El inquietante mensaje que sólo hoy ha podido
ser descifrado gracias a la informática
MICHAEL DROSNIN
www.formarse.com.ar
El código secreto de la Biblia
Título original: Bible Code
© One Honest Man, Inc., 2000.
por la traducción, Traducción Andy Ehrenhaus
© Editorial Planeta, S. A.,
Digitalizador: desconocido
Editado: Nascav (España)
L-01 ± 20/01/04
Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.
Libro de Daniel 12, 4
Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.
ALBERT EINSTEIN, 1955
INDICE
. INTRODUCCION
. CAPITULO UNO: EL CODIGO
. CAPITULO DOS: EL HOLOCAUSTO ATÓMICO
. CAPITULO TRES: TODO SU PUEBLO EN GUERRA
. CAPITULO CUATRO: EL LIBRO SELLADO
. CAPITULO CINCO: EL PASADO RECIENTE
. CAPITULO SEIS: ARMAGEDON
. CAPITULO SIETE: APOCALIPSIS
. CAPITULO OCHO: LOS DIAS FINALES
. COROLARIO
. NOTAS A LOS CAPITULOS
. NOTAS A LAS ILUSTRACIONES
. APENDICE
. AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
El reportaje es el primer borrador de la historia. Este libro ofrece un informe completo de un código oculto en la
Biblia que revela hechos ocurridos miles de años después de que la propia Biblia fuera escrita.
Quizá se trate, por tanto, del primer borrador del futuro.
Nuestro conocimiento del código bíblico es incipiente. Es como acceder a un gigantesco puzzle de infinitas piezas con sólo unos pocos cientos o miles de ellas en la mano. Tampoco tenemos un modelo: hemos de imaginarlo.
Lo único que puedo afirmar con absoluta certeza es que hay un código en la Biblia y que en un puñado de dramáticos casos ha servido para anunciar hechos que ocurrieron tal y como se había predicho.
No hay manera de saber si el código será igualmente certero en cuanto al futuro más lejano.
Me he propuesto aplicar aquí los mismos criterios de investigación periodística que he aplicado en otros casos. He empleado cinco años en verificar la información.
No he dado nada por hecho sin contrastarlo antes.
He confirmado cada hallazgo del código bíblico en mi ordenador personal mediante dos programas
distintos: el empleado por el matemático israelí que descubrió el código y un segundo programa diseñado de
manera independiente del primero.
Asimismo, he entrevistado a los científicos que investigaron el código tanto en Estados Unidos como en
Israel.
www.formarse.com.ar
El código secreto de la Biblia
Título original: Bible Code
© One Honest Man, Inc., 2000.
por la traducción, Traducción Andy Ehrenhaus
© Editorial Planeta, S. A.,
Digitalizador: desconocido
Editado: Nascav (España)
L-01 ± 20/01/04
Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.
Libro de Daniel 12, 4
Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.
ALBERT EINSTEIN, 1955
CAPITULO UNO
EL CÓDIGO
El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel para encontrarme en Jerusalén con el poeta Chaim Gun, amigo íntimo del primer ministro Itzhak Rabin.
«Un matemático israelí ha descubierto en la Biblia un código oculto que parece revelar hechos ocurridos miles de años después de que fuera escrita», rezaba mi carta a Rabin.
«Si me he permitido escribirle es porque la única vez que su nombre completo -Itzhak Rabin-aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo cruzan.
»Esto no debería tomarse a la ligera, toda vez que los asesinatos de Anwar al-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia; en el caso de Sadat, con el nombre completo del homicida,la fecha y el lugar del atentado, y el modo de perpetrarlo.
»Creo que corre usted un grave peligro, pero también que el peligro puede ser evitado.»
El 4 de noviembre de 1995 llegó la terrible confirmación. Un hombre que se creía encomendado por Dios acababa de disparar a Rabin por la espalda. Durante tres mil años, el atentado había permanecido oculto en el código secreto de la Biblia.
La muerte de Rabin vino a confirmar, de manera dramática, que el código bíblico, el texto oculto en el Antiguo Testamento que vaticina el futuro, es una realidad innegable. El código fue descubierto por el doctor Eliyahu Rips, uno de los expertos mundiales en teoría de grupos, el modelo matemático en el que se basa la física cuántica. Lo han corroborado renombrados matemáticos de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea. Lo ha
verificado un experto en descodificación del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Ha superado tres niveles de revisión por parte de una destacada publicación científica.
El asesinato de Rabin no es el único acontecimiento moderno de que da cuenta el código. Además de los atentados contra Sadat o los hermanos Kennedy, en la Biblia están codificados centenares de hechos cruciales para el mundo, desde la segunda guerra mundial hasta el escándalo del Watergate, el Holocausto, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna o el reciente impacto de un cometa en Júpiter.
Tampoco ha sido el asesinato de Rabin el único acontecimiento anunciado con antelación. El día exacto en que el cometa chocaría con Júpiter fue descodificado antes de que ocurriera, y otro tanto sucedió con las fechas de la guerra del Golfo.
Nada de esto parece ajustarse a las reglas de nuestro pragmático mundo y, puesto que no soy creyente, yo sería de los primeros en tacharlo de fiebre milenarista. Pero he estado metido en ello durante cinco años. He pasado muchas semanas junto al doctor Rips, su descubridor. He aprendido hebreo y comprobado el código día tras día en mi ordenador personal. He hablado con el funcionario de Defensa estadounidense que confirmó personalmente la existencia del código en la Biblia. Y me he desplazado a Harvard, Yale y la Universidad Hebrea para entrevistar a tres de los más eminentes matemáticos del mundo. Todos ellos han coincidido en
afirmar que en la Biblia hay un código y que éste predice el futuro.
Yo, en cambio, siempre me mantuve reticente. Hasta que Rabin fue asesinado.
Aunque yo mismo había encontrado en el código la clara advertencia de que Rabin sería asesinado durante el año judío que empezaba a finales de 1995, jamás creí que pudiera ocurrir. Al morir Rabin cuando y como rezaba la predicción, lo primero que pensé fue: «Dios mío, esto va en serio.»No podía ser una coincidencia. Las palabras «asesino que asesinará» cruzan el nombre de «Itzhak Rabin» la única vez que éste aparece completo en el Antiguo Testamento. Según el código de la Biblia, Rabin moriría en el año judío que empezaba en septiembre de 1995. El 4 de noviembre de 1995, el mundo conoció la
trágica noticia de su muerte. Chaim Guri, el amigo de Rabin, me confesó que pensó lo mismo que yo cuando se enteró del atentado.
«Fue como si me atravesaran el corazón con un puñal dijo Guri-. Llamé al jefe del Estado Mayor, el general Barak, y le dije: "El periodista norteamericano lo sabía desde hace un año; se lo advertí al primer ministro. Estaba en la Biblia."»
La primera vez que tropecé con la predicción del asesinato de Rabin recordé la pregunta que me había hecho el editor: «Si hubiera sabido usted acerca del asesinato de Sadat antes de que ocurriera, ¿podría haberle avisado del peligro y evitado que sucediera?»
Con Rabin lo intenté y fallé. Nadie logró dar previamente con el nombre del pistolero o la fecha exacta del atentado. Pocos días después de mi primer contacto con el primer Ministro israelí, el doctor Rips y yo fuimos a ver al principal científico del Ministerio de Defensa, el general Isaac Ben-Israel. Buscábamos nuevos detalles. Pero sólo parecía figurar el año.
Después del atentado, el nombre del asesino -«Amir»-saltó de inmediato a la vista. Siempre había estado allí, encima del de su víctima, perfectamente descifrable.
«Amir» aparecía codificado en el mismo sitio que «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará». Más aún; las palabras «nombre del asesino» aparecían en el texto de la Biblia en el mismo versículo que encerraba el nombre de «Amir». En ese preciso versículo, el texto oculto afirmaba «Golpeó, mató al primer ministro».
Incluso llegaba a identificarlo con un israelí que dispararía casi a quemarropa: «Su asesino, uno de su gente, aquel que se acercó.» El código revelaba adernás cuándo y dónde ocurriría. «En 5756», el año judío que empezó en septiembre de 1995, se cruzaba con «Tel-Aviv» y «asesinato de Rabin». «Amir» volvía a aparecer muy cerca.
No obstante, antes del atentado sólo sabíamos que el código vaticinaba que sería «en 5756». Y Rabin ignoró las advertencias.
«No te creerá -me había prevenido su amigo Guri cuando le entregué la carta-. Rehúye todo misticismo. Y además es fatalista.»
De modo que no sé si podía haberse evitado el asesinato. Sólo sé lo que le expresé al primer ministro en mi carta: «Nadie puede decirle si un acontecimiento codificado está predeterminado o es sólo una posibilidad.
Yo creo que es una posibilidad, es decir, que en la Biblia están codificadas todas las probabilidades y que nuestros actos determinan el resultado final.»
No habíamos sido capaces de salvarle la vida a Rabin. Pero de manera súbita, casi brutal, yo tenía la absoluta certeza de que el código de la Biblia era una realidad.
Cuando, hace cinco años, volé a Israel por primera vez, el código de la Biblia, e incluso la propia Biblia, estaba muy lejos de mis intereses. El objeto de mi viaje era conversar con el jele de la inteligencia israelí sobre la guerra del futuro.
Sin embargo, estando allí tuve noticias de otro misterio, un misterio que me hizo retroceder varios milenios de golpe: exactamente 3200 años, hasta la época en que, según la Biblia, Dios se dirigió a Moisés en el monte Sinaí.
