La
libertad es uno de los anhelos más discutidos en casi toda la
historia de la humanidad.
Aunque
muchas personas no tienen muy bien definido el término; en rigor es
uno de los principios por los que más se ha luchado, se ha sufrido y
a la vez, ha tentado a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Recientemente
alguien inquiría sobre su carencia de libertad en un medio hostil
cuando al mismo tiempo me preguntaba directamente que yo pensaba
sobre la libertad.
Aunque
la pregunta era interesante, entendí que inicialmente debía de
escuchar su concepto sobre lo que él entendía que era la libertad.
Los ejemplos que en la ocasión presentó y su definición,
evidentemente distaban mucho a lo que él buscaba o anhelaba en el
momento en que me dirigió su pregunta.
¿Si no
puede definir adecuadamente “qué es libertad”, como entonces
pudiera sostener una conversación sobre la libertad? ¿Pudiera el
hombre como individuo singular o en comunidad, sentirse un ser libre?
¿Qué presupuestos constitucionales pudieran garantizar esta
libertad?
Esto es
indudablemente, un anhelo que todos los hombres sentimos, añoramos
pero a la vez, desde muchos aspectos nos da temor.
La
libertad de conciencia, la libertad de religión; de manifestar un
criterio con respeto, la libertad de ser diferente, de pensar
diferente, de vestirme diferente y de hacer cosas diferentes no solo
perturba a la persona que la ejerce sino además, a todos aquellos
que le rodean y que conviven en comunidad.
Millard
Erickson en su Teología Sistemática al tratar sobre la libertad
define que para este fin la persona debe; primero, conocer
que es libre; segundo, desear
ser libre y como tercer elemento, disponer
de los medios
para ser libre.
De aquí
entonces que podemos afirmar que la libertad, como un don de Dios;
debe ser ejercida como un derecho inalienable de todo hombre así
como además, administrarse adecuadamente por el Estado Secular.
Desde la
cosmología cristiana a la que me siento adherido por mi fe, los
principios a hacerse valer están vasados en una ética-moral, pero
que no queda refrenada y reducida tan solo dentro del universo
cristiano. La libertad como Don de Dios va mucho más allá de las
fronteras del propio cristianismo sin olvidar por ello quien fue
quien en verdad nos hizo libre.
La
libertad entonces no es concebible como una verdad escatológica y
mucho menos un asunto del que pueden o tiene el derecho de disponer
solo un grupo privilegiado de personas. Más allá de toda duda
entonces es un derecho de cada persona y que debe ser ejercido y
administrado adecuadamente.
La mala
administración de la misma muchas veces tiende, desafortunadamente,
a confundir “Libertad” con “Libertinaje”
y en otras, cuando el Derecho en materia de orden queda relegado o
desplazado; se puede entonces interpretar como anarquía.
En una
conferencia celebrada en Múnich, Alemania; en la Academia Católica
de Baviera en el año 2004 donde uno de los conferencistas invitados
era el filósofo Racionalista Jϋrgen Habermas, en su exposición
sobre la encarnación del pensamiento liberal secular (¿Fundamentos
pre políticos del Estado democrático de derecho?)
vincula la voluntad humana al sugerir que un ordenamiento liberal
necesitaría de la solidaridad de sus ciudadanos como fuente, y de
que esta fuente podría desaparecer a causa de una secularización
“descarrilada” de la sociedad; por lo que propone a fin de
mantener el equilibrio de la civilización, “entender el proceso de
secularización cultural y social como un doble proceso de
aprendizaje que fuerce tanto a las tradiciones de la Ilustración
como a las enseñanzas religiosas a una reflexión sobre sus
respectivo límites.
Habermas
al referirse a “una secularización descarrilada”; hace
directamente referencia al mal uso que pudiera darse a la libertad
individual en el momento de ejercerla en el bien de la sociedad.
El hecho
que desde su posición racionalista dé crédito a la tradición
religiosa no es menos importante que el sentido ético que busca como
motivación a fin de encontrar el “summun
bonum”
(más alto bien) en el momento de ofrecer al individuo las garantías
esperadas del Estado Secular.
La ética
no es más que el estudio científico de la vida moral humana
determinada por su ideal
y su forma
verdadera.
No se
equivoca al respecto en lo absoluto. El mal uso de nuestra libertad
en el momento de ejercerla en un ámbito colectivo en la solidaridad
de los ciudadanos, no solo ha afectado directamente a la sociedad
sino además, nuestro medio ambiente.
El medio
en el que nos movemos y crecen nuestros hijos es deteriorado,
contaminado y cada día aportamos los recursos para su destrucción y
agotamiento de sus reservas como consecuencia del mal uso de nuestra
libertad. Las noticias diarias al respecto y los fallidos esfuerzos
humanos son muestras fehacientes de lo que nuestra civilización está
haciendo con el mundo en que vivimos.
