Por: Aimée Cabrera.
La familia es uno de los baluartes de la sociedad; de ella se desprenden una
serie infinita de valores cuya
positividad permiten la armonía y fraternidad propia del ser humano para con
ellos y el resto de los habitantes. En Cuba, sin embargo, la familia ha pasado
por sus peores momentos.
Y mandó a parar.
El triunfo revolucionario trajo aparejada la
desintegración de la familia. Esta se dividió en bandos: quienes estaban a
favor del gobierno o no. Comenzaron las
emigraciones permanentes y buena parte de los que permanecieron en territorio
cubano decidieron por miedo “a marcarse” cerrar filas y no contestar
correspondencia, aceptar llamadas o simplemente reconocer que tenían familiares
en el extranjero.
Hasta los familiares del máximo dirigente que
residían o viven en el exterior fueron víctimas de las manipulaciones que
convirtieron a todos los emigrantes en traidores. Con el transcurso del
proceso, comenzaron varias salidas.
Las ilegales, las de los presos políticos, las de quienes
solicitaban irse, o quienes salían por viajes de trabajo o estudio y no
regresaban. Se estableció una cultura de terror; de negar, de pronto, a amigos
y familiares: la doble moral o el vivir de la mentira se apoderó para siempre
de parte de los cubanos que residían en la Isla.
Hay males que no duran 100 pero sí 50 y…
Se extienden. Las conversaciones donde estén
presentes personas seguidoras del gobierno o que se dejen manipular por este,
al final no rinden buenos frutos. Si apareció una apertura que dejó de
encasillar la entrada a Cuba en unos veinte años para quienes emigraban sobre
todo a los Estados Unidos de América (EUA), prevaleció el chantaje del poder.
La familia, la mayor afectada. Ahora
refugiada en apariencia por la apertura que convirtió a quienes venían de los
EUA en la importante clase social nombrada hace poco más de 30 años como la de los de “la comunidad”.
Sus familiares en la Isla se vieron
beneficiados-hasta la actualidad- por las remesas, invitaciones al exterior por
períodos que no sobrepasaran los 11 meses, ya no había que esconder a los
familiares pero había ciertos estudios y empleos que no seleccionaban a los que
tuvieran semejante clase de parientes con serios problemas ideológicos, y gusto
por lo imperial.
Aún no había llegado la era del Internet. Un
secretismo que ahogaba mantenía desinformado a los cubanos de la Isla.
Escarmientos televisivos contra los pocos que mostraban su descontento al gobierno,
y las vías de ponerlos bien lejos continuaron.
Los lazos familiares tenían hondas heridas
producidas por la separación. Hijos varones en edad militar, o los que escogían
carreras como la de medicina se convertían en obstáculos para los que
pretendiesen visitar a su familia en el exterior o reunificarse con la misma, si
persistían en su interés por unirse a su familia en el extranjero, eran hasta
hace un par de años clasificados como los traidores a la patria por excelencia.
Opción cero como situación límite.
Había entrada y salida de los privilegiados
que lograban ser visados para entrar o salir del país pero la familia seguía en
ascuas. Madres que esperaban en las costas norteamericanas, la embarcación
donde llegarían sus hijos, solo vieron en el mar trozos de esta y amasijos de
carne. La familia no lograba su integración, el gobierno cubano criticaba sin
cesar al estadounidense como culpable de todos los males económicos y olvidó a la familia que, con su política
ayudó a desmembrar.
Se acabó el impositivo campo socialista de
Europa del Este que arrasó en casi 3 décadas con la cultura cubana. Un país
pequeño pero al que llegaban todos los adelantos y se enorgullecía de su amor a
Dios y su detalle por unir a la familia, en el que sus habitantes emigraban por
breves períodos y retornaban por extrañar, ante todo a los familiares, no se
adaptó nunca a la ideología soviética, ni a su pueblo y costumbres.
En plena década del 90 con su terrible
Período Especial y después a principios del nuevo Milenio ocurrieron hechos
donde perdieron la vida o fueron a la cárcel muchos cubanos por el mero hecho
de querer salir del país o estar en desacuerdo con la política gubernamental.
La familia se vistió de luto. La familia erró
de un extremo a otro de Cuba cuando su ser querido fue enviado al extremo de la
Isla opuesto a su provincia de residencia. Un verdadero calvario para estar con
ellos las pocas veces que tenían visitas. La humillación, la desacreditación
abierta, los golpes, gritos desaforados y ofensivos comenzaron y aún persiguen
a quienes se aferran en mantener unida a su familia por encima de los
hostigamientos.
Aperturas a medias.
Las
flexibilidades de viajar a cualquier país mientras el interesado esté invitado,
visado y tenga el dinero para sufragar los gastos de un viaje al exterior son
una modalidad que crea cierta duda. Si ha habido tanta represión y
prohibiciones al respecto, qué objetivo
persiguen los que la proporcionan ahora.
Ahora las personas sin ser mayoría pueden
entrar y salir del país y conocer otras tierras y culturas. Un acercamiento a
la libertad de expresión, a la libertad de prensa, a la democracia. Constatar
que la familia en el mundo existe, que los fines de semana o en los horarios
libres los anfitriones pasean con los de distintas generaciones, que no es sola
la madre con los hijos como sucede la mayor parte de las veces en Cuba.
Es una experiencia placentera ver al padre
junto a la madre y sus bebés o hijos mayores en sitios como la iglesia, un
restaurante o un museo. Una forma para que, quienes han vivido encarcelados
bajo las rejas invisibles del centralismo puedan disfrutar del placer de saber como,
con mucho esfuerzo y sin perder la fe y
la esperanza se puede rescatar a la familia y a los valores que se
encuentran en el corazón de cada cubano con principios.
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