Esta es una carta que ya circula entre los católicos cubanos muy crítica con el gobierno de la isla y la actitud de la Iglesia Católica Cubana, que cinco jóvenes del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), hicieron llegar al Santo Padre a través de la familia del destacado líder opositor Oswaldo Payá. Los firmantes son jóvenes católicos de entre 24 y 29 años, egresados de distintos centros de Educación Superior de Cuba. A continuación la carta:
La
Habana, 5 de mayo de 2014
“El temor es ridículo, y puede servir de arma a los enemigos de la
libertad”. Venerable P. Félix Varela
Su
Santidad, Papa Francisco:
Nos
dirigimos a usted con sumo respeto, cariño y agradecidos por el tiempo que ha
destinado a leer esta carta.
Somos
jóvenes católicos cubanos que cada día hacemos el intento de responder a los
clamores que brotan y salpican nuestra conciencia desde la áspera realidad de
nuestra Cuba amadísima. Desde los albores de nuestra juventud ingresamos a las
filas del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), un movimiento cívico -
pacífico que inspirado en el humanismo cristiano y en los principios de la
Doctrina Social de la Iglesia, ha buscado por más de 25 años la liberación que
Cuba quiere y necesita.
Amamos
a la Iglesia, hemos crecido en sus predios bajo el influjo de la espiritualidad
ignaciana. Por tal razón acudimos a Usted con la intención de manifestarle
nuestro dolor y preocupación por cómo algunos Obispos cubanos rodeados de
laicos pro-oficialistas, entre otros con particulares privilegios, se
pronuncian y actúan a nombre de la Iglesia ante el drama humano que hemos
vivido los cubanos por más de medio siglo.
Cada
vez más espacios eclesiales derivan en una caricatura de lo plural, para serlo
sólo en el sustrato de fondo y el denominador común de legitimar al gobierno,
de pedir más votos de confianza para la junta político-militar que gobierna
dictando y esperar que el nuevo ¨líder¨ sucesor en la dinastía de los hermanos
Castro enmiende los ¨errores justificados¨ de 55 años de desgobierno y un país
devastado, en la omisión cómplice a las diarias violaciones a los derecho
humanos y las acciones represivas despóticas e impunes de la Seguridad del Estado
contra la oposición pacífica, en mendigar tímidas reformas sin transparencia y
así poder nadar en todas las aguas, en la indefinición y el lenguaje confuso
que decora y maquilla para no llamar claras realidades por su nombre, y aun así
auto presentarse como auténticos practicantes del diálogo y tendedores de
puentes.
Quizás
haya que recordarles a nuestros pastores que tanto para dialogar como para
mediar se requiere identidad clara e indispensable autonomía para poder
expresarla sin ambages en la búsqueda colegiada de la verdad con los otros,
apertura y reconocimiento a todas las partes, dosis adecuadas de moderación,
pero con transparencia, rigor y respeto por la verdad. Y esto, en una dictadura
enquistada en más de cinco décadas de absolutismo, siempre cuesta, y solo lo
hacen bien quienes logran superar los miedos conquistando la libertad interior
en el absoluto desprendimiento de no tener nada que proteger y nada que
ambicionar.
Los
que conocemos desde dentro y bastamente la realidad de la Iglesia en Cuba,
sabemos que desde los salones del Palacio Apostólico habanero se establece el
rejuego político y las prácticas excluyentes de la Iglesia, y que su confusa
política sin carácter ni constancia, de tira y encoje, de coqueteos e
intercambio de guiños, de la peor diplomacia consistente en sacrificar la
integridad de la verdad llana y desnuda dicha con el único presupuesto del
debido respeto para sustituirla por elogios forzados a fin de darse el permiso
de una crítica que ni siquiera toca fondo, y así mantener el equilibrio en la
balanza, tiene el sello del ilustre purpurado que lo habita. Está atada a los
mismos temores, presiones, chantajes, compromisos, sentido del límite,
protección de intereses y pactos tácitos o explícitos, que marcan su relación
actual con el Estado, cuyo timonel ha sido, durante décadas, el cardenal
Ortega.
