la Iglesia. Ese ‘estuve preso y me viniste a visitar’ no es una cuestión tan tierna, es una acción muy real. Tan real que si yo quiero ver a Cristo en el hermano, lo tengo que ver en este preso. Si no soy capaz de ver en ese preso a Cristo, mi vida cristiana es ficticia. Por lo tanto, un preso viene siendo como una célula de ese cuerpo que se halla en un lugar que llamamos, desafortunadamente, cárcel. Digo ‘desafortunadamente’ porque no debería existir la cárcel”.
¿Por qué es usted tan tajante al decir esto? Viviríamos, entonces, en el paraíso…
“No se trata de ser ‘tajante’, observo la realidad en la que se mueven los presos, miro la sociedad en la que nos movemos nosotros y me pregunto: ‘¿La cárcel es lo mejor?’. No lo creo, sobre todo cuando constato que la mayor parte de los reclusos no es ‘perita en dulce’ y que el mismo ambiente carcelario los vuelve más agresivos de lo que realmente son si es que quieren ‘sobrevivir’.
”Además, el hacinamiento no es ni por mucho el mejor ambiente para crear una atmósfera de formación para la reinserción y esto se vuelve ocasión para la indisciplina, que redundará en más años de prisión. No considero, agrego, que se tenga un personal bien calificado dentro de nuestras prisiones para lograr devolver a la sociedad, lo que la misma sociedad fabrica con su mal lograda vivencia de los valores. Y por último, no es utilizando medios represivos e injustos que se logra un verdadero trabajo de humanización; el criterio ‘aquí mando yo porque así está establecido’ no siempre es la mejor forma para conducir la población de un penal.
”La acción pastoral de la Iglesia ha de ir dirigida a crear una nueva conciencia humanística y evangélica (de palabra y de acción) que modifique los comportamientos ideológicos, sociales, políticos, jurídicos y eclesiales inadecuados. El resultado de esta nueva conciencia, es la regeneración social que respete el derecho y la justicia de las víctimas, claro, pero también la recuperación de la libertad y la reinserción social de los ‘delincuentes’.
”El diálogo ha de contribuir a crear conciencia de nuevos criterios que permitan un mejor trabajo en los distintos niveles y ambientes. Pienso como cristiano, y me uno al mensaje que el Papa Francisco transmitió en su visita a la cárcel de Filadelfia en el pasado mes de septiembre: ‘Todos somos juzgados por este Maestro (Jesús) que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano’”.
¿Cómo la Iglesia realiza su acción si tenemos en cuenta que en las cárceles cubanas no hay capillas y, en consecuencia, tampoco capellanes?
“La mayor parte de los presos que atendemos no tiene conciencia religiosa alguna. Yo, por ejemplo, atiendo un grupo de treinta, de ellos solo tres están bautizados. Pero esos treinta presos no cayeron del cielo, tiene que existir una motivación para que puedan recibir la asistencia de un sacerdote. He pedido miles de veces a las autoridades penales que me dejen llegar a una galera, hablarles a los presos desde una de ellas y ver qué pasa. Si dicen que la Pastoral Penitenciaria hace tanto bien en una cárcel, ¿por qué no me dejan platicarle a toda una galera? Mientras, continuamos haciendo lo que hasta ahora, charlar con el que llega a nosotros y a través de él extender la invitación a otros”.
¿Siempre es el preso el que pide la asistencia de un sacerdote?
“Lo pide el preso, lo pide su familia, o tal vez conozcamos de él a través de otro de los brazos de la Pastoral Social de la Iglesia. Puede ocurrir que el preso tenga un interés con esa visita que no es el que nosotros pensamos, pero eso se va transformando poco a poco. Un preso llegó a decirle a su mamá: ‘Si yo tuviera que escoger de las tres visitas que tengo, la conyugal, la de la familia y la del sacerdote, escogería la última. Contigo es siempre lo mismo, y con el sacerdote soy yo el que le está hablando. Y a mí casi nadie me escucha’”.
Hablaba de encuentros con grupos de presos, ¿no tiene el recluso la posibilidad de hablar con un sacerdote a solas?
“Tiene dos posibilidades, una es la visita privada del sacerdote con el preso, si el preso lo pide, y la otra es la colectiva, que le llamamos ‘la misa’; se ha quedado con ese nombre, pero no es misa, es el encuentro, la charla, el intercambio con ellos una vez al mes”.

