lunes, 25 de abril de 2011

EL CÓDIGO SECRETO DE LA BÍBLA.MICHAEL DROSNIN (Actualizado el 5-5-2011 Cap.I )


El inquietante mensaje que sólo hoy a podido ser descifrado gracias a la informática MICHAEL DROSNIN



              El código secreto de la Biblia

Título original: Bible Code




© One Honest Man, Inc., 2000.

por la traducción, Traducción Andy Ehrenhaus

© Editorial Planeta, S. A.,

Digitalizador: desconocido

Editado: Nascav (España)

L-01 ± 20/01/04


Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Libro de Daniel 12, 4

Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión. ALBERT EINSTEIN, 1955

INDICE

INTRODUCCION

CAPITULO UNO: EL CODIGO

CAPITULO DOS: EL HOLOCAUSTO ATÓMICO

CAPITULO TRES: TODO SU PUEBLO EN GUERRA

CAPITULO CUATRO: EL LIBRO SELLADO

CAPITULO CINCO: EL PASADO RECIENTE

CAPITULO SEIS: ARMAGEDON

CAPITULO SIETE: APOCALIPSIS

CAPITULO OCHO: LOS DIAS FINALES

COROLARIO

NOTAS A LOS CAPITULOS

NOTAS A LAS ILUSTRACIONES

APENDICE

AGRADECIMIENTOS


________________________________________________________________________________

INTRODUCCIÓN

El reportaje es el primer borrador de la historia. Este libro ofrece un informe completo de un código oculto en la Biblia que revela hechos ocurridos miles de años después de que la propia Biblia fuera escrita. Quizá se trate, por tanto, del primer borrador del futuro. Nuestro conocimiento del código bíblico es incipiente. Es como acceder a un gigantesco puzzle de infinitas piezas con sólo unos pocos cientos o miles de ellas en la mano. Tampoco tenemos un modelo: hemos de imaginarlo. Lo único que puedo afirmar con absoluta certeza es que hay un código en la Biblia y que en un puñado de dramáticos casos ha servido para anunciar hechos que ocurrieron tal y como se había predicho. No hay manera de saber si el código será igualmente certero en cuanto al futuro más lejano. Me he propuesto aplicar aquí los mismos criterios de investigación periodística que he aplicado en otros casos. He empleado cinco años en verificar la información. No he dado nada por hecho sin contrastarlo antes. He confirmado cada hallazgo del código bíblico en mi ordenador personal mediante dos programas distintos: el empleado por el matemático israelí que descubrió el código y un segundo programa diseñado de manera independiente del primero. Asimismo, he entrevistado a los científicos que investigaron el código tanto en Estados Unidos como en Israel. Fui testigo de muchos de los hechos descritos en el libro. Cuando no fue así, el relato de los mismos se ha basado en testimonios directos o en noticias confirmadas por prensa escrita. Al final del libro hay un apartado de minuciosas notas rerentes a cada capítulo, otro de notas relativas a las ilustraciones y una copia del experimento original que dio veracidad al código de la Biblia. Me he trazado el objetivo de referir cuanto está codificado en la Biblia con la misma objetividad con que habría cubierto un suceso de actualidad en mis tiempos en el Washington Post o la información sobre un consejo de dirección cuando trabajaba en el Wall Street Journal.

No soy rabino ni sacerdote, ni un estudioso de la Biblia. No tengo convicciones preconcebidas pero sí un único rasero: la verdad.

Este libro no es la última palabra. Es

CAPITULO UNO



EL CÓDIGO

El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel para encontrarme en Jerusalén con el poeta Chaim Gun, amigo íntimo del primer ministro Itzhak Rabin. «Un matemático israelí ha descubierto en la Biblia un código oculto que parece revelar hechos ocurridos miles de años después de que fuera escrita», rezaba mi carta a Rabin. «Si me he permitido escribirle es porque la única vez que su nombre completo -Itzhak Rabin-aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo cruzan. »Esto no debería tomarse a la ligera, toda vez que los asesinatos de Anwar al-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia; en el caso de Sadat, con el nombre completo del homicida, la fecha y el lugar del atentado, y el modo de perpetrarlo. »Creo que corre usted un grave peligro, pero también que el peligro puede ser evitado.» El 4 de noviembre de 1995 llegó la terrible confirmación. Un hombre que se creía encomendado por Dios acababa de disparar a Rabin por la espalda. Durante tres mil años, el atentado había permanecido oculto en el código secreto de la Biblia. La muerte de Rabin vino a confirmar, de manera dramática, que el código bíblico, el texto oculto en el Antiguo Testamento que vaticina el futuro, es una realidad innegable. El código fue descubierto por el doctor Eliyahu Rips, uno de los expertos mundiales en teoría de grupos, el modelo matemático en el que se basa la física cuántica. Lo han corroborado renombrados matemáticos de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea. Lo ha verificado un experto en descodificación del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Ha superado tres niveles de revisión por parte de una destacada publicación científica. El asesinato de Rabin no es el único acontecimiento moderno de que da cuenta el código. Además de los atentados contra Sadat o los hermanos Kennedy, en la Biblia están codificados centenares de hechos cruciales para el mundo, desde la segunda guerra mundial hasta el escándalo del Watergate, el Holocausto, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna o el reciente impacto de un cometa en Júpiter. Tampoco ha sido el asesinato de Rabin el único acontecimiento anunciado con antelación. El día exacto en que el cometa chocaría con Júpiter fue descodificado antes de que ocurriera, y otro tanto sucedió con las fechas de la guerra del Golfo. Nada de esto parece ajustarse a las reglas de nuestro pragmático mundo y, puesto que no soy creyente, yo sería de los primeros en tacharlo de fiebre milenarista. Pero he estado metido en ello durante cinco años. He pasado muchas semanas junto al doctor Rips, su descubridor. He aprendido hebreo y comprobado el código día tras día en mi ordenador personal. He hablado con el funcionario de Defensa estadounidense que confirmó personalmente la existencia del código en la Biblia. Y me he desplazado a Harvard, Yale y la Universidad Hebrea para entrevistar a tres de los más eminentes matemáticos del mundo. Todos ellos han coincidido en afirmar que en la Biblia hay un código y que éste predice el futuro. Yo, en cambio, siempre me mantuve reticente. Hasta que Rabin fue asesinado.

