jueves, 26 de abril de 2012

II PARTE LA FAMILIA. CAPITULO 8. LAS RELACIONES ENTRE LOS PADRES Y LOS HIJOS MENORES




La terea que corresponde a los padres es una de las más grandes e importantes

del mundo entero. Desgraciadamente, hay un porcentaje elevado de padres

que no concibe ni aprecia el trabajo de criar correctamente a los suyos. Puede

ser que en algunos casos no saben hacerlo, porque la herencia de sus padres en

este aspecto ha sido también un poco escuálida. Un miembro de una iglesia

evangélica cuenta que en su barrio pocos hombres aceptan la responsabilidad

de su hogar, y que solamente van a casa para comer y dormir. Lo peor y más

lamentable aun es el bajo lugar que ellos dan a sus hijos. Parece que a estos

padres sus niños son poco más que evidencia de su “potencia varonil” o “fruto”

de su machismo. Los hombres pasan su tiempo libre en la calle conversando y

jugando mientras que las madres se preocupan de la casa y de los niños. El

resultado de todo esto es un distanciamiento entre los cónyuges, los padres y

los hijos. El miembro de la iglesia termina diciendo que los hombres suelen

rechazar a sus hijos, dando la impresión que les es difícil ayudar a sus retoños

de alguna forma y que cuando sus niños quieren jugar con ellos, lo consideran

como una falta de respeto.

Aunque este lamentable relato se refiere a circunstancias de un barrio humilde,

se cree que no es una característica limitada solamente a los lugares de

pobreza. Lo alarmante es el creciente descuido e indiferencia hacia los niños, el

cual no debe darse en la familia cristiana. Nuestro deseo es el poder ayudar a

las familias cristianas a saber cómo dirigirse y comprenderse para mejorar la

marcha de sus hogares. Esto, también, incluye el siempre debatible asunto de la

disciplina. La dirección del hogar tiene que ver con la autoridad, la expresión de

ella por los padres y la respuesta a ella por los hijos. La comprensión de los hijos se logra entendiendo el proceso de su formación; y la disciplina es el

campo de acción para enderezar la vida y conducta de los hijos.

LAS LÍNEAS DE AUTORIDAD EN EL HOGAR

La autoridad en el hogar tiene dos lados: el lado de los padres que dirigen las

vidas de sus vástagos, y el lado de los hijos que responden a la dirección y

autoridad de sus padres.

1. Los Padres Expresando Autoridad

Desde el comienzo, los padres han recibido de Dios la autoridad para dirigir el

hogar, o sea la relación familiar. Para los líderes de la iglesia es imperativo que

sepan gobernar su hogar para poder guiar a la “familia cristiana”. (1Timoteo 3:4, 5, 12.)

Es interesante notar que la responsabilidad es igual para

los diáconos como para los pastores. Esta necesidad de gobernar bien la

familia, que las Escrituras enseñan, no se aplica solamente a un grupo limitado

de líderes, sino es el plan fundamental de Dios para todos los padres.

Aunque repetidas veces la Palabra de Dios hace hincapié en que el hombre sea

la cabeza del hogar, la mujer comparte aquella autoridad como su ayuda

idónea. Desde la creación Dios les mandó a ambos: “Fructificad y multiplicaos;

llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread...” (Nótese que los verbos son

plurales.) Mientras la mujer esté sujeta a su esposo, ella desempeña un papel

de equilibrio en el hogar y en la relación conyugal. La verdad es que la mujer es

el espíritu unificador del hogar. Están reflejados el sacrificio y el afecto que

caracterizan a la madre en el cuidado de Pablo a los cristianos en Tesalónica.

(1 Tesalonicenses 2:7,8.)

En el mundo hispano, la madre es aun más el ancla y el espíritu unificador del hogar. Esto, en parte, explica la sociedad matriarcal que caracteriza los hogares latinos. Desgraciadamente, muchos padres en muchas maneras y ocasiones han abdicado la mayor parte de la función de la autoridad que les pertenece, dejando que la esposa la ejerza.

No debe sorprendernos que el día de las madres iguala o supera a la Navidad

en cuanto a expresiones de cariño y aprecio, mientras que el día de los padres

apenas se menciona. Esta última verdad es ilustrada por el encabezamiento del

periódico, El Nacional de Caracas, Venezuela, que hace un par de años decía:

“Felicidades a los Buenos Padres”, como si fuera solo un número reducido que

merecía las felicitaciones. La situación de las líneas de autoridad en muchos hogares es caótica haciendo de primer orden una comprensión de las

directrices bíblicas al respecto.

