jueves, 14 de agosto de 2014

ISRAEL, ABANDONADO PERO EN PIE DE GUERRA

Por Alfredo M. Cepero Director de www.lanuevanacion.com Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero Entre los acontecimientos que han sacudido al mundo en los últimos meses se encuentra la más reciente versión del ancestral conflicto entre palestinos e israelíes. Después de más de 3,000 misiles lanzados por los terroristas de Hamas contra la población israelí, las Fuerzas Israelíes de Defensa decidieron poner fin a esta diabólica guerra asimétrica en que los civiles de ambos pueblos, palestino e israelí, son los que ponen los muertos. Según el Primer Ministro Israelí, Benjamín Netanyahu, los terroristas de Hamas son los únicos en el mundo que asesinan civiles tanto en el bando enemigo como en su propio bando. Mientras matan civiles judíos utilizan como escudos humanos a sus propios civiles palestinos en la Franja de Gaza. Sin dudas una estrategia alucinante y barbárica. La explicación tiene que ver con la incapacidad de Hamas de derrotar a los israelíes en un convencional campo de batalla. Los terroristas apelan entonces al repulsivo recurso de librar una exitosa batalla en el campo de la propaganda ubicando sus misiles en la cercanía de escuelas, hospitales y áreas residenciales. Una prensa que ama el sensacionalismo y el escándalo ha inundado las pantallas de los televisores del mundo con imágenes de niños y mujeres palestinos muertos y heridos por los misiles israelíes. Muertes todas deplorables pero donde los principales culpables no son los israelíes sino los terroristas de Hamas. Los terroristas saben que esta poderosa arma emocional, en manos de una izquierda antisemita, logrará confundir e inclinar a su favor a multitudes de ciudadanos en el mundo que no tienen la más mínima idea de las razones y las implicaciones de este conflicto para la estabilidad del mundo occidental. Por su parte, los israelíes se han visto obligados a un rápido control de daños pero no dan muestras de que se hayan dejado intimidar por esta insidiosa propaganda. De hecho mantienen en pie de guerra a 80,000 soldados de sus fuerzas de defensa con la misión de destruir a las docenas de túneles cavados por los terroristas debajo de la frontera entre Israel y Gaza. La misión de estos túneles ha sido asesinar y hostigar a los colonos judíos, así como secuestrarlos para utilizarlos como moneda de cambio en canjes de prisioneros con el Gobierno de Israel. En este nebuloso panorama hace acto de presencia Barack Obama, autoproclamado líder de la izquierda mundial, que ha mostrado tradicionalmente una preferencia de "liderar desde la retaguardia". Ordena a su mitómano e inepto Secretario de Defensa, John Kerry, que diseñe una componenda mediatizada a la confrontación que resulte aceptable a los palestinos. Kerry se reúne en París con los abogados de Hamas y los representantes diplomáticos de Qatar y de Turquía, dos estados que financian a estos terroristas. El documento propone un plan de seguridad para el hipotético futuro de dos estados, Israel y Palestina. Hamas lo rechaza y en Israel, el Ministro de Defensa, Moshe Yaalón, lo despedaza con palabras nada diplomáticas: “ Lo único que podría salvarnos es que a John Kerry le den el Premio Nobel y nos deje en paz”. Conclusión: bajo la estrategia vacilante de Obama de "liderar desde la retaguardia", los Estados Unidos han quedado reducidos a la condición de meros espectadores de un conflicto que amenaza con convertir al Medio Oriente en un polvorín nuclear. Una situación inconcebible para una nación que, el 14 de mayo de 1948, fue el primer gobierno en reconocer de facto al Estado de Israel, 11 minutos después de que éste se declarara una nación independiente. Preocupado por la crisis, el Presidente de Egipto, Abdul Fatá El-Sisi, adopta un papel protagónico e insta a los beligerantes a que hagan una tregua de 72 horas que ambos aceptan. Lamentablemente, la tregua fue rota aún antes de transcurridas las 72 horas cuando Hamas inició de nuevo su ofensiva con misiles contra los centros urbanos de Israel. El conflicto no da señales de tener un final inmediato. Existen además por lo menos tres razones para que siga siendo un combustible de inestabilidad en el Medio Oriente por muchos años en el futuro. La primera: los fundamentalistas islámicos quieren su propio estado pero están decididos a que los judíos no tengan el suyo. Es más, en una de las cláusulas de su acta fundacional, Hamas proclama como su meta primordial la destrucción del estado de Israel y el exterminio del pueblo judío. A los enfermos de fanatismo o ignorancia una dosis del elixir de la historia. Entre