Aimée Cabrera.
En los últimos tiempos se reitera, por parte
de dirigentes, directivos y pueblo en general, la falta de valores que aqueja
al cubano sin importar edad ni grado de instrucción.
Las personas vociferan frases grotescas en
las calles, exclaman palaras soeces en presencia de mujeres o niños y ay de
quién salga al paso a tanta indecencia.
El mundo espiritual del cubano está
resquebrajado. El respeto a Dios se ha perdido, los que dicen ser creyentes
dan, en ocasiones, testimonios nada agradables al Señor. La prepotencia aflora
en sus actitudes, gestos discriminatorios y concesiones y privilegios a unos
pocos.
La vida a nivel de iglesia no siempre inspira
la paz y el amor debidos. Unos acuden “porque es el momento de alabar a Dios”
pero otros evitan tener una mayor participación en su comunidad porque rechazan
estas demostraciones.
Actitudes hipócritas como por un lado dar el
saludo de la paz y por otro marginar al que está mal vestido o muestra su
disfuncionalidad son de las más frecuentes. Llegar a un templo y saludar es
quedarse sin respuesta si la persona no conoce a quien acaba de arribar.
Otros se sientan a conversar como si
estuvieran en un parque o en su casa y apenas dejan oír a los que asisten con
deseos de poner en práctica su doctrina. La culpa, sin embargo no es del todo
de quienes no ponen en práctica el principal Mandamiento.
Jesús contestó a quienes querían tenderle una
trampa que el mandamiento más importante de la ley es “Ama al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más
importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a
este; dice: “Ama a tu prójimo como a ti
mismo. En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas”. (Mt22.
34-40)
Un pasaje hermoso por toda la pureza y
honestidad que emana de las sabias palabras del Hijo de Dios, pero esta frase
encierra un respeto y una abnegación que muy pocos pueden lograr. Es un
mandamiento complejo y difícil de cumplir, el cual debe ser una meta a alcanzar
por quienes se vanaglorian de asistir a su templo a diario.
Esos que buscan el protagonismo de destacarse
por encima de los demás, que buscan reconocimientos y aplausos están muy lejos
de ser pacientes y de corazón humilde; “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”
dijo el sabio en Eclesiastés y parece no equivocarse al cabo de tantos siglos.
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