La autoridad de los padres se expresa en muchas formas. Una manera es la del

cuidado y provisión material. Pablo dice que el padre cristiano que no lo haga,

niega la fe y es peor que los incrédulos. (1 Timoteo 5:8.) Los padres deben

pensar primeramente en cuidar el estado físico de los suyos antes de que los

hijos sean una seguridad financiera para ellos cuando fuesen viejos. (Fíjese en 2 Corinitos 12:14.)

La autoridad también se hace palpitante en la disciplina. Un problema que surge

con frecuencia es el de ser severos en la disciplina, faltando en comprender y

formar al niño. Cuando el padre es demasiado severo o pretende ser la

autoridad final, es natural que los hijos recurran a la madre para su protección y

mediación ante el padre.

La autoridad se hace patente por medio de la influencia de los padres sobre sus

hijos. El patrón que dan los padres es el modelo que seguirán los hijos, para

bien o para mal. La instrucción de las Escrituras es muy clara en este punto:

“Camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él”

(Proverbios 20:7). (compare Salmo 78:5-8.) Las pautas que los

padres ejemplifican no determinarán la personalidad ni la conducta de sus hijos,

pero sí dejarán sus huellas indelebles en sus vidas. De modo que si un niño vive

bajo la crítica aprenderá a condenar. Si vive en hostilidad aprenderá a

contender; de ser ridiculizado a ser tímido; de ser avergonzado, a sentirse

culpable. En cambio, si se goza de recibir tolerancia, aprenderá a ser paciente.

También si vive con estímulo (aceptación y reconocimiento), esto producirá en

él confianza y él sabrá cómo devolver aprecio.f96 En fin, creamos el ambiente

que afecta profundamente la formación sicológica de nuestros hijos.

Además, se manifiesta la autoridad de los padres, en que consciente e

inconscientemente les enseñamos en cuanto a lo moral, lo espiritual, lo personal

y lo social. La promesa fiel de la palabra de Dios es: “Instruye al niño en su

camino, y un cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

Esta palabra “instruye” es “poner en el paladar” como en la acción de dar de

comer al infante. No es algo de casualidad, sino algo que se hace con sumo

cuidado. La etimología de la palabra “educar” es “dirigir por un senda

específica.” De modo que la enseñanza tiene que ver con la vida del maestro;

en este caso, los padres. Si instruimos al hijo a que “persevere en el temor de Jehová todo el tiempo” ( Proverbios 23:17), tenemos que estar perseverando de igual modo.

El deber de los padres abarca también una comprensión de sus hijos que se

expresa en compasión y cuidado hacia ellos. Si hay una queja que los

consejeros de los jóvenes oyen con frecuencia es que los padres no

comprenden a sus hijos. La necesidad de demostrar comprensión y compasión

hacia los hijos existe desde la antigüedad. (Salmo 103:13; Isaías

66:13; Malaquías 4:6.) Pablo da unas instrucciones específicas a los padres

al respecto:

Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos

en disciplina y amonestación del Señor ( Efesios 6:4). Padres, no

exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten ( Colosenses 3:21). Así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus

hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os

encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a

su reino y gloria. ( 1 Tesalonicenses 2:11, 12.)

Las primeras dos citas de Efesios y Colosenses quedan bien claras en su

aplicación al trato que deben dar los padres a sus hijos. La última cita,



1Tesalonicenses 2:11, 12, indica tres formas positivas de relacionarse el padre

con sus retoños. La exhortación es la acción de ponerse al lado de aquellos que

uno está instruyendo. La palabra viene del “paracleto” que Jesús usó para

describir al Espíritu Santo, que tiene la tarea de confortarnos y confrontarnos

pero siempre desde una posición de simpatía, o mejor, de empatía, no por

encima de nosotros como el juez. La consolación es la acción de animarnos o

levantarnos cuando caemos para ponernos a caminar otra vez. Da la impresión

que el padre cree en sus hijos y quiere que estén bien motivados a vivir

moralmente. La acción de encargar a los hijos es la de “testificarles” de cómo

Dios funciona en la vida y de encomendarles confiadamente a vivir al tanto del

llamamiento de Dios. Quiere decir que los hijos serán dignificados y valorizados

para realizar las más altas aspiraciones que Dios mismo desea para ellos. El

valor y la utilidad de esta perspectiva positiva hacia los niños son incalculables e

indispensables para la comprensión de los varios aspectos de la formación del

niño, que dentro de poco se tratará.