Aunque yo mismo había encontrado en el código la clara advertencia de que Rabin sería asesinado

durante el año judío que empezaba a finales de 1995, jamás creí que pudiera ocurrir. Al morir Rabin cuando y como rezaba la predicción, lo primero que pensé fue: «Dios mío, esto va en serio.» No podía ser una coincidencia. Las palabras «asesino que asesinará» cruzan el nombre de «Itzhak Rabin» la única vez que éste aparece completo en el Antiguo Testamento. Según el código de la Biblia, Rabin moriría en el año judío que empezaba en septiembre de 1995. El 4 de noviembre de 1995, el mundo conoció la trágica noticia de su muerte. Chaim Guri, el amigo de Rabin, me confesó que pensó lo mismo que yo cuando se enteró del atentado. «Fue como si me atravesaran el corazón con un puñal dijo Guri-. Llamé al jefe del Estado Mayor, el general Barak, y le dije: "El periodista norteamericano lo sabía desde hace un año; se lo advertí al primer ministro. Estaba en la Biblia."» La primera vez que tropecé con la predicción del asesinato de Rabin recordé la pregunta que me había hecho el editor: «Si hubiera sabido usted acerca del asesinato de Sadat antes de que ocurriera, ¿podría haberle avisado del peligro y evitado que sucediera?» Con Rabin lo intenté y fallé. Nadie logró dar previamente con el nombre del pistolero o la fecha exacta del atentado. Pocos días después de mi primer contacto con el primer Ministro israelí, el doctor Rips y yo fuimos a ver al principal científico del Ministerio de Defensa, el general Isaac Ben-Israel. Buscábamos nuevos detalles. Pero sólo parecía figurar el año. Después del atentado, el nombre del asesino -«Amir»-saltó de inmediato a la vista. Siempre había estado allí, encima del de su víctima, perfectamente descifrable. «Amir» aparecía codificado en el mismo sitio que «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará». Más aún; las palabras «nombre del asesino» aparecían en el texto de la Biblia en el mismo versículo que encerraba el nombre de «Amir». En ese preciso versículo, el texto oculto afirmaba «Golpeó, mató al primer ministro». Incluso llegaba a identificarlo con un israelí que dispararía casi a quemarropa: «Su asesino, uno de su gente, aquel que se acercó.» El código revelaba adernás cuándo y dónde ocurriría. «En 5756», el año judío que empezó en septiembre de 1995, se cruzaba con «Tel-Aviv» y «asesinato de Rabin». «Amir» volvía a aparecer muy cerca. No obstante, antes del atentado sólo sabíamos que el código vaticinaba que sería «en 5756». Y Rabin ignoró las advertencias. «No te creerá -me había prevenido su amigo Guri cuando le entregué la carta-. Rehúye todo misticismo. Y además es fatalista.» De modo que no sé si podía haberse evitado el asesinato. Sólo sé lo que le expresé al primer ministro en mi carta: «Nadie puede decirle si un acontecimiento codificado está predeterminado o es sólo una posibilidad. Yo creo que es una posibilidad, es decir, que en la Biblia están codificadas todas las probabilidades y que nuestros actos determinan el resultado final.» No habíamos sido capaces de salvarle la vida a Rabin. Pero de manera súbita, casi brutal, yo tenía la absoluta certeza de que el código de la Biblia era una realidad. Cuando, hace cinco años, volé a Israel por primera vez, el código de la Biblia, e incluso la propia Biblia, estaba muy lejos de mis intereses. El objeto de mi viaje era conversar con el jele de la inteligencia israelí sobre la guerra del futuro. Sin embargo, estando allí tuve noticias de otro misterio, un misterio que me hizo retroceder varios milenios de golpe: exactamente 3200 años, hasta la época en que, según la Biblia, Dios se dirigió a Moisés en el monte Sinaí. Un joven funcionario al que había conocido poco antes se dirigió a mí cuando me disponía a abandonar la sede del servicio secreto. -Hay un matemático en Jerusalén a quien me gustaría que conociese -me dijo-. Al parecer encontró la fecha exacta del inicio de la guerra del Golfo en la Biblia. -No soy creyente -dije, entrando en mi coche. -Tampoco yo lo soy -dijo el funcionario-. Pero el caso es que él encontró un código en la Biblia con la fecha exacta del conflicto tres semanas antes de que estallara. Parecía muy difícil de creer. Pero el funcionario era tan poco religioso como yo, y el hombre que había descubierto el código tenía fama de ser un auténtico genio de las matemáticas. Fui a verle. Eli Rips es un hombre modesto. Tal es así que tiende a quitarse méritos por su propio trabajo y adjudicárselos a otros, y nadie diría que es un matemático de renombre mundial. Cuando nos conocimos en junio de 1992, en su casa de las afueras de Jerusalén, supuse que hacia el final de la velada yo acabaría comprobando que no tenía ningún descubrimiento que mostrarme. Rips extrajo un volumen de su biblioteca y me leyó una cita de un sabio del siglo XVIII llamado el Genio de Vilna: «Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto le ocurra a éste desde que nace hasta que deja de existir.» Cogí una Biblia de su escritorio y le pedí que me enseñara dónde aparecía en ella la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips encendió su ordenador. -El código de la Biblia es un programa de ordenador -explicó. En la pantalla aparecieron cientos de letras hebreas resaltadas en cinco colores distintos. Parecía un enorme crucigrama. Rips me mostró una hoja impresa. «Hussein», «Scuds» y «misil ruso» aparecían codificados juntos en el Génesis. La secuencia completa del código rezaba: «Hussein escogió un día.» -Aquí, en Génesis 14, donde se narra la historia de las guerras de Abraham con los reinos vecinos, encontramos la fecha: «fuego el 3 Shevat». Esa fecha del calendario judío equivale al 18 de enero de 1991-dijo Rips levantando la vista de la pantalla-. Es el día en que Iraq lanzó el primer misil Scud contra Israel. -¿Cuántas fechas ha encontrado usted? -pregunte. -Sólo ésta, tres semanas antes de que estallara la guerra -repuso Rips. -Pero ¿quién podía saber hace tres mil años que habría una guerra del Golfo, por no mencionar el misil lanzado el 18 de enero? -Dios. El código de la Biblia fue descubierto en el texto hebreo original del Antiguo Testamento, es decir, en la primera versión escrita del libro sagrado. Este libro ha sido traducido a casi todos los idiomas y es hoy la base de la religión occidental. El código de la Biblia es ecuménico: su información va dirigida a todos. Sin embargo, sólo existe en hebreo, ya que éste es el idioma original de la Biblia.

