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¡Lo importante es ser sincero! Esta es una frecuente escapatoria cuando se habla sobre la fe. ¡Por supuesto, es mejor ser sincero que hipócrita o farsante! Pero la sinceridad no es suficiente. Puedo estar sinceramente convencido de que una escalera es sólida, pero eso no le impedirá romperse si está carcomida.
A la sinceridad debemos añadir la verdad. Esto es obvio en la vida diaria, pero es aún más importante en el ámbito moral y espiritual. La verdad existe, no tememos afirmarlo, aunque corramos el riesgo de ser tildados de intolerantes o de mente cerrada. Busquémosla sin dejarnos detener por ningún obstáculo.
Es cierto que la verdad respecto a Dios, al más allá, a nosotros mismos y a nuestro origen está fuera del alcance del hombre que sólo depende de sus propios recursos. Pero Dios habló y Jesucristo dijo acerca de él: “Tu Palabra es verdad” (Juan 17:17). La Biblia, la Palabra de Dios, comunica lo que es inaccesible a nuestra inteligencia limitada, especialmente en el ámbito moral.
Cuando leemos la Biblia humildemente y con fe, Dios se revela a nuestra mente. Todo lo que Dios nos da a conocer es la verdad. No busquemos la enseñanza de una religión. La verdad no es una religión ni un sistema de pensamientos; es una persona: Jesucristo, el Hijo de Dios. Conoceremos la verdad sobre Dios, sobre nosotros mismos, sobre el sentido de nuestra vida y sobre el más allá, si creemos en Jesucristo, quien dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6).
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