2. Los Hijos Respondiendo a la Autoridad de los Padres

La Escritura instruye a los hijos a responder respetuosamente a la autoridad de

sus padres en por lo menos cuatro maneras:

(1) Deben honrarlos: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se

alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” ( Éxodo 20:12). Este es el

primer mandamiento con promesa ( Efesios 6:2, 3), que quiere decir que la

vida les irá bien a los hijos que honran a sus padres. Aquel honor se expresa en

respeto, reverencia y aprecio aun cuando los padres no lo merecen. Algunos

niños y jóvenes cristianos que tienen padres inconversos a veces preguntan:

“¿Tengo que honrar a mis padres aunque vivan inmoralmente y me quieran

llevar por una vida de destrucción?” La respuesta es que deben resistir a vivir

inmoralmente o cometer lo que sería destructivo; pero sí deben tener cuidado

de que en su corazón no haya sentimientos destructivos hacia los padres

(Mateo 15:4), sino deben mostrarles un sentido de compasión y querer que

los padres conozcan al Señor y que busquen hacer bien al prójimo.

(2) Deben obedecerlos. El principio que Dios plantea a los hijos es el de

“obedecer” a los padres en todo porque esto agrada al Señor (Colosenses

3:20) y además “es justo” (Efesios 6:1). Pablo opina que la rebelión contra

los padres proviene de la mente reprobada, y merece el fuerte castigo.

(Romanos 1:28-32.) Como el caso ya mencionado de los hijos cristianos

de padres inconversos, aquellos hijos han experimentado la bendición de

obedecer a Dios, el “Padre” celestial, y por lo tanto han recibido unos recursos

divinos a los cuales debe recurrirse; son: la gracia, el amor, el perdón, la

comprensión y la esperanza. Deben utilizar constantemente aquel medio de

influencia para bien a sus padres: la oración. Su lealtad a Dios les da la

capacidad de obedecer en amor a sus padres. Cuando los hijos cristianos

muestren esta actitud positiva de servir a sus padres, sean creyentes en Cristo o

no, hay más probabilidad de ganar su respeto y disfrutar mayores privilegios.

También es más probable que por medio del trato amoroso los padres

inconversos se dejen guiar al conocimiento del Señor.

(3) Deben seguir sus instrucciones. Cuando la Biblia menciona que los hijos

deben seguir las instrucciones de los padres, se refiere directamente a las

instrucciones de la ley moral, la sabia enseñanza de las verdades eternas de

Dios. Cuando el escritor de Proverbios se presenta como un padre sabio y

habla de guardar “mis mandamientos” y “mi ley”, él está solamente proyectando

sus instrucciones a base de las divinas. ( Proverbios 3:1-6; 4:1-4, 20-22; 6:20-23.) Entonces las instrucciones que Dios quiere que los hijos reciban y

sigan son las que les conducen a los cambios de la vida sabia, que glorifican a

Dios, al hombre y al hogar.

(4) Deben ser responsables. Cuando las escrituras hacen hincapié en que los

hijos deben actuar sabiamente, están enfocando la necesidad de que ellos

acepten la responsabilidad de sus determinaciones y que demuestren prudencia

en sus relaciones. (Proverbios 3:1-12; 23:15, 16.) El paso de seguir las

instrucciones de los padres resulta en la formación de un carácter estable y unas

relaciones sensatas. Además alegra los corazones de los padres.

(Proverbios 23:15, 16.) De este modo la autoridad que Dios imbuye en los

padres completa su ciclo cuando los hijos responden respetuosamente y viven

con cuidado según el mismo criterio. Así ellos participarán en la misma

autoridad, porque demuestran que son hombres justos.

LA FORMACIÓN DE LOS NIÑOS

Además de la autoridad que los padres deben ejercer sobre los hijos, también

necesitan una comprensión de lo que está pasando en los cuerpos, mentes y

espíritus de sus retoños, para poder guiar sus vidas. La formación de los niños

abarca por lo menos cinco áreas: la física, la social, la mental (intelectual), la

sicológica (emocional) y la moral.

1. La Formación Física

El desarrollo físico es el primer determinante de lo que los niños aprenden a

hacer. A medida que crecen y desarrollan sus huesos y músculos, el niño es

capaz de realizar diferentes formas de actividad. La rapidez con que los

pequeños aprenden pericias con sus cuerpos, manos y pies depende no

solamente de su desarrollo físico sino también de la motivación y la oportunidad

de participar y funcionar.f99 Por consiguiente, es indispensable que los niños

tomen parte, tan pronto como sea posible, en el cuidado personal, los

quehaceres y las tareas comunes de la vida familiar. No se debe hacer por ellos

lo que pueden hacer por sí mismos. El niño responde a su tamaño y forma, y

esta reacción es de alta importancia. Si se siente que es diferente porque es

bajo de estatura o un poco gordo, puede volverse tímido o, al contrario, ser

agresivo, travieso y destructivo. El burlarse de un niño porque es “diferente”

puede resultar en crear en él una imagen de inferioridad o peculiaridad.

Debemos valorizar al niño tal como es para que él sepa aceptarse a sí mismo.

2. La Formación Social

Es a través de los padres que el niño concibe el mundo. Desde los días de la

cuna, el niño está creando en sí una imagen de cómo relacionarse. Erik Erikson

describe una serie de crisis en la formación de la personalidad en los hijos.

