Presentación
Fue a fines de la década de los años setenta, y a
principios de los ochenta, cuando las Sociedades Bíblicas Unidas, a través de
su Departamento de Promoción y Distribución, iniciaron los Talleres de
Ciencias Bíblicas. El móvil principal era informar al gran público
cristiano latinoamericano acerca de nuestro trabajo de traducción, y de los
recursos y métodos que empleamos en este ministerio.
A medida que se programaban los Talleres y se
adquiría experiencia, se fue consolidando la lista de temas que se presentaban
y el número de expositores. Desde el principio se procuró dar una visión
amplia, tanto de los diversos componentes de la tarea de traducción como del
texto que sirve de base: La Palabra de Dios. Por eso los Talleres siempre han
presentado, de manera balanceada, temas que tratan de la Biblia y de su
contexto (historia, geografía, arqueología, canon, historia del texto, géneros
literarios, contenido global), y temas que tratan de la tarea de traducción
(lingüística, técnicas de traducción, antropología).
Este manual le ofrece al lector la gran riqueza
recogida durante los varios años que se han presentado los Talleres a lo largo
de nuestra América hispanohablante. Se ofrece al público, en primer lugar, como
material de apoyo en los Talleres de Ciencias Bíblicas que patrocinan las
Sociedades Bíblicas en sus respectivos países. Se ofrece, también, para el uso
de seminarios e instituciones teológicas como libro de texto. El material es
excelente para cursos de introducción a la Biblia y cursos exegéticos. Estamos
seguros de que este manual será de gran bendición para todo el que desee
profundizar más en el conocimiento de la Palabra de Dios, y de su uso en la
vida cristiana, tanto a nivel individual como colectivo. El capítulo titulado
«La Biblia de Estudio de S.B.U.» ofrece consejos prácticos para la predicación
y el estudio bíblico individual y comunitario.
La mayoría de los autores de este manual forman
parte del equipo de traducción de las Sociedades Bíblicas Unidas en las
Américas. Casi todos han tenido la oportunidad de participar en varios de los
Talleres de Ciencias Bíblicas y están comprometidos no sólo en la tarea
académica que su trabajo requiere, sino también en el compromiso pastoral y
ministerial de la iglesia. Por eso estamos seguros de que cada uno de los
capítulos que componen este manual será de gran enriquecimiento en el
conocimiento de la Palabra de Dios entre los cristianos de habla hispana.
Dr. Edesio Sánchez Cetina
Editor
INTRODUCCIÓN: LA
BIBLIA EN LA VIDA Y EN EL MINISTERIO DEL PASTOR Y DEL LÍDER CRISTIANO
Jaime Goytia R.
«Tú, sigue firme en todo aquello que aprendiste, de
lo cual estás convencido. Ya sabes quiénes te lo enseñaron. Recuerda que desde
niño conoces las sagradas Escrituras, que pueden instruirte y llevarte a la
salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por
Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de
rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado
para hacer toda clase de bien». (2 Ti 3.14–17; DHH3)
La Biblia es de suma importancia en la vida y en el
ministerio del pastor y del líder cristiano, pues ella es, y será siempre, el
fundamento de la vida cristiana. No es posible un buen ministerio si no está
impregnado por completo del mensaje de la Palabra de Dios.
La importancia de la Biblia en la vida del líder resalta de inmediato
cuando hacemos un análisis de los diferentes aspectos de la vida y del
ministerio del siervo del Señor.
1. La Biblia en el llamamiento del líder cristiano
Al inicio de su Epístola a los Romanos, el apóstol
Pablo afirma: El evangelio es poder de Dios para salvación (Ro 1.16).
Todo líder cristiano, sea porque nació en un hogar cristiano o porque se
convirtió en su edad adulta, reconocerá que el primer efecto poderoso de la
Palabra de Dios en su vida tiene que ver con su salvación. El encuentro con el
Cristo vivo es, sin lugar a dudas, un encuentro con la Palabra de Dios. Bien
decía Pablo: «Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios»
(Ro 10.17; RVR).