Un joven funcionario al que había conocido poco antes se dirigió a mí cuando me disponía a abandonar la sede del servicio secreto.
-Hay un matemático en Jerusalén a quien me gustaría que conociese -me dijo-. Al parecer encontró la fecha exacta del inicio de la guerra del Golfo en la Biblia.
-No soy creyente -dije, entrando en mi coche.
-Tampoco yo lo soy -dijo el funcionario-. Pero el caso es que él encontró un código en la Biblia con la fecha exacta del conflicto tres semanas antes de que estallara.
Parecía muy difícil de creer. Pero el funcionario era tan poco religioso como yo, y el hombre que había descubierto el código tenía fama de ser un auténtico genio de las matemáticas. Fui a verle.
Eli Rips es un hombre modesto. Tal es así que tiende a quitarse méritos por su propio trabajo y
adjudicárselos a otros, y nadie diría que es un matemático de renombre mundial. Cuando nos conocimos en junio de 1992, en su casa de las afueras de Jerusalén, supuse que hacia el final de la velada yo acabaría comprobando que no tenía ningún descubrimiento que mostrarme.
Rips extrajo un volumen de su biblioteca y me leyó una cita de un sabio del siglo XVIII llamado el Genio de Vilna:
«Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto le ocurra a éste desde que nace hasta que deja de existir.»
Cogí una Biblia de su escritorio y le pedí que me enseñara dónde aparecía en ella la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips encendió su ordenador.
-El código de la Biblia es un programa de ordenador -explicó.
En la pantalla aparecieron cientos de letras hebreas resaltadas en cinco colores distintos. Parecía un enorme crucigrama.
Rips me mostró una hoja impresa. «Hussein», «Scuds» y «misil ruso» aparecían codificados juntos en el Génesis. La secuencia completa del código rezaba: «Hussein escogió un día.»
-Aquí, en Génesis 14, donde se narra la historia de las guerras de Abraham con los reinos vecinos, encontramos la fecha: «fuego el 3 Shevat». Esa fecha del calendario judío equivale al 18 de enero de 1991-dijo Rips levantando la vista de la pantalla-. Es el día en que Iraq lanzó el primer misil Scud contra Israel. -¿Cuántas fechas ha encontrado usted? -pregunte.
-Sólo ésta, tres semanas antes de que estallara la guerra -repuso Rips.
-Pero ¿quién podía saber hace tres mil años que habría una guerra del Golfo, por no mencionar el misil lanzado el 18 de enero?
-Dios.
El código de la Biblia fue descubierto en el texto hebreo original del Antiguo Testamento, es decir, en la primera versión escrita del libro sagrado. Este libro ha sido traducido a casi todos los idiomas y es hoy la base de la religión occidental. El código de la Biblia es ecuménico: su información va dirigida a todos. Sin embargo, sólo existe en hebreo, ya que éste es el idioma original de la Biblia.
Rips me contó que el primero en intuir la presencia de un código en el texto fue un rabino de Praga, hace ya más de medio siglo. El rabino, que se llamaba H. M. D. Weissmandel, descubrió que si se saltaba cincuenta letras y luego otras cincuenta y otras cincuenta más podía leer la palabra «Torá» desde el principio del libro del Génesis. Y que lo mismo ocurría con el libro del Éxodo. Y en el de los Números. Y en el Deuteronomio.
«Yo me enteré por pura casualidad hablando con un rabino de Jerusalén -me dijo Rips-. Intenté encontrar el original y finalmente di con la única copia que existe, aparentemente, en la Biblioteca Nacional de Israel. No se extendía mucho sobre el código, apenas unas pocas páginas, pero parecía interesante.»
Aquello fue doce años atrás.
«Empecé contando letras, como Weissmandel -continuó Rips-. Verá, Isaac Newton también anduvo detrás del código de la Biblia y lo consideraba más importante que su teoría del universo.»
Isaac Newton, el primer científico moderno, el hombre que formuló los principios mecánicos de nuestro sistema solar y descubrió la fuerza de gravedad, estaba seguro de que la Biblia ocultaba un código capaz de revelar el futuro. Aprendió hebreo y dedicó la mitad de su vida a buscarlo.
-No soy creyente -dije, entrando en mi coche.
-Tampoco yo lo soy -dijo el funcionario-. Pero el caso es que él encontró un código en la Biblia con la fecha exacta del conflicto tres semanas antes de que estallara.
Parecía muy difícil de creer. Pero el funcionario era tan poco religioso como yo, y el hombre que había descubierto el código tenía fama de ser un auténtico genio de las matemáticas. Fui a verle.
Eli Rips es un hombre modesto. Tal es así que tiende a quitarse méritos por su propio trabajo y
adjudicárselos a otros, y nadie diría que es un matemático de renombre mundial. Cuando nos conocimos en junio de 1992, en su casa de las afueras de Jerusalén, supuse que hacia el final de la velada yo acabaría comprobando que no tenía ningún descubrimiento que mostrarme.
Rips extrajo un volumen de su biblioteca y me leyó una cita de un sabio del siglo XVIII llamado el Genio de Vilna:
«Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto le ocurra a éste desde que nace hasta que deja de existir.»
Cogí una Biblia de su escritorio y le pedí que me enseñara dónde aparecía en ella la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips encendió su ordenador.
-El código de la Biblia es un programa de ordenador -explicó.
En la pantalla aparecieron cientos de letras hebreas resaltadas en cinco colores distintos. Parecía un enorme crucigrama.
Rips me mostró una hoja impresa. «Hussein», «Scuds» y «misil ruso» aparecían codificados juntos en el Génesis. La secuencia completa del código rezaba: «Hussein escogió un día.»
-Aquí, en Génesis 14, donde se narra la historia de las guerras de Abraham con los reinos vecinos, encontramos la fecha: «fuego el 3 Shevat». Esa fecha del calendario judío equivale al 18 de enero de 1991-dijo Rips levantando la vista de la pantalla-. Es el día en que Iraq lanzó el primer misil Scud contra Israel. -¿Cuántas fechas ha encontrado usted? -pregunte.
-Sólo ésta, tres semanas antes de que estallara la guerra -repuso Rips.
-Pero ¿quién podía saber hace tres mil años que habría una guerra del Golfo, por no mencionar el misil lanzado el 18 de enero?
-Dios.
El código de la Biblia fue descubierto en el texto hebreo original del Antiguo Testamento, es decir, en la primera versión escrita del libro sagrado. Este libro ha sido traducido a casi todos los idiomas y es hoy la base de la religión occidental. El código de la Biblia es ecuménico: su información va dirigida a todos. Sin embargo, sólo existe en hebreo, ya que éste es el idioma original de la Biblia.
Rips me contó que el primero en intuir la presencia de un código en el texto fue un rabino de Praga, hace ya más de medio siglo. El rabino, que se llamaba H. M. D. Weissmandel, descubrió que si se saltaba cincuenta letras y luego otras cincuenta y otras cincuenta más podía leer la palabra «Torá» desde el principio del libro del Génesis. Y que lo mismo ocurría con el libro del Éxodo. Y en el de los Números. Y en el Deuteronomio.
«Yo me enteré por pura casualidad hablando con un rabino de Jerusalén -me dijo Rips-. Intenté encontrar el original y finalmente di con la única copia que existe, aparentemente, en la Biblioteca Nacional de Israel. No se extendía mucho sobre el código, apenas unas pocas páginas, pero parecía interesante.»
Aquello fue doce años atrás.
«Empecé contando letras, como Weissmandel -continuó Rips-. Verá, Isaac Newton también anduvo detrás del código de la Biblia y lo consideraba más importante que su teoría del universo.»
Isaac Newton, el primer científico moderno, el hombre que formuló los principios mecánicos de nuestro sistema solar y descubrió la fuerza de gravedad, estaba seguro de que la Biblia ocultaba un código capaz de revelar el futuro. Aprendió hebreo y dedicó la mitad de su vida a buscarlo.
-No soy creyente -dije, entrando en mi coche.
-Tampoco yo lo soy -dijo el funcionario-. Pero el caso es que él encontró un código en la Biblia con la fecha exacta del conflicto tres semanas antes de que estallara.
Parecía muy difícil de creer. Pero el funcionario era tan poco religioso como yo, y el hombre que había descubierto el código tenía fama de ser un auténtico genio de las matemáticas. Fui a verle.
Eli Rips es un hombre modesto. Tal es así que tiende a quitarse méritos por su propio trabajo y
adjudicárselos a otros, y nadie diría que es un matemático de renombre mundial. Cuando nos conocimos en junio de 1992, en su casa de las afueras de Jerusalén, supuse que hacia el final de la velada yo acabaría comprobando que no tenía ningún descubrimiento que mostrarme.
Rips extrajo un volumen de su biblioteca y me leyó una cita de un sabio del siglo XVIII llamado el Genio de Vilna:
«Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto le ocurra a éste desde que nace hasta que deja de existir.»
Cogí una Biblia de su escritorio y le pedí que me enseñara dónde aparecía en ella la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips encendió su ordenador.
-El código de la Biblia es un programa de ordenador -explicó.
En la pantalla aparecieron cientos de letras hebreas resaltadas en cinco colores distintos. Parecía un enorme crucigrama.
Rips me mostró una hoja impresa. «Hussein», «Scuds» y «misil ruso» aparecían codificados juntos en el Génesis. La secuencia completa del código rezaba: «Hussein escogió un día.»
