Una decena de creyentes de diferentes congregaciones religiosas relataron sus experiencias en unidades de trabajo forzado que albergaron a más de 20.000 jóvenes entre 1965 y 1968.
Cárdenas, Cuba, 29 nov.- “Es mejor encarar los errores, que enterrarlos, solo así lograremos la sanación individual y colectiva”, afirmó a IPS Cuba el reverendo Alberto González, en referencia a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), creadas en la década del sesenta del pasado siglo.
Por primera vez de manera pública, hombres y mujeres de distintas congregaciones religiosas rememoraron uno de los capítulos más tristes en la historia reciente de la nación caribeña, durante un encuentro desarrollado en el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, ubicado en la ciudad matancera de Cárdenas, a 150 kilómetros de La Habana.
Pese a la distancia en el tiempo, la emoción distinguió el intercambio de experiencias en el foro “En busca de una memoria positiva. A 50 años de la UMAP”, efectuado del 24 al 26 de noviembre.
En las UMAP, que funcionaron entre noviembre de 1965 y junio de 1968 en la provincia central de Camagüey, fueron recluidos homosexuales, religiosos, intelectuales, delincuentes comunes, drogadictos y algunos jóvenes cuyas familias se habían marchado del país y los dejaron solos.
“Aquello fue un error, pero lo más fuerte ha sido el silencio, pretender que esos lugares no existieron e intentar borrarlos de la historia”, agregó González, de 72 años.
El religioso, quien encabezó la Convención Bautista de Cuba
Occidental de 2002 a 2007, afirmó que “evitar las verdadesprolonga los
malestares”, aunque en su caso haya perdonado.
En su opinión, los sucesos acontecidos en estos centros de rehabilitación hay que contarlos.
“Pero además, si vivo en Cuba y soy feliz después de las UMAP, también debemos celebrarlo”, refirió el autor del libro “Dios no entra en mi oficina”, donde relata sus vivencias durante los casi tres años que estuvo recluido en varias unidades.
Wilfredo Suárez, por su parte, manifestó que en su corazón “no hay odio ni resentimiento”.
No obstante, consideró que “aún los desaciertos más grandes de la gente o de un país hay que encararlos para no dejar cuentas pendientes”.
Los meses de octubre y noviembre de 1966 marcaron un antes y un después en la vida de muchas personas y familias.
“Yo estudiaba en el seminario teológico y cuando recibí la citación creí que era para el Servicio Militar Obligatorio como todo cubano. Mi idea era que iba a ver jóvenes como yo y nada más”, comentó el reverendo Alberto González.
Para él, no fue fácil darse cuenta de que “en lugar de un servicio militar era algo diferente y desconocido”.
Según evocó “lo que más sentimos fue incertidumbre al ver soldados con armas largas escoltando en el tren, demasiada seguridad para simples reclutas”.
Otros sí supieron hacia dónde irían, como fue el caso de Moisés Machado Jardines, quien había aprobado los exámenes para estudiar mecánica de aviación.
“Todo iba bien hasta que en una entrevista mostraron especial interés en mi vocación religiosa y al concluir me llamaron enemigo de la Revolución y sujeto altamente peligroso”, contó.
Varios relatos coinciden en lo fuerte y humillante de la experiencia, que comenzó con el traslado a las UMAP en camiones y trenes, la división en grupos de 120 hombres, la llegada a sitios sin acondicionamiento para alojar personas y entonces allí recibieron la primera explicación.
“Después de recorrer muchas provincias y adentrarnos en un lugar desconocido nos dijeron que estábamos allí por nuestra conducta errada en la sociedad, que estábamos entrando y no había fecha de salida a menos que cambiáramos nuestra forma de pensar”, afirmó González.
También contó que “la unidad estaba a medio construir, la barraca no tenía piso, no había cama. “La primera noche dormimos todos tirados en el suelo, porque nos dieron una hamaca, pero sin lugar donde ponerla”, apuntó.
