Pr. Alejandro Hernández Cepero
La
Biblia, Palabra inspirada por Dios y útil para enseñar, redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2ª Timoteo 3:16,17), nos
enseña que las cosas invisibles de Él –entiéndase de Dios- su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo
entendidas por medio de las cosas hechas de modo que no tenemos excusas. (Romanos
1:20)
Nos llamamos hermanos, hijos de Dios, herederos y coherederos
con Cristo, reyes y sacerdotes, linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, embajadores en nombre de Cristo y en este caso le
acomodamos el apellido: “embajadores de buena voluntad”, cuando en realidad
somos como una versión pacífica de la guerra fría o guerra de pandillas.
Quizás suene cruel, tal comparación. ¿Ha pensado como suena
para el Padre ver a sus hijos peleándose por sentarse a su diestra mientras de
manera sutil apostatamos de la fe?
El Apóstol Pablo en Efesios 4:1-6, rogaba a los cristianos que
anduviésemos como era digno de la vocación con la que fuimos llamados:
ü
con toda humildad y mansedumbre,
ü
soportándoos con paciencia los unos a los
otros,
ü
SOLÍCITOS EN GUARDAR LA UNIDAD DEL ESPÍRITU
EN EL VÍNCULO DE LA PAZ,
ü
UN CUERPO,
ü
Y UN ESPÍRITU,
ü
como fuisteis también llamados en una misma
esperanza de vuestra vocación,
ü
UN SEÑOR, UNA FE, UN BAUTISMO,
ü
UN DIOS Y PADRE DE TODOS,
ü
EL CUAL ES SOBRE TODOS, Y POR TODOS, Y EN
TODOS…
¿Acaso no resulta mucho más cruel e indigno para la vocación
a la que hemos sido llamados diseccionar el cuerpo de Cristo cual esquirlas de
una granada de fragmentación?
En los evangelios encontramos las acusaciones del propio
Señor Jesucristo hacia los escribas, fariseos e intérpretes de la Ley que, en
honor a la verdad, hoy cobran vida en la cercenada iglesia cristiana en Cuba
debido, principalmente al divisionismo denominacional.
Pienso en aquel momento en que Jesús, entró en el templo,
volcó las mesas de los cambistas, les expulsó de allí junto con sus palomas,
ovejas, bueyes. Habían convertido el Templo en cueva de ladrones y casa de
mercado. ¿Acaso no le suena familiar?
El cuerpo humano, una obra de excelente precisión, creado
por el Creador y no como resultado de un proceso evolutivo luego de una
explosión al azar y consta de unos 206 huesos, un órgano firme y duro que forma
parte del esqueleto de nosotros, los vertebrados.
Tienen formas y cumplen funciones muy variadas, poseen una
estructura interna compleja y muy funcional que determina su morfología, son tan
vitales como el cerebro o el corazón y tienen además la capacidad de
regenerarse. Cada uno cumple una función particular y a su vez de conjunto en
relación a los otros huesos a los que está articulado.
Una articulación[1]
es la unión entre dos o más huesos
próximos. Las funciones más importantes de las articulaciones son de constituir
puntos de unión del esqueleto y producir movimientos mecánicos,
proporcionándole elasticidad y plasticidad al cuerpo, además de ser lugares de
crecimiento.
Sin la articulación, los huesos de un mismo cuerpo
permanecen separados. Este es el comienzo, le sigue la imposibilidad de
producir movimientos, proporcionar elasticidad, plasticidad y por ende impide
el crecimiento.
Los huesos[2] cumplen
varias funciones en el organismo como por ejemplo: Actúan como sostén, permiten
el movimiento protegen a los órganos vitales, homeostasis
mineral, contribuyen a la formación de células sanguíneas y sirven como reserva energética.
En Efesios 4:15, la Escritura, indica el camino a seguir:
“…sino que siguiendo la verdad en
amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien
todo el cuerpo bien concertado y unido entre sí por las coyunturas que se
ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor”.
Juan, el Apóstol sentenció: “el que dice que permanece en Él,
debe andar como Él anduvo”
Jesús hablando de si mismo dijo: “el que no es conmigo, contra mí es, y
el que conmigo no recoge, desparrama”…
Amado hermano, una cosa es cierta, Dios nos ha llamado a que
nos amemos unos a otros, es de hecho la acción, el efecto práctico de una causa
teórica, Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Incumplir este
mandamiento inhabilita el primer y más grande mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas”
No hay otro mandamiento mayor que estos (Marcos 12:31).
Es imposible que
amemos a Dios que no vemos y podamos andar, en realidad, como perros y gatos por
ser quien más convertidos y más bautizados tiene, más iglesias y casas-células tiene
a lo largo de la llave del golfo, al final, menos frutos.
Jericó se creía inexpugnable, cada Concilio se ha amurallado
detrás del credo divisionista, segregacionista y diabólico de la denominación,
primando más los dogmas nacidos de sabiduría humana, por demás terrenal y
diabólica, que por los propios preceptos y mandamientos divinos (Santiago
3:13-18).
Hoy necesitamos derribar las murallas denominacionales, sin
que ello conlleve a perder la función que cada uno desempeña como
un hueso en el cuerpo de Cristo, porque,
ciertamente cada denominación realiza una función diferente y agrupa a un grupo
determinado de personas.
Huesos, sólo eso somos, metal que resuena, huesos secos, dispersos
por doquier, címbalo que retiñe, más preocupados en maestrías y doctorados
teológicos provenientes de universidades y seminarios foráneos que ocupados en
que “todas nuestras cosas sean hechas con amor” (1ª Corintios 16:14) “para
que sean consolados nuestros corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas
las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el
Padre, y de Cristo”(Colosenses 2:2)
Y es precisamente esto lo que nos falta, el amor como el
vínculo perfecto, la articulación que nos debe mantener unidos como lo que
somos realmente, el cuerpo de Cristo.
Permítame exhortarle a que, depongamos las armas de la
división denominacional y levantemos la bandera de la unidad, poniendo los ojos
en Jesús, el autor y consumador de la fe y que por sobre todas estas cosas nos
vistamos de amor, que es el vínculo perfecto.
Dios continúe bendiciéndole.
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