Otro
tanto sucede en el aspecto social.
La
palabra del día con la que pudiéramos ilustrar abiertamente
nuestras pretensiones de libertad es el equivalente a DEMOCRACIA.
Joseph
Ratzinger en su dialogo con Habermas, ilustra exactamente la posición
del objeto democrático del estado. En si afirma, “Puesto que es
difícil encontrar la unanimidad entre los hombres, la formación
democrática del consenso no tiene como instrumentos indispensables
más que la delegación, por un lado, y por otro la decisión de la
mayoría, … pero también las mayorías pueden ser ciegas o
injustas. La historia da buenas pruebas de ello. ¿Se puede seguir
hablando de justicia y derecho cuando, por ejemplo, una mayoría,
incluso si es grande, aplasta con leyes opresivas a una minoría
religiosa o racial? Por tanto, con el principio mayoritario queda
siempre abierta la cuestión de las bases éticas del derecho”.
De aquí
entonces que los recursos disponibles de los que el Estado
Democrático se basa sean mucho más exigentes en el momento en lo
que respecta a lo individual si se entiende al individuo como autor
del Derecho que si se interpretara al individuo como un mero
destinatario
del Derecho. De estos últimos se espera más bien que no transgredan
los límites establecidos por la ley en el uso de su plena libertad.
El
concepto ético ejercido por la voluntad humana debe llevar a la
persona a la búsqueda de lo
bueno, lo recto, lo debido, lo ideal.
Desde
este punto pudiéramos ahora cuestionarnos las siguientes
inquietudes, ¿Cuál ha de ser en el pleno ejercicio de mi libertad,
mi responsabilidad personal y mi deber social?, ¿Cabría pensar que
nuestra sociedad cubana en la búsqueda de su ideal de libertad ha
seguido todo lo que puede ser entendido como bueno, recto, debido e
ideal?, ¿hemos alcanzado la madurez requerida para que nuestro
estado laicista garantice los presupuestos normativos de nuestra
democracia?, ¿puedo yo HOY
sentirme como un ser libre?.
No
podemos obviar que por lo general cada persona que desea
experimentar, mantener o defender sus principios de libertad, pagan
un alto costo por el mismo.
La
libertad muchas veces es canjeada por comodidades o cae derrotada
ante el cohecho de garantías temporales; o en el peor y fatídico de
los casos, son encerradas tras las rejas por representar estos mismos
ideales que otros se empeñan en su disímil cosmovisión defender,
identificarlos con un “alto peligro social”.
En el
más usual de los casos, sucede lo que el escritor Fedor Dostoyevski
en su obra “Los Hermanos Kamarasov”, narra en su ficción de
Cristo en el Siglo XVI en Sevilla, cuando este se encuentra con un
viejo inquisidor quien en abierta reprensión le señala: “En
rigor, dice, tenía razón el tentador. Te dispones a ir por el mundo
y piensas llevar las manos vacías, vas solo con la promesa de una
libertad que los hombres no pueden comprender en su sencillez y en su
natural desenfreno; que les amedrenta, pues nada ha habido jamás tan
insoportable para el individuo y la sociedad como la libertad. Pero
¿ves esas piedras? Conviértelas en panes y la humanidad correrá
tras de ti como un rebaño agradecido y sumiso, temblando de miedo a
que retires tu mano y les niegues la comida.
Decidiéndote
por el pan hubieras satisfecho el general y sempiterno deseo de la
humanidad que busca alguien a quien adorar; porque nada hay que agite
mas a los hombres que el afán constante de encontrar a quien rendir
adoración mientras son libres. Pero
tú olvidaste que el hombre prefiere la paz y aun la muerte a la
libertad de elegir.
Nada le seduce tanto como la libertad de conciencia, pero tampoco le
proporciona nada mayores torturas. Y tú, en vez de apoderarte de su
libertad, se la aumentaste, sobrecargando el reino espiritual de la
humanidad de nuevos dolores perdurables. Quisiste que el hombre te
amase libremente, que te siguiera libremente, seducido, cautivado por
ti; desprendiendo de la dura ley antigua, el hombre debía, en
adelante, decidir por sí mismo en su corazón libre entre el bien y
el mal, sin otra guía que tu imagen...”
Ahora,
¿como me puede afectar esto a mi?; es algo ya tan personal que
interferir en el mismo sería limitar la libertad personal e
individual de una persona, sin embargo; sigo pensando que es
importante; lejos de ofuscarnos en disputas o debates que no llevan a
nada, más que eso, ser consientes de cómo podemos contribuir en el
ejercicio de nuestros derechos como seres libres, a formar una
sociedad, a formar parte de un estado democrático, preservar las
garantías y presupuesto de la sociedad, el mundo donde nuestros hijo
vivirán.
Raudel
García Bringas
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