El nombre elpis
en griego significa esperanza,
y, el verbo elpizein, esperar.
Estas palabras no son de un interés
lingüístico particular. Su gran valor radica en el hecho de que, si
examinamos y analizamos su uso en el Nuevo
Testamento
(NT), podemos descubrir el
contenido y las bases de la esperanza cristiana.
Elpis, esperanza,
es uno de los tres grandes pilares de la fe cristiana. Todo el
mensaje cristiano se fundamenta en la esperanza,
juntamente con la fe y el amor (1 Co. 13:13). Esperanza
es característicamente la virtud cristiana y, a la vez, algo
imposible para el no cristiano (Ef. 2:12).
Sólo el cristiano puede ser un optimista
con relación al mundo. Sólo el cristiano puede esperar hacer frente
a la vida. Sólo el cristiano puede considerar la muerte con
serenidad y ecuanimidad.
Veamos, pues, en qué consiste la
esperanza cristiana.
Es la
esperanza de la resurrección de los muertos.
Este pensamiento discurre
consistentemente a través
de todo el NT. (Hch. 23:6; 26:6; 1 Ts. 4:13; 1 P. 1:3; 1 Jn. 3:3; 1
Co. 15:19). El cristiano es un hombre que no va rumbo a la muerte,
sino a la vida. Para él, la muerte no es el abismo de la nada y la
aniquilación. Es "una puerta abierta en el horizonte".
Es la
esperanza de la gloria de Dios
(Ro. 5:2). Es la esperanza de que ya no veremos más la gloria de
Dios en la nube ni por espejo, oscuramente. Es la certeza de que
vendrá el día que veremos a Dios y seremos revestidos de su misma
gloria.
Es la
esperanza de la nueva dispensación
(2 Co. 3:12). Mientras los hombres se reconocían gobernados por la
ley, no había lugar para otra cosa que no fuera la desesperación,
pues no hay ni uno que pueda obedecer y satisfacer la perfecta ley de
Dios. Pero cuando vemos que la nota clave de la religión no es la
ley, sino el amor, renace una nueva esperanza.
Es la
esperanza de justicia (Gá.
5:5). En Pablo, justicia o
justificación significan
genuina relación con Dios.
Cuando un hombre considera la religión como ley debe estar siempre
sintiéndose culpable delante de Dios, y, por tanto, continuamente
aterrorizado. Pero el mensaje de Jesucristo capacita al hombre para
entrar en una nueva relación con Dios, donde el terror ha
desaparecido y una confianza de niño ocupa su lugar.
Es la
esperanza de salvación. Esto
tiene dos aspectos:
1º- Es la confianza de saber que Dios
nos libra en este mundo (2 Co. 1:10), no en el sentido de ser
resguardados contra sinsabores y peligros, sino en el de ser
confortados para superarlos.
Como Rupert Brooke escribió:
Seguro será mi caminar,secretamente
armado contra todo empeño de la muerte;
Seguro donde no hay seguridad; seguro
donde los hombres caen;
Y cuando estos pobres miembros mueran, el
más seguro de todos.
2º- Es la confianza de salvación en el
mundo venidero. Es la esperanza de salvación en medio de los
peligros de la tierra, y de ser rescatados del juicio de Dios.
Es la
esperanza de vida eterna (Tit.
1:2; 3:7). En el NT, la palabra eterna
siempre enfatiza cualidad
de vida, no duración. Eterna
es la palabra que describe cualquier realidad propia
de Dios. Vida eterna es la
clase de vida de Dios. La esperanza del cristiano es que, algún día,
él participará de la misma vida de Dios.
Es la
esperanza de la segunda venida de Cristo
(Tit. 2:13; 1 P. 1:13; 1 Jn. 3:3). La segunda venida no es hoy una
doctrina que esté en boga, pero todavía permanece esta gran verdad:
la historia va a alguna parte,
la historia no es una colección de eventos sin sentido, inconexos y
fruto de la casualidad. Hay una consumación. El cristiano es el
hombre que se concibe a sí mismo y entiende la vida como yendo rumbo
a una meta.
Es la
esperanza que descansa en los cielos
(Col. 1:5). Es decir, el cristiano espera ansioso recibir algo que ya
está reservado para él, algo que no depende de los azares y cambios
del tiempo, sino de Dios, y que, por tanto, tendrá que ver con la
consumación del designio de Dios y con el cumplimiento y la
realización de todas las esperanzas y sueños del alma humana.
