A solo unas horas de haber cumplido
medio siglo de su ordenación como sacerdote nos dijo como San Agustín: “todo lo
que hay de bueno en mí viene de Dios, todo lo malo viene de mí.” Relató sus
ocho meses en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), campos de
concentración a los que el gobierno cubano (1965) envió a religiosos,
homosexuales y opositores
viernes,
agosto 15, 2014 | CubaNet
MATANZAS, Cuba
. — El pequeño varón, nacido en el municipio matancero de Jagüey Grande, allá
por octubre de 1936, hijo de un comerciante y una ama de casa, jamás imaginó
que recibiría la birreta roja que lo legitimaba como Cardenal-Presbítero de
Santos Aquila y Priscilla, de manos del Sumo Pontífice quizás más idolatrado de
todos los tiempos, su Santidad Juan Pablo II.
A solo unas horas de haber cumplido
medio siglo de su ordenación como sacerdote, Jaime Lucas Ortega Alamino,
respetado y venerado por la comunidad católica nacional, por las disímiles
gestiones a favor de la Iglesia y sus siervos en la Isla, siente que su
consagración no ha sido en vano.
C.J.O.: El sacerdocio nunca es en
vano. Realmente cuando uno va al fondo de la realidad de un sacerdote hay que
ir al evangelio mismo y encontrar las palabras de Jesús “…no son ustedes los
que me eligieron a mí, soy yo quien los he elegido a ustedes…”, es decir, nunca
una decisión puede ser personal a partir de los cálculos que alguien hace
respecto a yo sirvo para esto o lo otro. Por ejemplo, a mí me gustaban mucho
las matemáticas, la arquitectura. Pero hay algo más allá que sale a nuestro
paso. Una serie de eventos, de acontecimientos o de realidades que nos van
diciendo de pronto que es el Señor quien nos llama, y esa llamada nunca puede
ser en vano; nuestra respuesta tiene que ser sí.
Cinco años después del nacimiento del
pequeño Jaime Lucas los Ortega-Alamino, que vivían al sur de la provincia se
trasladaron a la ciudad de Matanzas.
Las clases junto al piano, los
recuerdos de la etapa estudiantil en el colegio privado Arturo Echemendía
primero, y en el Instituto de Segunda Enseñanza después, donde se graduara de
Bachiller en Ciencias y Letras en 1955, conformaron las páginas iniciales de
una valiosísima existencia.
C.J.O.: Muy pequeño me fui de Jagüey
para Matanzas, pero yo me recuerdo mucho jugando en aquella calle, aquella
esquina. Había un columpio en aquel portal. Allí montaba yo velocípedo.
Recuerdo todo eso muy bien.
“Tenía un primo que estudiaba música
y tocaba el piano, y a él le gustaba mucho la música popular y a mí también. Yo
por él me animé, tenía facilidad, pero no era alguien que se iba a dedicar a la
música, y menos a la música clásica que también la disfruto. Después viví en el
barrio de Simpson, en la calle Salamanca, y mi piano estaba junto a la ventana
y toda la gente del barrio iba allí. Mientras yo tocaba ellos me acompañaban
con la tumbadora en la misma ventana. Ese era el tipo de música que realmente
me gustaba. Aunque una vez estuve tocando con la Orquesta de Cámara de Matanzas
sustituyendo al pianista. Así fue con el piano, pero yo nunca hubiera sido un
músico profesional. Antes la juventud maduraba más temprano que hoy, las
inquietudes de la juventud cubana de los años 50 no las tiene la juventud de
hoy.
“Este mundo desconoce las esencias,
no va al ser, va al tener, o al hacer, ¿que hizo?, ¿que tiene?, ¿que voy a
hacer?, ¿que voy a tener?, me gusta o no me gusta. Aquella juventud de mi época
en la Acción Católica teníamos inquietudes…por el futuro… por Cuba.
“De mis compañeros del Grupo de
Acción Católica de Matanzas está René Fraga Moreno, está Franklin Gómez y José
Luis Dubrock. Era una juventud inquieta desde todo punto de vista, también
desde el punto de vista de la fe. Yo iba a la comunidad Las Yaguas de Matanzas,
a dar catecismo a todos aquellos muchachos de 14 años que no tenían escolaridad
ninguna. Durante las navidades arreglábamos y pintábamos juguetes. Alquilábamos
las máquinas y los taxis llenos de juguetes y salíamos para los barrios y se
los dejábamos allí para que se los pusieran a los muchachos por la mañana.
“De este compromiso nace la
vocación, de tal manera que mi respuesta fue ir al clero de mi Diócesis, el
clero de Matanzas, donde yo había vivido y al cual quería servir”.