Primeramente, el infante sufre la crisis de confianza. El confía naturalmente en la

madre por el sostén, el cariño, el calor y la atención. ¡Fíjese en la inseguridad

que se crearía en el infante que no encuentra estos elementos básicos en la

madre o en la persona que le cuida! Pero si gana confianza debido a la

protección y cuidado que recibe, se formará una libertad en él para desarrollar

sentidos de seguridad hacia otros, y aun hacia Dios.

Segundo, Erikson mantiene que desde los dieciocho meses hasta los cuatro

años la meta del niño es la de autonomía o de una leve independencia. Por eso

pasan por un período de resistencia, desafío y argumentación. También

demuestran egocentrismo, pero esto es solamente parte el desarrollo de su

consciencia de sí mismo. Dobbins enseña que primeramente el niño expresa

consciencia de sí mismo, después consciencia hacia Dios y luego consciencia

para tomar decisiones.

La tercera crisis en los niños de cuatro a seis años es en cuanto a la iniciativa.

Esto quiere decir que el niño se goza jugando y experimentando los objetos de

su rededor, pero encuentra que a menudo hace cosas del desagrado de los

padres. El quiere agradarlos, pero no comprende el sistema de valores de los

padres; y todo esto resulta para el niño en unos sentimientos de culpabilidad. El

vuelve a tomar la iniciativa para aprender nuevas cosas cuando gana confianza

y entiende los límites puestos por los padres sobre sus acciones.

La crisis sicosocial de los niños de seis a once años se encuentra en el concepto

de competencia (o diligencia) contra sentidos de inferioridad. Por los contactos

en la escuela, el niño se entera rápidamente en los modales aceptables, la

capacidad en el aprendizaje (o lo contrario) y los hábitos de trabajo. El nivel de

competencia o rivalidad es de suma importancia en el desarrollo de la confianza

que el niño necesita en el mundo. Además, la competencia se ve en “la buena

educación” que está inculcada en los niños: los buenos modales, el respeto, la

cortesía, etc. Al experimentar las buenas relaciones que se forman por saber

cómo expresarse hacia los demás, crea la capacidad de superar los sentidos de

inferioridad.

3. La Formación Mental (Intelectual)

Los niños no piensan como los adultos. Durante la infancia aprenden por los

sentidos del tacto, gusto y olfato. No aprenden tanto por nuestras palabras,

sino de los dos años hasta los siete años, su aprendizaje viene directamente de

su contacto con los objetos, personas, etc. Además, en este lapso lo que vale

es su propia percepción de las cosas.

La necesidad de la experimentación en el aprendizaje sigue hasta

aproximadamente los once años, aunque cada vez más el niño agrega y

balancea la experimentación con conceptos lógicos y concretos. En los

primeros años de escuela, el niño tiene dificultad en percibir abstracciones o

dimensiones más allá de la superficie de los datos y los conceptos. Por eso es

difícil enseñarle mucho acerca de la Trinidad y la encarnación, pero sí puede

sentir y gozarse del amor de Dios, la emoción del nacimiento de Jesús y el

deseo de orar. En fin, el niño puede experimentar a Dios sin comprender la

profundidad ni el alcance de la experiencia.

4. La Formación Sicológica (Emocional)

Indudablemente el factor de la formación de los niños que menos entendemos

como padres, y que más necesitamos entender, es el sicológico y emocional.

Lo cierto es que nuestra propia imagen es la que proyectamos hacia los hijos.

Si los padres se sienten incapaces e inseguros, si tienden siempre a defenderse

y justificarse, también tenderán a atacar al niño con su mismo sentido de

inferioridad y culpabilidad. A estos padres suele escuchárseles gritar a sus hijos:

“Tú eres un bruto”, “Tú eres un inútil”, o “Tú eres malo”, etc. Tales insultos

traen al niño los pensamientos de que él es malo y que no merece ni el aprecio

ni el amor. Algunos niños responden a este trato brusco e insensible siendo

cohibidos y tímidos, mientras otros se rebelan para manifestarles a los padres

que son tan malos como ellos les dicen.

James Dobson y otros sicólogos creen que la imagen personal, o el sentido de

autoestima, es la clave a la adaptación y el desarrollo del niño. El

comportamiento del niño es la expresión de la imagen interna que lleva.

Podemos ayudar al niño al demostrarle amor, aceptarle con sus peculiaridades

(las heredó de nosotros de todos modos), alabarle y tomarle en cuenta. La

tendencia es corregir al niño por todos sus errores, sean pequeños o grandes,

pero faltamos en felicitarle cuando hace bien. Es acertada la pregunta de un seminarista: Si los padres trataran a sus amigos como tratan a sus hijos, ¿cómo

podrían conservar las amistades? Si los padres desean ser respetados por sus

hijos, hay que tratarles de igual manera. Suena muy parecido a la regla de oro

(Mateo 7:12), ¿no?

