Aimée Cabrera.
La visita del
Papa Francisco a Cuba del 19 al 22 de septiembre tuvo un impacto positivo en
parte de la población fuera o no católica. El Jefe de Estado del Vaticano dejó
que le llevaran a su presencia niños y enfermos o, simplemente fue él a
bendecirlos o saludarlos.
Los recorridos
anteriores de dos santidades: Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron de
beneplácito para los católicos pero no tuvieron la consonancia de parte de una población
que quedó hechizada anta tanta naturalidad y amor por parte de un Pontífice.
Su agenda apretada y dinámica olvidó sus 79
años. Con paso firme y con perenne sonrisa aprovechó cada minuto en que
permaneció en la Habana, Holguín y Santiago de Cuba.
Inolvidable ha
sido, de todos sus encuentros, el que sostuvo con los jóvenes a un costado del
antiguo Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Allí lo esperaron bajo pertinaz
lluvia una muchedumbre alegre y deseosa de escucharle.
Un joven
seleccionado dio lectura al sentir de la juventud cubana que tiene
espiritualidad suficiente para desear ayudar a que se realice un cambio social
favorecedor para todos los cubanos.
El Santo Padre
lo escuchó y, a continuación hizo comentarios acertados sobre los puntos
planteados por el joven. El Espíritu de Dios estaba en esa multitud abrazando a
quienes eran católicos o no, invitando al banquete eterno de Jesús donde todos
somos iguales en humildad y amor.
De este
encuentro debiera hacerse un video que pudieran ver en las aulas todos los
jóvenes para debatir sobre sus vidas y qué ocurre a su alrededor, cómo viven y
hasta qué punto se confabulan con lo mal hecho, por permanecer en silencio o
con los audífonos de la indolencia activados para evadirse por completo de
situaciones lastimosas que se agudizan ante la impotencia de quienes las
sufren.
El miso día que
partió la Delegación del Vaticano hacia los Estados Unidos, el Noticiero
televisivo del Canal Habana mostró un reportaje en el que la población se
quejaba de la falta de cortesía en las paradas de ómnibus en especial con los
ancianos.
Mientras varias
personas eran entrevistadas pasó a toda velocidad un joven que robó un bolso
que estaba al lado de su dueño, sentado en un banco de la parada. La escena fue
conmovedora y deprimente. A pleno día y en una arteria tan céntrica como la Calle
23 entre J y K en el Vedado ocurría un hecho delictivo y no había un policía o
una pareja de agentes que frenaran a aquel ladronzuelo que, por su vestimenta
parecía un adolescente.
La delincuencia
juvenil es espeluznante en la capital cubana. En grupos, en pareja o solos se
arriesgan a arrancar cadenas, relojes , bolsos, o están al tanto de quién tiene
ciertas comodidades hogareñas para robárselas, es hasta peligroso que un chofer
vaya en moto o en carro por una zona alejada, puede perder la vida y su
transporte es vendido entero o por
piezas al momento.
Es usual ver en
las aceras de cualquier municipio capitalino a los grupos de jóvenes que juegan
con intereses y se acompañan de bebidas alcohólicas que combinan con
medicamentos, sin olvidar que otros, terminan los paseos fumando porros u oliendo cocaína si pueden darse esos gustos
en extremo caros.
La falta de
divulgación de estos hechos por parte de las autoridades competentes y la
negativa a que la prensa oficial los de a conocer (el caso mencionado que fuera
mostrado fue excepcional) aumentan el
peligro para la población indefensa.
Se ha visto a
través de más de 50 años que la escuela no cuenta con educadores que puedan
hacer un verdadero trabajo educativo con sus estudiantes donde prime la moral y
cívica por encima de la política; la familia está diseminada dentro y fuera de
la Isla.
Por ello es tan
importante el papel de la iglesia católica o de diversas denominaciones cristianas
así como otras religiones y fraternidades para que sus miembros sientan el
deber de hacer un poco más por su comunidad, por su ciudad y por su país.
Las
personalidades de élite deben bajar al pueblo y confraternizar con quienes
tienen cada vez menos, a esos hay que hablarles, hay que escucharlos, hay que
sonreírles, hay que lavarles los pies, hay que besarlos.
Los que sabemos,
estamos en el momento de enseñar a los que no saben a rezar, a orar por sí
mismos y por los demás, para que sí no creen sepan, al menos tener buenos
pensamientos fundamentados en la honra y la decencia.
“Recen por mí” y
si no creen “deséenme cosas buenas” dijo Francisco a los jóvenes, al final de
su encuentro, experiencia y ejemplo desplegados por el Papa que debemos llevar
a la práctica con mucho de los niños y jóvenes de la Cuba actual.
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