¿Y esto funciona así en todas las prisiones?
“Aunque se ha establecido en todas, quienes tienen que ejecutar la norma dentro de las prisiones no lo ven claro, muchas veces porque no quieren, pero sí se les ha hecho ver que es así. Es un derecho que tiene el preso y así está acordado”.
¿Llega hoy la Iglesia a todas las cárceles cubanas?
“No”.
¿Por qué? ¿Hay algunas en las que no se le permite? ¿Qué dificultades encuentra esta Pastoral para desarrollar su acción?
“El primer obstáculo es nuestro, tenemos poco personal para trabajar e incidir en un ambiente muy amplio. La segunda dificultad es el marco tan cerrado en el que se nos permite trabajar, que por más que se diga que está abierto, es muy cerrado. Muchas veces las dificultades afloran en la misma organización que dice que todo está organizado. No es cierto. Perdemos mucho tiempo esperando a que nos traigan los reclusos, encima de que somos pocos y perdemos mucho tiempo, imagínate tú”.
¿Puede darse el caso de algún recluso que pida la atención de un sacerdote y se le niegue?
“Sí”.

¿Motivos?
“Nunca explican el por qué, casi siempre nos enteramos por papeles o cartas que nos hacen llegar los presos”.
¿Y una vez que conocen la verdadera razón?
“Eso no cambia nada”.
La población penal nuestra es elevada, se halla entre las diez primeras del mundo. Contrasta esta realidad con nuestra condición de isla y país pequeño con un sistema socialista. ¿A qué puede deberse ese significativo aumento de presos en Cuba?
“Si tú miras el número de presos que hay y te detienes en las causas, las que abundan son cohecho, malversación, robo… Todo eso es producto de una sociedad que se tiene que revisar. Gústele a quien le guste y pésele a quien le pese. Y, por supuesto, una causa procesada por cohecho es difícil de manejar en juicio, pues están implicadas muchas personas que si bien tienen que ver con el hecho, no son culpables. Sin embargo, en ocasiones, pagan sentencias muy altas.
”A partir del decreto 310, del 2013, se ha ido haciendo una revisión del Código Penal. Lo que se busca, en esencia, es una reinserción de la persona preparándola hacia y para la sociedad. Pero esto resulta muy difícil, porque es la sociedad la que fabrica al delincuente. Significa que no solamente el Estado y Gobierno cubanos tengan que hacer frente a esta situación desde el punto de vista legal; también la población, la Iglesia, el pueblo, la sociedad misma tiene que revisar la situación que provoca la delincuencia. Si no hay una sociedad que se piense en una forma diferente, tenemos ahí una sociedad que está germinando delincuencia. Por lo tanto, todos nos tenemos que sentir responsables de esa situación.
”La idea es que aquel que cometió el error, tiene también el derecho de que se le respete porque no deja nunca de tener la posibilidad de ser recuperado. Todo hombre, por delincuente que sea, no pierde el derecho a ser recuperado y por lo tanto se le debe respetar. Por eso la pena de muerte no debe existir, la cadena perpetua tampoco. El hombre debe cumplir, quizás, una sentencia por un delito cometido, pero siempre tener la certeza de que su vida puede ser distinta, y ese derecho no puede quitársele nunca”.