Un segundo momento clave en la vida del pastor o líder es el de su
vocación o llamamiento. Como en la conversión, la Palabra de Dios penetra su
ser para hacer que nazca en él una entrañable convicción de que el Señor le
extiende un llamamiento al ministerio cristiano. La conjugación de la Palabra
de Dios con la fuerza del Espíritu hace del llamamiento divino una decisión
impostergable.
2. La Biblia en la preparación
del pastor y del líder cristiano
del pastor y del líder cristiano
Cuando las Sagradas Escrituras definen el ministerio
del sacerdote Esdras como maestro de la Palabra, mencionan tres características
de él, y cada una de ellas tiene a la Palabra de Dios como su móvil: «Esdras
tenía el firme propósito de estudiar y de poner en práctica la
ley del Señor, y de enseñar a los israelitas sus leyes y decretos» (Esd
7.10; DHH3).
Todos los pasos de la formación del líder—su estudio, su conducta y su
enseñanza—están impregnados de la Palabra de Dios. Por eso los seminarios, los
institutos bíblicos y las escuelas teológicas necesitan revisar constantemente
su programa de clases y darle al estudio de la Biblia un lugar fundamental.
Desde su tiempo de estudiante, el futuro líder o pastor necesita empaparse de
recursos y de conocimientos que le permitan, en su pastorado y ministerio, trazar
bien la Palabra de verdad (2 Ti 2.15).
3. La Biblia en la vida devocional
del pastor y del líder cristiano
del pastor y del líder cristiano
Todos sabemos por experiencia propia que la Biblia
es más que una fuente de preparación y estudio. La Biblia, como Palabra de
Dios, nos nutre espiritualmente para poder vivir la vida cristiana y realizar
nuestra tarea ministerial.
El encuentro con la Palabra de Dios, no ya como
estudiante de ella, sino como hijo de Dios, asegura una vida edificada y un
ministerio bendecido. Todo líder cristiano necesita de momentos a solas con su
Dios para hablarle y para escucharlo; y tanto en el hablar como en el escuchar,
la Palabra de Dios es el medio eficaz.
Cuando vamos al Antiguo Testamento y al Nuevo,
descubrimos que la vida devocional fue un elemento vital en la vida de los
héroes de la fe. Allí, en la quietud y a solas con Dios, vemos a Moisés, a
Abraham, a Elías, a David, a Pablo, a Timoteo, y sobre todo a Jesucristo,
meditando y alimen- tándose de la Palabra de Dios. La vida de oración y la
búsqueda de la vo- luntad de su Padre son elementos sobresalientes en el
ministerio de Jesús.
4. La Biblia en el ministerio
del pastor y del líder cristiano
del pastor y del líder cristiano
Sin la Biblia no sería posible tener misiones
cristianas, ni iglesias ni creyentes en Jesucristo. Por lo tanto, la Biblia es
y debe ser el instrumento indispensable y primordial en el ministerio del
pastor y líder cristiano. La visitación de hogares y de enfermos, y el apoyo a
los nuevos creyentes, requieren del mensaje oportuno de la Palabra de Dios. El
pastor debe estar convencido de que en la Biblia sus ovejas encontrarán
consuelo, fortaleza, esperanza y paz; pero también hallarán exhortación y
reprensión.
Para la preparación de mensajes y estudios bíblicos,
el pastor debe estudiar con seriedad y profundidad el texto sagrado. Por eso
debe desarrollar destreza en el manejo exegético de la Biblia y conseguir los
recursos esenciales para el estudio serio y eficaz de ella: (1) varias
versiones de la Biblia; (2) una concordancia bíblica; (3) y un buen diccionario
de la Biblia. Debe, por supuesto, participar en cursos de actualización bíblica
y leer materiales que le ayuden a una recta interpretación de la Palabra.