“Hacíamos todo tipo de trabajo agrícola, pero lo esencial fue cortar caña y recoger frutos menores, muchas veces con un horario excesivo, en ocasiones desde las cuatro de la mañana hasta las 12 de la noche”, acotó.
Desde la otra orilla
Sobre las relaciones entre reclutas y los militares, las historias coincidieron en que un trato mejor o peor dependía más de los valores humanos que del rango de los militares.
“Llegué a tener buenas relaciones con algunos oficiales que intentaban hacer su trabajo de la mejor manera, pero otros nos trataban como animales”, explicó González.
Otras caracterizaciones de los militares fueron menos condescendientes.
Moisés Machado, por ejemplo, refirió que el jefe de su unidad “tenía psicosis de guerra y se vivía un clima de cierto temor, porque ese hombre dominaba a la tropa utilizando el miedo”.
Sin embargo, Idalberto Carbonell también advirtió que “a algunos militares se les notaba el malestar por aquello que estaba pasando”.
Precisamente desde la otra orilla vivió los sucesos Luis Manuel Castellanos, quien cumplió el periodo de Servicio Militar en varias unidades.
“No sabía a qué tipo de personas me encontraría allí, simplemente nos orientaron reeducarlas, reorientarlas para que pudieran ser útiles en la sociedad”, confesó.
Castellanos alegó haber conocido allí hombres de todo tipo, algunos tranquilos y decentes y otros con mal comportamiento social.
“Enfrentar eso no era fácil, porque cuando había motines o problemas de indisciplina debías ponerte fuerte, aunque cuando digo esto no justifico los excesos y abusos, que sobre todo cometieron con los homosexuales”, explicó.
En opinión de Castellanos, quien en aquel entonces tenía 19 años, en ocasiones se obvian las medidas disciplinarias tomadas contra los oficiales que violentaban o violaban a los reclutas UMAP o transgredían los reglamentos.
“No era un relajo, porque allí conformaban tribunales militares para
juzgarnos con sanciones que iban desde amonestaciones hasta separación
definitiva del ejército”, expresó.
Asimismo, aseveró que “también hubo gestos humanos, porque en más de una ocasión se evitaron violaciones y abusos de los delincuentes sobre el resto de los muchachos”.
Compartió que entiende el dolor de quienes pasaron por las UMAP de manera forzada.
“Es cierto que estábamos juntos, comíamos lo mismo, dormíamos con las mismas condiciones y a veces nos incorporábamos al trabajo junto a ellos. Pero la diferencia era que yo cumplía con una tarea de forma libre y voluntaria y ellos estaban obligados, se sentían recluidos y eso era muy triste”, sentenció.
La familia
La otra arista de las UMAP estuvo relacionada con el impacto de esa experiencia en las esposas, madres, padres y amistades.
“Los primeros meses fueron de ausencia de noticias casi total”, relató Miriam Daniel, de 70 años y esposa del reverendo Alberto González.
“Lo otro bien duro de enfrentar fue que pensábamos casarnos y de momento todos los sueños se fueron al piso”, dijo.
Sin embargo, contó que decidieron retomar la idea de casarse y la concretaron el 19 de junio de 1966, durante uno de los pases que González recibió en la unidad.
Alicia Torres, entretanto, recordó que su esposo Sergio Santos estuvo recluido los dos años y siete meses que duraron las UMAP.
“Imagínate que él no conoció a su hijita hasta los seis meses, porque se lo llevaron estando yo embarazada”, evocó.
Narró además que su hija mayor también sufrió con la ausencia del padre, tanto que “en la primera visita no lo conoció y se negó a darle un beso, porque estaba muy flaquito, casi no parecía él mismo”, acotó.
Las UMAP desaparecieron en junio de 1968 tras fuertes críticas y presiones por parte de un sector de la intelectualidad cubana y de organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos, sobre todo, activistas por los derechos de las personas homosexuales.
Algunos de los testimoniantes confesaron que tras las traumática experiencia de las UMAP pensaron irse del país, sin embargo, a cinco décadas del suceso aún permanecen en Cuba.