Rips me contó que el primero en intuir la presencia de un código en el texto fue un rabino de Praga, hace ya más de medio siglo. El rabino, que se llamaba H. M. D. Weissmandel, descubrió que si se saltaba cincuenta letras y luego otras cincuenta y otras cincuenta más podía leer la palabra «Torá» desde el principio del libro del Génesis. Y que lo mismo ocurría con el libro del Éxodo. Y en el de los Números. Y en el Deuteronomio. «Yo me enteré por pura casualidad hablando con un rabino de Jerusalén -me dijo Rips-. Intenté encontrar el original y finalmente di con la única copia que existe, aparentemente, en la Biblioteca Nacional de Israel. No se extendía mucho sobre el código, apenas unas pocas páginas, pero parecía interesante.» Aquello fue doce años atrás. «Empecé contando letras, como Weissmandel -continuó Rips-. Verá, Isaac Newton también anduvo detrás del código de la Biblia y lo consideraba más importante que su teoría del universo.» Isaac Newton, el primer científico moderno, el hombre que formuló los principios mecánicos de nuestro sistema solar y descubrió la fuerza de gravedad, estaba seguro de que la Biblia ocultaba un código capaz de revelar el futuro. Aprendió hebreo y dedicó la mitad de su vida a buscarlo.
De acuerdo con su biógrafo John Maynard Keynes, se diría que Newton estaba obsesionado con el código. Cuando Keynes asumió el cargo de rector de Cambridge, descubrió las notas que Newton había dejado allí al abandonar la rectoría. Keynes no cabía en sí de asombro. La mayor parte del millón de palabras manuscritas por el propio Newton no versaban sobre matemáticas o astronomía, sino sobre teología esotérica. Dejaban bien a las claras la certeza del gran físico de que la Biblia ocultaba una profecía de la historia de la humanidad. Newton, afirmaba Keynes, estaba convencido de que la Biblia y el universo entero eran un «criptograma pergeñado por el Todopoderoso», y estaba deseoso de «leer el acertijo de la mente divina, el acertijo de los acontecimientos pasados y futuros que la divinidad había preestablecido».


Newton murió sin encontrar el código. Por variados que fueran los modelos matemáticos que aplicaba, no logró encaminar sus largos años de búsqueda.

Rips si lo lograría. Isaac Newton no pudo descubrirlo porque, a diferencia de Eliyahu Rips, carecía de una herramienta esencial: el ordenador. El código de la Biblia tenía una especie de protección temporal. Un sello inviolable, salvo para los ordenadores. «Usé un ordenador y atravesé el umbral -explicó Rips-. Encontré tantas palabras codificadas que ya no podía tratarse de una mera casualidad estadística. Estaba seguro de haber dado con algo verdaderamente importante. »Lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida», me confesó Rips, cuyo fuerte acento, mitad ruso, mitad hebreo, es fiel testimonio de su apresurada salida de Rusia, hace ya veinte años, con destino a Israel. Si bien es creyente y en la esquina superior derecha de cada una de las páginas de sus cálculos y anotaciones garabatea dos caracteres hebreos de agradecimiento a Dios, Rips considera, con Newton, que las matemáticas son sagradas. Armado de tesón, Rips finalmente logró elaborar un sofisticado modelo matemático que, aplicado por ordenador, confirmaba la codificación del Antiguo Testamento. Sin embargo no lograba superar una última dificultad: encontrar el modo de demostrar los hechos de manera sencilla y elegante. Hasta que conoció a otro israelí, el físico Doron Witztum. Witztum no trabaja para ninguna universidad y, a diferencia de Rips, es prácticamente desconocido en el medio científico. Pero fue quien completó el modelo matemático, y por ello Rips lo considera «tan genial como Rutherford». Rips me dio una copia del experimento original, «Secuencias equidistantes de letras en el libro del Génesis». En el resumen de la página inicial podía leerse: «El análisis randomizado señala la existencia de información oculta en el texto del Génesis, imbricada en forma de secuencias equidistantes de letras. Su nivel de significancia es del 99,998%.» Allí mismo, en su sala de estar, leí el informe entero. Rips y sus colegas habían escogido 32 grandes sabios, eminencias de tiempos bíblicos y modernos, a fin de determinar si sus nombres, fechas de nacimiento y de muerte estaban codificadas en el primer libro de la Biblia. Luego buscaron estos mismos nombres y datos codificados en la traducción hebrea de Guerra y paz y en otros dos textos originales en hebreo. En la Biblia, nombres y fechas aparecían ligados. En Guerra y paz y los otros dos libros, no. Las posibilidades de dar por puro azar con la información codificada resultaron ser de una en diez millones. A modo de control, Rips cogió los 32 nombres y las 64 fechas y las entremezcló en diez millones de combinaciones distintas hasta que todos los pares obtenidos fueron incorrectos menos uno. Luego determinó, con la ayuda de un ordenador, cuál de los diez millones de ejemplos ofrecía mejores resultados. Para su sorpresa, en la Biblia sólo estaban apareados los datos correctos. «Ninguna de las 9999999 combinaciones al azar aparecían en el texto oculto -dijo Rips-. El resultado era de cero a 9999999, o de uno en diez millones.»