Con tan solo 19 años de edad ingresó
en el Seminario Diocesano San Alberto Magno de Matanzas, dirigido por los Padres
de las Misiones Extranjeras de Quebec, Canadá. Una afianzada vocación religiosa
le abrió las puertas a la teología y los caminos de la fe.
C.J.O. Yo me fui a estudiar a
Canadá, estuve 4 años estudiando Teología. Salí de Cuba en el 60 en una
situación dificilísima. El país estaba en una agitación enorme, estaba
comenzando un éxodo tremendo. Durante aquel tiempo fue la invasión por Playa
Girón. Después vino el cierre de los colegios por la nacionalización de las
escuelas, la salida de muchos sacerdotes y de religiosas. Se produjo tremendo
cambio mientras estaba en Canadá y no sabía si podía volver a Cuba.
“Desconocía esta realidad nueva y se
me hacía difícil no volver. Para mí eso siempre ha sido un desafío, porque mi
vocación nace de este pueblo, para este pueblo cubano. En el seno de este
pueblo nací, crecí, estudié y viví; para él trabajé como joven. Fui en la
Acción Católica alguien que respondió yendo al sacerdocio para vivir más
radicalmente esa entrega a ese pueblo.
“No había posibilidad de entrada de
sacerdotes a Cuba, pero hubo unos permisos que se lograron para que los que
estaban estudiando regresaran y entonces ahí mismo pudimos. Fue así que me
llegó el telegrama salvador de que podía volver. Tenía un mes para regresar.
Fuimos alrededor de unos cuarenta y tantos los que pudimos volver entre los
años 63 y 64. Efectivamente estaba aquí el día 21 de julio y regresé para
ordenarme el 2 de agosto”.
Poco después del 2 de agosto de 1964
cuando fue ordenado sacerdote en la Iglesia Catedral de Matanzas, es nombrado
Vicario Cooperador en el municipio Cárdenas. Su ministerio sacerdotal se vio
interrumpido dos años más tarde cuando es reclutado a las Unidades Militares de
Apoyo a la Producción (UMAP) en la provincia de Camagüey.
C.J.O.: Después de los acontecimientos
de Camarioca (se refiere al éxodo de cubanos hacia Estados Unidos en 1965 por
esa porción de la costa norte matancera), que viví yo en Cárdenas, casi en el
foco de aquello, hubo un momento de radicalización de nuevo de todo el proceso
y fue cuando vinieron las UMAP. Aparecieron nuevas limitaciones muy difíciles
para la Iglesia en el 66. En medio de todo eso, gracias a Dios, yo no perdí la
capacidad de considerar mi amor al país, a mi tierra, a mi Patria, a esta
realidad, a su gente, aunque se fueran muchos, aunque no pensaran muchos como
nosotros, aunque fueran opositores nuestros en cuanto a la fe y a nuestra
misión aquí, pero no tenía si no el deseo de contribuir a que se superaran
todas esas miserias.
“Fueron 8 meses los que yo pasé
allí. No creo que me marcara negativamente en el sentido de tener después
recelos y rencores. En medio de todo eso fue una experiencia tremenda de
conocer la vida como no la puede conocer uno en los estudios de Teología. Sería
increíble el anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de
aquellos hombres desesperados. Yo era un muchacho.
“Me acuerdo que cuando acabo de
llegar bajo un aguacero -me llevaron en medio de un aguacero en el que caían
truenos- uno de aquellos reclutas estaba parado en medio del agua pidiendo que
me partiera un rayo. Después viene un grupo y me rodea a mí. Uno de ellos me
dijo: “usted ha venido aquí para darnos consuelo” y yo dije “…ah ya, aquí habló
la voz de Dios, para eso estoy yo aquí. ’’ Para eso estaba yo allí.
“Un hombre que no sabía leer ni
escribir me pedía que yo le leyera las cartas de su mujer, más nadie que usted
me las lee. Después él me decía lo que quería ponerle a la mujer en las cartas.
“Recuerdo que en cierta ocasión el
político de la unidad dijo: “le llaman por el nombre o el número” Mi número era
el 36. “O 36 o el nombre” Y ellos dijeron: “No, le vamos a seguir diciendo
Padre, porque él es nuestro Padre”
“Mi experiencia de allí es todo eso.
