martes, 22 de octubre de 2013

Urge rescatar la familia cubana.













Por: Aimée Cabrera.
La familia es uno de los baluartes  de la sociedad; de ella se desprenden una serie infinita de  valores cuya positividad permiten la armonía y fraternidad propia del ser humano para con ellos y el resto de los habitantes. En Cuba, sin embargo, la familia ha pasado por sus peores momentos.

Y mandó a parar.
El triunfo revolucionario trajo aparejada la desintegración de la familia. Esta se dividió en bandos: quienes estaban a favor  del gobierno o no. Comenzaron las emigraciones permanentes y buena parte de los que permanecieron en territorio cubano decidieron por miedo “a marcarse” cerrar filas y no contestar correspondencia, aceptar llamadas o simplemente reconocer que tenían familiares en el extranjero.
Hasta los familiares del máximo dirigente que residían o viven en el exterior fueron víctimas de las manipulaciones que convirtieron a todos los emigrantes en traidores. Con el transcurso del proceso, comenzaron varias  salidas.
Las ilegales, las  de los presos políticos, las de quienes solicitaban irse, o quienes salían por viajes de trabajo o estudio y no regresaban. Se estableció una cultura de terror; de negar, de pronto, a amigos y familiares: la doble moral o el vivir de la mentira se apoderó para siempre de parte de los cubanos que residían en la Isla.
Hay males que no duran 100 pero sí 50 y…
Se extienden. Las conversaciones donde estén presentes personas seguidoras del gobierno o que se dejen manipular por este, al final no rinden buenos frutos. Si apareció una apertura que dejó de encasillar la entrada a Cuba en unos veinte años para quienes emigraban sobre todo a los Estados Unidos de América (EUA), prevaleció el chantaje del poder.
La familia, la mayor afectada. Ahora refugiada en apariencia por la apertura que convirtió a quienes venían de los EUA en la importante clase social nombrada hace poco más de 30 años como la de  los de “la comunidad”.
Sus familiares en la Isla se vieron beneficiados-hasta la actualidad- por las remesas, invitaciones al exterior por períodos que no sobrepasaran los 11 meses, ya no había que esconder a los familiares pero había ciertos estudios y empleos que no seleccionaban a los que tuvieran semejante clase de parientes con serios problemas ideológicos, y gusto por lo imperial.
Aún no había llegado la era del Internet. Un secretismo que ahogaba mantenía desinformado a los cubanos de la Isla. Escarmientos televisivos contra los pocos que mostraban su descontento al gobierno, y las vías de ponerlos bien lejos continuaron.
Los lazos familiares tenían hondas heridas producidas por la separación. Hijos varones en edad militar, o los que escogían carreras como la de medicina se convertían en obstáculos para los que pretendiesen visitar a su familia en el exterior o reunificarse con la misma, si persistían en su interés por unirse a su familia en el extranjero, eran hasta hace un par de años clasificados como los traidores a la patria por excelencia.
Opción cero como situación límite.  
Había entrada y salida de los privilegiados que lograban ser visados para entrar o salir del país pero la familia seguía en ascuas. Madres que esperaban en las costas norteamericanas, la embarcación donde llegarían sus hijos, solo vieron en el mar trozos de esta y amasijos de carne. La familia no lograba su integración, el gobierno cubano criticaba sin cesar al estadounidense como culpable de todos los males económicos y  olvidó a la familia que, con su política ayudó a desmembrar.
Se acabó el impositivo campo socialista de Europa del Este que arrasó en casi 3 décadas con la cultura cubana. Un país pequeño pero al que llegaban todos los adelantos y se enorgullecía de su amor a Dios y su detalle por unir a la familia, en el que sus habitantes emigraban por breves períodos y retornaban por extrañar, ante todo a los familiares, no se adaptó nunca a la ideología soviética, ni a su pueblo y costumbres.
En plena década del 90 con su terrible Período Especial y después a principios del nuevo Milenio ocurrieron hechos donde perdieron la vida o fueron a la cárcel muchos cubanos por el mero hecho de querer salir del país o estar en desacuerdo con la política gubernamental.
La familia se vistió de luto. La familia erró de un extremo a otro de Cuba cuando su ser querido fue enviado al extremo de la Isla opuesto a su provincia de residencia. Un verdadero calvario para estar con ellos las pocas veces que tenían visitas. La humillación, la desacreditación abierta, los golpes, gritos desaforados y ofensivos comenzaron y aún persiguen a quienes se aferran en mantener unida a su familia por encima de los hostigamientos.
Aperturas a medias.
 Las flexibilidades de viajar a cualquier país mientras el interesado esté invitado, visado y tenga el dinero para sufragar los gastos de un viaje al exterior son una modalidad que crea cierta duda. Si ha habido tanta represión y prohibiciones  al respecto, qué objetivo persiguen los que la proporcionan ahora.
Ahora las personas sin ser mayoría pueden entrar y salir del país y conocer otras tierras y culturas. Un acercamiento a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, a la democracia. Constatar que la familia en el mundo existe, que los fines de semana o en los horarios libres los anfitriones pasean con los de distintas generaciones, que no es sola la madre con los hijos como sucede la mayor parte de las veces en Cuba.

Es una experiencia placentera ver al padre junto a la madre y sus bebés o hijos mayores en sitios como la iglesia, un restaurante o un museo. Una forma para que, quienes han vivido encarcelados bajo las rejas invisibles del centralismo puedan disfrutar del placer de saber como, con mucho esfuerzo y sin perder la fe y  la esperanza se puede rescatar a la familia y a los valores que se encuentran en el corazón de cada cubano con principios.

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