-Aquí, en Génesis 14, donde se narra la historia de las guerras de Abraham con los reinos vecinos, encontramos la fecha: «fuego el 3 Shevat». Esa fecha del calendario judío equivale al 18 de enero de 1991-dijo Rips levantando la vista de la pantalla-. Es el día en que Iraq lanzó el primer misil Scud contra Israel.
-¿Cuántas fechas ha encontrado usted? -pregunte.
-Sólo ésta, tres semanas antes de que estallara la guerra -repuso Rips.
-Pero ¿quién podía saber hace tres mil años que habría una guerra del Golfo, por no mencionar el misil lanzado el 18 de enero?
-Dios.
El código de la Biblia fue descubierto en el texto hebreo original del Antiguo Testamento, es decir, en la primera versión escrita del libro sagrado. Este libro ha sido traducido a casi todos los idiomas y es hoy la base de la religión occidental. El código de la Biblia es ecuménico: su información va dirigida a todos. Sin embargo,sólo existe en hebreo, ya que éste es el idioma original de la Biblia.
Rips me contó que el primero en intuir la presencia de un código en el texto fue un rabino de Praga, hace ya más de medio siglo. El rabino, que se llamaba H. M. D. Weissmandel, descubrió que si se saltaba cincuenta letras y luego otras cincuenta y otras cincuenta más podía leer la palabra «Torá» desde el principio del libro del Génesis. Y que lo mismo ocurría con el libro del Éxodo. Y en el de los Números. Y en el Deuteronomio.
«Yo me enteré por pura casualidad hablando con un rabino de Jerusalén -me dijo Rips-. Intenté encontrar el original y finalmente di con la única copia que existe, aparentemente, en la Biblioteca Nacional de Israel. No se extendía mucho sobre el código, apenas unas pocas páginas, pero parecía interesante.»
Aquello fue doce años atrás.
«Empecé contando letras, como Weissmandel -continuó Rips-. Verá, Isaac Newton también anduvo detrás del código de la Biblia y lo consideraba más importante que su teoría del universo.»
Isaac Newton, el primer científico moderno, el hombre que formuló los principios mecánicos de nuestro sistema solar y descubrió la fuerza de gravedad, estaba seguro de que la Biblia ocultaba un código capaz de revelar el futuro. Aprendió hebreo y dedicó la mitad de su vida a buscarlo.
De acuerdo con su biógrafo John Maynard Keynes, se diría que Newton estaba obsesionado con el código. Cuando Keynes asumió el cargo de rector de Cambridge, descubrió las notas que Newton había dejado allí al abandonar la rectoría. Keynes no cabía en sí de asombro. La mayor parte del millón de palabras manuscritas por el propio Newton no versaban sobre matemáticas o astronomía, sino sobre teología esotérica.
Dejaban bien a las claras la certeza del gran físico de que la Biblia ocultaba una profecía de la historia de la humanidad.
Newton, afirmaba Keynes, estaba convencido de que la Biblia y el universo entero eran un «criptograma preparado por el Todopoderoso», y estaba deseoso de «leer el acertijo de la mente divina, el acertijo de los acontecimientos pasados y futuros que la divinidad había preestablecido».
Newton murió sin encontrar el código. Por variados que fueran los modelos matemáticos que aplicaba, no logró encaminar sus largos años de búsqueda.
Rips si lo lograría. Isaac Newton no pudo descubrirlo porque, a diferencia de Eliyahu Rips, carecía de una herramienta esencial: el ordenador. El código de la Biblia tenía una especie de protección temporal. Un sello inviolable, salvo para los ordenadores.
«Usé un ordenador y atravesé el umbral -explicó Rips-. Encontré tantas palabras codificadas que ya no podía tratarse de una mera casualidad estadística. Estaba seguro de haber dado con algo verdaderamente importante.
»Lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida», me confesó Rips, cuyo fuerte acento, mitad ruso,mitad hebreo, es fiel testimonio de su apresurada salida de Rusia, hace ya veinte años, con destino a Israel.
Si bien es creyente y en la esquina superior derecha de cada una de las páginas de sus cálculos y anotaciones garabatea dos caracteres hebreos de agradecimiento a Dios, Rips considera, con Newton, que las matemáticas son sagradas. Armado de tesón, Rips finalmente logró elaborar un sofisticado modelo matemático que, aplicado por ordenador, confirmaba la codificación del Antiguo Testamento. Sin embargo no lograba superar una última dificultad: encontrar el modo de demostrar los hechos de manera sencilla y elegante. Hasta que conoció a otro israelí, el físico Doron Witztum. Witztum no trabaja para ninguna universidad y, a diferencia de Rips, es prácticamente desconocido en el medio científico. Pero fue quien completó el modelo matemático, y por ello Rips lo considera «tan genial como Rutherford».
Rips me dio una copia del experimento original, «Secuencias equidistantes de letras en el libro del Génesis». En el resumen de la página inicial podía leerse: «El análisis randomizado señala la existencia deinformación oculta en el texto del Génesis, imbricada en forma de secuencias equidistantes de letras. Su nivel de significancia es del 99,998%.»
Allí mismo, en su sala de estar, leí el informe entero. Rips y sus colegas habían escogido 32 grandes sabios, eminencias de tiempos bíblicos y modernos, a fin de determinar si sus nombres, fechas de nacimiento y de muerte estaban codificadas en el primer libro de la Biblia. Luego buscaron estos mismos nombres y datos codificados en la traducción hebrea de Guerra y paz y en otros dos textos originales en hebreo. En la Biblia, nombres y fechas aparecían ligados. En Guerra y paz y los otros dos libros, no.
Las posibilidades de dar por puro azar con la información codificada resultaron ser de una en diez millones.
A modo de control, Rips cogió los 32 nombres y las 64 fechas y las entremezcló en diez millones de combinaciones distintas hasta que todos los pares obtenidos fueron incorrectos menos uno. Luego determinó, con la ayuda de un ordenador, cuál de los diez millones de ejemplos ofrecía mejores resultados. Para su sorpresa, en la Biblia sólo estaban apareados los datos correctos. «Ninguna de las 9999999 combinaciones al azar aparecían en el texto oculto -dijo Rips-. El resultado era de cero a 9999999, o de uno en diez millones.»
Un experimentado descodificador de la ultrasecreta Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, el centro clandestino de escucha situado en las inmediaciones de Washington, tuvo noticias del asombroso descubrimiento israelí y decidió investigar el caso.
Harold Gans se había pasado la vida creando y rompiendo códigos para los servicios secretos
norteamericanos. Era, por formación, experto en estadísticas. Hablaba hebreo. Y estaba seguro de que el código de la Biblia era «ridículo, cosa de diletantes».
Gans confiaba en poder demostrar que el tal código no existía. De modo que creó su propio programa de ordenador y buscó la misma información que los israelíes pretendían haber encontrado. Para su sorpresa, los datos estaban allí. Las fechas de nacimiento y muerte de los sabios aparecían codificadas junto a sus nombres.
Gans no daba crédito a sus ojos. Decidió buscar información totalmente nueva en el código para así poner en evidencia los fallos del experimento de Rips e incluso, quién sabe, demostrar que todo era un truco, un montaje.
«Si el código -me dijo Gans-era en efecto real, supuse que las ciudades donde estos grandes hombres habían nacido y muerto también estarían codificadas.»
Durante 440 horas, Gans no sólo buscó los nombres de los 32 sabios utilizados por Rips, sino que realizó el mismo control con una lista anterior, desechada por éste, de otros 34 sabios. En los 66 casos, los nombres y las ciudades de óbito y nacimiento coincidían.
«Me entraron escalofríos al verificarlo», recuerda Gans. A la vista de los resultados no tuvo más remedio que creer en el código.
El descodificador del Pentágono había corroborado, de manera independiente y con su propio programa, los resultados de los investigadores israelíes. Hombres que habían vivido cientos y miles de años después de que la Biblia fuera escrita aparecían codificados con todo detalle. Rips había encontrado las fechas. Gans, las ciudades. Sin duda, el código de la Biblia era real.
«Concluimos, pues, que estos resultados permiten corroborar los resultados comunicados por Witztum, Rips y Rosenberg», escribió Gans en el informe final de su investigación.
«El trabajo que realicé con el código de la Biblia -diría Gans luego-no se diferenciaba mucho de mi práctica habitual en el Departamento de Defensa. Al principio, mi escepticismo era del ciento por ciento. El código me parecía una soberana tontería. Me propuse desmantelarlo y acabé demostrando que era un hecho.»
Había en la Biblia información acerca del pasado y el futuro codificada de manera tal que no existía posibilidad matemática alguna de que fuera casual; además, la información no aparecía en ningún otro texto. Rips y Witztum enviaron su artículo a Statistical Science, una destacada publicación científica norteamericana. Robert Kass, profesor de Carnegie-Mellon y editor de la revista, se mostró escéptico. No obstante decidió someterlo al juicio de otros expertos, que por otra parte constituye el procedimiento habitual de verificación entre colegas de todas las publicaciones científicas serias.
Para asombro de Kass, el artículo de Rips-Witztum pasó la revisión. El primer revisor confirmaba la solidez matemática del trabajo. Kass recurrió a un segundo experto. Éste también dio fe de la corrección de los procedimientos. Entonces Kass hizo algo inédito: llamó a un tercer experto.
«Nuestros revisores -me confió Kass-estaban desconcertados. La posibilidad de que el libro del Génesis contuviera información significativa acerca de personajes actuales iba contra todas sus convicciones. No obstante, las pruebas adicionales reconfirmaron el fenómeno.»
Kass envió el siguiente mensaje por correo electrónico a los israelíes: «El artículo ha pasado la tercera revisión. Vamos a publicarlo.»
