viernes, 1 de febrero de 2019

Las falsas enseñanzas




1ª de Juan
1Jn 1:1   Lo que era desde el principio,[2]  lo que hemos oído,  lo que hemos visto con nuestros ojos,  lo que hemos contemplado y palparon[3]  nuestras manos tocante al Verbo de vida[4]
1Jn 1:2  --pues la vida fue manifestada[5]  y la hemos visto,  y testificamos[6]  y os anunciamos la vida eterna,  la cual estaba con el Padre y se nos manifestó--,
1Jn 1:3  lo que hemos visto y oído,  eso os anunciamos,  para que también vosotros tengáis comunión con nosotros;  y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.[7]
1Jn 1:4  Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo.[8]
1Jn 1:5  Este es el mensaje que hemos oído de él y os anunciamos:  Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él.[9]
1Jn 1:6  Si decimos que[10]  tenemos comunión con él y andamos en tinieblas,  mentimos y no practicamos la verdad.[11]
1Jn 1:7  Pero si andamos en luz,  como él está en luz,[12]  tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo,  su Hijo,[13]  nos limpia de todo pecado.[14]
1Jn 1:8  Si decimos que no tenemos pecado,  nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
1Jn 1:9  Si confesamos nuestros pecados,[15]  él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.
1Jn 1:10  Si decimos que no hemos pecado,  lo hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros.[16]
 
 Primera de Juan la escribió Juan, uno de los doce discípulos originales de Jesús. Es probable que fuera el "discípulo a quien amaba Jesús" (Juan_21:20) y que, junto con Pedro y Jacobo, llegó a tener una relación especial con Jesús. Se escribió esta carta entre los años 85-90 d.C. desde Efeso, antes que Juan estuviera exiliado en la isla de Patmos (véase Apocalipsis1:9).

Jerusalén había sido destruida en 70 d.C. y los cristianos fueron esparcidos por todo el imperio. En el tiempo en que Juan escribió esta epístola, el cristianismo ya existía por más de una generación. Había enfrentado y sobrevivido persecuciones severas. El problema principal que enfrentaba la iglesia en ese momento era la pérdida de consagración. Muchos creyentes se conformaban a las normas de este mundo, no se mantenían firmes por Cristo y transigían en su fe. Los falsos maestros eran numerosos y aceleraron el deslizamiento de la iglesia, alejándola así de la fe cristiana.

Juan escribió esta carta para poner a los cristianos otra vez en el camino, mostrándoles la diferencia entre la luz y las tinieblas (la verdad y el error), y animando a la iglesia a crecer en amor genuino para Dios y los demás. También escribió para asegurarles a los creyentes verdaderos que poseían vida eterna y para ayudarles a conocer que su fe era genuina, de modo que pudieran disfrutar de todos los beneficios de ser hijos de Dios. Para mayor información relacionada con Juan, véase Juan 13.

Juan abre su primera carta a la iglesia de la misma forma que lo hace con su Evangelio, recalcando que Cristo (el "Verbo de vida") es eterno, que Dios vino a la tierra como hombre, que él, Juan, fue un testigo personal de la vida de Jesús, y que Jesucristo ofrece luz y vida.

Como testigo del ministerio de Jesús, Juan estaba en condiciones para enseñar la verdad acerca de El. Los lectores de esta carta no habían visto ni oído a Jesús, pero podían confiar en que lo que Juan escribió era verdad. Somos como esa segunda y tercera generación de cristianos. Aunque no hemos visto, oído ni tocado a Jesús en persona, tenemos los relatos de los testigos del Nuevo Testamento y podemos confiar en que ellos expusieron la verdad acerca de El. Véase Juan 20:29

Juan escribe acerca de tener comunión con otros creyentes. Hay tres pasos que han de seguirse para lograr una comunión cristiana verdadera. Primero, debe estar cimentada en el testimonio de la Palabra de Dios. Sin esa fortaleza fundamental, es imposible la unidad. Segundo, es mutuo, y depende de la unidad de los creyentes. En tercer lugar, debe renovarse cada día por medio del Espíritu Santo. La verdadera comunión combina lo social y lo espiritual, y se logra solo mediante una relación viva con Cristo.

La luz representa lo bueno, puro, verdadero, santo y confiable. Las tinieblas representan al pecado y lo perverso. Decir "Dios es luz" significa que es perfectamente santo y veraz, y que solo El puede sacarnos de las tinieblas del pecado. La luz también se relaciona con la verdad, y esa luz expone todo lo que existe, sea bueno o malo. En las tinieblas, lo bueno y lo perverso parecen iguales; en la luz, es fácil notar su diferencia.

Así como no puede haber tinieblas en la presencia de la luz, el pecado no puede existir en la presencia de un Dios santo. Si queremos tener relación con Dios, debemos poner a un lado nuestro estilo de vida pecaminoso. Es hipocresía afirmar que somos de El y al mismo tiempo vivir como se nos antoja. Cristo pondrá al descubierto y juzgará tal simulación.