Un experimentado descodificador de la ultrasecreta Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, el centro clandestino de escucha situado en las inmediaciones de Washington, tuvo noticias del asombroso descubrimiento israelí y decidió investigar el caso. Harold Gans se había pasado la vida creando y rompiendo códigos para los servicios secretos norteamericanos. Era, por formación, experto en estadísticas. Hablaba hebreo. Y estaba seguro de que el código de la Biblia era «ridículo, cosa de diletantes». Gans confiaba en poder demostrar que el tal código no existía. De modo que creó su propio programa de ordenador y buscó la misma información que los israelíes pretendían haber encontrado. Para su sorpresa, los datos estaban allí. Las fechas de nacimiento y muerte de los sabios aparecían codificadas junto a sus nombres. Gans no daba crédito a sus ojos. Decidió buscar información totalmente nueva en el código para así poner en evidencia los fallos del experimento de Rips e incluso, quién sabe, demostrar que todo era un truco, un montaje. «Si el código -me dijo Gans-era en efecto real, supuse que las ciudades donde estos grandes hombres habían nacido y muerto también estarían codificadas.» Durante 440 horas, Gans no sólo buscó los nombres de los 32 sabios utilizados por Rips, sino que realizó el mismo control con una lista anterior, desechada por éste, de otros 34 sabios. En los 66 casos, los nombres y las ciudades de óbito y nacimiento coincidían. «Me entraron escalofríos al verificarlo», recuerda Gans. A la vista de los resultados no tuvo más remedio que creer en el código. El descodificador del Pentágono había corroborado, de manera independiente y con su propio programa,los resultados de los investigadores israelíes. Hombres que habían vivido cientos y miles de años después de que la Biblia fuera escrita aparecían codificados con todo detalle. Rips había encontrado las fechas. Gans, las ciudades. Sin duda, el código de la Biblia era real. «Concluimos, pues, que estos resultados permiten corroborar los resultados comunicados por Witztum, Witztum, Rips y Rosenberg», escribió Gans en el informe final de su investigación. «El trabajo que realicé con el código de la Biblia -diría Gans luego-no se diferenciaba mucho de mi práctica habitual en el Departamento de Defensa. Al principio, mi escepticismo era del ciento por ciento. El código me parecía una soberana tontería. Me propuse desmantelarlo y acabé demostrando que era un hecho.» Había en la Biblia información acerca del pasado y el futuro codificada de manera tal que no existía posibilidad matemática alguna de que fuera casual; además, la información no aparecía en ningún otro texto. Rips y Witztum enviaron su artículo a Statistical Science, una destacada publicación científica norteamericana. Robert Kass, profesor de Carnegie-Mellon y editor de la revista, se mostró escéptico. No obstante decidió someterlo al juicio de otros expertos, que por otra parte constituye el procedimiento habitual de verificación entre colegas de todas las publicaciones científicas serias. Para asombro de Kass, el artículo de Rips-Witztum pasó la revisión. El primer revisor confirmaba la solidez matemática del trabajo. Kass recurrió a un segundo experto. Éste también dio fe de la corrección de los procedimientos. Entonces Kass hizo algo inédito: llamó a un tercer experto.

«Nuestros revisores -me confió Kass-estaban desconcertados. La posibilidad de que el libro del Génesis contuviera información significativa acerca de personajes actuales iba contra todas sus convicciones. No obstante, las pruebas adicionales reconfirmaron el fenómeno.» Kass envió el siguiente mensaje por correo electrónico a los israelíes: «El artículo ha pasado la tercera revisión. Vamos a publicarlo.» A pesar del natural escepticismo de los matemáticos laicos, ninguno pudo encontrar error alguno en el procedimiento. Ninguno pudo esgrimir la más mínima objeción respecto del experimento. Tampoco pudo dar ninguno una explicación razonable de la sobrecogedora existencia en la Biblia de un código capaz de vaticinar hechos posteriores a su escritura. La Biblia tiene la forma de un gigantesco crucigrama. Está codificada de principio a fin con palabras que, al conectar entre sí, revelan una historia oculta. Cada palabra está formada por letras equidistantes entre sí, de manera que saltando x letras desde la primera surge, como en una especie de acróstico, el mensaje significativo. Pero el sistema no es tan simplecomo parece. Imbricada en todo el texto conocido de la Biblia yace oculta bajo el original hebreo del Antiguo Testamento una compleja red de palabras y frases, una nueva revelación.

Hay una Biblia debajo de la Biblia.

La Biblia no sólo es un libro: también es, por así decirlo, un programa de ordenador. Grabada en piedra y manuscrita en rollos de pergamino, impresa luego en formato de libro, la Biblia ha esperado durante siglos a que inventáramos los ordenadores. Ahora por fin podemos leerla como estaba pensado que lo hiciéramos.

