La Biblia está
llena de alabanza y adoración a Dios. La alabanza puede definirse como un
homenaje a Dios por sus criaturas en adoración a su persona y en agradecimiento
por sus favores y bendiciones.
Los ángeles
que sobresalen por su poder rinden su adoración al Señor (Salmo 103:20). Sus
voces se elevaron en adoración en el nacimiento de Cristo (Luccas. 2:13-14), y
en los días de tribulación que vendrán ellos unirán sus voces para exclamar
"El Cordero que fue inmolado es digno..." (Apocalipsis 5:11-12).
Israel rinde alabanza a Dios, especialmente en los Salmos de Alabanza (Salmo.
113-118).
No únicamente
Israel, sino todos los que sirven a Dios, el cielo y la tierra, los mares y
todo lo que en ellos se mueve; en efecto todo lo que tiene respiración debe
rendir alabanza al Señor (Salmo 135:1-2; 69:34; 150:6).
A Dios puede
alabársele con instrumentos musicales y con canciones (Salmo. 150:3-5; 104:33).
Los sacrificios (Levitico. 7:13), testimonios (Salmo. 66:16), y oraciones
(Colocenses 1:3) son también actividades donde la alabanza encuentra expresión.
La alabanza
puede ser pública y también privada (Salmo 96:3); puede ser una emoción íntima
(Salmo 4:7) o una declaración externa (Salmo 51:15).
Se tributa a
Dios por su salvación (Salmo 40:10) así como por la grandeza de sus obras
maravillosas (Apocalipsis 15:3,4).
El debería ser
alabado por sus cualidades inherentes, su majestad (Salmo 104:1) y santidad
(lsaias 6:3).
Ocasionalmente
la alabanza tiene al hombre como su objeto, en cual caso el elogio puede ser
valioso (Proverbios 31:28, 31) o sin valor (Mateo. 6:2).
El apóstol
Pablo buscó la gloria de Dios antes que la alabanza de los hombres (1
Tesalonicenses. 2:6), aunque reconoció una alabanza legítima como un tributo
por un servicio cristiano distinguido (2 Corintios 8:18). Tal alabanza puede
ser un incentivo para una vida santa (Filipenses 4:8).
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