Misa celebrada en memoria de Lucas Galves en la Iglesia Salecianos San Juan Bosco de la Víbora.
(De izq. sa der.) Aimeé Cabrera, Pr Manuel Morejón, Marta Beatriz Roque, hermana, Arnaldo Ramos y al final Leonardo Calvo
Por: Aimée Cabrera.
El tiempo pasa, pero
las heridas invisibles que provocan las pérdidas irreparables, quedan prendidas
a los corazones de quienes aún no se han despojado de los valores que les
inculcaron sus mayores, considerados obsoletos por quienes solo creen en sí
mismos.
Están ahí, mientras
tomamos a solas una taza de té o café y escuchamos alguna música que tiene la
magia de transportarnos en tiempo y alma y, cuando concluimos el ritual, nos
damos cuenta que la vida nos pone ante la encrucijada que nos enseña donde termina todo de una vez o nos presenta a Su
Majestad la Senectud.
Aferrados hasta el
último suspiro a la vida, tememos un encuentro que nadie ha podido describirlo.
A un lado quedan el temor a Dios y nos aferramos a la vida aunque no tengamos
fuerzas para enfrentarla.
Reunidos en grupos,
cada vez más íntimos, recordamos los momentos más alentadores, los que nos
rejuvenecen, los que nos hacen reír o llorar de emoción. Es el instante de
poner en orden los acontecimientos.
De un lado, los que nos
odiaron con saña, los que nos envidiaron, los que solo al pensar en nosotros esfumaron las chispas de
felicidad que tanto cuestan atrapar. Los que a su vez han visto escaparse las
suyas propias, en pleno estado de frustración que enmascaran con frases
engañosas.
Es por eso que, para
los que son capaces de amar, hubo conmoción sincera cuando supieron que Luis
García o Lucas Garve tenía una
enfermedad terminal; él que era todo brío y vida estuvo al lado de los más optimistas,
los que se abrazaron a la fe de que habría alguna terapia o milagro que lo
sanara.
Este año 2015 comenzó
con la cuenta regresiva que daría a conocer de un momento a otro su deceso. Los
más afortunados pudieron verlo, conversar con él y esconder el dolor con una
sonrisa plena ante sus ocurrencias que
parecían no abandonarlo jamás.
Un grupo de quienes aún
lo sienten más amigo que colega se reunieron en la Iglesia de San Juan Bosco en
la Avenida Santa Catalina en Santos Suárez, municipio 10 de Octubre en La
Habana para compartir en espíritu una Misa Gregoriana, en la tarde del domingo
31 de mayo.
Allí, los presentes
tuvieron la bendición de honrar a Lucas y recordar tantos momentos de seriedad
o de alegría que tuvieron la dicha de compartir con él. No es menos cierto que
todos se lo disputaban pero él sabía cómo mostrar su aprecio incondicional o
poner una de sus caras acompañadas de frases tajantes para sin más, dar a
conocer lo que sentía por los adulones.
Sin falsas hipocresías,
fue una persona que, al respetarse a sí mismo fue deferente con los demás. Con
un talento respaldado por una inquieta vocación al estudio, profesor y educador
sin tacha que aplicaba su magisterio a todo en lo que se involucraba, fue Lucas
además excelente para escuchar y dar un sabio consejo o, compartir anécdotas
con criolla humildad en las que denotaba ser
también un buen hijo y padre.
No es porque haya
fallecido que todo el sentir sea para alabarlo, en momentos de deslealtades donde
prevalece la falta de unión, el arribismo y la vanidad, no podemos olvidar a
quienes como Luisito o Lucas, marcan para siempre el decursar de nuestras
vidas.
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