Para dar con el código, Rips eliminó los espacios entre palabras y convirtió la totalidad del texto bíblico original en una hebra continua compuesta por 304805 letras. Al hacerlo, estaba devolviendo la Torá a la forma primigenia que los grandes sabios le atribuyen. Pues ésa es la forma legendaria en que Moisés habría recibido la Biblia de Dios: «contigua, sin solución de palabras». El ordenador explora esta hebra en busca de nombres, palabras y frases codificadas. Comienza por la primera letra de la Biblia y verifica todas las secuencias alternas posibles: palabras formadas por saltos de 1, 2, 3, y así hasta varios miles de espacios. Luego repite la búsqueda comenzando por la segunda letra. Luego por la tercera, la cuarta, hasta llegar a la última letra del texto. En cuanto encuentra una palabra clave, el ordenador puede dedicarse a buscar información relacionada con ésta. Una vez tras otra descubre, codificados con significativa proximidad, nombres, fechas y lugares afines: Rabin, Amir, Tel-Aviv, el año de su asesinato, todo en el mismo tramo de texto. El ordenador registra las conexiones entre palabras tras someterlas a una doble verificación: que su proximidad en el texto sea significativa y que la secuencia alterna que las forma sea la más corta de todas las posibles. Rips puso como ejemplo del funcionamiento del códigó el caso de la guerra del Golfo: «Pedimos al ordenador que buscara las palabras "Saddam Hussein". Luego rastreamos la existencia de palabras afines que pudieran aparecer de manera matemáticamente significativa. Junto a "Guerra del Golfo" encontramos las palabras "Scuds" y "misiles rusos"; además, la fecha de inicio del conflicto estaba codificada con la palabra "Hussein".» Las palabras formaban una matriz de crucigrama. Los hechos demuestran a las claras que el código de la Biblia permite identificar grupos de palabras entrecruzadas que contienen bloques homogéneos de información. Junto a «Bilí Clinton», la palabra «presidente». Junto a «alunizaje», «nave espacial» y «Apolo 11». Junto a «Hitler», «nazi». Junto a «Kennedy», «Dallas». Uno tras otro, todos los experimentos y pruebas demostraron que las matrices de palabras cruzadas sólo aparecían en la Biblia. Ni en Guerra y paz ni en ningún otro libro conocido ni en diez millones de textos generados al azar por ordenador se verificaba este asombroso fenómeno. Según Rips, la cantidad de información codificada en la Biblia es infinita. Cada vez que se logra descodificar un nuevo nombre, palabra o frase, surge a su alrededor un nuevo crucigrama. Las palabras afines se entrecruzan en sentido vertical, horizontal y diagonal.


A pesar del natural escepticismo de los matemáticos laicos, ninguno pudo encontrar error alguno en el procedimiento. Ninguno pudo esgrimir la más mínima objeción respecto del experimento. Tampoco pudo dar ninguno una explicación razonable de la sobrecogedora existencia en la Biblia de un código capaz de vaticinar hechos posteriores a su escritura.

La Biblia tiene la forma de un gigantesco crucigrama. Está codificada de principio a fin con palabras que, al conectar entre sí, revelan una historia oculta.

Cada palabra está formada por letras equidistantes entre sí, de manera que saltando x letras desde la primera surge, como en una especie de acróstico, el mensaje significativo. Pero el sistema no es tan simple como parece. Imbricada en todo el texto conocido de la Biblia yace oculta bajo el original hebreo del Antiguo Testamento una compleja red de palabras y frases, una nueva revelación.

Hay una Biblia debajo de la Biblia.

La Biblia no sólo es un libro: también es, por así decirlo, un programa de ordenador. Grabada en piedra y manuscrita en rollos de pergamino, impresa luego en formato de libro, la Biblia ha esperado durante siglos a que inventáramos los ordenadores. Ahora por fin podemos leerla como estaba pensado que lo hiciéramos.

Para dar con el código, Rips eliminó los espacios entre palabras y convirtió la totalidad del texto bíblico original en una hebra continua compuesta por 304805 letras. Al hacerlo, estaba devolviendo la Torá a la forma primigenia que los grandes sabios le atribuyen. Pues ésa es la forma legendaria en que Moisés habría recibido la Biblia de Dios: «contigua, sin solución de palabras».

El ordenador explora esta hebra en busca de nombres, palabras y frases codificadas. Comienza por la primera letra de la Biblia y verifica todas las secuencias alternas posibles: palabras formadas por saltos de 1, 2, 3, y así hasta varios miles de espacios. Luego repite la búsqueda comenzando por la segunda letra. Luego por la tercera, la cuarta, hasta llegar a la última letra del texto.

En cuanto encuentra una palabra clave, el ordenador puede dedicarse a buscar información relacionada con ésta. Una vez tras otra descubre, codificados con significativa proximidad, nombres, fechas y lugares afines: Rabin, Amir, Tel-Aviv, el año de su asesinato, todo en el mismo tramo de texto.

El ordenador registra las conexiones entre palabras tras someterlas a una doble verificación: que su proximidad en el texto sea significativa y que la secuencia alterna que las forma sea la más corta de todas las posibles.

Rips puso como ejemplo del funcionamiento del códigó el caso de la guerra del Golfo: «Pedimos al ordenador que buscara las palabras "Saddam Hussein". Luego rastreamos la existencia de palabras afines que pudieran aparecer de manera matemáticamente significativa. Junto a "Guerra del Golfo" encontramos las palabras "Scuds" y "misiles rusos"; además, la fecha de inicio del conflicto estaba codificada con la palabra "Hussein".»

Las palabras formaban una matriz de crucigrama. Los hechos demuestran a las claras que el código de la Biblia permite identificar grupos de palabras entrecruzadas que contienen bloques homogéneos de información.