“Pensé irme y en un momento le dije a mi esposa, te vas adelante y después yo te sigo, pero ella no quiso”, rememoró González.
A mediados de 1968 él se consideraba un hombre sin rumbo y decepcionado del país.
“Me juzgaron mal pese a formar parte de una familia revolucionaria, que aportó a la lucha clandestina y tener un padre que militó en el Partido Comunista de Cuba”, manifestó.
Agregó que no emigró “porque había una ley que prohibía abandonar el país a los menores de 27 años y por mi madre, que había quedado dañada por la partida de sus hermanos a Estados Unidos”.
No obstante, el tiempo pasó y “en 1980 visité los Estados Unidos y enseguida me ofrecieron quedarme para trabajar como pastor en una congregación, pero yo vine para Cuba”.
Después de ese momento se sintió más libre, pues “ya la opción de irme de Cuba no me lo impidió una ley o cualquier otro impedimento externo, sino que fue una decisión propia y consciente de querer estar en mi país”, concluyó.
Por su parte, Ernesto Ruano Pruneda no pensó abandonar el país, aunque se lo aconsejaron varias amistades.
“Yo no pensé en irme ni al salir de la UMAP ni en los años ochenta, cuando el gobierno de Estados Unidos dijo que nosotros podíamos ser considerados presos políticos y nos dejaban llevarnos a toda la familia”, expresó.
En la actualidad, y a los 73 años de edad,Pruneda confesó que siente satisfacción al “ver que hay un grupo numeroso de cristianos que 50 años después están en Cuba y recuerdan el momento con dolor, pero sin resentimiento”. (2015)
Cárdenas, Cuba, 29 nov.- “Es mejor encarar los errores, que enterrarlos, solo así lograremos la sanación individual y colectiva”, afirmó a IPS Cuba el reverendo Alberto González, en referencia a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), creadas en la década del sesenta del pasado siglo.
Por primera vez de manera pública, hombres y mujeres de distintas congregaciones religiosas rememoraron uno de los capítulos más tristes en la historia reciente de la nación caribeña, durante un encuentro desarrollado en el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, ubicado en la ciudad matancera de Cárdenas, a 150 kilómetros de La Habana.
Pese a la distancia en el tiempo, la emoción distinguió el intercambio de experiencias en el foro “En busca de una memoria positiva. A 50 años de la UMAP”, efectuado del 24 al 26 de noviembre.
En las UMAP, que funcionaron entre noviembre de 1965 y junio de 1968 en la provincia central de Camagüey, fueron recluidos homosexuales, religiosos, intelectuales, delincuentes comunes, drogadictos y algunos jóvenes cuyas familias se habían marchado del país y los dejaron solos.
“Aquello fue un error, pero lo más fuerte ha sido el silencio, pretender que esos lugares no existieron e intentar borrarlos de la historia”, agregó González, de 72 años.
Por el camino del diálogo
El Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, ubicado en la ciudad
matancera de Cárdenas, a 150 kilómetros de La Habana, se creó en 1991,
dirigido desde entonces hasta hace unos años por el reverendo Raimundo
García. Su misión consiste “en fomentar la dignidad humana, la reconciliación y la paz por medio del estudio, la reflexión, el diálogo, la incidencia, la solidaridad, la oración (…) y por más de dos décadas se ha convertido en espacio para concertar puntos de vista sobre la realidad nacional entre personas con distinta fe, clase y posición política”. Desde 1971 cuenta con un boletín impreso titulado “Reflexión y diálogo”. |
En su opinión, los sucesos acontecidos en estos centros de rehabilitación hay que contarlos.
“Pero además, si vivo en Cuba y soy feliz después de las UMAP, también debemos celebrarlo”, refirió el autor del libro “Dios no entra en mi oficina”, donde relata sus vivencias durante los casi tres años que estuvo recluido en varias unidades.
Wilfredo Suárez, por su parte, manifestó que en su corazón “no hay odio ni resentimiento”.
No obstante, consideró que “aún los desaciertos más grandes de la gente o de un país hay que encararlos para no dejar cuentas pendientes”.