Sujetos
a los vaivenes de esta complejísima relación, la precaria autonomía de las
publicaciones católicas y los centros de formación al servicio de laicos y
consagrados, está mucho más allá de la presumible buena voluntad de sus
realizadores y los convierte en voceros no ya del Arzobispo, sino de quien
domina en aquella relación, los mismos que permiten que sigan existiendo y
circulando, mientras no sobrepase el umbral de tolerancia o en última
instancia, deje de servir, a la larga, a sus denostables propósitos. La
disyuntiva es clara: o se enajenan de la realidad proscribiendo el tema
socio-político como un tabú, en un país donde nada es apolítico, sino más bien
profundamente politizado e ideologizado, o reclaman insumos de apoyo al
Cambio-Fraude impulsado por el gobierno. ¿De qué pretenden convencernos ahora?
Si es el propio Raúl Castro el que habla de sus propias reformas aclarando que
son para más Socialismo, y los cubanos sabemos muy bien qué significa eso.
Además, ¿alguien nos ha preguntado como ciudadanos, si lo que queremos hoy es
más Socialismo? ¿Y cuál Socialismo? ¿Cómo nos quieren convencer, a los cubanos
que vivimos dentro y fuera de Cuba sufriendo exclusiones y desventajas, que
están avanzando en la implementación de leyes que nos permitan reencontrarnos
como quisiéramos? ¿Que este marco actual de opresión, sin derechos ni
trasparencia, es el camino de la transición? ¿De cuál transición se trata? La
gradualidad sólo tiene sentido si hay perspectivas trasparentes de libertad y
derechos. No hablen más por el pueblo, queremos que se alce y escuche nuestra
propia voz. No basta con que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba:
lo primero es que Cuba se abra a los propios cubanos. Pactar con nuestros
gobernantes, como han hecho muchos gobiernos e instituciones democráticos, sin
importar que ellos no representen a la ciudadanía, es perpetuar la opresión.
Basta
de decidir y pensar por mí e imponerme una ideología de Estado que no me
representa. Basta de obligarme a jugar la farsa política pasando por encima de
mis principios y condición de hombre libre, bajo la amenaza de perderlo todo:
estudios, trabajo, a veces la familia y los amigos, también la libertad y hasta
la vida. Por eso es el miedo el principio rector de esta sociedad, el miedo y
la mentira; y sostener una sociedad de máscaras y simulación durante décadas
crea hombres débiles, esquivos, de verdades a medias, incapaces de hacerle
frente y ponerle nombre al mal que nos corroe por dentro. Así vivimos los
cubanos.
Quisiéramos
que la Iglesia que peregrina en Cuba se atreviera a echar los mercaderes del
templo, a los que en virtud de pactos tácitos posponen el cuidado de la persona
ante la significación abstracta de los números. Quisiéramos una iglesia
dispuesta a no aceptar como privilegio, lo que se le debe reconocer a título de
derecho, a cambio de su silencio. Una iglesia que con su voz profética y su
testimonio de vida en la verdad en una sociedad carcomida por una cultura del
miedo y la mentira, comparta la cruz de la incomprensión, la soledad, la
humillación, las privaciones, las calumnias y persecuciones que sufrimos los
que nos hemos propuesto romper con el vicio del autoengaño devenido en demencia
colectiva. Una iglesia que no se ufane de tener sus bancos saturados de cómoda
mediocridad; de arrastrar multitudes tras imágenes que no salvan, capaces de
despertar poco más que epidérmicas devociones, mientras lo más precioso de su
identidad se diluye y licúa en una seudo-religión de masas; de recuperar
espacios e inmuebles para la misión, para luego, con la confianza puesta más en
los medios humanos que en Dios y el oportunísimo esplendor de su mensaje,
anunciar un seudo-Evangelio privado de su contenido moral y social más
iluminador para nuestro pueblo, por ser considerado demasiado ¨subversivo¨
contra el orden establecido. Una iglesia que remueva las conciencias
anestesiadas por el temor y la costumbre, ante la irracionalidad, la
disfuncionalidad y el absurdo impuestos por un longevo poder absoluto y
arbitrario, porque confronte a cada hombre invitándolo a contemplarse en el
espejo de la vida y obra de Jesús de Nazaret. Una iglesia que volviendo a creer
en el valor de la pobreza, de lo poco, lo pequeño, lo gradual, lo débil, lo
anónimo, ofrezca en sus comunidades pequeñas, pero de cristianos coherentes y
llenos de ardor, algo fascinantemente diferente y poderosamente cautivador, y
ya no más de lo mismo que pulula en los ambientes viciados.
