martes, 14 de agosto de 2012

LA PSICOLOGIZACIÓN DE LA IGLESIA


Por William MacDonald

Uno de los fenómenos de la era en que vivimos es la manera en que la iglesia ha sido infiltrada por la psicología secular. En contradicción a 2 Timoteo 3:16, 17, la Biblia ya no es considerada como suficiente como base para la consejería. Necesitamos psicoterapia. Ya no se confía en el Espíritu Santo para que produzca los necesarios cambios en las vidas de los creyentes. Los ancianos ya no son competentes para orientar.
Tienen que enviar a su gente a un terapeuta profesional. Esto a pesar del hecho de que Dios nos ha dado en la Palabra y mediante el Espíritu todo lo necesario para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3).
Durante generaciones, los cristianos llevaron sus problemas al Señor en oración. Ahora
han de llevarlos a un psiquiatra o a un psicólogo. A los jóvenes ya no se les apremia a que prediquen la Palabra. Ahora el lema es «Practicad la orientación psicológica».
La orientación profesional ha llegado a ser una vaca sagrada hasta tal punto que alguien saldrá inevitablemente en su defensa. ¿Qué es lo que está tan mal con ella? daré a continuación once puntos por los que está mal.

1. La atención de la persona es dirigida al Yo en lugar de a Cristo. Este es un fallo fatal. No hay victoria en el Yo. El autoexamen no es una cura. Los buenos marinos no echan el ancla dentro del barco. Necesitamos a Alguien mayor que nosotros mismos, y este
Alguien es Cristo. Más tarde o más temprano debemos darnos cuenta de que nuestra
ocupación con Cristo es el camino a la victoria en la vida cristiana (2 Corintios 3:18).
Ibsen, el dramatista noruego, cuenta acerca de una visita que hizo Peter Gynt a un
hospital psiquiátrico. Toda la gente parecía normal. Nadie parecía loco. Hablaban muy
razonablemente acerca de sus planes. Cuando Peter le mencionó esto a un médico, éste
le dijo: «Están locos. He de admitir que hablan de manera muy racional, pero todo es
acerca de ellos mismos. Están, de hecho, muy inteligentemente absorbidos en su Yo. Es
el Yo —mañana, mediodía y noche. No podemos apartarnos del Yo aquí. Lo
arrastramos con nosotros, incluso en nuestros sueños. Ah, sí, joven, hablamos de
manera racional, pero estamos bien locos.

2. La psicología moderna se basa en sabiduría humana, no divina. Es la opinión de los
hombres en lugar de la autorizada Palabra de Dios. La variedad de opiniones humanas
se ve en el hecho de que hay más de 250 sistemas de psicoterapia y más de 10.000
técnicas (incluyendo una para ayudar a tus animales domésticos), y cada una de ellas
pretende la superioridad sobre las demás.
Dice Don Hillis: «Esta tendencia conlleva al menos un elemento de peligro: el
razonamiento humano toma el puesto de la Palabra de Dios para la resolución de los
problemas emocionales y espirituales. Las respuestas racionales ... que no estén basadas
en principios espirituales pueden dar un alivio temporal, pero a su vez pueden resultar
desilusionantes y perjudiciales.
3. Muchos, y probablemente la mayoría, de los problemas por los que la gente busca
consejo tienen su causa en el pecado: matrimonios rotos, familias rotas, conflictos
interpersonales, ansiedad, drogas, alcohol, y algunas formas de depresión. Para estos
problemas no necesitamos el diván, sino la Cruz. Sólo el Salvador nos puede decir:
«Tus pecados te son perdonados; ve en paz.»

4. La orientación moderna se dedica a la desviación de la culpa. Al pecado se le llama
enfermedad. O está causada por el ambiente de una persona. Se les echa a los padres la
culpa por la conducta inaceptable de los hijos. Como resultado, se libera a la gente de la
responsabilidad personal. John MacArthur habla de una mujer que dijo que tuvo un
problema durante años con fornicación compulsiva: «El consultor sugirió que su
conducta era el resultado de unas heridas recibidas de un padre pasivo y de una madre
imperiosa.»
Henry Sloane Coffin valoró la situación de manera penetrante: «La actual psicología
añade ... coartadas morales. Los hombres y las mujeres se hacen analizar, y encuentran
emancipación en el destierro de los feos nombres que una religión vigorosa daba a los
pecados, y en la asignación de nombres sin sugerencia de culpa. Son mal ajustados o
introvertidos, en lugar de faltos de honradez o egoístas. Un padre de edad madura se
cansa de su mujer y se enreda con una mujer que tiene la mitad de su edad, y un
terapeuta le dice que está sufriendo de «un espasmo de re-adolescencia», cuando se le
debería confrontar con el mandamiento «no adulterarás».

