Un modernista muy sabio estaba tratando de
ridiculizar el relato bíblico de la creación del hombre. Habló con desprecio y
en forma blasfema del Dios que “tomó un trozo de barro en su mano, sopló sobre
él e hizo un hombre”.
En el auditorio había un hombre, que
conocía la gracia salvadora de Dios, el cual se levantó y dijo:
“Señor, yo no voy a discutir la creación con usted, pero le
diré esto: en nuestro pueblo Dios se inclinó y levantó el pedazo de barro más
sucio de todo el poblado. Sopló sobre él su Espíritu y fue creado de nuevo, fue
cambiado de un hombre malvado a un
hombre que odia sus pecados pasados y ama al Dios que lo salvó. Y yo, señor,
era ese trozo de barro”.
En la primera carta pastoral del
apóstol Pablo a su hijo espiritual Timoteo le dice:
“Palabra
fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar
a los
pecadores,
entre los cuales yo soy el primero.
Sin
embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero,
Jesucristo
demostrara
toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en El
pasaran a la vida eterna.” (1ª de Timoteo
1:15-16)
El apóstol Pablo se llama así mismo
el peor de los pecadores, sin embargo todos consideramos a
Pablo como un héroe de la fe. Pero
el nunca se vio de esa manera porque se acordaba de su vida
antes de conocer a Cristo. Mientras más
comprendía la gracia de Dios, más consciente era de su
pecaminocidad.
La vida de cada cristiano debería
estar marcada por humildad y gratitud, para dar testimonio a
quiénes se pierden en las sendas
torcidas de la vida y puedan ser salvos.
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