A pesar del natural escepticismo de los matemáticos laicos, ninguno pudo encontrar error alguno en el procedimiento. Ninguno pudo esgrimir la más mínima objeción respecto del experimento. Tampoco pudo dar ninguno una explicación razonable de la sobrecogedora existencia en la Biblia de un código capaz de vaticinar hechos posteriores a su escritura.
La Biblia tiene la forma de un gigantesco crucigrama. Está codificada de principio a fin con palabras que,como parece. Imbricada en todo el texto conocido de la Biblia yace oculta bajo el original hebreo del Antiguo Testamento una compleja red de palabras y frases, una nueva revelación.
Hay una Biblia debajo de la Biblia.
La Biblia no sólo es un libro: también es, por así decirlo, un programa de ordenador. Grabada en piedra y manuscrita en rollos de pergamino, impresa luego en formato de libro, la Biblia ha esperado durante siglos a que inventáramos los ordenadores. Ahora por fin podemos leerla como estaba pensado que lo hiciéramos.
Para dar con el código, Rips eliminó los espacios entre palabras y convirtió la totalidad del texto bíblico original en una hebra continua compuesta por 304805 letras. Al hacerlo, estaba devolviendo la Torá a la forma primigenia que los grandes sabios le atribuyen. Pues ésa es la forma legendaria en que Moisés habría recibido la Biblia de Dios: «contigua, sin solución de palabras».
El ordenador explora esta hebra en busca de nombres, palabras y frases codificadas. Comienza por la primera letra de la Biblia y verifica todas las secuencias alternas posibles: palabras formadas por saltos de 1, 2,3, y así hasta varios miles de espacios. Luego repite la búsqueda comenzando por la segunda letra. Luego por la tercera, la cuarta, hasta llegar a la última letra del texto.
En cuanto encuentra una palabra clave, el ordenador puede dedicarse a buscar información relacionada con ésta. Una vez tras otra descubre, codificados con significativa proximidad, nombres, fechas y lugares afines: Rabin, Amir, Tel-Aviv, el año de su asesinato, todo en el mismo tramo de texto.
El ordenador registra las conexiones entre palabras tras someterlas a una doble verificación: que su proximidad en el texto sea significativa y que la secuencia alterna que las forma sea la más corta de todas las posibles. Rips puso como ejemplo del funcionamiento del códigó el caso de la guerra del Golfo: «Pedimos al ordenador que buscara las palabras "Saddam Hussein". Luego rastreamos la existencia de palabras afines que pudieran aparecer de manera matemáticamente significativa. Junto a "Guerra del Golfo" encontramos las palabras "Scuds" y "misiles rusos"; además, la fecha de inicio del conflicto estaba codificada con la palabra
"Hussein".»
Las palabras formaban una matriz de crucigrama. Los hechos demuestran a las claras que el código de la Biblia permite identificar grupos de palabras entrecruzadas que contienen bloques homogéneos de información.
Junto a «Bilí Clinton», la palabra «presidente». Junto a «alunizaje», «nave espacial» y «Apolo 11». Junto a «Hitler», «nazi». Junto a «Kennedy», «Dallas».
Uno tras otro, todos los experimentos y pruebas demostraron que las matrices de palabras cruzadas sólo aparecían en la Biblia. Ni en Guerra y paz ni en ningún otro libro conocido ni en diez millones de textos generados al azar por ordenador se verificaba este asombroso fenómeno.
Según Rips, la cantidad de información codificada en la Biblia es infinita. Cada vez que se logra descodificar un nuevo nombre, palabra o frase, surge a su alrededor un nuevo crucigrama. Las palabras afines se entrecruzan en sentido vertical, horizontal y diagonal.
Tomemos por caso el asesinato de Rabin.
En primer lugar pedimos al ordenador que rastreara la Biblia en busca del nombre «Itzhak Rabin». Sólo aparecía una vez, con una secuencia alterna de 4772 espacios.
El ordenador dividió toda la Biblia -la hebra completa de 304805 letras-en 64 hileras de 4772 letras cada una.
El texto impreso del código consiste en una especie de instantánea de la parte central de esa matriz. En el centro de la instantánea aparece, en letras rodeadas por un círculo, el nombre «Itzhak Rabin».
Si «Itzhak Rabin» hubiera estado escrito mediante una secuencia de diez saltos, cada hilera habría constado de diez letras. Si la secuencia hubiera sido de cien, las hileras habrían tenido cien letras de longitud. Cada vez que las hileras se reagrupan queda formado un nuevo juego de palabras y frases imbricadas.
Cada palabra codificada determina la matriz de texto bíblico que se forma, el crucigrama que confecciona el ordenador. Hace tres mil años, la Biblia fue codificada de tal modo que el descubrimiento del nombre de Rabin al conectar entre sí, revelan una historia oculta.
Cada palabra está formada por letras equidistantes entre sí, de manera que saltando x letras desde la primera surge, como en una especie de acróstico, el mensaje significativo. Pero el sistema no es tan simple como parece. Imbricada en todo el texto conocido de la Biblia yace oculta bajo el original hebreo del Antiguo
Testamento una compleja red de palabras y frases, una nueva revelación.
Hay una Biblia debajo de la Biblia.
La Biblia no sólo es un libro: también es, por así decirlo, un programa de ordenador. Grabada en piedra y manuscrita en rollos de pergamino, impresa luego en formato de libro, la Biblia ha esperado durante siglos a que inventáramos los ordenadores. Ahora por fin podemos leerla como estaba pensado que lo hiciéramos.
Para dar con el código, Rips eliminó los espacios entre palabras y convirtió la totalidad del texto bíblico original en una hebra continua compuesta por 304805 letras. Al hacerlo, estaba devolviendo la Torá a la forma primigenia que los grandes sabios le atribuyen. Pues ésa es la forma legendaria en que Moisés habría recibido
la Biblia de Dios: «contigua, sin solución de palabras».
El ordenador explora esta hebra en busca de nombres, palabras y frases codificadas. Comienza por la primera letra de la Biblia y verifica todas las secuencias alternas posibles: palabras formadas por saltos de 1, 2, 3, y así hasta varios miles de espacios. Luego repite la búsqueda comenzando por la segunda letra. Luego por la tercera, la cuarta, hasta llegar a la última letra del texto.
En cuanto encuentra una palabra clave, el ordenador puede dedicarse a buscar información relacionada con ésta. Una vez tras otra descubre, codificados con significativa proximidad, nombres, fechas y lugares afines: Rabin, Amir, Tel-Aviv, el año de su asesinato, todo en el mismo tramo de texto.
El ordenador registra las conexiones entre palabras tras someterlas a una doble verificación: que su proximidad en el texto sea significativa y que la secuencia alterna que las forma sea la más corta de todas las posibles.
Rips puso como ejemplo del funcionamiento del códigó el caso de la guerra del Golfo: «Pedimos al ordenador que buscara las palabras "Saddam Hussein". Luego rastreamos la existencia de palabras afines que pudieran aparecer de manera matemáticamente significativa. Junto a "Guerra del Golfo" encontramos las palabras "Scuds" y "misiles rusos"; además, la fecha de inicio del conflicto estaba codificada con la palabra
"Hussein".»
Las palabras formaban una matriz de crucigrama. Los hechos demuestran a las claras que el código de la Biblia permite identificar grupos de palabras entrecruzadas que contienen bloques homogéneos de información.
Junto a «Bill Clinton», la palabra «presidente». Junto a «alunizaje», «nave espacial» y «Apolo 11». Junto a «Hitler», «nazi». Junto a «Kennedy», «Dallas».
Uno tras otro, todos los experimentos y pruebas demostraron que las matrices de palabras cruzadas sólo aparecían en la Biblia. Ni en Guerra y paz ni en ningún otro libro conocido ni en diez millones de textos generados al azar por ordenador se verificaba este asombroso fenómeno. Según Rips, la cantidad de información codificada en la Biblia es infinita. Cada vez que se logra descodificar un nuevo nombre, palabra o frase, surge a su alrededor un nuevo crucigrama. Las palabras afines se entrecruzan en sentido vertical, horizontal y diagonal.
Tomemos por caso el asesinato de Rabin.
En primer lugar pedimos al ordenador que rastreara la Biblia en busca del nombre «Itzhak Rabin». Sólo aparecía una vez, con una secuencia alterna de 4772 espacios.
El ordenador dividió toda la Biblia -la hebra completa de 304805 letras-en 64 hileras de 4772 letras cada una.
El texto impreso del código consiste en una especie de instantánea de la parte central de esa matriz. En el centro de la instantánea aparece, en letras rodeadas por un círculo, el nombre «Itzhak Rabin».
Si «Itzhak Rabin» hubiera estado escrito mediante una secuencia de diez saltos, cada hilera habría constado
de diez letras. Si la secuencia hubiera sido de cien, las hileras habrían tenido cien letras de longitud. Cada vez que las hileras se reagrupan queda formado un nuevo juego de palabras y frases imbricadas.
Cada palabra codificada determina la matriz de texto bíblico que se forma, el crucigrama que confecciona el ordenador. Hace tres mil años, la Biblia fue codificada de tal modo que el descubrimiento del nombre de Rabin revelara de manera automática información crucial relativa a su persona.
Entrecruzadas con «Itzhak Rabin» encontramos las palabras «asesino que asesinará». Así lo refleja en el cuadro inferior la secuencia de letras encerradas en cuadrados:
La probabilidad de que el nombre completo de Rabin apareciese junto con la predicción de su asesinato era al menos de una en tres mil. Para los matemáticos, todo lo que pasa de una en un centenar es altamenteimprobable. Las pruebas más rigurosas suelen ser de una entre mil.