5. La psicoterapia obra de manera directamente contraria al Espíritu Santo al enfatizar la
importancia de una buena autoimagen, de un caso sano de autoestima. El Espíritu Santo
está tratando de llevar a los pecadores a la convicción del pecado, y llevarlos al
arrepentimiento. Está tratando de restaurar a creyentes desviados y llevarlos a la
confesión. Cualquier autoestima que no esté basada en el perdón de los pecados y en la
posición del hombre en Cristo es falsa hasta la médula.

6. Luego tenemos, naturalmente, la faceta financiera. James Montgomery Boice comenta:
«De modo que en nuestros tiempos tenemos el fenómeno singular de gente que pagan a
otras personas para que les escuchen, que es de lo que tratan las profesiones de
psiquiatría, psicología y consejería. La consejería es un negocio millonario en dólares.
Pero la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos no se trata de que los
consejeros orienten o aconsejen a sus consultantes. Básicamente, todo lo que hacen es
escuchar. Se les paga para hacer lo que en tiempos pasados otras personas hacían
voluntariamente.»
Cuando una señora se quejó de que en veinte años de acudir a un psicólogo no había
recibido ayuda, una amiga le preguntó: «¿Has ido alguna vez a la iglesia en busca de
ayuda?»
«No. Todo lo que la iglesia quiere es tu dinero.»
«¿Cuanto le has pagado al psicólogo?»
«Le he pagado 60 dólares a la semana durante estos veinte años, y esto con un salario
mensual de 2400 dólares.»
Sesenta dólares por semana ascienden a 240 dólares al mes. La décima parte de sus
ingresos. Estaba pagándole el diezmo a su consejero, pero no estaba dispuesto a
diezmar para la iglesia. Y admitió que no había mejorado nada por ello.
Otra mujer objetó a lo que llamaba el doble estándar de su analista. «Durante seis años
fui a ver a mi analista cinco veces a la semana y me privé de muchos de los pequeños
extras de la vida, como vestidos bonitos y vacaciones, para poder pagarlo. Pero cuando enfermaba y perdía una sesión, pasaba algo extraño. Mi analista insistía en que mi enfermedad era una especie de venganza psicosomática —que estaba subconscientemente resistiéndome al tratamiento. Naturalmente, siempre tenía que pagar. Pero cuando se iba para su acostumbrada vacación de un mes entero en agosto, dejándome a la deriva, sola y llena de pánico con muchos conflictos sin resolver, se suponía que yo tenía que entender cómo sus vacaciones no interrumpían el análisis.»
Rollo May, una voz líder en la profesión desde sus comienzos a principios de la década
de 1950, lamentaba que la psicoterapia hubiera sucumbido al afán de lucro y a las «añagazas». «La psicoterapia,» dice él, «se ha convertido en un negocio donde tienes clientes y ganas dinero.» Muchos que practican esta profesión afirman que para ser eficaz, el tratamiento debe constituir un sacrificio económico para el «paciente». Éste no lo respetaría si fuera una ganga. No hay para extrañarse de los chistes que hace la gente: Un neurótico es uno que construye castillos en el aire. Un psicótico es quien vive en ellos. Un terapeuta es el que cobra el alquiler.

7. A veces los hay que pagan una pequeña fortuna para ser analizados cuando lo que necesitan es un médico normal. Durante dos años de orientación, un autor se quejaba de que cuando trataba de leer se le nublaba la vista. El terapeuta le contestó que «la incapacidad para concentrarse era un síndrome típico en personas con ansiedades flotantes.» Encontrando difícil ganar dinero suficiente para pagar al psicólogo, el consultante se fue a ver a un oculista. Éste le sugirió que un par de gafas graduadas le curarían el síndrome. Se lo curaron.

8. Los consejeros cristianos pretenden refundir las mejores percepciones de hombres irregenerados como Freud, Rogers, Maslow y Jung con enseñanzas de la Biblia. Es una unión impía. En un congreso sobre consejería cristiana en 1988, Jay Adams dijo: «Con todo mi corazón os apremio a abandonar la tarea infructífera a la que he aludido: el intento de integrar el paganismo y la verdad bíblica... Pensad en los millones de horas, y
en que más de una generación de vidas ya han sido gastadas en esta tarea sin esperanza.
¿Por qué no hay resultados discernibles? Porque sencillamente no es factible... La consejería tiene que ver con cambiar a la gente. Y ya sabéis, esto es cosa de Dios.»