Fue una experiencia única en la vida para un sacerdote que comienza la
oportunidad en Cuba de estar en medio del pueblo. Desde el punto de vista
humano es algo quizás tremendo, considerado así desde fuera. Pero todo hay que
mirarlo, en la fe lo miramos todo así, bajo la luz de Dios. Si Dios quiso que
esto fuera así, entonces, ¿qué quisiera él de esto? Ah, que yo sacara una
lección tremenda de lo que es el ser humano, de la misericordia que hay que
tener con la gente, de lo que sufre la gente y eso es importante. Ese es el
balance que yo saco, desde el confesionario cuando confieso, hasta la
comprensión que hay que tener habitualmente al hablar con una persona”.
De regreso al ejercicio de su
ministerio sacerdotal fue Párroco de Jagüey Grande, su pueblo natal, y
posteriormente Párroco de la Iglesia Catedral de Matanzas, actividades que
simultaneó con la docencia, pues por aquellos días figuraba como profesor de
Teología Moral en el Seminario Interdiocesano de San Carlos y San Ambrosio, de
La Habana.
C.J.O.: Tenía que ir todas las
semanas al Seminario, los miércoles eran las clases de Teología. Almorzaba en
el Seminario y regresaba a Matanzas, porque tenía la Catedral, Pueblo Nuevo,
Cidra y Santa Ana también. El domingo daba siempre 4 misas y el sábado 2.
Entonces yo decía cuando llegaba la última misa del domingo en Pueblo Nuevo, a
las 6 y media de la tarde, y había estado celebrando el mismo texto evangélico,
por ejemplo, cuando la Samaritana se encuentra junto al pozo de Jacob con
Jesús, a veces decía, “voy para el sexto encuentro de la Samaritana con el
Señor”. Y me esperaba una comunidad a esa hora llena de jóvenes, con gente muy
bien dispuesta, que eran muy acogedores en el barrio de Pueblo Nuevo, la gente
muy buena.
“Mi vocación es de Párroco, por eso
entré en el clero de la Diócesis. Me acuerdo del sacerdote carmelita español al
cual yo fui a decirle: “… a veces pienso en la soledad en que vive el
sacerdote…” Me dijo: “solo está quien quiere estar solo.” Esa frase fue verdad,
nunca he estado solo. Por eso el Párroco es algo grandioso, porque vive en
medio del pueblo, está allí la gente, a cualquier hora va. Lo mismo te
despiertan a las 3 de la mañana para bautizar a un niño o lo llamaban a uno
para un enfermo grave a una hora increíble. Pero este hombre esta así desde
hace 3 días -pensaba uno- ¿por qué me llaman a las 2 de la mañana? Es que él es
del Partido y no quisiera que vieran al cura llegando aquí”.
Consagrado Obispo para la Diócesis
de Pinar del Río en enero de 1979 en la Catedral de Matanzas y promovido a
Arzobispo para 1981, tomó posesión en la Santa Iglesia Metropolitana Catedral
de La Habana el 27 de diciembre de ese mismo año.
C.J.O. : Ahí empezó mi Ministerio en
La Habana. Me sentí realmente impresionado. Yo tenía 45 años para ir ya de
Arzobispo de La Habana, había sido nombrado Obispo de Pinar a los 42 años. Ahora,
me parece que era muy joven. Yo no conocía La Habana, no había estudiado aquí,
no había vivido aquí. Vine para La Habana con cierta aprehensión. Sin embargo
aquel temor se me pasó enseguida porque la gente en La Habana es muy acogedora
y con respecto a la Iglesia, a su quehacer, a la relación con el Obispo, la
gente no es distante ni fría al estilo de grandes ciudades. Ya son muchos años
aquí, de mis 50 años de sacerdocio, 15 los pasé en Matanzas, 3 en Pinar del Río
y el resto, 32, los he pasado en la capital.
“Me siento muy identificado con La
Habana, con sus realidades, con la gente, con sus aspiraciones, con las cosas
más dolorosas que hay no solo aquí sino en toda Cuba, entre ellas el éxodo de
cubanos del país”.
Uno de los días inolvidables para la
memoria de Ortega Alamino lo será eternamente aquel 26 de noviembre de 1994,
cuando el religioso más aclamado de la pasada centuria, le impusiera la birreta
roja y el anillo cardenalicio, como símbolos de su título de Cardenal de la
Iglesia Católica.
C.J.O. Eso fue algo que yo no
consideraba, porque ahí sí es verdad que es el Papa quien decide, de tal manera
que se dice la creación de un Cardenal. Era un año difícil en Cuba, el 94, pero
pudieron ir conmigo casi 200 personas, gente de las iglesias, de todas las
Diócesis de Cuba.
“Es inolvidable, con San Juan Pablo
II poniéndome el birrete cardenalicio y todos los cubanos allí en la Basílica.
