“Y al que sabe hacer lo bueno, y
no lo hace, le es pecado”, sentenció Santiago, siervo de Dios y del
Señor Jesucristo en su epístola. Varios siglos han pasado, en los que al
parecer, parte de la iglesia de Jesucristo ha olvidado que Su Señor, Salvador y
Redentor, es el mismo ayer, hoy y por los siglos, la llamada Dispensación de la
Gracia ha contribuido de cierta manera a que olvidemos la inflexibilidad de la
naturaleza divina en cuanto al pecado y la inmutabilidad de Dios.
Al escribir Santiago su epístola
a las
doce tribus que estaban en la dispersión –entiéndase el pueblo de Dios-, le
escribía a una iglesia que al parecer se estaba destruyendo al estar bajo
presión, razón por la cual se fraccionaba en disputas ociosas. Es en este
contexto, donde se destaca lo imperecedero de esta epístola y su preponderancia
para la iglesia actual, donde el pecado ejerce, cada día, más presión sobre el mundo
y, este a su vez sobre la iglesia por lo que resulta ineludible que como hijos
de Dios y herederos demos el pecho a dicha presión y no nos deshonremos con el
mundo.
Nabucodonosor, el rey del imperio
babilónico, ordena erigir una estatua de unos 28 metros de alto por unos 3 de
ancho, no se precisa si era de él o representaba al dios que adoraba, podría
simbolizar el abuso de la religión mientras exaltaba su propio poder o ser
usada con fines políticos, al fin y al cabo era una estatua y había que rendirle
adoración.
Dios en Su Palabra nos enseña que
como creyentes debemos obedecer, honrar y orar a quienes nos gobiernan, eso
está claro pero, mucho más claro debería estar el hecho de que tenemos como
deber supremo amar a Dios con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con toda
nuestra mente y con todo nuestro corazón, este es el primer y más grande
mandamiento.
A Daniel y sus amigos de nada les
servía sus encumbradas posiciones en el gobierno, estaban ante una disyuntiva:
obedecían al rey de Babilonia o al Dios de sus padres, obedecer a Nabucodonosor
significaba negar al Dios de sus padres, era adorar la estatua o enfrentarse a
un horno de fuego ardiendo, garantizar la existencia terrenal o sacrificar la
eternidad.
Hoy, a la iglesia de Jesucristo
de nada le vale sus encumbradas posiciones sociales, grandes y majestuosos
templos ubicados en lugares céntricos, tecnologías de punta, miles de miembros,
planes sociales de ayuda, es adorar al príncipe de este mundo o adorar al Dios
de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Israel.
Ante la iglesia se erige una
estatua, una estatua espiritual que simboliza la rebeldía y desprecio hacia
Dios y la corona de Su creación: el ser humano. El homosexualismo, un pecado que
ejerce cada día más presión sobre un mundo que tiene cauterizada su conciencia
y entenebrecido el entendimiento, un mundo que a lo malo dice bueno, un mundo
que se comporta de manera irracional, un mundo que detiene con injusticia la
verdad.
El ser humano, hecho a imagen y
semejanza divina, sufre el más acérrimo embate desde el mismo reino de las
tinieblas, una degradación y depauperación sin precedentes históricos, no es
suficiente echarse hombres con hombres y mujeres con mujeres, deshonrando entre
si sus propios cuerpos en pasiones vergonzosas, encendidos en su lascivia, no
es suficiente vestirse como lo que, biológicamente no son, es necesario
alcanzar el punto máximo de la perversión: como tratamiento de la
transexualidad: la cirugía de reasignación de sexo.
El homosexualismo, cobra hoy más fuerza
que nunca, devora cada día más almas que se creen libérrimas águilas, cada
minuto gana terreno en lo concerniente a la vida social, cultural y política de
nuestro país, que necesitado de héroes para subsistir los viste de sol y los
levanta sobre su cabeza.
Con salir a la calle podemos,
lamentablemente ver convertidos al homosexualismo incipientes jóvenes que
apenas su organismo ha alcanzado la madurez del desarrollo biológico,
psicológico y emocional y son, por ende, los blancos más vulnerables en esta
guerra en contra de la familia como único fundamento de la sociedad, ¿Qué
futuro depara a esta nación dentro de unos años?
El homosexualismo es la estatua
espiritual que se está levantando en Cuba en pleno siglo XXI, quiéralo o no,
tenemos un compromiso con Dios, un llamado al que responder, debemos recordar
que la amistad con el mundo es enemistad con Dios y, al igual que Daniel y sus
amigos nos toca escoger si adoraremos la estatua o adoraremos al Único y Sabio
Dios, obedeceremos al rey impío y pagano u obedeceremos a Jesucristo ante
quien, un día, se doblará toda rodilla y
toda lengua confesará que Él es el Señor para la gloria de Dios Padre.
La venida del Hijo del Hombre
está a las puertas, resta de nosotros conservarnos puros, sin manchas ni
arrugas, sin hacernos copartícipes de pecados ajenos, esta perfección amados
hermanos en el Señor, no se alcanza con una iglesia lánguida y pusilánime a la
sobra de una calabacera, porque ciertamente ellos morirán por su pecado pero,
su sangre Dios la demandará de manos de aquellos que no amonesten al impío.
Permítanme terminar con la
siguiente frase escrita hace más de 400 años, por un hombre que, en su tiempo desafió
al poder hegemónico eclesiástico, tradicional, religioso, oficialista,
prefiriendo se le condenara por herejía y fuese ejecutado por estrangulamiento
y luego quemado en público, su pecado: Traducción al Inglés del Nuevo
Testamento.
“Cuando la fe no produce amor, y el dogma, por
ortodoxo que sea, no tiene relación con la vida; cuando los cristianos se
sienten tentados a conformarse con una religión centrada en sí misma, y dejan
de percibir las necesidades sociales y materiales de otros; o cuando por su
modo de vivir niegan el credo que profesan y se muestran más inclinados a
buscar la amistad del mundo que la de Dios, entonces la Epístola de Santiago
tiene algo que decirles que pueden rechazar si lo desean pero a su propio
riesgo.”[1]
Alejandro Hernández
Pastor.
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