Nunca debe perderse de vista que el mejor alimento
para la congregación es la predicación expositiva del mensaje de la Palabra de
Dios. Este método homilético es el que mejor nos permite sacar los tesoros
bíblicos. La gente se edifica de verdad, y recibe más bendiciones, cuando el
expositor emplea el texto bíblico con propiedad, y no sólo como pretexto.
En conclusión, podemos decir que la Palabra de Dios
es para el pastor y el líder su regla máxima de fe y práctica. Al igual que en
el caso de Esdras, la Palabra de Dios informará su formación académica, su
conducta y vida cristiana, y su enseñanza para el pueblo que Dios ha puesto a
su cuidado.
Primera parte:
La Biblia
¿QUÉ ES LA BIBLIA?
Armando J. Levoratti
El significado de la palabra Biblia
Hay varias maneras de responder a esta pregunta. Una
de ellas consiste en explicar el significado de la palabra Biblia.
Biblia es una palabra de origen griego (el plural de biblion, «papiro
para escribir» y también «libro»), y significa literalmente «los Libros». Del
griego, ese término pasó al latín, y a través de él a las lenguas occidentales,
no ya como nombre plural, sino como singular femenino: la Biblia, es decir, el
Libro por excelencia. Con este término se designa ahora a la colección de
escritos reconocidos como sagrados por el pueblo judío y por la iglesia
cristiana.
La Biblia está dividida en dos partes de extensión
bastante desigual, llamadas habitualmente Antiguo y Nuevo Testamento.
A primera vista, la palabra «testamento» se presta a un equívoco, porque no se
ve muy bien en qué sentido puede aplicarse a la Biblia. Sin embargo, la
dificultad se aclara si se tiene en cuenta la vinculación de la palabra latina testamentum con el hebreo berit, «pacto» o «alianza».
Berit es uno de los
términos fundamentales de la teología bíblica. Con él se designa el lazo de
unión que el Señor estableció con su pueblo en el monte Sinaí. A este
pacto, alianza o lazo de unión establecido por intermedio de Moisés, los
profetas contrapusieron una «nueva alianza», que no estaría escrita, como la
antigua, sobre tablas de piedra, sino en el corazón de las personas por el
Espíritu del Señor (Jer 31.31–34; Ez 36.26–27). De ahí la distinción entre la «nueva»
y la «antigua alianza»: la primera, sellada en el Sinaí, fue ratificada con
sacrificios de animales; la segunda, incomparablemente superior, fue
establecida con la sangre de Cristo.
Ahora bien, el término hebreo berit se tradujo al
griego con la palabra diatheke, que significa «disposición», «arreglo», y de ahí «última
disposición» o «última voluntad», es decir, «testamento». De este modo, la
versión griega de la Biblia, conocida con el nombre de Septuaginta o traducción
de los Setenta (LXX), quiso poner de relieve que el pacto o alianza era un don
y una gracia de Dios, y no el fruto o el resultado de una decisión humana.
La palabra griega diatheke fue luego traducida al latín por testamentum, y de allí pasó a las lenguas modernas. Por eso se
habla corrientemente del Antiguo y del Nuevo Testamento.
A la Biblia se le da también el nombre de Sagrada
Escritura. En el judaísmo, en cambio, se le designa con la palabra tanak, que en realidad es una sigla
formada con las iniciales de Torah,
Nƒbi , es decir, de
las tres partes o secciones en que se divide la Biblia hebrea: La Ley, los
Profetas y los Escritos.
La Biblia, Palabra de Dios
La otra respuesta no se contenta con explicar el
significado de una palabra, sino que da otro paso y trata de penetrar más en la
realidad profunda de la Biblia: la Biblia es la Palabra de Dios.
En la Biblia se encuentran mensajes de los profetas,
palabras de Jesús y testimonios de los apóstoles. Los profetas,
Jesús y los apóstoles actuaron y hablaron en distintas épocas y en
circunstancias muy diversas. Pero todos anunciaron la Palabra de Dios.