Los meses de octubre y noviembre de 1966 marcaron un antes y un después en la vida de muchas personas y familias.
“Yo estudiaba en el seminario teológico y cuando recibí la citación creí que era para el Servicio Militar Obligatorio como todo cubano. Mi idea era que iba a ver jóvenes como yo y nada más”, comentó el reverendo Alberto González.
Para él, no fue fácil darse cuenta de que “en lugar de un servicio militar era algo diferente y desconocido”.
Según evocó “lo que más sentimos fue incertidumbre al ver soldados con armas largas escoltando en el tren, demasiada seguridad para simples reclutas”.
Otros sí supieron hacia dónde irían, como fue el caso de Moisés Machado Jardines, quien había aprobado los exámenes para estudiar mecánica de aviación.
“Todo iba bien hasta que en una entrevista mostraron especial interés en mi vocación religiosa y al concluir me llamaron enemigo de la Revolución y sujeto altamente peligroso”, contó.
Varios relatos coinciden en lo fuerte y humillante de la experiencia, que comenzó con el traslado a las UMAP en camiones y trenes, la división en grupos de 120 hombres, la llegada a sitios sin acondicionamiento para alojar personas y entonces allí recibieron la primera explicación.
“Después de recorrer muchas provincias y adentrarnos en un lugar desconocido nos dijeron que estábamos allí por nuestra conducta errada en la sociedad, que estábamos entrando y no había fecha de salida a menos que cambiáramos nuestra forma de pensar”, afirmó González.
También contó que “la unidad estaba a medio construir, la barraca no tenía piso, no había cama. “La primera noche dormimos todos tirados en el suelo, porque nos dieron una hamaca, pero sin lugar donde ponerla”, apuntó.
“Hacíamos todo tipo de trabajo agrícola, pero lo esencial fue cortar caña y recoger frutos menores, muchas veces con un horario excesivo, en ocasiones desde las cuatro de la mañana hasta las 12 de la noche”, acotó.
Desde la otra orilla
Sobre las relaciones entre reclutas y los militares, las historias coincidieron en que un trato mejor o peor dependía más de los valores humanos que del rango de los militares.
“Llegué a tener buenas relaciones con algunos oficiales que intentaban hacer su trabajo de la mejor manera, pero otros nos trataban como animales”, explicó González.
Otras caracterizaciones de los militares fueron menos condescendientes.
Moisés Machado, por ejemplo, refirió que el jefe de su unidad “tenía psicosis de guerra y se vivía un clima de cierto temor, porque ese hombre dominaba a la tropa utilizando el miedo”.
Sin embargo, Idalberto Carbonell también advirtió que “a algunos militares se les notaba el malestar por aquello que estaba pasando”.
Precisamente desde la otra orilla vivió los sucesos Luis Manuel Castellanos, quien cumplió el periodo de Servicio Militar en varias unidades.
“No sabía a qué tipo de personas me encontraría allí, simplemente nos orientaron reeducarlas, reorientarlas para que pudieran ser útiles en la sociedad”, confesó.
Castellanos alegó haber conocido allí hombres de todo tipo, algunos tranquilos y decentes y otros con mal comportamiento social.
“Enfrentar eso no era fácil, porque cuando había motines o problemas de indisciplina debías ponerte fuerte, aunque cuando digo esto no justifico los excesos y abusos, que sobre todo cometieron con los homosexuales”, explicó.
En opinión de Castellanos, quien en aquel entonces tenía 19 años, en ocasiones se obvian las medidas disciplinarias tomadas contra los oficiales que violentaban o violaban a los reclutas UMAP o transgredían los reglamentos.