Veamos ahora lo que podríamos llamar
fuentes de la esperanza.
La esperanza es producto de la
experiencia (Ro. 5:4). Puede ser que las experiencias y pruebas de la
vida conduzcan al no cristiano a la desesperación. El cristiano
tiene una esperanza que ve todas las cosas, que se vuelve cada vez
más radiante y no más sombría.
La esperanza es producto de las
Escrituras (Ro. 15:4). Si un hombre quiere estudiar la historia del
proceder de Dios con la humanidad y de su intención para con ella,
se sentirá lleno de esperanza. Oliver Cromwell, planeando la
educación de su hijo Richard, dijo: "Yo le haría aprender una
pequeña lección de historia". Para el cristiano la lección de
historia es la esperanza.
La esperanza tiene su sentido en el hecho
de ser llamados por Dios (Ef. 1:18). El cristiano no tiene conciencia
de haber entrado en la salvación (aparejada por Dios) como resultado
de su lucha por hacer méritos, pues, tal lucha, sería
desesperanzadora. El cristiano tiene conciencia de haber sido
invitado a iniciar una nueva relación con Dios por la pura
misericordia de Dios, no por sus méritos personales.
La esperanza es producto del evangelio
(Col. 1:23). Evangelio quiere decir buenas nuevas. Un mensaje
amenazador, como el de Juan el Bautista (Lc. 3:7, 17), conduciría al
hombre a la desesperación. El mensaje de Jesús es una invitación,
una oferta, una promesa, una asombrosa buena nueva para levantar el
ánimo a cualquier hombre que esté obsesionado por su pecado.
La esperanza depende de Jesús y de su
obra (Col. 1:27; 1 Ti. 1:1). La esperanza cristiana no se funda en
cualquier cosa que un hombre haya hecho o pueda hacer, sino en lo que
Cristo ha realizado.
Ahora, agrupemos ciertas grandes cosas
que suceden por medio de la esperanza.
La esperanza viene a través de la gracia
(2 Ts. 2:16). El mismo fundamento de la esperanza cristiana es el
libre e inmerecido perdón y compañerismo que Dios ofrece al hombre.
La esperanza nace cuando descubrimos que no ganamos
la salvación, sino que la recibimos.
La esperanza nos hace sentir gozo (Ro.
12:12). Un cristiano melancólico implica contradicción en los
términos. El hombre que conoce el poder de Cristo nunca puede
desesperar de sí mismo o del mundo. Ha descubierto lo que Cavour
llamaba "el sentido de lo posible", pues se ha dado cuenta
de que, con Dios, todo es posible.
Somos salvos en esperanza (Ro. 8:24). La
base de la salvación es la esperanza de que Dios sea como Jesús
dijo. Hasta que no empezamos a ver a Dios como el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, no podemos ni siquiera contemplar la
salvación como posible para el hombre pecador.
La esperanza guarda al cristiano tenaz.
Esta es una de las grandes notas clave de la Carta a los Hebreos
(3:6; 6:11, 18). El cristiano es el hombre que puede batallar y
luchar, que puede pelear contra sí mismo y contra sus tentaciones,
que puede soportar la disciplina de ser cristiano, porque tiene algo
infinitamente precioso que esperar con ilusión.
Finalmente, veamos, lo que podríamos
llamar, los fundamentos de la esperanza.
La esperanza es en Cristo (1 Ts. 1:3). No
esperamos por obra y gracia de algún poder innato, sino porque ahora
tenemos experiencia de la ayuda que Cristo puede prestar.
La esperanza está fundada en Dios (1 Ti.
4:10) porque él es Dios de esperanza (Ro. 15:13) y Dios que da
esperanza. El carácter de Dios es, como Jesús nos dijo, el
fundamento esencial de nuestra esperanza.
La esperanza mira hacia Dios. Vuelve la
cara a Dios (Hch. 24:15; 1 P. 1:21; 3:5;1 Ti. 5:5). El cristiano es
un hombre de esperanza porque tiene sus ojos puestos en Dios. Agustín
dijo a un hombre desgraciado que sólo pensaba en sus pecados: "Deja
de mirarte a ti mismo y mira a Dios'".
El secreto de la esperanza cristiana es
la mirada dirigida hacia Dios.
La esperanza cristiana no teme ni se
plantea el problema de que tal vez las promesas de Dios sean
verdaderas. Es la confiada expectación de que no pueden ser nada más
que la verdad.
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