viernes, 2 de octubre de 2015

CAÍN Y CORÉ, ENEMIGOS VIVIENTES DEL PUEBLO DE DIOS. PASTOR ALEJANDRO HERNÁNDEZ CEPERO







Pr. Alejandro Hernandez

A través de toda la Escritura –inspirada por YHWH- encontramos relatos que nos cuentan la historia de los tiempos antiguos, tan antiguos que resulta inverosímil que siglos después se repitan una y otra vez.

El Eterno, en su omnisciencia y soberanía, se encargó no sólo de que pudiésemos conocer los grandes éxitos de aquellos hombres que depositaron su fe en Él, sino que también nos enseñó de sus errores, debilidades, fracasos, toda una universidad teológica, cuyo título nos será entregado personalmente si no reprobamos el examen.

Caín, fue el encargado de abrir –por decirlo de alguna manera- el portal espiritual por donde entró, entre otros sentimientos destructivos, el celo, la envidia, la ira, el rencor, la injusticia, para convertirse, más tarde, en el primer homicida de la historia y personalmente no creo que este era el diseño divino, recordemos que quien vino a matar, hurtar y destruir fue el diablo.

A excepción de Jesús, no existió y menos aún existe ser humano en la tierra capacitado para vivir libre del azote de estos u otros resentimientos, armas letales que laceran el alma hasta matarla espiritualmente, por lo que no es un problema ni una deshonra enfrentarse a ellos en el diario vivir, en cambio, si uno bien grande el cómo reaccionamos ante ellos en nuestras relaciones horizontales.

Cada día necesitamos presentarnos delante de YHWH y no podemos hacerlo con las manos vacías, de tal manera que la ofrenda que presentemos delante de YHWH, determina su aprobación o rechazo y de algo sí estoy seguro: este fue, es y será el proyecto divino, por lo que usted es el máximo responsable de presentar o no ofrenda y que esta, resulte agradable a YHWH.

El espíritu de Caín está a la puerta, donde quiera, un hermano se levanta contra otro, el celo produce envidia, esta genera una ira cual espada de dos filos que mientras me considero invulnerable y asesino a mi hermano yo mismo, sin darme cuenta, me estoy matando y la falta de arrepentimiento que nos impide reconocerlo, añade, delante de YHWH más culpa sobre nosotros.

En el peor de los casos, puedo ser el máximo responsable de que el espíritu de Caín se apodere de un hermano o de mí mismo y este se levante en contra mía o viceversa y este no es el problema a menos que seamos incapaces de aplicar el tratamiento adecuado.

Llamar al hermano y reprenderlo en privado, en caso necesario tomar dos o tres testigos, y en los más graves, llevarlo al seno de la congregación, antes de declararlo pagano, renegado, infiel, etc; hace mucho tiempo pasó de moda y mañana, podemos ser nosotros mismos quienes necesitemos este tratamiento pero ni de eso nos damos cuenta.

El espíritu de Caín tiene un hermano, el espíritu de Coré, su alma gemela. El libro de Números en su capítulo 16 nos narra vívidamente la rebelión de este hombre, un descendiente de Leví que junto a 250 varones de los hijos de Israel, entre los que se encontraban príncipes de la congregación, personajes conocidos, líderes, hombres renombrados, gente de buena fama que un buen día, hincaron sus rodillas ante la murmuración y prostituyeron sus espíritus.

El juicio divino no se hizo esperar. YHWH no se presta para, a lo cubano, hacer cabecitas de playa. Caín vivió, toda su vida, errante delante de la presencia de YHWH, desterrado de Su gloria y toda su descendencia fue maldita hasta que el diluvio se encargó de poner fin a todo ser viviente porque la tierra toda estaba contaminada con la violencia que generaron todos los pensamientos del hombre de continuo al mal. 

La tierra se abrió y se tragó a Coré, Datán y Abiram, a sus casas, a sus hombres, sus mujeres, sus pequeñuelos y todos sus bienes. A más de esto, fuego salió de YHWH y consumió a los 250 hombres que se dispusieron, indebidamente, a ofrecer incienso. El furor que salió de la presencia de YHWH a consecuencia de todo este pecado provocó una mortandad ascendente a 14 700 israelitas sin contar, a los 250 que ofrecieron indebidamente incienso y a los muertos de la rebelión de Coré.

Para muchos cristianos del siglo XXI esto, es historia antigua. Para otros, esta temporada divina a la que llaman “la dispensación de la gracia” está exenta de los juicios divinos. Otros se consideran, hagan lo que hagan, siempre salvos y otros no se preocupan ni ocupan de la eternidad.

Por mi parte, sólo intento ponerme entre los vivos y los que puedan morir, porque de algo estoy seguro y es que la misma semilla, produce la misma cosecha.

“Mi nivel de madurez espiritual no se mide por las manifestaciones del poder de Dios, sino por mis reacciones ante los momentos de crisis”[1]




[1] Liderazgo: ministerio y batalla. Pág 16. Héctor Torres. Editorial Betania.

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