El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel con el propósito de alertar a Rabin. No obstante, sólo un año después que fuera asesinado encontramos en el código el nombre de su asesino. Codificado junto a «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará», aparecía codificado «Amir».
El nombre de Amir había permanecido allí durante tres mil años, esperando a que nosotros tropezáramos con él. Pero el código de la Biblia no es una bola de cristal: es imposible encontrar algo si uno no sabe qué es lo que está buscando.
No estábamos, a todas luces, ante una variante del tipo Nostradamus, con frases como «Una estrella surgirá en Oriente y caerá el Gran Rey», plausibles de ser leídas de tal modo que siempre resulten proféticas.
Aquí se proporcionaban detalles tan precisos como los de la cobertura que la CNN había hecho del suceso: el nombre completo de Rabin, el de su asesino, el año de su asesinato, etc., todos ellos -salvo Amir- desvelados antes del fatal desenlace.
No obstante costaba creerlo. Le pregunté a Rips si no era factible encontrar información similar en cualquier texto, o en combinaciones al azar de letras sin verdadero sentido. Tal vez la presencia de la fecha en que empezaría la guerra del Golfo, incluso la del asesinato de Rabin, eran pura coincidencia. Rips, por toda respuesta, sacó una moneda del bolsillo y la lanzó al aire.
«Si esta moneda es justa, la mitad de las veces debería caer del lado de la cara y la otra mitad del lado de la cruz. Si yo lanzara la moneda veinte veces y siempre cayera de un mismo lado, la gente diría que está cargada. La probabilidad de que caiga veinte veces seguidas del mismo lado es menor a una en un millón.» La Biblia -concluyó Rips- es la moneda cargada. Lleva un código dentro.»
Citó a continuación su primer experimento, el de los sabios codificados en el Génesis: «La única alternativa es que se trate de un hecho absolutamente azaroso, que por puro azar hayamos tropezado con la mejor combinatoria de 32 nombres y 64 fechas. Pero eso sólo ocurriría una vez en diez millones.»
Sin embargo, si Rips está en lo cierto, si hay un código en la Biblia y si este código predice el futuro, la ciencia convencional carece por ahora de explicación fehaciente. No sorprende, pues, que algunos científicos convencionales se resistan a aceptarlo. Uno de ellos, el experto australiano en estadística Avraham Hasofer, atacó la hipótesis del código antes de que Rips publicara su experimento, cuando aún no había evidencias
matemáticas que lo validaran. Según Hasofer: «En grandes conglomerados de datos resulta inevitable la presencia de cierto tipo de patrones. Es tan dificil encontrar un conjunto de dígitos o letras sin patrones como una nube sin forma o silueta. En cualquier caso, el uso de pruebas estadísticas en cuestiones que atañen a la fe plantea serios problemas.»
Rips afirma que su crítico se equivoca tanto científica como religiosamente. Señala que Hasofer no se molestó en realizar la más mínima comprobación estadística, no verificó la solidez matemática de los procedimientos ni se paró a observar el código.
«Por supuesto que cualquier texto -aclara Rips-contiene combinaciones azarosas de letras. Las palabras"Saddam Hussein" pueden aparecer en cualquier conjunto lo bastante grande de datos, pero nunca imbricadas con las palabras "Scuds", "misiles rusos" y la fecha de inicio del conflicto, todo ello antes de que ocurriera nada.
Tanto da si el texto es de cien mil o de cien millones de letras: no encontraremos información congruente en ninguna parte... a excepción de la Biblia.
«Actualmente, un gran sector de la humanidad considera la Biblia como algo folklórico, de contenido mítico, mientras que sólo la ciencia ofrece una lectura aceptable de la realidad. Otros aseguran que la Biblia, en tanto palabra divina, ha de ser cierta, y por consiguiente la que se equivoca es la ciencia. A mi entender, cuando completemos nuestra comprensión de ambas, ciencia y religión se fundirán en una y por fin tendremos una teoría unificada completa.»
En los casi tres años que lleva publicado, nadie ha enviado una refutación en regla a la revista matemática donde el artículo de Rips-Witztum apareció.
Los experimentados científicos que revisaron la consistencia del código no han objetado su existencia. Pese a su escepticismo inicial, tanto el veterano descodificador del Pentágono como los tres revisores de la revista matemática y los profesores de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea acabaron creyendo en el código de la Biblia.
Dijo Einstein en cierta ocasión: «Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.» El tiempo, advertía Einstein, no es en modo alguno lo que parece. No fluye en una única dirección. El futuro y el pasado coexisten.
Newton, el otro gran fisico que definió nuestro universo, no sólo afirmó que el futuro ya existe sino que creía en la posibilidad de predecirlo; de hecho, dedicó parte de su vida a buscar en la Biblia un código oculto capaz de anticipar el futuro.
Algunos científicos actuales, entre ellos el que quizá goza hoy de mayor renombre, Stephen Hawking, creen que llegará un momento en que podremos viajar en el tiempo. «No es improbable -aventura Hawking-que en un futuro tengamos la capacidad de viajar en el tiempo.»
Tal vez, el poeta T. S. Eliot no estaba tan desacertado cuando escribió: «El tiempo presente y el pasado / Quizá están presentes en el tiempo futuro / Y el futuro encerrado en el tiempo pasado.»
Pero yo no estaba preparado para aceptar esta codificación del futuro en la Biblia sin la clase de pruebas en las que nos apoyamos los periodistas: hechos reales y contrastados.
Pasé toda una semana junto a Eli Rips, trabajando codo con codo en su ordenador. Le pedí que buscara cosas relacionadas con acontecimientos mundiales corrientes, con un cometa que acababa de ser avistado, con datos científicos modernos; una vez tras otra, el Antiguo Testamento aportaba la información requerida. Y cada vez que recurríamos al texto de control, la traducción hebrea de Guerra y paz, la información no aparecía.
Estaba en la Biblia; en otros textos no.
Durante aquella semana, así como en mis seis subsiguientes estancias en Israel y a lo largo de cinco años de investigación personal, fuimos encontrando diez, luego cien y finalmente mil acontecimientos actuales codificados en la Biblia. En ocasiones, si el titular del New York Times o el Jerusalem Post era lo bastante relevante, no resultaba descabellado dirigirse al código, pues allí, en un documento escrito tres mil años antes
del suceso, éste aparecía anunciado con pelos y señales.
La información demostró, una y otra vez, ser tan precisa como la de los artículos de los periódicos: nombres, lugares, fechas, todo tipo de datos codificados a lo largo y ancho del Pentateuco, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. Y a veces incluso aparecía antes de que ocurriesen los hechos.
Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1992 en Estados Unidos, el código vaticinó la victoria de Bill Clinton. Conectado a «Clinton» se leía su futuro cargo, «presidente».
La más reciente de las sacudidas políticas de la historia norteamericana, la caída de Richard Nixon a raíz del escándalo del Watergate, también está codificada en la Biblia. «Watergate» aparece junto a «Nixon» y el año de su dimisión forzosa, 1974. Cerca de «Watergate», el código oculto plantea una pregunta: «¿quién es él?», y responde: «presidente, pero fue destituido».
La Depresión está codificada en relación al crash del mercado de valores. «Colapso económico» y «depresión» aparecen juntos en la Biblia, y también la palabra «valores». El año en que empezó todo, 1929 («5690»), completa la información.
Pero también están codificados los triunfos del hombre, como por ejemplo el alunizaje. «Hombre en la Luna» aparece junto a «nave espacial» y «Apolo 11». El código menciona incluso la fecha exacta en que Neil Armstrong pisó la superficie lunar por pnmera vez: 20 de julio de 1969.
También las célebres palabras de Armstrong, «Es un paso pequeño para un hombre pero un paso de gigante para la humanidad», tienen su eco en el código secreto. Allí donde consta la fecha del magno acontecimiento, una frase entrecruza la palabra «Luna»: «hecho por la humanidad, hecho por un hombre».
Todo esto y la referencia concreta a la «Apolo 11» se encuentran en el pasaje del Génesis donde Dios le dice a Abraham: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.»
Durante los años posteriores a mi primer viaje a Israel continué rastreando el código de la Biblia por mi cuenta, no como matemático sino como investigador periodístico, contrastando las menciones con los hechos. Mi criterio era que toda información acerca del pasado reciente y el futuro próximo podía aportar pruebas y añadir datos a lo que la ciencia matemática había establecido sin aparentes fisuras. Transcurridos dos años de mis investigaciones, encontré en el código una predicción astronómica... y no tardé en ver cómo se cumplía en el mundo real.
En julio de 1994, el mundo entero fue testigo de la mayor explosión jamás presenciada en nuestro sistema solar. Un cometa bombardeaba a Júpiter con una fuerza superior al billón de megatones, creando bolas incandescentes más grandes que la Tierra. Yo mismo había encontrado en la Biblia, dos meses antes de la colisión, la información codificada acerca de Júpiter y el cometa mediante un programa de ordenador hecho
para mi en Israel en base al modelo matemático de Rips.
Las menciones al choque eran dos, una en el libro del Génesis y otra en el de Isaías. En ambas, el cometa, bautizado como «Shoemaker-Levy», aparecía codificado con su nombre completo -o sea, los apellidos de quienes lo descubrieron en 1993-y su impacto con Júpiter estaba representado de un modo gráficamente explícito. En el código de la Biblia, el nombre del planeta y el del cometa se entrecruzan dos veces. En Isaías
di, antes de que ocurriera, con la fecha exacta del impacto: 16 de julio.
