martes, 19 de agosto de 2014

Jaime Ortega: “nunca he estado solo”


A solo unas horas de haber cumplido medio siglo de su ordenación como sacerdote nos dijo como San Agustín: “todo lo que hay de bueno en mí viene de Dios, todo lo malo viene de mí.” Relató sus ocho meses en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), campos de concentración a los que el gobierno cubano (1965) envió a religiosos, homosexuales y opositores
viernes, agosto 15, 2014 | CubaNet

MATANZAS, Cuba . — El pequeño varón, nacido en el municipio matancero de Jagüey Grande, allá por octubre de 1936, hijo de un comerciante y una ama de casa, jamás imaginó que recibiría la birreta roja que lo legitimaba como Cardenal-Presbítero de Santos Aquila y Priscilla, de manos del Sumo Pontífice quizás más idolatrado de todos los tiempos, su Santidad Juan Pablo II.
A solo unas horas de haber cumplido medio siglo de su ordenación como sacerdote, Jaime Lucas Ortega Alamino, respetado y venerado por la comunidad católica nacional, por las disímiles gestiones a favor de la Iglesia y sus siervos en la Isla, siente que su consagración no ha sido en vano.
C.J.O.: El sacerdocio nunca es en vano. Realmente cuando uno va al fondo de la realidad de un sacerdote hay que ir al evangelio mismo y encontrar las palabras de Jesús “…no son ustedes los que me eligieron a mí, soy yo quien los he elegido a ustedes…”, es decir, nunca una decisión puede ser personal a partir de los cálculos que alguien hace respecto a yo sirvo para esto o lo otro. Por ejemplo, a mí me gustaban mucho las matemáticas, la arquitectura. Pero hay algo más allá que sale a nuestro paso. Una serie de eventos, de acontecimientos o de realidades que nos van diciendo de pronto que es el Señor quien nos llama, y esa llamada nunca puede ser en vano; nuestra respuesta tiene que ser sí.
Cinco años después del nacimiento del pequeño Jaime Lucas los Ortega-Alamino, que vivían al sur de la provincia se trasladaron a la ciudad de Matanzas.
Las clases junto al piano, los recuerdos de la etapa estudiantil en el colegio privado Arturo Echemendía primero, y en el Instituto de Segunda Enseñanza después, donde se graduara de Bachiller en Ciencias y Letras en 1955, conformaron las páginas iniciales de una valiosísima existencia.
C.J.O.: Muy pequeño me fui de Jagüey para Matanzas, pero yo me recuerdo mucho jugando en aquella calle, aquella esquina. Había un columpio en aquel portal. Allí montaba yo velocípedo. Recuerdo todo eso muy bien.
“Tenía un primo que estudiaba música y tocaba el piano, y a él le gustaba mucho la música popular y a mí también. Yo por él me animé, tenía facilidad, pero no era alguien que se iba a dedicar a la música, y menos a la música clásica que también la disfruto. Después viví en el barrio de Simpson, en la calle Salamanca, y mi piano estaba junto a la ventana y toda la gente del barrio iba allí. Mientras yo tocaba ellos me acompañaban con la tumbadora en la misma ventana. Ese era el tipo de música que realmente me gustaba. Aunque una vez estuve tocando con la Orquesta de Cámara de Matanzas sustituyendo al pianista. Así fue con el piano, pero yo nunca hubiera sido un músico profesional. Antes la juventud maduraba más temprano que hoy, las inquietudes de la juventud cubana de los años 50 no las tiene la juventud de hoy.
“Este mundo desconoce las esencias, no va al ser, va al tener, o al hacer, ¿que hizo?, ¿que tiene?, ¿que voy a hacer?, ¿que voy a tener?, me gusta o no me gusta. Aquella juventud de mi época en la Acción Católica teníamos inquietudes…por el futuro… por Cuba.
“De mis compañeros del Grupo de Acción Católica de Matanzas está René Fraga Moreno, está Franklin Gómez y José Luis Dubrock. Era una juventud inquieta desde todo punto de vista, también desde el punto de vista de la fe. Yo iba a la comunidad Las Yaguas de Matanzas, a dar catecismo a todos aquellos muchachos de 14 años que no tenían escolaridad ninguna. Durante las navidades arreglábamos y pintábamos juguetes. Alquilábamos las máquinas y los taxis llenos de juguetes y salíamos para los barrios y se los dejábamos allí para que se los pusieran a los muchachos por la mañana.
