Hoy
tenemos demasiados oradores vacíos que no hacen más que predicar vanas
palabrerías sin resultados espirituales. Antes me lamentaba de lo difícil que era
llegar a ser predicador local en la iglesia Metodista. Durante los primeros
cuatro años antes de ser sometido a una prueba tenías que pasar cursos de
hermenéutica, homilética, liturgia, cristología, metodismo, dos horas de
Estudios Bíblicos cada semana para poder
enfrentar el examen del primer paso al Ministerio Pastoral, amén de los tiempos
de oraciones, ayunos y vigilias. En mi mente solo pensaba, antes de tener una
experiencia personal con el Espíritu Santo, en lo hermoso que sería hablar con
un lenguaje bello que cautivara a la congregación. Hoy después de haber
escuchado a muchos predicadores de diferentes categorías entiendo porque sus
voces suenan como letras vacías, que carecen de poder. Estos confían, no en el
Señor, sino en sus bellos discursos. Era a esto que se refería el apóstol Pablo
cuando dijo:
“Ni
mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría,
más con demostración del Espíritu y de poder”.
La búsqueda del Espíritu
de poder
La oración, es el
medio de gracia por excelencia para poder dialogar con Dios, es así como mejor vamos a encontrar el centro de su voluntad
para poder hacerla.
Y todo lo que ustedes, al orar, pidan con fe, lo
recibirán. (Mateo 21:22)
Resultado de la búsqueda
Liberación demoniaca
Tú eres mi refugio: me proteges del peligro, me rodeas
de gritos de liberación. (Salmo 32:7)
Sanidades.
“Pues bien, declaramos ante ustedes y ante todo el pueblo de Israel que
este hombre que está aquí, delante de todos, ha sido sanado en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, el mismo a quien ustedes crucificaron y a quien Dios
resucitó”. (Hechos 4:10)
Milagros
Jesús, gritó:
“¡Lázaro, sal de ahí!”
Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con
vendas y la cara envuelta en un lienzo.
Jesús les dijo:
“Desátenlo y déjenlo ir”. (Juan
11:43-44)
Dios nos hizo que fuésemos ministros suficientes del Nuevo Testamento,
no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu
vivifica. (2Co 3:6)
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