5. La Formación Moral

Los valores morales también se aprenden en el contexto familiar y en el medio

que rodea al niño. Todos tenemos un sistema de valores que estamos

construyendo desde los primeros días de la vida. Desde el principio los niños

aprenden valores morales experimentando lo que les causa placer y dolor. Es

decir, lo que sea permitido y agradable, lo adoptarán y lo que les traiga castigo,

sanción y dolor, dejará sus huellas negativas en las conciencias de los

impresionantes niños. Sin embargo, juntamente con el castigo los padres deben

enseñar al niño lo que es correcto, de otro modo crean en el niño ansiedad y

confusión. Además, los padres deben ayudar a sus vástagos a sentir un placer

moral no solamente por aprobar sus proezas o darles presentes, sino también

por guiarles a sentir la satisfacción, gozo y paz que viene al vivir en amor,

justicia y honestidad.

La problemática de inculcar en los niños un sistema cristiano de valores está

complicada en este siglo XX, especialmente en los centros urbanos. Hay más

divorcios y hogares destrozados, más niños abandonados, más movilidad y

cambios de vivienda y comunidades; y hay mayores problemas con drogas,

atracos, pornografía y una degeneración moral pública en general. También hay

un número elevado de madres que trabajan fuera del hogar.

La influencia de la radio, televisión y la prensa sobre nuestros criterios es

incalculable. Agregamos a todo esto el apuro en que vivimos y así vemos que

están frustrados los deseos de poner en práctica el sistema de valores cristianos

que acentúa la decencia, la honestidad, el amor, la santidad, la justicia y el

servicio. Aunque es más difícil vivir la vida cristiana en el mundo actual,

debemos tener la plena convicción que todavía vale la pena. La vida moral

produce un alto grado de felicidad y satisfacción cuando vivimos al tanto de las

convicciones, decisiones, actitudes y prácticas que aprendemos por seguir a

Cristo y su modo de relacionarse a otros. Por lo tanto, los padres cristianos

deben vivir la vida cristiana confiando en que su influencia arrojará una sombra

alentadora sobre sus hijos.

LA DISCIPLINA DE LOS NIÑOS

La tarea de todos los padres es guiar a sus vástagos hacia una vida responsable

y madura. Es una tarea que requiere atención y tiempo para efectuarla

eficazmente. Involucrada en esta función está la disciplina, que sencillamente se

define como la enseñanza o entrenamiento que acostumbra al niño a llevar una

vida respetuosa, recta y decente, para su propio bien y el de otros.

La necesidad de proveer a los niños algo de buena dirección es ilustrada por el

gran número de casos de delincuencia. “Un estudio de 12.592 menores, con

problemas de conducta en un reformatorio en España muestra que en el caso

de 12.003 de ellos fue la deficiencia del hogar la que los llevó a la conducta

antisocial.”Es obvio que vale la pena invertir el tiempo e interés que se

requieren para infundir en nuestros niños el buen carácter, la madurez y la

responsabilidad.

Una razón bíblica para la disciplina y el entrenamiento de los niños es que son

pecadores, siendo desde la infancia egoístas. Para el infante romper en

lloriqueos a su necesidad física es algo natural, pero cuando tenga unos añitos y

lo haga para desafiar a los padres, es otra cosa. Es el mismo ego pero en

búsqueda de sus límites; hasta donde los padres lo permiten correr. Los padres

tienen de Dios el encargo de dirigir a estos pequeños (comenzando cuando sí

son pequeños) hacia el buen camino, evitando que anden desordenadamente

hacia el otro extremo, la perdición.

El Debate sobre el Castigo

Siempre surge la pregunta: ¿Y qué de pegarle al niño? ¿Hay algo malo en darle

azotes por su mala o irrespetuosa conducta?

A este interrogante suele dársele dos respuestas bastante distintas y

contradictorias. Por un extremo se oye a algunos sicólogos refiriéndose al

castigo físico como si fuera un invento del diablo mismo. Aquellos maestros

enseñan que al niño se le debe dejar en libertad para expresar espontáneamente

sus impulsos y deseos. Esta educación de “libre iniciativa” o “democracia

permisiva” ha dado funestas consecuencias para la salud social, aunque se

estima que es una medida para contrarrestar el autoritarismo tradicional de los

hogares de muchas sociedades, incluyendo la del mundo hispano.f104 De todos

modos podemos acertar que la crueldad y la violencia no tienen lugar en la

disciplina.