la fundación del estado de Israel en 1948 y 1982, los judíos tuvieron que defender su soberanía y su vida en cinco conflictos armados con sus vecinos árabes, determinados a borrarlos del mapa del Medio Oriente. Estos fundamentalistas están tan cegados por el odio que la emprenden hasta contra sus propios hermanos de fe cuando éstos muestran tendencias al entendimiento con los judíos o los "infieles". En un acto de coraje personal y político, el egipcio Anwar el-Sadat, firmó en 1978 un acuerdo en Camp David con el judío Menachem Begin donde se crearon las condiciones para una convivencia civilizada entre sus dos naciones. Tres años después, en 1981, Sadat fue asesinado por militantes del movimiento integrista Al Yihad. Pocos meses antes, Sadat había retado a los fundamentalistas con una frase que probablemente se convirtió en su propio epitafio cuando dijo: "En todas parte hay fanáticos, incluyendo a Egipto, que tratan de confundir a la gente con la mentira de que el desarrollo y la prosperidad le hacen daño al Islam y son contrarios al Corán. Son extremistas religiosos que aquí no son tomados en serio." La segunda razón para la prolongación del conflicto está centrada en la discrepancia entre Obama y Netanyahu sobre la fórmula más eficaz para lograr una paz perdurable. Obama propone la tradicional de los dos estados. Netanyahu y una proporción considerable de los israelís desconfían con razón de que los palestinos vayan a construir un estado o de que Hamas esté dispuesto a renunciar algún día a su juramento de destruir a Israel. Por eso, en vez de los dos estados, Netanyahu propone ahora el fomento de las instituciones, el desarrollo económico y mejoras en la calidad de vida de los palestinos. A esto, los estados árabes, los palestinos, los gobiernos europeos y hasta la administración Obama responden con una hostilidad manifiesta casi unánime. La tercera razón para el desencuentro tiene que ver con las enormes diferencias entre la formación y los escenarios en que operan Barack Obama y Benjamín Netanyahu. Obama se formó escuchando a un abuelo materno y a unos amigos de su abuelo que repetían consignas y teorías marxistas como si fueran apóstoles de una religión populista. Después las universidades para teorizantes de la izquierda y su carrera de organizador comunitario. Y para colmo, como presidente de la primera potencia económica y militar de la Tierra, Obama ha podido cometer todo tipo de errores y hasta de barbaridades sin la amenaza inmediata de ser aniquilado por enemigos foráneos. Con Netanyahu ha sido todo lo contrario. Nació en el pequeño Tel Aviv de 1949, un año después de fundado el Estado de Israel. A los 18 años, se unió al Ejército israelí y sirvió en una unidad de comando elite, tomando parte en misiones secretas y un rescate de rehenes en un avión secuestrado de la aerolínea Sabena en 1972. Luchó en la Guerra de Yom Kipur en 1973 y logró el rango de capitán antes de ser dado de baja. No es un palabrero de frases vacías sino un hombre de acción. Su arma no es el telepromter sino el fusil. Y sobre todo, ha vivido toda su vida bajo la amenaza de ser aniquilado por sus enemigos jurados. Obama ni lo intimida ni puede darle clases de supervivencia. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambos hombres tienen que entenderse. Netanyahu no puede darse el lujo de prescindir de la cuantiosa ayuda financiera norteamericana y Obama, aunque en el 2008 y el 2012 fue beneficiario del 78 y el 69 por ciento respectivamente del voto judío, confronta a un Congreso y una opinión pública norteamericana que apoyan sólidamente a Israel. De hecho, en agosto del 2009, 71 senadores de ambos partidos firmaron una carta apoyando el derecho de Israel a la existencia y a su defensa frente a las agresiones de Hamas y de otros grupos terroristas. Pero, sobre todas las cosas, Israel no puede ceder al chantaje internacional, ser paralizado por el miedo, ni esperar por la ayuda de Barack Obama. Lo que está en juego es nada menos que su existencia como nación y su supervivencia como pueblo. Habrá sido abandonado por muchos de sus aliados pero sigue en pie de guerra. Por eso estoy convencido de que, con ayuda o sin ella, librará una batalla con todos los medios a su alcance y en todos los frentes. Una batalla de cuyo éxito depende no sólo la suerte de Israel sino la salvación de Occidente frente a la arremetida de un salvaje fundamentalismo islámico. La Nueva Nación es una publicación independiente cuyas metas son la defensa de la libertad, la preservación de la democracia y la promoción de la libre empresa. 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