Lo que más
deseamos en esta vida es amar y ser amados. Sabemos que eso es lo que nos llena
y da sentido a nuestras vidas.
Sabemos que
estamos llamados a vivir eso, que estamos hechos para el amor. Jesús nos lo ha
repetido insistentemente. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto?, ¿por qué nos
resulta tan difícil centrar nuestras vidas en lo que nos da vida, en lo que de
verdad nos llena?
Por un lado porque nos creemos que sabemos,
porque pensamos que eso de amar es natural, es algo que nos brota
espontáneamente… hasta que nos damos de bruces con nuestra frágil realidad de
desengaños, de infidelidades, de torpezas, de fracasos… Incluso en esas
situaciones pocos de entre nosotros se atreven a confesarse que no saben amar.
Preferimos
decirnos que ha sido una mala experiencia. Pero por otra parte porque queremos
manipular el amor buscando nuestra propia seguridad y nuestros propios
intereses. También con Dios.
Demasiadas
veces confundimos el amor con nuestro deseo. Y nuestro deseo no es nada
desinteresado sino que está muy mezclado de intereses nada claros como son la
necesidad de seguridad, de significación, de satisfacción, de dedicación…
Prueba de ello es que nos cuesta amar a quienes no responden a nuestros deseos,
a quienes rompen nuestras expectativas, frustran nuestros deseos o no responden
a nuestros requerimientos. Nos pasa entre nosotros, y nos pasa con Dios.
Con
palabras bien precisas lo decía una mujer de hace ocho siglos, Hadewijch de
Amberes: “Hoy día todo el mundo se ama a sí mismo y quiere vivir con Dios en el
consuelo, el reposo, la riqueza y el poder, y compartir el gozo de su gloria.
Todos
deseamos ser Dios con Dios, pero, Dios lo sabe, pocos de entre nosotros quieren
ser humanos con su humanidad, llevar su cruz, ser crucificados con él. Cada uno
puede rendirse cuentas a sí mismo: generalmente sabemos sufrir muy poco.
Una pequeña
contrariedad que nos estorbe, una maledicencia, una calumnia, todo lo que nos
despoja de un poco de honor, de reposo, de libertad, ¡qué rápida y profundamente
nos hiere!” A Dios no le estorba en absoluto nuestra torpeza.
Es
imposible obligar que te amen, pero nadie te puede obligar a que no ames, no
olvidemos nunca que a amar se aprende amando.
¡Dios es
Amor!!!
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