UMAP en contexto
Las personas participantes en el encuentro convinieron en que los
años sesenta fueron de mucha tensión en la sociedad cubana, y
atribuyeron mucho de lo sucedido en las UMAP a la fuerte influencia de
la Unión Soviética. Según el sociólogo Rafael Hernández, también presente en el intercambio, suponer que las ideas soviéticas marcaron el surgimiento de la UMAP pudiera ser un error histórico. “Achacarle a otros problemas y causas que son nuestros es una práctica extendida en el país. La Unión Soviética dejó de existir hace 25 años y todavía la culpamos de muchos de nuestros conflictos actuales y pasados, cuando realmente han sido cuestiones creadas por nuestra manera de juzgar, pensar y actuar hace 50 años”, argumentó el director de la revista Temas. |
Asimismo, aseveró que “también hubo gestos humanos, porque en más de una ocasión se evitaron violaciones y abusos de los delincuentes sobre el resto de los muchachos”.
Compartió que entiende el dolor de quienes pasaron por las UMAP de manera forzada.
“Es cierto que estábamos juntos, comíamos lo mismo, dormíamos con las mismas condiciones y a veces nos incorporábamos al trabajo junto a ellos. Pero la diferencia era que yo cumplía con una tarea de forma libre y voluntaria y ellos estaban obligados, se sentían recluidos y eso era muy triste”, sentenció.
La familia
La otra arista de las UMAP estuvo relacionada con el impacto de esa experiencia en las esposas, madres, padres y amistades.
“Los primeros meses fueron de ausencia de noticias casi total”, relató Miriam Daniel, de 70 años y esposa del reverendo Alberto González.
“Lo otro bien duro de enfrentar fue que pensábamos casarnos y de momento todos los sueños se fueron al piso”, dijo.
Sin embargo, contó que decidieron retomar la idea de casarse y la concretaron el 19 de junio de 1966, durante uno de los pases que González recibió en la unidad.
Alicia Torres, entretanto, recordó que su esposo Sergio Santos estuvo recluido los dos años y siete meses que duraron las UMAP.
“Imagínate que él no conoció a su hijita hasta los seis meses, porque se lo llevaron estando yo embarazada”, evocó.
Narró además que su hija mayor también sufrió con la ausencia del padre, tanto que “en la primera visita no lo conoció y se negó a darle un beso, porque estaba muy flaquito, casi no parecía él mismo”, acotó.
Las UMAP desaparecieron en junio de 1968 tras fuertes críticas y presiones por parte de un sector de la intelectualidad cubana y de organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos, sobre todo, activistas por los derechos de las personas homosexuales.
Algunos de los testimoniantes confesaron que tras las traumática experiencia de las UMAP pensaron irse del país, sin embargo, a cinco décadas del suceso aún permanecen en Cuba.
“Pensé irme y en un momento le dije a mi esposa, te vas adelante y después yo te sigo, pero ella no quiso”, rememoró González.
A mediados de 1968 él se consideraba un hombre sin rumbo y decepcionado del país.
“Me juzgaron mal pese a formar parte de una familia revolucionaria, que aportó a la lucha clandestina y tener un padre que militó en el Partido Comunista de Cuba”, manifestó.
Agregó que no emigró “porque había una ley que prohibía abandonar el país a los menores de 27 años y por mi madre, que había quedado dañada por la partida de sus hermanos a Estados Unidos”.
No obstante, el tiempo pasó y “en 1980 visité los Estados Unidos y enseguida me ofrecieron quedarme para trabajar como pastor en una congregación, pero yo vine para Cuba”.
Después de ese momento se sintió más libre, pues “ya la opción de irme de Cuba no me lo impidió una ley o cualquier otro impedimento externo, sino que fue una decisión propia y consciente de querer estar en mi país”, concluyó.
Por su parte, Ernesto Ruano Pruneda no pensó abandonar el país, aunque se lo aconsejaron varias amistades.
“Yo no pensé en irme ni al salir de la UMAP ni en los años ochenta, cuando el gobierno de Estados Unidos dijo que nosotros podíamos ser considerados presos políticos y nos dejaban llevarnos a toda la familia”, expresó.
En la actualidad, y a los 73 años de edad,Pruneda confesó que siente satisfacción al “ver que hay un grupo numeroso de cristianos que 50 años después están en Cuba y recuerdan el momento con dolor, pero sin resentimiento”. (2015)
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