Los profetas se presentaron como testigos y
mensajeros de la Palabra, y así lo expresaron muchas veces de manera
inequívoca, por ejemplo, cuando introducían sus mensajes con la frase: «Así
dice el Señor». (Cf. Jer 1.9–10a: «Entonces el Señor extendió la mano, me tocó
los labios y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tus labios’».)
Después de haber comunicado su Palabra por medio de
los profetas, Dios se reveló en la persona y en la obra redentora de Jesús,
como lo expresa la Carta a los Hebreos (1.1–2): «En tiempos antiguos Dios habló
a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los
profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo».
Jesucristo, la Palabra hecha carne (Jn 1.14), dio
testimonio de lo que había visto y oído junto al Padre (Jn 1.18; cf. Mt 11.27),
y envió a sus discípulos diciéndoles: «El que los escucha a ustedes, me escucha
a mí; y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a
mí, rechaza al que me envió» (Lc 10.16).
Los apóstoles, a su vez, fueron testigos
oculares y servidores de la Palabra (Lc 1.2). Ellos fueron elegidos de antemano
por Dios (Hch 10.41–42), y a ellos se les confió la misión de anunciar la
Palabra de Dios a todo el mundo (Mc 16.15).
Este mensaje de los profetas, de Jesús y de los
apóstoles fue luego consignado por escrito, y así nació la Biblia, que es la
Palabra de Dios encarnada en un lenguaje humano. Ella, como Jesucristo, es plenamente
divina y plenamente humana, sin que lo divino ceda en detrimento de lo humano,
ni lo humano de lo divino.
Ahora bien: la palabra es la acción de una persona
que expresa algo de sí misma y se dirige a otra para establecer
una comunicación.
1. Si analizamos por partes los elementos de esta
definición, vemos que hablar es, en primer lugar, dirigirse a otro. El que
habla, por el simple hecho de dirigir la palabra a otra persona (y aunque no lo
diga expresamente), está manifestando la voluntad de ser escuchado y
comprendido, de obtener una respuesta, de lograr que su palabra no caiga en el
vacío.
Dicho de otra manera: toda palabra interpela
al destinatario del mensaje; es invitación, llamado, interpelación. El ser de
la palabra es esencialmente «para-otro», tiene un carácter interpersonal y
oblativo.
La orientación hacia el destinatario del mensaje,
generalmente sobreentendida, aflora a veces de manera explícita y se expresa en
palabras y en giros sintácticos, de un modo especial, en los vocativos y
en los imperativos.
Así, cuando el Señor dice «¡Abraham, Abraham!» (Gn
22.11) o «¡Moisés, Moisés!» (Ex 3.4), lo que hace es atraer la atención del que
va a ser su interlocutor. Todavía no le ha comunicado nada. Lo llama
simplemente para obtener de él una respuesta y establecer de ese modo el
circuito de la comunicación. Porque sin ese llamado previo, y sin la respuesta
del interlocutor, no habría diálogo posible.
De igual manera, el que pide algo, o da una orden
con un imperativo, apunta en forma directa al destinatario del mensaje: «Ve a
lavarte al estanque de Siloé», le dice Jesús al ciego de nacimiento, y esta
orden provoca en él una respuesta inmediata: «El ciego fue y se lavó» (Jn 9.7).
2. Además, toda palabra comunica algo. Los
interlocutores intercambian siempre algún tipo de información, y hasta la
conversación más trivial versa sobre algún tema. El tema de la conversación, el
significado de las palabras, la noticia que se quiere comunicar, dan un contenido
al mensaje.
3. Por su misma dinámica interna, la palabra tiende
a convertirse en diálogo entre un yo y un tú. Es verdad que muchas veces
empleamos el lenguaje por razones prácticas, de manera que la comunicación se
establece casi siempre en un contexto utilitario y más bien superficial.