Esto nos compromete de manera muy especial, es como un compromiso con la
Iglesia Universal, es como ser el Senado del Papa; y cuando llega el momento de
un cónclave realmente siempre es sobrecogedor. Por ejemplo el cónclave que
eligió al Cardenal Ratzinger, había pasado el gran pontificado de Juan Pablo II
y teníamos que escoger un Papa. Era algo bastante complejo. Y estábamos
nosotros nada más, no hay nadie, los cardenales decidimos, eso nos da siempre
como un sentido de compromiso mucho más grande con Cristo y con la Iglesia y
hace que sienta que la carga es más fuerte, y la ayuda de Dios será más fuerte.
“Nadie es tentado sobre su fuerza” dice San Pablo”.
Aunque el Cardenal Jaime Ortega le
pertenece a todos los hombres y mujeres de fe de la Isla, Matanzas y los
matanceros lo sentimos particularmente propio. Quizás porque fue en este y no
en otro suelo donde inició su vocación religiosa, y en consonancia además con
su llegada al mundo por tierras yumurinas, este inconmensurable ser humano,
divino, le corresponde el afecto con la honestidad, sencillez y pureza que,
paradójicamente emanan de la grandeza espiritual.
C.J.O. Para mi Matanzas es un lugar
de referencia no solamente en los recuerdos, sino en mi vida personal, de
referencia en mi Ministerio sacerdotal. Los años más felices de Párroco que es
lo que me ha gustado tanto ser, los viví en la ciudad de Matanzas. ¡Este entorno!
¡Esta historia!
“Yo estaba entre esos libros de la
Catedral. Monseñor Alberto Martín Villaverde los había mandado a encuadernar y
en el canto de afuera no decían el número si no un nombre. Milanés, Byrne,
White, de los grandes que habían sido bautizados allí. José White vivía frente
a la Catedral, la primera vez que tomó un violín en sus manos fue porque el
Párroco de allí de San Carlos lo enseñó a tocar violín. El otro libro de esos
hijos de Matanzas, Plácido, de esos grandes, de Gener, el gran benefactor, a
donde iba Domingo del Monte continuamente. Aquellas tertulias, esa Matanzas de
la historia, que es una historia desconocida.
“Nunca me olvidaré el momento en que
yo vi el mar por primera vez entrando por la vieja carretera central desde
Limonar. Venía de Jagüey de mudada para Matanzas y de pronto vi la bahía de
Matanzas y vi el mar y su inmensidad. Nunca lo había visto, era de tierra
adentro y eso quedó grabado en mí”.
Durante medio siglo de trabajo
consagrado el Cardenal Jaime, como todos le llaman, ha intencionado la creación
de nuevas parroquias, la reconstrucción de más de 50 iglesias y casas
parroquiales, el establecimiento de la casa “Jean Marie Vianney”, sede
principal de las sesiones de la Asamblea General de la Conferencia de Obispos
Católicos de Cuba, y sitio donde se originan encuentros diocesanos nacionales y
retiros espirituales. Tiene a su cargo la constitución del Consejo Diocesano de
Pastoral, del Consejo Diocesano de Laicos, así como la construcción de centros
de convivencias y reuniones para adultos y sobre todo para jóvenes.
Enviado Papal Especial al Congreso
Nacional Eucarístico de El Salvador en noviembre del año 2000, electo
presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba en el 2001, e
integrante en la actualidad de la Curia Romana, donde es miembro de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de la Pontificia Comisión
para América Latina, Jaime Ortega Alamino es uno de esos seres incansables
cuando de causas justas y edificantes se trata. Ilustre representante de la
matanceridad en cada uno de los escenarios en los que se muestra, y devoto y
fiel hombre que desanda caminos de fe.
C.J.O.: Yo creo que hay que decir
como San Agustín: “todo lo que hay de bueno en mí viene de Dios, todo lo malo
viene de mí.” Mirando el sacerdocio realmente como es, desde el punto de vista
espiritual, cristiano, verdaderamente pleno, que no se debe ver de otra manera.
Por eso es que todas las demás profesiones que son sacrificadas se comparan con
el sacerdocio, que si el magisterio es un sacerdocio, que si el ejercicio de la
medicina debe ser un sacerdocio, porque hay algo de muy especial en este
ministerio que lo hace ser de entrega, de sacrificio, de obra del Señor en
nosotros.
“Si tuviera que volver a comenzar y
si tuviera que volver a orientar mi vida, me parece que sintiendo y sabiendo
que Dios me llama, lo volvería a seguir quizás con más conocimiento de lo que
significa esto, pero con la misma alegría con que lo he hecho, y en el mismo
espíritu y quizás aún mejor”.
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