“De este compromiso nace la vocación, de tal manera que mi respuesta fue ir al clero de mi Diócesis, el clero de Matanzas, donde yo había vivido y al cual quería servir”.
Con tan solo 19 años de edad ingresó en el Seminario Diocesano San Alberto Magno de Matanzas, dirigido por los Padres de las Misiones Extranjeras de Quebec, Canadá. Una afianzada vocación religiosa le abrió las puertas a la teología y los caminos de la fe.
C.J.O. Yo me fui a estudiar a Canadá, estuve 4 años estudiando Teología. Salí de Cuba en el 60 en una situación dificilísima. El país estaba en una agitación enorme, estaba comenzando un éxodo tremendo. Durante aquel tiempo fue la invasión por Playa Girón. Después vino el cierre de los colegios por la nacionalización de las escuelas, la salida de muchos sacerdotes y de religiosas. Se produjo tremendo cambio mientras estaba en Canadá y no sabía si podía volver a Cuba.
“Desconocía esta realidad nueva y se me hacía difícil no volver. Para mí eso siempre ha sido un desafío, porque mi vocación nace de este pueblo, para este pueblo cubano. En el seno de este pueblo nací, crecí, estudié y viví; para él trabajé como joven. Fui en la Acción Católica alguien que respondió yendo al sacerdocio para vivir más radicalmente esa entrega a ese pueblo.
“No había posibilidad de entrada de sacerdotes a Cuba, pero hubo unos permisos que se lograron para que los que estaban estudiando regresaran y entonces ahí mismo pudimos. Fue así que me llegó el telegrama salvador de que podía volver. Tenía un mes para regresar. Fuimos alrededor de unos cuarenta y tantos los que pudimos volver entre los años 63 y 64. Efectivamente estaba aquí el día 21 de julio y regresé para ordenarme el 2 de agosto”.
Poco después del 2 de agosto de 1964 cuando fue ordenado sacerdote en la Iglesia Catedral de Matanzas, es nombrado Vicario Cooperador en el municipio Cárdenas. Su ministerio sacerdotal se vio interrumpido dos años más tarde cuando es reclutado a las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) en la provincia de Camagüey.
C.J.O.: Después de los acontecimientos de Camarioca (se refiere al éxodo de cubanos hacia Estados Unidos en 1965 por esa porción de la costa norte matancera), que viví yo en Cárdenas, casi en el foco de aquello, hubo un momento de radicalización de nuevo de todo el proceso y fue cuando vinieron las UMAP. Aparecieron nuevas limitaciones muy difíciles para la Iglesia en el 66. En medio de todo eso, gracias a Dios, yo no perdí la capacidad de considerar mi amor al país, a mi tierra, a mi Patria, a esta realidad, a su gente, aunque se fueran muchos, aunque no pensaran muchos como nosotros, aunque fueran opositores nuestros en cuanto a la fe y a nuestra misión aquí, pero no tenía si no el deseo de contribuir a que se superaran todas esas miserias.
“Fueron 8 meses los que yo pasé allí. No creo que me marcara negativamente en el sentido de tener después recelos y rencores. En medio de todo eso fue una experiencia tremenda de conocer la vida como no la puede conocer uno en los estudios de Teología. Sería increíble el anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de aquellos hombres desesperados. Yo era un muchacho.
“Me acuerdo que cuando acabo de llegar bajo un aguacero -me llevaron en medio de un aguacero en el que caían truenos- uno de aquellos reclutas estaba parado en medio del agua pidiendo que me partiera un rayo. Después viene un grupo y me rodea a mí. Uno de ellos me dijo: “usted ha venido aquí para darnos consuelo” y yo dije “…ah ya, aquí habló la voz de Dios, para eso estoy yo aquí. ’’ Para eso estaba yo allí.
“Un hombre que no sabía leer ni escribir me pedía que yo le leyera las cartas de su mujer, más nadie que usted me las lee. Después él me decía lo que quería ponerle a la mujer en las cartas.
“Recuerdo que en cierta ocasión el político de la unidad dijo: “le llaman por el nombre o el número” Mi número era el 36. “O 36 o el nombre” Y ellos dijeron: “No, le vamos a seguir diciendo Padre, porque él es nuestro Padre”
“Mi experiencia de allí es todo eso. Fue una experiencia única en la vida para un sacerdote que comienza la oportunidad en Cuba de estar en medio del pueblo. Desde el punto de vista humano es algo quizás tremendo, considerado así desde fuera. Pero todo hay que mirarlo, en la fe lo miramos todo así, bajo la luz de Dios. Si Dios quiso que esto fuera así, entonces, ¿qué quisiera él de esto? Ah, que yo sacara una lección tremenda de lo que es el ser humano, de la misericordia que hay que tener con la gente, de lo que sufre la gente y eso es importante. Ese es el balance que yo saco, desde el confesionario cuando confieso, hasta la comprensión que hay que tener habitualmente al hablar con una persona”.