Además, la comunicación fracasa muchas veces porque las personas no se abren al
diálogo sino que se encierran en su propio egoísmo, o porque la buena
disposición de una persona no encuentra en la otra una acogida o un eco
favorable.
Por lo tanto, el encuentro personal puede adquirir
distintos grados de profundidad, o puede incluso frustrarse por la falta de
receptividad y de correspondencia en alguna de las partes. Pero también hay
veces en que el encuentro se realiza plenamente, ya que la palabra y la
respuesta se convierten en un diálogo auténtico y recíproco de comunión y de
mutuo compromiso. Sólo en el encuentro amoroso puede darse esta perfecta
reciprocidad, que es fruto de una revelación y de un don, por una parte, y de
una acogida franca y abierta, por la otra.
Estos aspectos del lenguaje humano se aplican
analógicamente a la Palabra de Dios. O expresado de otra manera: este encuentro y este diálogo se vuelven
a encontrar en el plano infinitamente más elevado de la revelación de Dios y de
la fe.
La Palabra de Dios posee un contenido: Es la buena noticia por
excelencia, el evangelio de la salvación. Así puede apreciarse, por ejemplo, en
los pasajes siguientes:
«Oye,
Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor.
Ama al
Señor tu Dios de todo tu corazón,
de toda tu alma y con todas tus
fuerzas».
(Dt
6.4–5)
«Ama a
tu prójimo como a ti mismo».
(Lv
19.18; Ro 13.9)
«Si con
tu boca reconoces a Jesús como Señor,
y con
tu corazón crees que Dios lo resucitó,
alcanzarás
la salvación».
(Ro
10.9)
Estos tres pasajes expresan contenidos
fundamentales del mensaje bíblico, como son el mandamiento principal (cf. Mt
22.34–40) y la profesión de fe en Cristo (cf. 1 Co 15.1–7).
Pero no basta escuchar con los oídos, porque la
Palabra de Dios interpela, quiere ser acogida interiormente, reclama una
respuesta.
Esa respuesta es la fe. Mediante la fe, que
acoge el mensaje de la Palabra, se realiza el encuentro con el Dios
viviente. Y esta respuesta de la fe hace que la Palabra de Dios - creída,
proclamada y vivida individual y eclesialmente- llegue a ser una fuerza eficaz
en la historia.
La Palabra de Dios es también eficaz: «…tiene vida y poder. Es
más aguda que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo
del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona;…» (Heb 4.12).
«Así
como la lluvia y la nieve bajan del cielo,
y no
vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la
fecundan y la hacen germinar,
y
producen la semilla para sembrar
y el
pan para comer,
así
también la palabra que sale de mis labios
no
vuelve a mí sin producir efecto,
sino
que hace lo que yo quiero
y
cumple la orden que le doy».
(Is
55.10–11)
Esta Palabra tiene tanta eficacia porque Dios actúa
desde el exterior y también en el interior de las personas. A diferencia de los seres humanos,
que sólo disponen de la fuerza expresiva y significativa del lenguaje, el
Espíritu de Dios penetra en el interior de las personas y allí realiza su
acción más profunda.
Para referirse a esta eficacia, la Escritura habla
de una revelación especial (Mt 11.25), de una luz que Dios hace brotar en
nuestro corazón (2 Co 4.6), y de una atracción interior (Jn 6.44).
Por la acción del Espíritu Santo, Dios puede
infundir en el espíritu humano una luz que lo incline a aceptar confiadamente
el testimonio divino. La iniciativa parte siempre de Dios. De él proceden el
mensaje de la salvación y la capacidad para dar una respuesta de fe a ese
mensaje.
La Palabra de Dios y la fe son, por lo tanto,
esencialmente interpersonales. El que acoge la Palabra y permanece en
ella, de siervo pasa a ser hijo y amigo, y se inicia en los secretos del Padre,
que el Hijo y el Espíritu son los únicos en conocer. No cabe imaginar un
encuentro humano que alcance tanta hondura de intimidad y de comunicación.
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