Junto a «Bilí Clinton», la palabra «presidente». Junto a «alunizaje», «nave espacial» y «Apolo 11». Junto a «Hitler», «nazi». Junto a «Kennedy», «Dallas».

Uno tras otro, todos los experimentos y pruebas demostraron que las matrices de palabras cruzadas sólo aparecían en la Biblia. Ni en Guerra y paz ni en ningún otro libro conocido ni en diez millones de textos generados al azar por ordenador se verificaba este asombroso fenómeno.

Según Rips, la cantidad de información codificada en la Biblia es infinita. Cada vez que se logra descodificar un nuevo nombre, palabra o frase, surge a su alrededor un nuevo crucigrama. Las palabras afines se entrecruzan en sentido vertical, horizontal y diagonal.

Tomemos por caso el asesinato de Rabin.

En primer lugar pedimos al ordenador que rastreara la Biblia en busca del nombre «Itzhak Rabin». Sólo aparecía una vez, con una secuencia alterna de 4772 espacios.

El ordenador dividió toda la Biblia -la hebra completa de 304805 letras-en 64 hileras de 4772 letras cada una. El texto impreso del código consiste en una especie de instantánea de la parte central de esa matriz. En el centro de la instantánea aparece, en letras rodeadas por un círculo, el nombre «Itzhak Rabin».

Si «Itzhak Rabin» hubiera estado escrito mediante una secuencia de diez saltos, cada hilera habría constado de diez letras. Si la secuencia hubiera sido de cien, las hileras habrían tenido cien letras de longitud. Cada vez que las hileras se reagrupan queda formado un nuevo juego de palabras y frases imbricadas.

Cada palabra codificada determina la matriz de texto bíblico que se forma, el crucigrama que confecciona el ordenador. Hace tres mil años, la Biblia fue codificada de tal modo que el descubrimiento del nombre de Rabin revelara de manera automática información crucial relativa a su persona.

Entrecruzadas con «Itzhak Rabin» encontramos las palabras «asesino que asesinará». Así lo refleja en el cuadro inferior la secuencia de letras encerradas en cuadrados:

La probabilidad de que el nombre completo de Rabin apareciese junto con la predicción de su asesinato era al menos de una en tres mil. Para los matemáticos, todo lo que pasa de una en un centenar es altamente improbable. Las pruebas más rigurosas suelen ser de una entre mil.

El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel con el propósito de alertar a Rabin. No obstante, sólo un año después que fuera asesinado encontramos en el código el nombre de su asesino. Codificado junto a «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará», aparecía codificado «Amir».

El nombre de Amir había permanecido allí durante tres mil años, esperando a que nosotros tropezáramos con él. Pero el código de la Biblia no es una bola de cristal: es imposible encontrar algo si uno no sabe qué es lo que está buscando.

No estábamos, a todas luces, ante una variante del tipo Nostradamus, con frases como «Una estrella surgirá en Oriente y caerá el Gran Rey», plausibles de ser leídas de tal modo que siempre resulten proféticas.

Aquí se proporcionaban detalles tan precisos como los de la cobertura que la CNN había hecho del suceso: el nombre completo de Rabin, el de su asesino, el año de su asesinato, etc., todos ellos -salvo Amir- desvelados antes del fatal desenlace.

No obstante costaba creerlo. Le pregunté a Rips si no era factible encontrar información similar en cualquier texto, o en combinaciones al azar de letras sin verdadero sentido. Tal vez la presencia de la fecha en que empezaría la guerra del Golfo, incluso la del asesinato de Rabin, eran pura coincidencia. Rips, por toda respuesta, sacó una moneda del bolsillo y la lanzó al aire.

«Si esta moneda es justa, la mitad de las veces debería caer del lado de la cara y la otra mitad del lado de la cruz. Si yo lanzara la moneda veinte veces y siempre cayera de un mismo lado, la gente diría que está cargada. La probabilidad de que caiga veinte veces seguidas del mismo lado es menor a una en un millón.» La Biblia -concluyó Rips- es la moneda cargada. Lleva un código dentro.»

Citó a continuación su primer experimento, el de los sabios codificados en el Génesis: «La única alternativa es que se trate de un hecho absolutamente azaroso, que por puro azar hayamos tropezado con la mejor combinatoria de 32 nombres y 64 fechas. Pero eso sólo ocurriría una vez en diez millones.»

Sin embargo, si Rips está en lo cierto, si hay un código en la Biblia y si este código predice el futuro, la ciencia convencional carece por ahora de explicación fehaciente. No sorprende, pues, que algunos científicos convencionales se resistan a aceptarlo. Uno de ellos, el experto australiano en estadística Avraham Hasofer, atacó la hipótesis del código antes de que Rips publicara su experimento, cuando aún no había evidencias matemáticas que lo validaran. Según Hasofer: «En grandes conglomerados de datos resulta inevitable la presencia de cierto tipo de patrones. Es tan dificil encontrar un conjunto de dígitos o letras sin patrones como una nube sin forma o silueta. En cualquier caso, el uso de pruebas estadísticas en cuestiones que atañen a la fe plantea serios problemas.»

Rips afirma que su crítico se equivoca tanto científica como religiosamente. Señala que Hasofer no se molestó en realizar la más mínima comprobación estadística, no verificó la solidez matemática de los procedimientos ni se paró a observar el código.

«Por supuesto que cualquier texto -aclara Rips-contiene combinaciones azarosas de letras. Las palabras "Saddam Hussein" pueden aparecer en cualquier conjunto lo bastante grande de datos, pero nunca imbricadas con las palabras "Scuds", "misiles rusos" y la fecha de inicio del conflicto, todo ello antes de que ocurriera nada.