Por el otro extremo, se oye aquellos que promueven la azotaina como casi la

exclusiva forma de disciplinar a sus niños, o por lo menos la primera medida

para utilizar al corregirles.f105 Christenson la expresa de la manera siguiente:

Si castiga a su hijo solo suficiente para hacerlo airarse y ponerse

rebelde, entonces no ha ejecutado una disciplina completa y escritural.

Una paliza debe ir más allá del punto de la ira. Debe evocar un sano

temor en el niño. Cuando un sano temor de la autoridad y disciplina de

su padre ocupa la mente del niño, no habrá lugar para la ira.f106 (El

énfasis es de este autor.)

Casi nunca encontramos la verdad que queremos practicar en los extremos,

sino por medio de balancear las verdades que ambos lados proponen. Ambos

tienen razón pero lo llevan lejos de lo razonable y práctico.

Aquellos de la escuela de permisividad enfatizan correctamente que el amor es

primordial en la crianza de los niños. La disciplina misma debe ser motivada por

un profundo amor que estima a los niños capaces de vivir recta, sabia y

decentemente. El amor verdadero se extiende a los retoños a pesar de sus

acciones, confiando que al valorizarles, ellos mismos se darán cuenta del peso

de sus acciones. El mismo amor actuará para rescatar y enderezar al niño

cuando esté en peligro físico o moral. El amor que no se preocupa de corregir

al niño, no es verdaderamente amor, sino indiferencia. (Proverbios 13:24.)

El doctor Dobson declara que el castigo es algo que no hacemos al niño, sino

para el niño. Dice que nuestra actitud ante el desobediente vástago debe ser:

“Te amo demasiado para permitirte que te comportes de esa manera.”

Un problema de castigar al niño corporalmente ha sido la posibilidad de crear

traumas y rebelión en el niño zurrando con hostilidad y violencia. De perder los

estribos emocionalmente al castigar al hijo es crear un modelo de violencia que

naturalmente él tenderá a imitar en sus propias asociaciones. Por el otro lado, el

doctor Dobson nos recuerda que el niño aprende por la naturaleza los dolores

de caerse, quemarse, cortarse, etc. y que éstos no le enseñan a ser una persona

violenta.

Lo que se precisa aclarar es que la violencia y el castigo no son iguales. El

doctor Bruce Narramore pinta el castigo en los términos más negros,

disociando todo trato entre Dios y los cristianos y entre los mismos cristianos y

sus hijos, reservándolo solamente para el justo juicio de los impíos y rebeldes contra Dios. Pero esto es forzar la Escritura a decir cosas que no dice.

Claramente los azotes (castigo físico) forman parte del criterio bíblico en la

disciplina. (Véase Proverbios 19:18; 23:13, 14; 29:15, 17; Hebreos 12:6.) La verdad es que el castigo es una de las formas para disciplinar, pero,

por supuesto, no es la única ni, en muchas ocasiones, la mejor; pero, sin lugar a

dudas, el castigo físico es una manera legítima de corregir a su hijo en

determinadas circunstancias.

Cabe preguntar. ¿bajo cuáles circunstancias se cree apropiado castigar al niño

y hasta qué edad es efectivo? Dobson propone que el castigo es la manera

indicada para corregir las rebeliones y desafíos de los niños, cuando con

“sangre fría” rehúsan obedecer o hacen caso omiso a las instrucciones de los

padres. Especialmente es una forma aconsejable para usar en tales casos entre

los dos a diez años. No quiere decir que es la única manera de tratar estos

problemas, más bien será mejor en algunos casos usarlo en combinación con

otro(s) método(s) que más adelante se expondrán. El mismo doctor Dobson no

cree en absoluto que el castigo es efectivo con adolescentes porque les hace

sentir como si fueran niños cuando se sienten adultos. Dice que “la zurra es el

máximo insulto”. Aun ante la desobediencia no se justifica el castigo corporal al

adolescente, sino se estima mejor privarle por un tiempo de privilegios o dinero,

u otros tipos de retribución no físicas.

Los Principios de la Disciplina

He aquí unos seis principios para guiar a los padres en establecer un programa

sano de disciplina para sus niños.

1. Hay Libertad en Establecer los Límites.

Una paradoja misteriosa es que los niños desean ser controlados pero insisten

en que sus padres ganen el derecho de controlarlos. Ellos siempre estarán

estirando los límites que les pongamos, haciendo necesario que a veces les

tengamos que corregir o aun castigar, pero seamos firmes en guardar los límites

establecidos.

Los límites proveen seguridad como las defensas de un puente sobre un río o

un lago. La vida sin límites, igual que un puente sin defensas, causará

sentimientos de gran inseguridad. Las reglas pueden ser simples o profundas.

Una regla, que nuestra familia tiene, es que no se puede jugar con una pelota

dentro de la casa, porque siempre terminamos rompiendo una lámpara o un adorno. La ley moral de las Escrituras sirve para formar unas reglas profundas

y fuertes. Si uno aprende a vivir dentro de los límites del amor, la justicia, la

honestidad, etc., experimentará la libertad que le ayudará a llegar a la madurez.