De regreso al ejercicio de su ministerio sacerdotal fue Párroco de Jagüey Grande, su pueblo natal, y posteriormente Párroco de la Iglesia Catedral de Matanzas, actividades que simultaneó con la docencia, pues por aquellos días figuraba como profesor de Teología Moral en el Seminario Interdiocesano de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana.
C.J.O.: Tenía que ir todas las semanas al Seminario, los miércoles eran las clases de Teología. Almorzaba en el Seminario y regresaba a Matanzas, porque tenía la Catedral, Pueblo Nuevo, Cidra y Santa Ana también. El domingo daba siempre 4 misas y el sábado 2. Entonces yo decía cuando llegaba la última misa del domingo en Pueblo Nuevo, a las 6 y media de la tarde, y había estado celebrando el mismo texto evangélico, por ejemplo, cuando la Samaritana se encuentra junto al pozo de Jacob con Jesús, a veces decía, “voy para el sexto encuentro de la Samaritana con el Señor”. Y me esperaba una comunidad a esa hora llena de jóvenes, con gente muy bien dispuesta, que eran muy acogedores en el barrio de Pueblo Nuevo, la gente muy buena.
“Mi vocación es de Párroco, por eso entré en el clero de la Diócesis. Me acuerdo del sacerdote carmelita español al cual yo fui a decirle: “… a veces pienso en la soledad en que vive el sacerdote…” Me dijo: “solo está quien quiere estar solo.” Esa frase fue verdad, nunca he estado solo. Por eso el Párroco es algo grandioso, porque vive en medio del pueblo, está allí la gente, a cualquier hora va. Lo mismo te despiertan a las 3 de la mañana para bautizar a un niño o lo llamaban a uno para un enfermo grave a una hora increíble. Pero este hombre esta así desde hace 3 días -pensaba uno- ¿por qué me llaman a las 2 de la mañana? Es que él es del Partido y no quisiera que vieran al cura llegando aquí”.
Consagrado Obispo para la Diócesis de Pinar del Río en enero de 1979 en la Catedral de Matanzas y promovido a Arzobispo para 1981, tomó posesión en la Santa Iglesia Metropolitana Catedral de La Habana el 27 de diciembre de ese mismo año.
C.J.O. : Ahí empezó mi Ministerio en La Habana. Me sentí realmente impresionado. Yo tenía 45 años para ir ya de Arzobispo de La Habana, había sido nombrado Obispo de Pinar a los 42 años. Ahora, me parece que era muy joven. Yo no conocía La Habana, no había estudiado aquí, no había vivido aquí. Vine para La Habana con cierta aprehensión. Sin embargo aquel temor se me pasó enseguida porque la gente en La Habana es muy acogedora y con respecto a la Iglesia, a su quehacer, a la relación con el Obispo, la gente no es distante ni fría al estilo de grandes ciudades. Ya son muchos años aquí, de mis 50 años de sacerdocio, 15 los pasé en Matanzas, 3 en Pinar del Río y el resto, 32, los he pasado en la capital.
“Me siento muy identificado con La Habana, con sus realidades, con la gente, con sus aspiraciones, con las cosas más dolorosas que hay no solo aquí sino en toda Cuba, entre ellas el éxodo de cubanos del país”.
Uno de los días inolvidables para la memoria de Ortega Alamino lo será eternamente aquel 26 de noviembre de 1994, cuando el religioso más aclamado de la pasada centuria, le impusiera la birreta roja y el anillo cardenalicio, como símbolos de su título de Cardenal de la Iglesia Católica.
C.J.O. Eso fue algo que yo no consideraba, porque ahí sí es verdad que es el Papa quien decide, de tal manera que se dice la creación de un Cardenal. Era un año difícil en Cuba, el 94, pero pudieron ir conmigo casi 200 personas, gente de las iglesias, de todas las Diócesis de Cuba.
