viernes, 22 de abril de 2016

Divina Palabra



                         Aimée Cabrera.
Para mí la Biblia es parte de mi vida. Las tengo de Estudio en español y en inglés, las amo. El resto de mi biblioteca debe sentir celos porque hay una, mediana que el uso la ha llenado de señalamientos con marcadores de distintos colores, o mi caligrafía aparece re escribiendo algo hermoso que deseo destacar.
Para cualquier ocasión, ella está ahí en espera de que la hojee. Esta mediana compañera ha viajado a seis ciudades del mundo conmigo. Cuando aparece junto al resto de mi equipaje de mano, o sobre una bandeja plástica, los aduaneros la miran a ella primero y después a mí: todo un honor.
Cuando llevo un bolso que pongo debajo de mis pies, ella va abrazada a mí, o se deja abrir bondadosa desde que cierro mi cinturón. A veces se abre sola en el libro de los Salmos, a veces va para Isaías o para el Evangelio según San Juan, Santiago o Proverbios.
Un marcador amarillo brillante me hace detenerme en Daniel 12:3 o en Habacuc 3:17-19, Zacarías 2: 10, Mateo 5 con sus Bienaventuranzas o con Jesús y la Oración ¡cuánta belleza!, o esas salutaciones de de San Pablo, Santiago, San Pedro, San Juan o San Judas, todos apóstoles.
Si la jornada es tensa y siento temor, sus hojas se abren en un abrazo que me hace sentir la protección divina, la enseñanza  de cumplir los Mandamientos, de saber ser honesta, de saber pedir perdón, de reconocer todas las maravillas del Creador, de alabarlo y glorificarlo.
Entonces, me voy sintiendo mejor. No hay hambre para quien come pan de vida y bebe ríos de agua viva. Sin proponérmelo hago vigilia en la noche o ayuno de día, la Palabra que alimenta quita en un instante toda angustia y convierte en gozo esos momentos en que nos toca padecer como cristianos y pedimos se convierta toda iniquidad  en amor y bendiciones.
Esos momentos en que glorificamos al Dios Único, al Creador, al que no debemos dejar de alabar nunca. A Él que es nuestra fortaleza, lo aclamamos, lo alabamos y nos regocijamos en su creación perfecta.
Bienaventurados los que hemos tenido la dicha de gozar su encuentro, de saber que tenemos siempre a nuestro lado a un Padre, a un Pastor que apacienta a sus ovejas, a un Salvador. Bendito seas, como dice un Salmo “desde ahora y para siempre”.
Gracias te doy, por haber colocado en mis manos pecadoras una Biblia, mediana y de uso que me acompaña como un Padre a su hija, que me cuida, que me cultiva, que me protege, que me prestigia, que marca una diferencia a mí alrededor, porque está bendecida con el soplo de tu Espíritu.

Bienaventurados los que como yo, han tenido esta u otras bendiciones similares. Los que no nos cansamos de decir “Aleluya”, los que nos postramos hacia tu Santo Templo. Gracia, misericordia, paz y amor nos sean multiplicadas en el nombre de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo: Salud y Amén. 

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