Tanto da si el texto es de cien mil o de cien millones de letras: no encontraremos información congruente en ninguna parte... a excepción de la Biblia.

«Actualmente, un gran sector de la humanidad considera la Biblia como algo folklórico, de contenido mítico, mientras que sólo la ciencia ofrece una lectura aceptable de la realidad. Otros aseguran que la Biblia, en tanto palabra divina, ha de ser cierta, y por consiguiente la que se equivoca es la ciencia. A mi entender, cuando completemos nuestra comprensión de ambas, ciencia y religión se fundirán en una y por fin tendremos una teoría unificada completa.»

En los casi tres años que lleva publicado, nadie ha enviado una refutación en regla a la revista matemática donde el artículo de Rips-Witztum apareció.

Los experimentados científicos que revisaron la consistencia del código no han objetado su existencia. Pese a su escepticismo inicial, tanto el veterano descodificador del Pentágono como los tres revisores de la revista matemática y los profesores de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea acabaron creyendo en el código de la Biblia.

Dijo Einstein en cierta ocasión: «Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.» El tiempo, advertía Einstein, no es en modo alguno lo que parece. No fluye en una única dirección. El futuro y el pasado coexisten.

Newton, el otro gran fisico que definió nuestro universo, no sólo afirmó que el futuro ya existe sino que creía en la posibilidad de predecirlo; de hecho, dedicó parte de su vida a buscar en la Biblia un código oculto capaz de anticipar el futuro.

Algunos científicos actuales, entre ellos el que quizá goza hoy de mayor renombre, Stephen Hawking, creen que llegará un momento en que podremos viajar en el tiempo. «No es improbable -aventura Hawking-que en un futuro tengamos la capacidad de viajar en el tiempo.»

Tal vez, el poeta T. S. Eliot no estaba tan desacertado cuando escribió: «El tiempo presente y el pasado /

Quizá están presentes en el tiempo futuro / Y el futuro encerrado en el tiempo pasado.»

Pero yo no estaba preparado para aceptar esta codificación del futuro en la Biblia sin la clase de pruebas en las que nos apoyamos los periodistas: hechos reales y contrastados.

Pasé toda una semana junto a Eli Rips, trabajando codo con codo en su ordenador. Le pedí que buscara cosas relacionadas con acontecimientos mundiales corrientes, con un cometa que acababa de ser avistado, con datos científicos modemos; una vez tras otra, el Antiguo Testamento aportaba la información requerida. Y cada vez que recurríamos al texto de control, la traducción hebrea de Guerra y paz, la información no aparecía. Estaba en la Biblia; en otros textos no.

Durante aquella semana, así como en mis seis subsiguientes estancias en Israel y a lo largo de cinco años de investigación personal, fuimos encontrando diez, luego cien y finalmente mil acontecimientos actuales codificados en la Biblia. En ocasiones, si el titular del New York Times o el Jerusalem Post era lo bastante relevante, no resultaba descabellado dirigirse al código, pues allí, en un documento escrito tres mil años antes del suceso, éste aparecía anunciado con pelos y señales.

La información demostró, una y otra vez, ser tan precisa como la de los artículos de los periódicos: nombres, lugares, fechas, todo tipo de datos codificados a lo largo y ancho del Pentateuco, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. Y a veces incluso aparecía antes de que ocurriesen los hechos.



Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1992 en Estados Unidos, el código vaticinó la victoria de Bill Clinton. Conectado a «Clinton» se leía su futuro cargo, «presidente».

La más reciente de las sacudidas políticas de la historia norteamericana, la caída de Richard Nixon a raíz del escándalo del Watergate, también está codificada en la Biblia. «Watergate» aparece junto a «Nixon» y el año de su dimisión forzosa, 1974. Cerca de «Watergate», el código oculto plantea una pregunta: «¿quién es él?», y responde: «presidente, pero fue destituido».

La Depresión está codificada en relación al crash del mercado de valores. «Colapso económico» y «depresión» aparecen juntos en la Biblia, y también la palabra «valores». El año en que empezó todo, 1929 («5690»), completa la información.

Pero también están codificados los triunfos del hombre, como por ejemplo el alunizaje. «Hombre en la Luna» aparece junto a «nave espacial» y «Apolo 11». El código menciona incluso la fecha exacta en que Neil Armstrong pisó la superficie lunar por pnmera vez: 20 de julio de 1969.

También las célebres palabras de Armstrong, «Es un paso pequeño para un hombre pero un paso de gigante para la humanidad», tienen su eco en el código secreto. Allí donde consta la fecha del magno acontecimiento, una frase entrecruza la palabra «Luna»: «hecho por la humanidad, hecho por un hombre».

Todo esto y la referencia concreta a la «Apolo 11» se encuentran en el pasaje del Génesis donde Dios le dice a Abraham: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.»

Durante los años posteriores a mi primer viaje a Israel continué rastreando el código de la Biblia por mi cuenta, no como matemático sino como investigador periodístico, contrastando las menciones con los hechos. Mi criterio era que toda información acerca del pasado reciente y el futuro próximo podía aportar pruebas y añadir datos a lo que la ciencia matemática había establecido sin aparentes fisuras. Transcurridos dos años de mis investigaciones, encontré en el código una predicción astronómica... y no tardé en ver cómo se cumplía en el mundo real.

En julio de 1994, el mundo entero fue testigo de la mayor explosión jamás presenciada en nuestro sistema solar. Un cometa bombardeaba a Júpiter con una fuerza superior al billón de megatones, creando bolas incandescentes más grandes que la Tierra. Yo mismo había encontrado en la Biblia, dos meses antes de la colisión, la información codificada acerca de Júpiter y el cometa mediante un programa de ordenador hecho para mi en Israel en base al modelo matemático de Rips.