Algo que los astrónomos modernos habían logrado predecir con apenas unos meses de anticipación ya se encontraba descrito en el código bíblico, con absoluta precisión, desde hacía tres mil años.
Este sobrecogedor descubrimiento tuvo en mí un efecto tal que volví a creer en el código con más convicción que antes. Durante dos años no había cesado de preguntarme ¿es posible que exista algo así?, ¿pudo una inteligencia no humana codificar el texto de la Biblia? Y cada mañana, a pesar de las abrumadoras pruebas
que lo confirmaban, me despertaba sumido en un mar de dudas.
¿Y si se trataba de un fraude? ¿Y si, en lugar de una nueva revelación, estábamos ante un caso similar a los diarios de Hitler, con un Clifford Irving cósmico como autor?
Rabinos y académicos jamás se han puesto de acuerdo sobre el origen de la Biblia. Las autoridades religiosas sostienen que los primeros cinco libros, del Génesis al Deuteronomio, fueron escritos por Moisés hace más de tres mil años. Los académicos les atribuyen en cambio muchos autores, que habrían redactado el texto a lo largo de varios siglos. Pero se trata de una discusión irrelevante.
El Antiguo Testamento existe como tal al menos desde hace mil años. Desde entonces, cosa que ningún erudito pondría en duda, no ha cambiado ni una sola coma. Existe una versión completa que data del año 1008 (el códice de Leningrado) y todas las Biblias en hebreo que se publican la reproducen letra por letra. Así pues, el texto utilizado por el programa de ordenador -aquel en el que yo encontré la fecha exacta (16 de julio de
1994) de la colisión del cometa con Júpiter-ha permanecido intacto durante, como mínimo, mil años. Lo cual invalida la posibilidad de un fraude, ya que el falsificador habría tenido igualmente que conocer el futuro.
Ningún falsificador había codificado la colisión de Júpiter; ni en tiempos bíblicos ni en la Edad Media ni en la primavera de 1994, es decir, dos meses antes de que ocurriera. Una vez más, la certeza me acompañaba. Fui a ver a Rips a la Universidad de Columbia. Estaba allí como profesor visitante y ocupaba el mismo despacho
del edificio de matemáticas que en otra época perteneciera a Lipman Bers, el presidente de la American Mathematical Society que veintiséis años atrás organizó la campaña mundial para liberar a Rips de las prisiones soviéticas.
En 1968, Rips era uno de tantos jóvenes recién graduados de la URSS. La indignación ante la invasión de Checoslovaquia lo llevó a manifestarse en contra; el régimen lo detuvo y lo encerró. Dos años después, gracias a la solidaria intercesión de sus colegas occidentales, Rips era liberado y autorizado a emigrar a Israel.
Actualmente ejerce de profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, pero también ha impartido clases en las universidades de Chicago y Berkeley, y goza de prestigio mundial entre los matemáticos.
En su despacho de Columbia, Rips estudió la hoja impresa con mi descubrimiento de la colisión en Júpiter. «Esto es apasionante», exclamó. Como yo, a veces Rips no podía evitar que la precisión del código lo siguiera sobresaltando.
Los astrónomos sabían que el planeta chocaría con Júpiter pues podían seguir su trayectoria, y sabían cuándo ocurriría el impacto pues podían medir su velocidad. Pero, quienquiera que fuese el codificador de la Biblia, lo cierto es que disponía de esa misma información cuando obtenerla era aún imposible, miles de años antes de
que Shoemaker y Levy hubieran descubierto siquiera el cometa. ¿Cómo podía la Biblia contener la fecha exacta de la colisión?
He ahí, desde luego, la gran pregunta: ¿se puede conocer el futuro?
Rips y yo fuimos a ver a David Kazhdan, uno de los principales matemáticos de Harvard. Kazhdan confesó que creía en la realidad del código de la Biblia pero que se veía incapaz de explicar cómo funcionaba.
-Todo parece indicar ±dijo-que hace tres mil años la Biblia fue codificada con información sobre acontecimientos futuros. He estudiado los resultados. Son científicamente inobjetables. Creo que el código existe.
-Pero ¿cómo funciona? -le pregunté.
-Lo ignoro -respondió Kazhdan-. Pero no olvidemos que el hombre aceptó la existencia de la electricidad cien años antes de poder explicar cómo funcionaba.
Les pregunté a ambos cómo era posible que alguien, hombre o Dios, pudiera ver lo que aún no había ocurrido.
Hasta entonces, yo creía que el futuro no existía mientras no hubiera ocurrido.
-El mundo -fue la respuesta teológica de Rips- fue creado. Su Creador no está limitado por el tiempo o el espacio. Para nosotros, el futuro no existe. Pero el Creador vio de un solo golpe todo el universo, del principio al fin.
-La ciencia -fue la respuesta newtoniana de Kazhdan-acepta que si conocemos la posición de cada molécula y cada átomo, podemos prever su desarrollo. En un mundo mecánico, basta conocer la situación y velocidad de un objeto (ya sea una bala o un cohete rumbo a Marte) para saber con precisión adónde y cuándo llegará.
Como ve, no es tan complicado anticipar el futuro.
Sin embargo ±continuó-, si usted me pregunta si me sorprende que el futuro esté codificado en la Biblia, desde luego he de decirle que sí.
I. Piatetski-Shapiro, destacado matemático de Yale, también confirma el código, pero no puede dejar de asombrarse ante su capacidad para predecir hechos que ocurrieron mucho después de que la Biblia fuera escrita.
«Creo que si, que el código existe -dice Piatetski-Shapiro-. Conozco los resultados y admito que son sorprendentes. Predicciones del futuro, de Hitler, del Holocausto...»
Doron Witztum, el colaborador israelí de Rips, se ocupó de realizar en el código bíblico una búsqueda exhaustiva del término «holocausto», que dio por resultado la aparición de numerosos y estremecedores detalles.
«Hitler» y «nazi» se encontraban junto a «matanza». «En Alemania» se cruzaba con «nazis» y «Berlin». Y el hombre que dirigió los campos de concentración, «Eichmann», aparecía junto a «los hornos» y «exterminio». «En Auschwitz» aparecía codificado allí donde el texto original de la Biblia dice: «un fin a toda la carne».
Incluso los detalles más técnicos de la «solución final» tenían cabida en el código. El gas empleado para matar a los judios, el «Zyklon B», flanqueaba el nombre de «Eichmann». Piatetski-Shapiro, que había tenido acceso a estos hallazgos, estaba impresionado.
-Mi instinto matemático -señaló- me dice que aquí hay algo verdadero.
No obstante, el profesor de Yale no encontraba una explicación cabal a este fenómeno.
-No hay, dentro del sistema de leyes matemáticas que conocemos, nada que explique la predicción del futuro.
La física newtoniana -objetó Piatetski-Shapiro-es demasiado simple para explicar un conjunto de predicciones tan complejo y detallado. Tampoco la física cuántica nos saca de apuros. Yo creo que estamos ante una inteligencia que trasciende nuestro alcance.
El matemático hizo una breve pausa y luego continuó:
-Sólo veo una respuesta. Dios existe.
-¿Podremos explicarlo algún día en términos puramente científicos? -pregunté.
-Lo dudo -repuso él-. Quizá en parte, pero algo siempre permanecerá oculto. Es posible, en teoría, creer en el código de la Biblia sin creer en Dios. Pero aquel que acepta la existencia de Dios ya no necesita preguntarse quién puede ver el futuro.
Si el futuro puede ser previsto, ¿puede también ser modificado?
En otras palabras, si hubiéramos conocido de antemano las intenciones de Hitler, ¿habríamos podido evitar la segunda guerra mundial? ¿Podrían haber esquivado Rabin o Kennedy las balas de sus asesinos? Suponiendo que los nombres de Amir u Oswald hubieran aparecido en el código de la Biblia antes de que todo ocurriera, ¿habrían podido ser detenidos a tiempo? ¿Existía acaso una probabilidad alternativa, una que contemplara la detención de los pistoleros y conservara con vida a Kennedy o Rabin?
La cuestión radica en saber si el código de la Biblia vaticina lo que pasará o sólo nos previene de ello; si predice un futuro único y predeterminado o presenta todos los futuros posibles.
Éste es precisamente el debate que ocupa a los fisicos desde que Werner Heisenberg formulara su célebre principio de incertidumbre. Stephen Hawking nos lo explica con meridiana sencillez: «¡Cómo podemos pretender predecir con exactitud el futuro si ni siquiera somos capaces de medir con exactitud el estado actual del universo!»
La mayoría de los científicos creen que el principio de incertidumbre es una propiedad fundamental e ineluctable del mundo. Según este principio no habría un futuro único sino muchos futuros posibles.
Recurramos nuevamente a Hawking: «La mecánica cuántica no predice un único resultado definido para cada observación. Predice, en cambio, los diferentes resultados posibles y sus probabilidades de ocurrir.»
¿Presenta, pues, la Biblia, al igual que la mecánica cuántica, todas las variantes posibles? ¿O anuncia predicciones invariables, talladas en piedra? Algunas, como la del asesinato de Rabin, han ocurrido sin lugar a dudas. ¿Es esto cierto para todas las predicciones?
Si bien no contamos aún con experiencia suficiente como para responder a esta pregunta, podría ser que ni siquiera la regla aparentemente inamovible del principio de incertidumbre rigiese en el caso del código.