¿Cómo definiría nuestro sistema de justicia?
“Hay muchas teorías que se están manejando ahora, de derecha, de izquierda, y más de izquierda hacia la derecha. Nosotros tenemos que pensar que nuestra sociedad se define hoy como socialista. De esta manera, se despoja de otros apellidos innecesarios. No iban con nosotros porque cambiaban toda una mentalidad. Está bien, estamos en una sociedad socialista, pero la misma sociedad socialista ha enseñado que el legislador debe, por encima de todo, buscar los medios para favorecer que nunca haya un delincuente y no tener que llegar a un castigo”.
¿La Pastoral Penitenciaria asume casos que por irregularidades en el proceso judicial o de acuerdo con la misma ley, cumplan sanción, en ocasiones injustas o exageradas?
“Uno conoce la historia de la persona cuando entra en comunicación con ella. El pecado existe, la delincuencia existe. ¿Qué tipo de delincuente eres tú? Lo sabré cuando me lo digas, y si no me lo dices no me interesa; no me interesa tu error o delincuencia, me interesas tú como persona. Eso me tranquiliza enormemente, soy muy feliz yendo a una cárcel y regreso siempre más contento, repleto de experiencias, anécdotas, realidades que jamás pensé conocer, vivir. Gente llena de esperanza, gente que ha tenido la posibilidad de encontrarse con Dios en medio de situaciones extremas, gente que cuenta experiencias. Dime si no es lindo que un preso te diga: ‘si de las tres posibilidades de visita que tengo al mes, la familiar, la conyugal y el sacerdote, me dieran a escoger una, me quedaría con la del sacerdote’. ¿Por qué? Porque la sociedad, en su conjunto, tiende siempre a mirar el error que se cometió y no la persona que lo cometió”.
¿Considera usted que nuestro sistema de justicia puede generar sanciones injustas o desproporcionadas?
“Estamos hablando de hombres que aplican leyes. Por lo tanto, la posibilidad de la equivocación, o la pobreza en el manejo de los criterios, o la carga política que está detrás de muchos juicios por los momentos que se estén viviendo, influyen y limitan muchas veces la libertad de los que tienen la competencia de sancionar. No es secreto para nadie la desproporción existente en muchos casos entre el delito cometido y la sanción que se aplica.
”Es lamentable que el reo tenga que someterse a la decisión de los legisladores aunque sea injusta o desproporcionada la sanción”.
”Cuando un preso me dice (refiriéndose a alguna autoridad): ‘ese sí es un hombre y un hombre justo’ (esto lo escucho con frecuencia), me confirma lo que creo firmemente: en esa persona está todavía el poder discernir entre lo que está bien hecho y lo que está mal hecho”.

Lleva siete años atendiendo esta Pastoral, lo hizo antes pero en otro país, en Colombia. ¿Diferencias?
“Sencilla mi respuesta. En aquel otro sitio decía cuando llegaba a la cárcel: ‘capitán, voy para allá’; aquí digo: ‘capitán, déjeme entrar, por favor’”.
Un trabajo de este tipo, en las condiciones de Cuba, implica un asesoramiento jurídico. ¿Lo tiene esta Pastoral?
“Esta es una pastoral de frontera, no es nada fácil llevarla adelante. Por lo tanto, cuando hay dificultades, lo mejor que nos puede suceder es sentir el apoyo y que muchos podamos reflexionar sobre el mismo tema para llegar a conclusiones más certeras. De lo contrario, seríamos un tiro al blanco: primero disparamos y después buscamos cuál es el punto al que queríamos disparar. Entonces el trabajo en equipo es fundamental.
 ”La Pastoral la conforma, en primer lugar, el obispo de la diócesis, a quien corresponde nombrar una comisión diocesana que se encarga de planificar y ejecutar las acciones. Esta comisión tiene o debe desarrollar con cierta frecuencia reuniones con el obispo. Como todo en el mundo, el monopolio del inmovilismo existe también en las pastorales. Entonces, para no caer en los errores del inmovilismo –siempre lo he hecho así–,el obispo trabaja con su equipo diocesano y este, a su vez, con sus representantes en diferentes lugares de acción”.