En cuanto a las reglas, el doctor Henry Brandt sugiere tres cosas:

(1) deben ayudar al niño a saber lo que va a ocurrir y lo que se espera

de él;

(2) deben ser alcanzables y razonables, motivándole al niño a querer

trabajar para cumplirlas; y

(3) deben ser pocas.f111 Es sabio también permitir que el niño participe

en elaborar las reglas que le van a regir.

2. Hay Que Respetar a los Niños Si Quieren Que Ellos Respeten a los

Padres.

El tratar con dignidad a los niños paga los dividendos de respeto y honor que la

Biblia manda que ellos expresen a sus padres. Hay que considerar su ego y no

avergonzarlo o rebajarlo en presencia de sus amigos o de los demás niños de la

familia. El niño debe sentir que sus padres realmente le quieren y se preocupan

por él. Lo cierto es que la mala práctica de despreciar al niño, tarde o

temprano, pagará dividendos de venganza. El doctor Dobson observa que un

padre despiadado y violento puede intimidar a todo su hogar por un tiempo,

pero si no respeta a sus hijos, ellos le demostrarán su hostilidad una vez

alcanzada la seguridad de la edad adulta.

3. Hay Que Ayudar a los Niños a Escoger Comportarse de una Manera

Aceptable.

Si las malas actitudes o malas mañas reinan entre los niños, hay que corregirlos.

Si el niño está marcando la pared con un lápiz de color, déle una hoja de papel

y enséñele que no debe pintar las paredes de esta manera. Si el niño tiene

suficiente edad para que pueda ayudarle a limpiar la pared, será una buena

lección que lo haga.

4. La Resistencia a las Reglas Demanda Más Acción Que Palabras.

Los niños a menudo forman el hábito de esperar hasta que los padres griten sus

órdenes para comenzar a cumplirlas. La situación demanda que los hijos lleguen

a asociar el tono de voz con el mando. Si decimos al niño que es la hora para bañarse e irse a la cama y notamos que él no responde, no debemos gritarle al

respecto, sino levantarnos y, poniéndonos a su lado, llevarle inmediatamente a

cumplir la orden. Los padres pueden entrenar al hijo a saber que es suficiente

dar el mando una sola vez. Esto se hace por reforzar el mandato con acción

inmediata si el niño no cumple de una vez el mando.

5. Hay Que Mantener la Buena Comunicación.

Lo interesante es que después de ser castigado el niño suele buscar al padre

que le zurró para asegurarse de su amor. Lo aconsejable es tomar al niño unos

minutos después de corregirle y ponerle sobre el regazo para abrazarle y

hablarle de su aprecio y de los buenos modales, el buen comportamiento, el

respeto, etc. Es un momento tierno que debe aprovecharse. No es tiempo

perdido, sino es invertido en la autoestima de su hijo. Al comenzar a una

temprana edad a mantener abiertos los canales de la comunicación, se crea en

el niño la confianza de que sus padres, en realidad, le quieren. Debemos ser

cuidadosos y no rechazar al niño al castigarle o corregirle por un mal

comportamiento. Podemos rechazar sus actos, pero a él como persona,

siempre lo estimamos.

6. Sea Consistente con la Disciplina.

Haga que su sí sea sí y que su no sea no. Si declara que le va a castigar si repite

la falta, cumpla su “promesa”. El niño sabe cuando somos débiles en el

cumplimiento de nuestra palabra y, en seguida pierde su respeto.

También, los padres deben ponerse de acuerdo en cuanto a las reglas y la

forma de disciplina. Los niños deben saber que los padres refuerzan el uno al

otro en las decisiones; de otra manera los vástagos competirán por el afecto del

padre más tolerante. Si surge una diferencia de opinión sobre cualquier asunto

de la disciplina, es preciso arreglarla aparte y no en presencia de los niños.

Los Métodos de la Disciplina

Los factores que se consideran para seleccionar el método de disciplinar a los

hijos son, por lo menos, dos:

(1) las diferencias de carácter y personalidad de los niños y

(2) la reacción del niño a un método determinado. Todos los retoños son

distintos y responderán diferentemente a los métodos de la disciplina. A uno, el padre tiene que solamente conversar para enderezar su modo de pensar o

actuar, mientras que a otro es necesario ser más estricto para que preste

atención y actúe obedientemente. Cómo responde el niño a la disciplina

determina si el método es efectivo. Es sabio variar el método de corregir al hijo.

A veces sirve una combinación de varias formas.

El método de disciplinar que ya se ha mencionado es el del castigo físico que se

puede usar en casos de irrespeto o el desafío con altivez a los padres.

