Pr. Alejandro Hernandez
A través de toda
la Escritura –inspirada por YHWH- encontramos relatos que nos cuentan la
historia de los tiempos antiguos, tan antiguos que resulta inverosímil que
siglos después se repitan una y otra vez.
El Eterno, en su omnisciencia y
soberanía, se encargó no sólo de que pudiésemos conocer los grandes éxitos de
aquellos hombres que depositaron su fe en Él, sino que también nos enseñó de
sus errores, debilidades, fracasos, toda una universidad teológica, cuyo título
nos será entregado personalmente si no reprobamos el examen.
Caín, fue el encargado de abrir –por
decirlo de alguna manera- el portal espiritual por donde entró, entre otros
sentimientos destructivos, el celo, la envidia, la ira, el rencor, la
injusticia, para convertirse, más tarde, en el primer homicida de la historia y
personalmente no creo que este era el diseño divino, recordemos que quien vino
a matar, hurtar y destruir fue el diablo.
A excepción de Jesús, no existió
y menos aún existe ser humano en la tierra capacitado para vivir libre del
azote de estos u otros resentimientos, armas letales que laceran el alma hasta
matarla espiritualmente, por lo que no es un problema ni una deshonra enfrentarse
a ellos en el diario vivir, en cambio, si uno bien grande el cómo reaccionamos ante
ellos en nuestras relaciones horizontales.
Cada día necesitamos presentarnos
delante de YHWH y no podemos hacerlo con las manos vacías, de tal manera que la
ofrenda que presentemos delante de YHWH, determina su aprobación o rechazo y de
algo sí estoy seguro: este fue, es y será el proyecto divino, por lo que usted es
el máximo responsable de presentar o no ofrenda y que esta, resulte agradable a
YHWH.
El espíritu de Caín está a la
puerta, donde quiera, un hermano se levanta contra otro, el celo produce
envidia, esta genera una ira cual espada de dos filos que mientras me considero
invulnerable y asesino a mi hermano yo mismo, sin darme cuenta, me estoy
matando y la falta de arrepentimiento que nos impide reconocerlo, añade,
delante de YHWH más culpa sobre nosotros.
En el peor de los casos, puedo ser el máximo responsable
de que el espíritu de Caín se apodere de un hermano o de mí mismo y este se
levante en contra mía o viceversa y este no es el problema a menos que seamos incapaces
de aplicar el tratamiento adecuado.
Llamar al hermano y reprenderlo en privado, en caso
necesario tomar dos o tres testigos, y en los más graves, llevarlo al seno de
la congregación, antes de declararlo pagano, renegado, infiel, etc; hace mucho
tiempo pasó de moda y mañana, podemos ser nosotros mismos quienes necesitemos este
tratamiento pero ni de eso nos damos cuenta.
El espíritu de Caín tiene un hermano, el espíritu de Coré,
su alma gemela. El libro de Números en su capítulo 16 nos narra vívidamente la
rebelión de este hombre, un descendiente de Leví que junto a 250 varones de los
hijos de Israel, entre los que se encontraban príncipes de la congregación,
personajes conocidos, líderes, hombres renombrados, gente de buena fama que un
buen día, hincaron sus rodillas ante la murmuración y prostituyeron sus
espíritus.
El juicio divino no se hizo esperar. YHWH no se presta
para, a lo cubano, hacer cabecitas de playa. Caín vivió, toda su vida, errante
delante de la presencia de YHWH, desterrado de Su gloria y toda su descendencia
fue maldita hasta que el diluvio se encargó de poner fin a todo ser viviente
porque la tierra toda estaba contaminada con la violencia que generaron todos
los pensamientos del hombre de continuo al mal.
La tierra se abrió y se tragó a Coré, Datán y Abiram, a
sus casas, a sus hombres, sus mujeres, sus pequeñuelos y todos sus bienes. A
más de esto, fuego salió de YHWH y consumió a los 250 hombres que se
dispusieron, indebidamente, a ofrecer incienso. El furor que salió de la
presencia de YHWH a consecuencia de todo este pecado provocó una mortandad
ascendente a 14 700 israelitas sin contar, a los 250 que ofrecieron
indebidamente incienso y a los muertos de la rebelión de Coré.
Para muchos cristianos del siglo XXI esto, es historia
antigua. Para otros, esta temporada divina a la que llaman “la dispensación de
la gracia” está exenta de los juicios divinos. Otros se consideran, hagan lo
que hagan, siempre salvos y otros no se preocupan ni ocupan de la eternidad.
Por mi parte, sólo intento ponerme entre los vivos y los
que puedan morir, porque de algo estoy seguro y es que la misma semilla,
produce la misma cosecha.
“Mi nivel de madurez espiritual no se mide por las manifestaciones
del poder de Dios, sino por mis reacciones ante los momentos de crisis”[1]
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