Abu Bakr al-Baghdadi, el Califa del
Estado Islámico, ya ha dicho que se propone conquistar Roma. Es un doctor en
estudios coránicos. Eso lo hace más peligroso y delirante
| Carlos Alberto Montaner
De Santiago apóstol cuenta la
leyenda, que en el siglo IX, se apareció en la Batalla de Clavijo sobre un
caballo blanco, blandiendo una espada de plata
Los islamistas radicales quieren
matar al papa Francisco. Lo advirtió el diario italiano Il Tempo. No me
extraña. El enemigo permanente de estos anacrónicos personajes es el
cristianismo, no los judíos. Los judíos no hacen proselitismo. No quieren
convencer a nadie de nada. Sólo puede pertenecer a ese pueblo el que nace de
madre judía. La conversión es posible, pero complicadísima. Los judíos ocupan un
pequeño territorio que alguna vez estuvo islamizado y debe ser recuperado para
la fe de Mahoma, porque así lo prescribe el Corán, pero nada más.
Para los salafistas la bestia negra
que hay que extirpar es el cristianismo y Francisco es su principal cabeza. Por
eso quieren arrancársela de cuajo. Abu Bakr al-Baghdadi, el Califa del Estado
Islámico, ya ha dicho que se propone conquistar Roma. Es un doctor en estudios
coránicos. Eso lo hace más peligroso y delirante. Arrastra hasta nuestro días
una visión histórica fijada en los siglos medievales –del VII al XI—en que hubo
una civilización islámica hegemónica que contribuyó a definir a Europa como “la
cristiandad”.
Europa fue otra cosa a partir del
acoso musulmán. Se produjo una reacción especular. Acabaron pareciéndose al
enemigo. Hasta la conquista de España por los árabes en el 711, la Península se
percibía como un reino godo que continuaba la tradición romana. Pero “los
moros” combatían en medio de algarabías, ensoñaciones mágicas y promesas
de paraísos repletos de virginales hurís, asegurando que “Alá es el único Dios
y Mahoma su profeta”. Era la yihad. La guerra santa. Peleaban por
designio de Alá, según les aseguraba Mahoma en el Corán.
Los hispano godos, por la otra punta
del conflicto, aprendieron la lección y entonaron con emoción el lema de
“Santiago y cierra (ataca) España”. Santiago fue uno de los apóstoles de
Jesús. Supuestamente, estuvo en España. Cuenta la leyenda cristiana que en el
siglo IX se apareció en la Batalla de Clavijo sobre un imponente caballo
blanco, blandiendo una refulgente espada de plata con la que degolló 70 000
sarracenos, sangrienta escabechina que le ganó, justamente, el sobrenombre de
“Matamoros”.
Afortunadamente, el tiempo, la Ciencia
y, sobre todo, las ideas racionales de la Ilustración, lentamente fueron
podando a Europa del fanatismo y fortalecieron los valores de la libertad, la
democracia, la tolerancia, el laicismo, la libertad de culto, la igualdad ante
la ley y el respeto por el otro que ya se anunciaba en los mejores aspectos del
judeocristianismo.
En el mundo islámico no ocurrió nada
similar. Siguen apegados a la historia de Mahoma y a su confuso siglo VII. Se
mantiene intacto el odio a quien profesa una religión diferente y no se somete
o convierte a la fe islámica. Hoy el Estado Islámico persigue a los yazidis en
Irak. Las huestes de Al Qaeda matan cristianos en Siria cada vez que pueden. La
Hermandad Musulmana aniquiló a cientos de coptos en Egipto. Chiíes y suníes,
mientras se enfrentan entre ellos, detestan y esporádicamente les hacen la
guerra a los libaneses maronitas. Y en Nigeria las matanzas de cristianos están
a la orden del día. Hace poco, incluso, debí firmar, junto a otros millares de
personas indignadas, una carta dirigida al gobierno de Sudán para que no
ejecutara a una señora embarazada que se había convertido al cristianismo.
Me temo que el problema no se limita
a la barbarie de un pequeño grupo de extremistas. El asunto es más grave. Según
el Informe 2000 sobre libertad religiosa en el mundo, en 23 países
islámicos se atropella, persigue y, a veces, extermina cruelmente a las
minorías cristianas. Los gobiernos y los líderes religiosos interpretan al pie
de la letra las feroces instrucciones del Corán contra los infieles y en nombre
de su fe les hacen un daño terrible a los cristianos.
No hay nada incorrecto en que el
mundo árabe quiera volver a situarse a la cabeza del planeta. Eso es
comprensible. Los chinos, que también tuvieron un pasado glorioso, quieren retomar
esa posición cimera. Pero los chinos no han adoptado el camino de destruir a la
civilización occidental, sino la imitan con la intención de llegar a superarla.
Los chinos miran al futuro. Los árabes, en cambio, no consiguen superar el
pasado. Eso es muy peligroso.
1 comentario:
PARA MI USTED ESTA TOTALMENTE EQUIVOCADO LEA LA BIBLIA,PARA QUE SE NUTRA.
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