Otra manera de enderezar al hijo es por hablarle. Casi siempre es fructífero

conversar con el hijo al respecto de su ofensa o falta antes de elegir la forma de

disciplina que empleará. Aun la misma conversación “corazón a corazón” basta

en muchas ocasiones para corregir la situación. Es saludable averiguar qué pasa

con el niño, porque no es raro que lo que le está motivando a rebelarse o

actuar mal es un problema de salud, malos entendidos en la familia o entre sus

compañeros, problemas en los estudios, sentido de culpa, temor, ignorancia,

resentimiento o algo por el estilo. Al permitirle ventilar su frustración y saber

que sus padres le prestan atención, el niño estará estimulado a renovar y

mejorar su modo de ser y hacer.

El método de separación o aislamiento sirve muy bien cuando los niños pelean

o no se comparten (por ejemplo, los juguetes). Aunque el castigo de negarles

algo es funcional a través de toda su niñez y juventud, cuando son adolescentes

este principio toma la forma de privarles de ciertos privilegios. Esto debe estar

aplicado por un tiempo razonable y de acuerdo con la gravedad del error.

Dos maneras positivas de disciplinar, que sirven de estímulo para los niños, son

la de darles un buen ejemplo y la reforzar las buenas acciones y actitudes de

ellos a través de recompensas, especialmente favores y privilegios. No es

recomendable recompensarles siempre con dinero, porque puede infundir en

los niños motivos inferiores.

Una parte valiosa de la disciplina es nuestra actitud hacia los niños. El estar

constante y latosamente regañándoles es mostrarles una falta de confianza,

mientras que el actuar establemente en la disciplina encamina su

comportamiento y manifiesta nuestras aspiraciones para que sus vidas sean

ordenadas y responsables. Debemos darles un buen ejemplo, tratando de

actuar hacia ellos con un amor estable. Debemos comunicarles los ideales de la

vida cristiana, dándoles oportunidades para aprenderlos y ponerlos en práctica.

Aquel sentido de confianza que reciben de los padres es inapreciable y animan

a los niños a acostumbrarse a la vida disciplinada.



EJERCICIOS DE APRENDIZAJE

Cuestionario:

1. ¿Cuales son los dos lados de la autoridad en el hogar?

2. Indique por lo menos tres maneras por las cuales los padres expresan

autoridad hacia los hijos.

3. Mencione las cuatro maneras por las cuales los hijos deben responder a la

autoridad de sus padres.

4. ¿Por qué debemos aceptar a un niño tal como es (en su forma física)? ¿Qué

efecto trae el no aceptarle al niño?

5. Nombre las cuatro crisis sociales que sufren los niños entre el tiempo de

nacer y los doce años de edad.

6. Básicamente, ¿cómo aprenden los niños hasta los doce años? ¿Qué

significado tiene esta realidad en cuanto a la enseñanza que les damos acerca

de Dios y las verdades bíblicas?

7. Complete la siguiente oración: El comportamiento del niño es la expresión de

la que lleva. Explique el significado de esta oración.

8. ¿Cómo forma el niño su sistema de valores morales?

9. ¿Cómo se puede definir la disciplina?

10. ¿Cuáles son los dos extremos en el debate sobre el castigo?

11. ¿Bajo cuáles circunstancias cree el doctor Dobson que es apropiado

castigar al niño?

12. Dé los seis principios en cuanto a la disciplina de los niños.

13. Indique dos factores a tomar en cuenta en la selección del método de

disciplinar a los hijos.

Para la Dinámica de Grupo:

1. ¿Hasta qué punto debe de la esposa compartir la autoridad con su esposo

en la dirección del hogar y en la disciplina de los niños?

2. ¿Cuáles diferencias hay entre la disciplina y el castigo?

3. ¿Hay algo malo en abrazar al niño y asegurarle de su amor después de

haberle castigado? ¿Hace parecer al niño que el castigo no fue algo serio? o

¿Tendrá el niño otra reacción?

Cosas para Resolver en Grupo

1. En niño está pintando con lapicero la pared en su dormitorio. ¿Cómo le va a

detener? ¿Qué se puede hacer con el niño para que sepa que está bien pintar,

pero no en las paredes?

2. Una pareja trae a su hijo de seis años a verle porque es “tremendista”, está

poniéndose incontrolable, pelea con todo el mundo y constantemente se rompe

en lloriqueos cuando los padres no le dan lo que él quiere o no le prestan la

debida atención. Los padres desde hace tiempo le han gritado e insultado,

perdiendo los estribos con él. Ahora se encuentran desesperados. ¿Cómo les

puede ayudar?

Continuará:

CAPITULO 9

LAS RELACIONES ENTRE LOS PADRES Y LOS

HIJOS ADOLESCENTES



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