“Es inolvidable, con San Juan Pablo II poniéndome el birrete cardenalicio y todos los cubanos allí en la Basílica. Esto nos compromete de manera muy especial, es como un compromiso con la Iglesia Universal, es como ser el Senado del Papa; y cuando llega el momento de un cónclave realmente siempre es sobrecogedor. Por ejemplo el cónclave que eligió al Cardenal Ratzinger, había pasado el gran pontificado de Juan Pablo II y teníamos que escoger un Papa. Era algo bastante complejo. Y estábamos nosotros nada más, no hay nadie, los cardenales decidimos, eso nos da siempre como un sentido de compromiso mucho más grande con Cristo y con la Iglesia y hace que sienta que la carga es más fuerte, y la ayuda de Dios será más fuerte. “Nadie es tentado sobre su fuerza” dice San Pablo”.
Aunque el Cardenal Jaime Ortega le pertenece a todos los hombres y mujeres de fe de la Isla, Matanzas y los matanceros lo sentimos particularmente propio. Quizás porque fue en este y no en otro suelo donde inició su vocación religiosa, y en consonancia además con su llegada al mundo por tierras yumurinas, este inconmensurable ser humano, divino, le corresponde el afecto con la honestidad, sencillez y pureza que, paradójicamente emanan de la grandeza espiritual.
C.J.O. Para mi Matanzas es un lugar de referencia no solamente en los recuerdos, sino en mi vida personal, de referencia en mi Ministerio sacerdotal. Los años más felices de Párroco que es lo que me ha gustado tanto ser, los viví en la ciudad de Matanzas. ¡Este entorno! ¡Esta historia!
“Yo estaba entre esos libros de la Catedral. Monseñor Alberto Martín Villaverde los había mandado a encuadernar y en el canto de afuera no decían el número si no un nombre. Milanés, Byrne, White, de los grandes que habían sido bautizados allí. José White vivía frente a la Catedral, la primera vez que tomó un violín en sus manos fue porque el Párroco de allí de San Carlos lo enseñó a tocar violín. El otro libro de esos hijos de Matanzas, Plácido, de esos grandes, de Gener, el gran benefactor, a donde iba Domingo del Monte continuamente. Aquellas tertulias, esa Matanzas de la historia, que es una historia desconocida.
“Nunca me olvidaré el momento en que yo vi el mar por primera vez entrando por la vieja carretera central desde Limonar. Venía de Jagüey de mudada para Matanzas y de pronto vi la bahía de Matanzas y vi el mar y su inmensidad. Nunca lo había visto, era de tierra adentro y eso quedó grabado en mí”.
Durante medio siglo de trabajo consagrado el Cardenal Jaime, como todos le llaman, ha intencionado la creación de nuevas parroquias, la reconstrucción de más de 50 iglesias y casas parroquiales, el establecimiento de la casa “Jean Marie Vianney”, sede principal de las sesiones de la Asamblea General de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, y sitio donde se originan encuentros diocesanos nacionales y retiros espirituales. Tiene a su cargo la constitución del Consejo Diocesano de Pastoral, del Consejo Diocesano de Laicos, así como la construcción de centros de convivencias y reuniones para adultos y sobre todo para jóvenes.
Enviado Papal Especial al Congreso Nacional Eucarístico de El Salvador en noviembre del año 2000, electo presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba en el 2001, e integrante en la actualidad de la Curia Romana, donde es miembro de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de la Pontificia Comisión para América Latina, Jaime Ortega Alamino es uno de esos seres incansables cuando de causas justas y edificantes se trata. Ilustre representante de la matanceridad en cada uno de los escenarios en los que se muestra, y devoto y fiel hombre que desanda caminos de fe.
C.J.O.: Yo creo que hay que decir como San Agustín: “todo lo que hay de bueno en mí viene de Dios, todo lo malo viene de mí.” Mirando el sacerdocio realmente como es, desde el punto de vista espiritual, cristiano, verdaderamente pleno, que no se debe ver de otra manera. Por eso es que todas las demás profesiones que son sacrificadas se comparan con el sacerdocio, que si el magisterio es un sacerdocio, que si el ejercicio de la medicina debe ser un sacerdocio, porque hay algo de muy especial en este ministerio que lo hace ser de entrega, de sacrificio, de obra del Señor en nosotros.
“Si tuviera que volver a comenzar y si tuviera que volver a orientar mi vida, me parece que sintiendo y sabiendo que Dios me llama, lo volvería a seguir quizás con más conocimiento de lo que significa esto, pero con la misma alegría con que lo he hecho, y en el mismo espíritu y quizás aún mejor”.


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