9. Ni siquiera en la mayor parte de la práctica del consejería cristiano no se acepta la
oración como «técnica» viable. Como mucho, se tolera. En el peor de los casos se
descuida. Pocos terapeutas cristianos pasan un tiempo significativo orando con sus
consultantes.
¿Hemos de creer acaso que la oración tiene sólo una importancia marginal para
contender con los problemas de la vida? ¿Acaso hemos estado equivocados todos estos
años al creer que si cumplimos las condiciones de Dios, Él dará respuesta a nuestras
oraciones?
10. En muchas iglesias, el ministerio es psicología con un ligero barniz de fraseología
bíblica. La gente va a buscar pan, y reciben una piedra.
11. Para decirlo sin ambages, la psicoterapia no ha resultado eminentemente eficaz, y en
muchos casos ha sido dañina.
En años recientes, algunos valientes autores cristianos han levantado señales de alarma
acerca de toda el área de la consejería psicológica. Por ejemplo:
Capacitado para Orientar, por J. E. Adams (1980).
Psychology as Religion: The Cult of Self Worship [La Psicología como religión: La secta
de la adoración del Yo], por Paul C. Vitz (1977).
The Psychological Way/The Spiritual Way [La vía psicológica/la vía espiritual], por Martin
y Deidre Bobgan (1979).
Psychological Seduction [Seducción psicológica], por W. K. Kilpatrick (1983).
La seducción de la cristiandad, por David Hunt y T. A. McMahon (1985).
Psycoheresy [Psicoherejía], por Martin y Deidre Bobgan (1987).
Más allá de la seducción, por David Hunt (1987).
Prophets of Psychoheresy [Profetas de la psicoherejía], por Martin y Deidre Bobgan.
Los opositores o bien han echado los libros a un lado con un ademán de desdén, o bien han
acusado a sus autores de provocadores de divisiones y una multitud de otros males.
Sin embargo, tienen que enfrentarse ahora con el hecho de que profesionales no cristianos
en este campo están publicando graves dudas y desilusión en cuanto a la psicoterapia.
Unos pocos ejemplos son:
The Myth of Psychotherapy [El mito de la psicoterapia], por el doctor Thomas Szasz
(1978).
The Shrinking of América [Psicoanalización y encogimiento de América], por Bernie
Zilbergeld (1983).
Against Therapy: Emotional Tyranny and the Myth of Psychological Healing [Contra la
Terapia: Tiranía Emocional y el Mito de la Sanidad Psicológica], por Jeffrey Masson
(1988).
El doctor Szasz, profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de Nueva York, ha sido
un crítico vocal durante años. Ha llamado a la psiquiatría una pseudo-ciencia, como la
astrología y la alquimia. Afirma que el concepto de enfermedad mental es un mito, una
cómoda etiqueta adoptada para disfrazar y hacer con ello más aceptable la amarga píldora
del conflicto moral en las relaciones humanas. Insiste él en que ninguna forma de conducta
anormal es una enfermedad, y que por tanto el tratamiento de las mismas no entra dentro
del campo de la medicina.
Va aún más lejos. Dice que quizá la mayoría de las técnicas psicoterapéuticas son dañinas
para los pretendidos pacientes. «Todas estas intervenciones y propuestas deberían por tanto
ser consideradas como dañinas hasta que no se demuestre lo contrario.»
Zilbergeld dice que por lo general es tan útil para un consultante hablar con un lego como
con un profesional.
Jeffrey Masson es graduado del Instituto Psicoanalítico de Toronto y miembro de la
Asociación Psicoanalítica Internacional. Tuvo el cargo de Director de Proyectos de los
Archivos Sigmund Freud. En el prefacio de Against Therapy [Contra la terapia], escribe:
«Éste es un libro acerca de por qué creo que la psicoterapia, de cualquier tipo, es un error.
Aunque critico a muchos terapeutas y terapias de manera individual, mi objetivo principal
es destacar que el mismo concepto de psicoterapia es un error.»
El doctor Hans J. Eysenck, profesor de psicología en la Universidad de Londres, descubrió
que entre el 66 y el 77 por ciento de los «pacientes» neuróticos se recuperarán o mejorarán
en gran parte con o sin psicoterapia. La mejora es espontánea.
O. Hobart Mowrer, profesor de psicología en la Universidad de Illinois, dijo: «Al ir
desgranando el reloj de la historia las décadas de este siglo, hemos descubierto
gradualmente que el gran postulado de Freud, esto es, que toda nuestra conducta puede ser achacada a otros y que la meta de la vida no es actuar moralmente, sino liberarnos de