Esa
iglesia, encarnada y solidaria, la hemos tenido por años en las personas de
algunos valientes y excepcionales obispos, en incontables sacerdotes,
religiosas y misioneros, muchos de los cuales hemos visto partir con dolor:
desterrados, despedidos por obispos y superiores, o renunciando voluntariamente
antes de someterse a reglas pervertidas y pervertidoras. Es esa iglesia
menguante y en peligro de extinción la que ha obrado auténticos milagros,
gracias a la cual todavía jóvenes y familias como nosotros optamos por
permanecer, asumiendo peligros y privaciones, resistiendo cada día la tentación
de sumarnos al éxodo masivo de un pueblo que huye en estampida a cualquier
parte donde pueda tener una vida más digna, un trabajo honrado, conocer la
libertad, luchar por sus sueños, aspirar a la prosperidad y a la felicidad. Esa
Iglesia nos reveló con su vida y no sólo con sus discursos, el significado
profundo y las implicaciones personales de los misterios centrales de nuestra
fe: la Encarnación, el Calvario, la Pascua, la Resurrección. En ella advertimos
cómo podíamos ser realmente sacerdotes, profetas y reyes. Porque de esa iglesia
aprendimos a buscar y desear la voluntad de Dios como nuestro mayor tesoro, hoy
todavía nos atrevemos a nadar contra corriente desoyendo aun los consejos
cercanos de voces amigas, a veces susurradas en los propios templos y
sacristías, incluso de quienes deben hablar en nombre de Dios, hasta los gritos
desesperados de nuestras madres angustiosas, que nos imploran renunciar, huir,
escapar, ocuparnos solo de nosotros y de nuestras familias, con mil argumentos
incontestables desde el llano pragmatismo de los hechos y los cálculos de
fuerza, o componiendo acrobáticas argucias con supuestas razones de fe que
terminan desvaneciéndose a los pies del Crucificado. Porque esa iglesia nos
enseñó a creer contra toda evidencia y a esperar contra toda esperanza, hoy
nuestra vida quiere seguir siendo una respuesta a la pregunta y a la llamada de
Dios: ¿dónde están estos responsables?, para continuar siendo, al menos, una
voz en el desierto, una luz en la oscuridad, un signo de esperanza, en medio de
la aparente esterilidad, a pesar del agobio y del cansancio. Porque los cubanos
necesitamos la ayuda de Jesús en la Cruz para mirar con amor estos cincuenta
años donde se nos ha oprimido psicológica y físicamente, y atrevernos a decir:
¡Ya no más!
Erik Alvarez, uno de los jovenes firmantes |
Los
cubanos necesitamos una iglesia que nos ayude a vencer el miedo. El miedo que
es origen de la desidia y la desesperanza que embarga a los jóvenes y a la
sociedad en su conjunto. Necesitamos una iglesia que nos ayude a dar los
primeros pasos de la Liberación, esos primeros pasos que siempre empiezan en la
persona y terminan por ser un grito más fuerte que uno mismo y que es preciso
compartir.
Una
iglesia servidora tiene que ser un espacio de libertad, donde la reconciliación
no se convierta en amnesia histórica disfrazada de bondad de los justos. Tiene
que ser el lugar de la libre expresión, no para hacer política en el templo,
sino para encontrar las palabras que cuenten nuestra historia desde abajo, sin
las cifras victoriosas, intentando que la memoria sea reconstruida. Necesitamos
una iglesia Madre, que trabaje por la verdad sin ambigüedades, que no confunda
el amor a los enemigos con el oportunismo político. Una iglesia que nos ayude a
nombrar este dolor para ofrecerlo y actuar, sin que nos quiten la voz.
¡Cuente
con nosotros Santo Padre! ¡Dios lo bendiga y lo guarde! Un fuerte abrazo desde
el Caribe,
Erick
Álvarez Gil, 28 años, Ingeniero en
Telecomunicaciones y Electrónica, parroquia San Francisco de Paula.
Anabel
Alpízar Ravelo, 29 años, Licenciada en
Comunicación Social, expulsada de su trabajo, capilla Jesús María.
Luis
Alberto Mariño Fernández, 27 años, Licenciado en Composición Musical, parroquia
Salvador del Mundo.
María
de Lourdes Mariño Fernández, 29 años, Licenciada en Historia del Arte,
parroquia Salvador del Mundo.
Manuel
Robles Villamarín, 24 años, Técnico informático, expulsado de la universidad,
parroquia Siervas de María.
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