Aquí Juan confronta la primera de las tres afirmaciones de los falsos maestros: Que podemos tener comunión con Dios y seguir viviendo en las tinieblas. Los falsos maestros, que pensaban que el cuerpo era malo o no tenía valor, presentaban dos enfoques de la conducta: insistían en negar los deseos del cuerpo mediante una disciplina estricta o aprobaban la satisfacción de toda lujuria física porque el cuerpo después de todo iba a ser destruido. ¡Es obvio que la segunda opinión era más popular! Aquí Juan expone el error de llamarse cristiano y seguir viviendo en maldad e inmoralidad. No podemos amar a Dios y coquetear con el pecado al mismo tiempo.

¿De qué forma la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado? En la época del Antiguo Testamento, los creyentes simbólicamente transferían sus pecados a la cabeza de un animal, que después se sacrificaba (véase la descripción de esa ceremonia en Levítico 4). El animal moría en su lugar, redimiéndolos del pecado y permitiéndoles que siguieran viviendo en el favor de Dios.

La gracia de Dios los perdonaba por su confianza en El y por haber obedecido los mandamientos en cuanto al sacrificio. Esos sacrificios anunciaban el día en que Cristo quitaría por completo los pecados. Una verdadera limpieza del pecado vino por medio de Jesucristo, el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan_1:29).

El pecado, por su propia naturaleza, trae consigo muerte. Ese es un hecho tan cierto como la ley de la gravedad. Jesucristo no murió por sus propios pecados; no los tenía. En su lugar, por una transacción que nunca lograremos entender totalmente, murió por los pecados del mundo. Cuando le entregamos nuestra vida a Cristo y nos identificamos con El, su muerte llega a ser nuestra. Descubrimos que de antemano pagó el castigo de nuestros pecados; su sangre nos ha limpiado. Así como resucitó del sepulcro, resucitamos a una nueva vida de comunión con El (Romanos_6:4).

Aquí Juan ataca la segunda afirmación de la enseñanza falsa: Algunos decían que no tenían una naturaleza que tendía al pecado, que su naturaleza pecaminosa había sido eliminada y que ahora no podían pecar. Ese es el peor engaño de sí mismo, peor que una mentira evidente. Se negaron a tomar en serio el pecado. Querían que se les considerara cristianos, pero no veían la necesidad de confesar sus pecados ni de arrepentirse. No les importaba mucho la sangre de Jesucristo porque pensaban que no la necesitaban. En vez de arrepentirse y ser limpiados por la sangre de Cristo, introducían impureza en el círculo de creyentes. En esta vida, ningún cristiano está libre de pecar; por lo tanto, nadie debiera bajar la guardia.

Los falsos maestros no solo negaban que el pecado quebraba la relación con Dios (1.6) y que ellos tenían una naturaleza no pecaminosa (1.8), sino que, sin importar lo que hicieran, no cometían pecado (1.10)

Esta es una mentira que pasa por alto una verdad fundamental: todos somos pecadores por naturaleza y por obra. Al convertirnos, son perdonados todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Más aun después de llegar a ser cristianos, todavía pecamos y debemos confesar.

Esa clase de confesión no es ganar la aceptación de Dios sino quitar la barrera de comunión que nuestro pecado ha puesto entre nosotros y El. Sin embargo, es difícil para muchos admitir sus faltas y negligencia, aun delante de Dios. Requiere humildad y sinceridad reconocer nuestras debilidades, y la mayoría de nosotros pretende en cambio ser fuerte. No debemos temer revelar nuestros pecados a Dios; El ya los conoce. El no nos apartará, no importa lo que hagamos. Por el contrario, apartará nuestro pecado y nos atraerá hacia sí.

La confesión tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de la comunión con Cristo. Esto debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar nuestras inquietudes. Pero muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se sienten tan culpables que confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego se preguntan si habrían olvidado algo.

Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus pecados, pero si mueren con pecados no perdonados podrían estar perdido para siempre. Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Permitió que su Hijo amado muriera a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a Cristo, El nos perdona todos los pecados cometidos o que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra vez y no necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida no está perfectamente limpia.

Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en forma continua, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán perder nuestra salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al máximo de nuestra comunión y gozo con El.

La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.

Si Dios nos ha perdonado nuestros pecados por la muerte de Cristo, ¿por qué debemos confesar nuestros pecados? Al admitir nuestro pecado y recibir la limpieza de Cristo:
(1) acordamos con Dios en que nuestro pecado es de veras pecado y que deseamos abandonarlo.
(2) nos aseguramos de no ocultarle nuestros pecados, y en consecuencia no ocultarlos de nosotros mismos.
(3) reconocemos nuestra tendencia a pecar y nuestra dependencia de su poder para vencer el pecado.

 JUAN SE ENFRENTA A ENSEÑANZAS FALSAS
En esta epístola Juan se enfrentó a dos ramas principales de las enseñanzas falsas de los herejes. 1.6, 8, 10

Negaban la realidad del pecado. Juan dice que, si seguimos pecando, no podemos afirmar que somos de Dios. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y nos negamos a aceptar la verdad. 2.22; 4.1-3


Negaban que Cristo era el Mesías, Dios hecho carne. Juan afirmó que, si creemos que Jesucristo es Dios encarnado y confiamos en El para nuestra salvación, somos hijos de Dios.



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