culpa, nos ha hecho caer de la sartén al fuego.»
La pretensión de que la psicoterapia tiene una gran proporción de éxitos no está basada en
hechos. En el estudio de Cambridge-Somerville, delincuentes juveniles potenciales que
recibieron orientación psicológica resultaron peores que el grupo de control que no había
recibido orientación.
También se debería observar que en la psicoterapia se da un efecto psicosomático o de
placebo. «Una intensa expectativa de mejora, alimentada por la promesa del terapeuta de
que puede tratar el problema de manera eficaz, lleva a una sensación de buenos resultados
y de encomio entusiasta, aunque no hay un cambio real.»
Así que, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es que «un gran movimiento revolucionario
que prometía explicar en términos científicos todas las enfermedades neuróticas y curar
muchas de ellas» ha fracasado en su intento. Y en tanto que muchos profesionales
seculares están admitiendo que hay una práctica inexistencia de éxitos dramáticos y de
curaciones, la iglesia evangélica se está apiñando más y más en torno a la psicoterapia en
lugar de en torno a la Biblia como la brillante panacea para las tensiones, ansiedades y
otros problemas.
Citando de nuevo a Don Hillis: «Quizá sea ya el momento para que la iglesia haga un
cierto examen de conciencia acerca del hecho de que personas religiosas estén volviéndose
más a los psicólogos y psiquiatras que a la iglesia en busca de ayuda. Quizá alguien
debería inquietarse cuando la juventud cristiana piensa que pueden hacer más por la
humanidad como psicólogos y psiquiatras que como pastores y evangelistas. Quizá un
examen renovado del Libro revelará una psicología espiritual que proveerá respuestas
espirituales a las necesidades emocionales y mentales del pueblo de Dios.»
Hay lugar para la orientación, pero ha de ser orientación bíblica. No debe desplazar la
Biblia, ni al Espíritu Santo, ni la oración. No debe proveer excusas para el pecado ni
aligerar a las personas de su responsabilidad personal.
APÉNDICE:
La revista  Time publicó, en su número del 29 de noviembre de 1993 (págs. 38-49), un
excelente y extenso estudio acerca de Freud y de derivaciones del  psicoanálisis,
incluyendo la terapia «de memorias reprimidas». La recopilación de datos y estudios en
este reportaje es de enorme valor para poder aquilatar los desastrosos efectos de una
corriente de aproximación al estudio del hombre desde una perspectiva humanista y
excluyente de Dios y de Su Palabra. Los interesados podrán consultar este artículo en las
bibliotecas públicas, o pueden pedir información a SEDIN a la dirección de la cabecera.
UN TESTIMONIO
Cuando tenía unos treinta y pocos años me enredé con otra mujer. Caí en un profundo pozo
de pecado —y pecado de la clase más repelente— que me llevó a rechazar todo
pensamiento de Dios y que casi rompió nuestra vida de familia. Cinco meses en un
hospital mental bajo los cuidados de los mejores psiquiatras no marcó diferencia alguna en
mi actitud ante la vida. Salí del hospital peor de como había entrado. Había desarrollado
una terrible tartamudez; tomaba fármacos de noche para intentar poder dormir, y tomaba
píldoras durante el día para intentar mantenerme en marcha; me esforzaba lo indecible para
evitar ningún contacto personal; desfallecía en la calle e increpaba a quien quisiese ayudarme. Estaba decidido a proseguir con mi egoísta y pecaminosa forma de vivir, por
mucho mal que hiciese a otras personas.
Entonces, una navidad, mi hijo Alan (que entonces tenía sólo ocho años) me dio una tarjeta
donde se veía al Señor de pie ante una puerta, llamando. «Mira, estoy a la puerta y llamo;
si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y comeré con él, y él conmigo.»1
Durante largo tiempo me aparté deliberadamente de esta imagen. Pero el llamamiento se
hizo más y más insistente hasta que finalmente, a las diez de la noche del 26 de junio de
1961, totalmente desesperado y casi incrédulo, dije: «Señor, tú dices que puedes cambiar
las vidas de las personas: entra en mi corazón y cambia la mía.» Al final había dado el paso
de fe, e inmediatamente tuve respuesta a mi oración. Desde aquel momento en adelante
hubo una total transformación en mi vida.

Del libro New Life, New Lifestile, de Michael Green, págs. 111-112
(Hodder and Stoughton, Londres 1991)

S E D I N
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