De hecho, toda la ciencia convencional y la totalidad de los conceptos convencionales de realidad podrían perder toda relevancia si un ser situado fuera del sistema, fuera de nuestras tres dimensiones, fuera del tiempo, hubiera codificado la Biblia. De ser así, el código no tendría que obedecer ninguna de nuestras leyes, ya fueran científicas o no.
Hasta Hawking admite que nuestras reglas del azar no tienen por qué aplicarse a Dios: «Nada nos impide imaginar un sistema de leyes capaz de determinar los acontecimientos para un ser sobrenatural.» Desde el momento en que aceptamos que no estamos solos -y que existe una inteligencia que trasciende la nuestra-todo
lo demás requiere un reposicionamiento.
El gran genio de la ciencia contemporánea, Albert Einstein, jamás quiso aceptar la idea de que el universo estuviera gobernado por el azar. «No hay duda de que la mecánica cuántica causa gran impresión. Pero –objetaba Einstein-una voz interna me dice que todavía no hemos llegado al meollo del asunto. La teoría habla de muchas cosas pero no nos acerca ni un ápice al secreto del "Gran Jefe".» «Dios -afirmaba Einstein- no juega a los dados.» ¿Era posible que un código oculto en la Biblia hubiera registrado una serie de hechos miles de años antes a que éstos ocurrieran, hubiera consignado nuestra historia anticipandose a ella y fuera capaz de revelarnos un futuro que nosotros aún no habíamos vívido?
Abrumado por estas preguntas, me dirigí al matemático más célebre de Israel, el doctor Robert J. Aumann. Se trata de uno de los expertos mundiales en teoría de juegos, miembro de las academias de ciencias estadounidense e israelí.
«El código de la Biblia -dijo tajante Aumann-es un hecho. El planteamiento científico es impecable y los resultados de Rips son altamente significativos, de un modo inusual en el mundo de la ciencia. He leído sus trabajos con atención; los resultados son claros y están perfectamente desarrollados. Es más de cuanto se puede pedir en términos estadísticos. El rendimiento más exigente no suele pasar de una probabilidad en un
millar. Los resultados de Rips son significativos como mínimo a un nivel de una en cien mil. No es nada frecuente ver resultados así en la experimentación científica.
«Es de vital importancia continuó Aumann-dispensarle a éste el mismo tratamiento que a cualquier otro experimento científico, ser muy fríos, muy metódicos, hacer las pruebas pertinentes y verificar los resultados.
Por lo que a mí respecta, el código de la Biblia no ofrece dudas. Le hablo como contable. He revisado los libros y no hay cuenta que no cuadre. Son de una limpidez inmaculada.»
Al principio, Aumann había albergado serias dudas. Le resultaba dificil aceptar que un código oculto en la Biblia pudiera revelar el futuro.
«Es algo que se contradecía con mi formación matemática e incluso con los planteamientos religiosos a los que me había amoldado. Se aleja tanto del conocimiento científico... No ha habido nada igual en siglos y siglos de ciencia moderna.»
Aumann habló con destacados matemáticos de Israel, de Estados Unidos, de Europa, del mundo entero.
Ninguno pudo señalar el más mínimo fallo en el procedimiento de Rips. Aumann siguió durante años los trabajos de Rips y dedicó varios meses a revisarlos en detalle. Finalmente, el 19 de marzo de 1996, el más famoso de los matemáticos israelíes comunicó a la Academia de Ciencias de Israel sus conclusiones: «El
código de la Biblia es un hecho demostrado.»
Pero el código esconde grandes misterios aún no desentrañados. Rips, que es quien más sabe del tema, lo compara con un gigantesco puzzle de millares de piezas de las que nosotros conocemos apenas unos cientos.
«Si el código cobrara amplia difusión -previene Rips-y la gente intentase emplearlo para predecir el futuro, deberían saber que es muy complejo. Allí pueden estar contempladas todas las probabilidades y aquello que hagamos Podría determinar los acontecimientos. Quizá fue hecho así a fin de preservar el libre albedrío. Lo peor que podría ocurrir es que alguna gente interpretara lo que está codificado en la Biblia como mandamientos, como órdenes a cumplir. Porque no es eso, es sólo información, no pueden ser sino
probabilidades.»
Sin embargo, si el código de la Biblia contempla todas las probabilidades, la gran pregunta, lejos de desaparecer, asume otra magnitud: ¿cómo puede un código contener cada instante de la historia humana? En términos históricos, el asesinato de Rabin, el escándalo del Watergate, incluso la llegada del hombre a la Luna no son más que momentos puntuales. ¿Cómo pueden estar codificados todos y cada uno de esos momentos en un solo libro?
Le pregunté a Rips si había algún limite a la información del código. ¿Qué proporción de nuestra historia podía contener la Biblia?
«La entera totalidad -contestó el matemático. Volvió a citar la frase que me había leído en ocasión de nuestro primer encuentro, las palabras de aquel sabio dieciochesco, el Genio de Vilna-: Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá.»
Pero ¿cómo podía ser esto cierto si el texto original del Antiguo Testamento constaba exactamente de 304805 letras?
«En teoría, la información que pudo ser codificada no tiene límite -dijo Rips y, cogiendo mi cuaderno de notas, empezó a desarrollar una ecuación-. Teniendo un conjunto finito podemos buscar el conjunto exponencial y, a continuación, el conjunto de todos los subconjuntos. Además, cada elemento de cada conjunto puede estar
activo o inactivo.»
Rips había escrito en el cuaderno la siguiente fórmula: S, P(S),P(P(S)) = P2(s)..., PK(S). Aunque se me escapaban los detalles matemáticos, entendí lo que quería demostrarme: de una base de datos limitada
pueden extraerse incontables combinaciones y permutaciones.
«Diez o veinte billones como mínimo. Para hacernos una idea: si empezamos a contar desde uno –explicó Rips-sin parar, noche y día, tardaríamos cien años en llegar a tres billones.»
En otras palabras, el código secreto de la Biblia contiene más información de la que podríamos dedicarnos a contar, no ya a encontrar en el texto, a lo largo de varias vidas. Sin tomar en cuenta cada uno de los «crucigramas» que genera la intersección de dos, tres o diez palabras distintas. Rips piensa que la información codificada es incalculable y, probablemente, infinita. Y eso que sólo estamos hablando del nivel inicial y menos
complejo del código de la Biblia.
Siempre hemos tenido a la Biblia por un libro. Ahora sabemos que bajo esa forma se esconden otras. Por ejemplo, la de programa informático. Y no porque Rips haya introducido su contenido en un ordenador sino porque su autor original lo diseño para que fuera interactivo y cambiante.
Podemos considerar el código de la Biblia como una serie de revelaciones temporizadas, es decir, sólo descifrables mediante la tecnología de la época a que aluden las predicciones. Quizá se trate de una forma de información inimaginable para nosotros, del mismo modo que la informática habría resultado inconcebible para
los nómadas que hace tres mil años poblaban el desierto.
«Seguramente consta de varios niveles más de profundidad -aventura Rips-, pero por el momento carecemos de un modelo matemático lo bastante potente como para acceder a ellos. Sin duda ha de parecerse más a un holograma que a un crucigrama. Estamos hurgando en matrices bidimensionales y probablemente deberíamos buscar en tres dimensiones como mínimo, sólo que ignoramos cómo hacerlo.»
Nadie puede explicar, por otra parte, cómo fue creado el código. Todos los científicos, matemáticos y físicos que han aceptado su existencia coinciden en señalar que ni los más veloces ordenadores de que disponemos –incluidos todos los Crays de la gran sala central del Pentágono, las unidades principales de la IBM y todos los ordenadores del mundo trabajando juntos-podrían obtener un texto como el que fue codificado hace tres mil años.
«Me resulta imposible imaginar -dice Rips-cómo o quién pudo hacer algo así. Estamos ante una mente que supera nuestra imaginación.»
El programa de ordenador gracias al cual hemos podido acceder al código no será, sin duda, la última forma que adopte la Biblia. Es probable que su próxima encarnación ya exista y esté esperando a que inventemos la máquina capaz de descubrirla.
«Es más -advierte Rips-, me temo que ni siquiera lograremos acabar de descodificar toda la información a la que tenemos acceso. Incluso a este primer nivel, la información parece infinita.»
No sabemos todavía si todo el pasado y todo el futuro de cada uno de nosotros están contenidos en algún nivel superior y por ahora inaccesible del código secreto de la Biblia. Ello la convertiría, en efecto, en el Libro de la Vida.
Lo que sí parece evidente es que el nivel de codificación al que hemos logrado acceder contiene todos los acontecimientos relevantes de la historia mundial.
Todos los líderes de la segunda guerra mundial -Roosevelt, Churchill, Stalin, Hitler- están allí. «América»,«revolución» y 1776 («5536») aparecen en el mismo sector. «Napoleón» está codificado junto a «Francia», pero también junto a «Waterloo» y «Elba». La revolución que cambió la faz del siglo XX, la «revolución»
comunista en «Rusia», está codificada al lado del año en que triunfó, 1917 («5678»).
Grandes artistas y escritores, inventores y científicos, tanto antiguos como actuales, aparecen por doquier en el texto oculto. «Homero» está descrito como «poeta griego». «Shakespeare» forma parte de una misma secuencia codificada que no sólo revela su nombre sino también sus logros: «Shakespeare» -«llevó a escena» -«Hamlet»-«Macbeth».
«Beethoven» y «Johann Bach» aparecen como «compositores alemanes», y «Mozart» es un «compositor» de «música». «Rembrandt» está codificado junto a «holandés» y «pintor». «Picasso» figura como «el artista».