Retomo mi pregunta, ¿son asesorados?
“Sí, tenemos abogados muy cercanos y otros implicados en la propia Pastoral. A mí, personalmente, me gusta reunirme con los abogados. Saber qué es la ley; ¿qué me ampara o no esa ley? ¿Qué me permite?”.
Ha contribuido la Iglesia con su Pastoral Penitenciaria a disminuir el número de presos. Pienso en los indultos, las mediaciones Iglesia-Estado, etcétera…
“Sí, eso es un hecho. Pero hay varias cosas que habría que tener en cuenta no solo para responder la pregunta, también para aclarar afirmaciones, noticias muy mediáticas que se han generado tras estas acciones que has mencionado y otras muchas que se han producido en relación con la población penal cubana. Esos procesos de liberación de presos, de revisión de alguna causa, los trabajo como responsable de esta Pastoral, pero a través de la Conferencia de Obispos, como corresponde”.
Sin embargo, esta labor es más reconocida cuando se trata de presos políticos.
“Realmente la Pastoral Penitenciaria atiende al preso, no hacemos distinción alguna, si es de un color o de otro, mujer u hombre. Atendemos al preso porque él así lo quiere, lo desea. Sabemos que hay presos que cumplen su condena por inseguridad social, que es como se le llama ahora para definir un problema o una situación que termina siendo política.
”Hace poco tiempo me llamó un periodista extranjero acreditado en Cuba, a quien le acababan de entregar un listado de presos políticos. Le respondí, ‘¿no será el mismo que yo tengo?’; ‘pero no sé cuál es el que usted tiene’, me dijo. Le propuse intercambiarnos las listas. Y, efectivamente, con excepción de dos o tres nombres, el resto coincidía. Afuera hay una efervescencia grande y confunden delincuentes con presos políticos. Pero aclaremos, sí tenemos casos de presos políticos, personas con largas condenas para las que he pedido –y no me cansaré de hacerlo–, como Iglesia, una revisión. Te hablo de personas cumpliendo cuarenta y siete, cuarenta años de prisión. En mi grupo hay siete color naranja, que son las cadenas perpetuas, y algunos de ellos son políticos”.
¿Pero es que no queda claro cuándo se le considera político y cuándo no?
“Aquí presos políticos son los famosos 75, de los cuales muchos ni siquiera tenían ‘los requisitos’ para serlo”.
Monseñor, ahorita me hablaba del inmovilismo. Esta es una Pastoral que, por sus características, debe renovarse…
“Mira, a mí no me ha hecho daño, y llevo siete años en ella, más daño me hace la lucha con el exterior. Creo que hay gente a la que Dios le ha dado ese carisma, y hay que aprovecharlo porque no todo el mundo lo tiene, pero para evitar caer en ese inmovilismo que como sociedad nos carcome, es bueno que se hagan las comisiones diocesanas para poderle dar vida nueva a los que están”.
Estas comisiones, monseñor, en las que tanto insiste, y de las que no creo que su única función sea dar vida a los que están, ¿existen, funcionan como deben en todas las diócesis?
“Cuando se trabaja en equipo, se comparte mejor, se corrigen errores que se pueden cometer y nuevas luces afloran para mejorar la calidad del trabajo que se está haciendo, de ahí la importancia de las ‘comisiones diocesanas’. Además, es incalculable el valor del ‘grupo’ en cualquier trabajo que se haga –y en este más–, pues el peso de cualquier carga, es más llevadero si muchos ponen el hombro.
”Estas comisiones diocesanas existen en todas las diócesis, no todas tienen la misma vitalidad y se nota el resultado de los trabajos, pero hay que insistir en su importancia”.

Quienes trabajan en esta Pastoral, son, en su mayoría, personas mayores…
“Cuando nació la Pastoral fue así, pero últimamente están incorporándose personas más jóvenes. Yo tengo en mi comisión una psicóloga de veintitantos años, otro en la diócesis de treinta y tantos años. Para viejo estoy yo”.
¿Entre qué edades oscila la mayor parte de la población penal cubana?
“Entre los treinta, cuarenta años. Son más hombres que mujeres en prisión, por supuesto. Desafortunadamente, hay muchos delitos por cohecho, malversación, y también por falsificación de documentos. Estos delitos cumplen sanción entre ocho y doce años de prisión. Hay sentencias altas, sí, pero lo que más me preocupa son las llamadas sentencias ampliadas. Una persona entra a cumplir diez, doce años –que habría que revisar si la pena está acorde con el delito cometido, pero, bueno, para eso hay jueces–, y muchas veces se le suman más años por indisciplina dentro de prisión. Cuando vienes a ver, ese recluso tiene más años que cumplir por indisciplina que por la misma condena”.
¿Cree que debiera existir, como antes, capilla en las prisiones?
“Sí, por supuesto, al menos en las prisiones más conocidas o connotadas. Claro, debemos recordar que antes había menos prisiones que ahora. Según se me ha referido recientemente, en Cuba existen más de 250 prisiones. Solo en Pinar del Río hay más de diez”.

Monseñor, celebramos, como Iglesia, el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia. Históricamente, el jubileo católico ha permitido un perdón general e indulgencias, y la población penal se ha visto beneficiada por estos tiempos de fiesta extendida. ¿Tendrá nuestra comunidad penitenciaria una nueva oportunidad? ¿Abogará por ello la Iglesia?
“Hace poco tuvimos un indulto importante. La Iglesia siempre abogará por la libertad de sus hijos, estén donde estén. Lo decía el Papa Francisco en su visita a la cárcel de Palmasola, Bolivia, en julio de 2015: “Jesús quiere levantarnos siempre. Esta certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo mismo que exclusión’”.

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