Las menciones al choque eran dos, una en el libro del Génesis y otra en el de Isaías. En ambas, el cometa, bautizado como «Shoemaker-Levy», aparecía codificado con su nombre completo -o sea, los apellidos de quienes lo descubrieron en 1993-y su impacto con Júpiter estaba representado de un modo gráficamente explícito. En el código de la Biblia, el nombre del planeta y el del cometa se entrecruzan dos veces. En Isaías di, antes de que ocurriera, con la fecha exacta del impacto: 16 de julio.

Algo que los astrónomos modernos habían logrado predecir con apenas unos meses de anticipación ya se encontraba descrito en el código bíblico, con absoluta precisión, desde hacía tres mil años.

Este sobrecogedor descubrimiento tuvo en mí un efecto tal que volví a creer en el código con más convicción que antes. Durante dos años no había cesado de preguntarme ¿es posible que exista algo así?, ¿pudo una inteligencia no humana codificar el texto de la Biblia? Y cada mañana, a pesar de las abrumadoras pruebas que lo confirmaban, me despertaba sumido en un mar de dudas.

¿Y si se trataba de un fraude? ¿Y si, en lugar de una nueva revelación, estábamos ante un caso similar a los diarios de Hitler, con un Clifford Irving cósmico como autor?

Rabinos y académicos jamás se han puesto de acuerdo sobre el origen de la Biblia. Las autoridades religiosas sostienen que los primeros cinco libros, del Génesis al Deuteronomio, fueron escritos por Moisés hace más de tres mil años. Los académicos les atribuyen en cambio muchos autores, que habrían redactado el texto a lo largo de varios siglos. Pero se trata de una discusión irrelevante.

El Antiguo Testamento existe como tal al menos desde hace mil años. Desde entonces, cosa que ningún erudito pondría en duda, no ha cambiado ni una sola coma. Existe una versión completa que data del año 1008 (el códice de Leningrado) y todas las Biblias en hebreo que se publican la reproducen letra por letra. Así pues, el texto utilizado por el programa de ordenador -aquel en el que yo encontré la fecha exacta (16 de julio de 1994) de la colisión del cometa con Júpiter-ha permanecido intacto durante, como mínimo, mil años. Lo cual invalida la posibilidad de un fraude, ya que el falsificador habría tenido igualmente que conocer el futuro.

Ningún falsificador había codificado la colisión de Júpiter; ni en tiempos bíblicos ni en la Edad Media ni en la primavera de 1994, es decir, dos meses antes de que ocurriera. Una vez más, la certeza me acompañaba. Fui a ver a Rips a la Universidad de Columbia. Estaba allí como profesor visitante y ocupaba el mismo despacho del edificio de matemáticas que en otra época perteneciera a Lipman Bers, el presidente de la American Mathematical Society que veintiséis años atrás organizó la campaña mundial para liberar a Rips de las prisiones soviéticas.

En 1968, Rips era uno de tantos jóvenes recién graduados de la URSS. La indignación ante la invasión de Checoslovaquia lo llevó a manifestarse en contra; el régimen lo detuvo y lo encerró. Dos años después, gracias a la solidaria intercesión de sus colegas occidentales, Rips era liberado y autorizado a emigrar a Israel.

Actualmente ejerce de profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, pero también ha impartido clases en las universidades de Chicago y Berkeley, y goza de prestigio mundial entre los matemáticos.

En su despacho de Columbia, Rips estudió la hoja impresa con mi descubrimiento de la colisión en Júpiter.

«Esto es apasionante», exclamó. Como yo, a veces Rips no podía evitar que la precisión del código lo siguiera sobresaltando.

Los astrónomos sabían que el planeta chocaría con Júpiter pues podían seguir su trayectoria, y sabían cuándo ocurriría el impacto pues podían medir su velocidad. Pero, quienquiera que fuese el codificador de la Biblia, lo cierto es que disponía de esa misma información cuando obtenerla era aún imposible, miles de años antes de que Shoemaker y Levy hubieran descubierto siquiera el cometa. ¿Cómo podía la Biblia contener la fecha exacta de la colisión?

He ahí, desde luego, la gran pregunta: ¿se puede conocer el futuro? Rips y yo fuimos a ver a David Kazhdan, uno de los principales matemáticos de Harvard. Kazhdan confesó que creía en la realidad del código de la Biblia pero que se veía incapaz de explicar cómo funcionaba.

-Todo parece indicar ±dijo-que hace tres mil años la Biblia fue codificada con información sobre acontecimientos futuros. He estudiado los resultados. Son científicamente inobjetables. Creo que el código existe.

-Pero ¿cómo funciona? -le pregunté.

-Lo ignoro -respondió Kazhdan-. Pero no olvidemos que el hombre aceptó la existencia de la electricidad cien años antes de poder explicar cómo funcionaba.

Les pregunté a ambos cómo era posible que alguien, hombre o Dios, pudiera ver lo que aún no había ocurrido.

Hasta entonces, yo creía que el futuro no existía mientras no hubiera ocurrido.

-El mundo -fue la respuesta teológica de Rips- fue creado. Su Creador no está limitado por el tiempo o el espacio. Para nosotros, el futuro no existe. Pero el Creador vio de un solo golpe todo el universo, del principio al fin.

-La ciencia -fue la respuesta newtoniana de Kazhdan-acepta que si conocemos la posición de cada molécula y cada átomo, podemos prever su desarrollo. En un mundo mecánico, basta conocer la situación y velocidad de un objeto (ya sea una bala o un cohete rumbo a Marte) para saber con precisión adónde y cuándo llegará.

Como ve, no es tan complicado anticipar el futuro.

Sin embargo ±continuó-, si usted me pregunta si me sorprende que el futuro esté codificado en la Biblia, desde luego he de decirle que sí.

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