También los grandes avances tecnológicos están registrados en el código. Los «hermanos Wright» están conectados con la palabra «aeroplano». «Edison» figura junto a «electricidad» y «bombilla», «Marconi» junto a «radio». Los dos científicos cuyas definiciones del universo continúan rigiendo el mundo moderno, Newton y Einstein, se encuentran en el código junto a sus principales descubrimientos.
Al lado de «Newton», el hombre que describió el funcionamiento de nuestro sistema solar y la fuerza gravitatoria que mantiene en su sitio a los planetas, aparece la palabra «gravedad». Hasta los intentos del propio Newton por encontrar en la Biblia un código capaz de revelar el futuro están consignados en el texto oculto: cerca del nombre del astrónomo puede leerse «código de la Biblia».
A Einstein se lo menciona una vez. En la proximidad se lee «vaticinaron una persona sesuda». La palabra «ciencia», intercalada con la frase «un nuevo y excelente conocimiento», cruza el nombre. Y justo encima de «Einstein» el código predice: «revolucionó la realidad».
También su teoría de la relatividad está codificada. De hecho, la explicación global del universo que Einstein buscaba y no encontró, la teoría unificada completa, podría encontrarse codificada en la Biblia desde hace tres mil años. Junto al nombre del científico, la única vez que éste aparece, y asimismo al mencionar la teoría de la relatividad, el código da la siguiente pista: «añadir una quinta parte». Lo cual parece indicar que no encontraremos la respuesta que buscaba Einstein en nuestro espacio de tres dimensiones ni al añadir la cuarta dimensión temporal, sino en una quinta dimensión cuya existencia ningún fisico cuántico pone hoy en
entredicho.
«En los textos religiosos más antiguos -observó Rips-también se menciona una quinta dimensión. La llaman "profundidad del bien y del mal".»
¿Cielo e infierno? Estas cuestiones en otro tiempo preocupaban al hombre, pero pocos científicos actuales, y aún menos periodistas, suelen tomarlas en serio. Sin embargo, el código secreto de la Biblia vuelve a situarnos ante las grandes preguntas de antaño.
¿Prueba el código que hay un Dios? Para Eli Rips, la respuesta es sí.
«El código de la Biblia ofrece pruebas científicas inapelables», declara el matemático. Pero Rips creía en Dios antes de encontrar tales pruebas.
Muchos otros coincidirán con él en que por fin tenemos pruebas seculares de su existencia. Por mi parte, sólo sé que ningún humano pudo haber codificado la Biblia de esta manera. Contamos, pues, con la primera prueba científica de que existe, o al menos existió en la época en que fue escrita la Biblia, una inteligencia que trasciende la nuestra. Ignoro si se trata de Dios. Pero estoy seguro de que codificar información en la Biblia respecto de hechos que ocufflrían tres mil años después no está al alcance de ningún ser humano.
Si tanto el asesinato de Rabin como la guerra del Golfo y el impacto de un cometa en Júpiter están codificados, y no hay duda de que lo están, sólo es posible que lo hiciera una inteligencia muy distinta de la nuestra. El código de la Biblia nos empuja a aceptar algo que el texto bíblico no puede sino inducirnos a creer: no estamos solos.
Pero el código no sólo anuncia la existencia de su codificador. También pretende hacernos llegar una
advertencia.
CAPITULO II
El día del asesinato de Rabin encontré las palabras «todo su pueblo en guerra» codilicadas en la Biblia. La advertencia de guerra total estaba escondida en la misma matriz del código que predecía el asesinato. «Todo su pueblo en guerra» aparecía justo encima de «asesino que asesinará», en el mismo lugar de «Itzhak Rabin».
Regresé inmediatamente a Israel. El asesinato de Rabin lo cambiaba todo. Era la primera ocasión en que el código de la Biblia me parecía enteramente real. De pronto, lo que estaba codificado se convertía en cuestión de vida o muerte. El código advertía de que todo el país estaba en peligro.
Israel lloraba la muerte de Rabin; entretanto, yo trabajaba con Eli Rips en su casa de las afueras de Jerusalén.
Tratábamos de descodificar los detalles de la nueva predicción. «todo su pueblo en guerra». Rips y yo buscamos en el código de la Biblia las señales de un conflicto catastrófico. Todavía no sabíamos que el código advertía de un ataque atómico a Jerusalén Aún no habíamos encontrado las palabras «guerra mundial». Pero en el primer barrido de ordenador encontramos las palabras «holocausto de Israel». El «holocausto» estaba codificado una vez, comenzando en un versículo del Génesis en el que el patriarca Jacob anuncia a sus hijos lo que acontecerá a Israel en el «fin de los días».
«Lo primero es saber cuándo» -dijo Rips- e inmediatamente revisó los siguientes cinco años; el resto del siglo.
De repente palideció y me mostró los resultados. El año judío en curso, 5756 el final de 1995 y la mayor parte, de 1996 del calendario moderno-aparecía en el mismo lugar que la predicción del nuevo «holocausto».
El cuadro era decididamente aterrador. Evidentemente, el año se conectaba con «holocausto de Israel». Era una unión perfecta. figuraba en un versículo en el que aparecía codificado el «holocausto».
El año 2000, 5760 del antiguo calendario, también aparecía conectado, pero en aquel momento el último año del siglo parecía distante. En los días que siguieron al asesinato de Rabin en esa segunda semana de noviembre de 1995, lo abrumador era la clara mención del «holocausto» junto al año en curso.
¿Cuáles son las probabilidades? pregunté a Rips. Mil contra una -respondió.
¿Qué podía originar un holocausto en el Israel moderno? Lo único que acertábarnos a imaginar era un ataque nuclear. De manera inesperada el antiguo texto sagrado nos sorprendió con una imagen completamente moderna: «holocausto atómico». Estas palabras aparecían sólo una vez. Tres años de los cinco siguientes ocupaban el mismo lugar: 1996, 1997 y el año 2000; pero de nuevo el que atrajo nuestra atención fue el año en curso, 5756. «En 5756» figuraba justo debajo de «holocausto atómico».
¿Cuáles son las probabilidades de que se repita dos veces por casualidad? -pregunté.
-Una en un millón dijo Rips.
Existían advertencias de peligro durante el resto del siglo, y más allá. Si el código de la Biblia estaba en lo cierto, Israel correría un peligro sin precedentes durante al menos cinco años. Sólo había un año codificado junto a «holocausto atómico» equiparable a 1996... 1945 el año de Hiroshima.
Miramos otra vez la frase «todo su pueblo en guerra», la declaración que aparecía junto al asesinato de Rabin.
Estas mismas palabras también estaban codificadas al lado de «holocausto atómico», De hecho, aparecían tres veces en el texto de la Biblia, dos de ellas codificadas con «holocausto atómico». Rips volvió a calcular las probabilidades. De nuevo eran al menos de mil contra una -pregunté a Rips qué probabilidades tenían cada
uno de los peligros previstos-la guerra, el holocausto, el ataque atómico de aparecer codificados en el texto entales condiciones.
No tenemos cómo calcularlo dijo Rips-. Pero ha de ser de varios millones contra uno.
El código de la Biblia parecía vaticinar un nuevo holocausto, la destrucción tota! de un país. Una guerra en Oriente Medio desencadenaría, casi con toda seguridad, un conflicto global, quizá una nueva guerra mundial.
Los acontecimientos previstos estaban sucediendo realmente como se habían pronosticado. Ya había muerto un primer ministro. Yo no podía quedarme tranquilamente a esperar que se hiciera realidad la siguiente predicción.
La información de que disponíamos pudo haber salvado a Rabin; no fue así. Ahora teníamos información que podía evitar una guerra. Los hechos se habían disparado y la situación me resultaba verdaderamente extraña.
Había tropezado por casualidad con un código bíblico que revelaba con toda claridad acontecimientos futuros, pero yo no era religioso, no creía en Dios, nada de ello tenía sentido para mi. Yo había trabajado como periodista en el Washington Post y en el Walt Sercel Journal. Había escrito un libro basado en miles de documentos. Estaba acostumbrado a la realidad pura y dura en tres dimensiones. No era un estudioso de la Biblia. Ni siquiera hablaba hebreo, el idioma de la Biblia y del código. Tuve que aprenderlo desde cero. Había encontrado el asesinato de Rabin codificado en la Biblia. Pocas personas conocían el código. Sólo Rips Sabía que también parecía predecir un ataque atómico, otro holocausto, quizá una guerra mundial. Él era matemático, no periodista. No tenía experiencia en el trato con líderes gubernamentales. No había sentido la necesidad de advertir a Rabin. Ni estaba preparado para contárselo al nuevo pnmer ministro, Shimon Peres. Por otro lado, mi instinto de periodista me decía que este nuevo peligro podía no ser real. Todos los líderes árabes acababan de asistir al entierro de Rabin. A fines de 1995, la paz parecía estar más asegurada que nunca. «Todo su pueblo en guerra» sonaba a amenaza muy remota. No había vuelto a estallar una verdadera guerra desde que Israel derrotó a Egipto y Siria en 1973. No había vuelto a haber levantamientos internos desde que, en 1993, el apretón de manos de Rabin y Arafat puso fin a la Intifada. En los tres últimos años ni siquiera había tenido lugar un ataque terrorista importante. Israel estaba más en paz que nunca desde que se estableciera como Estado moderno después de la segunda guerra mundial. Un «holocausto atómico» parecía más que improbable. Una «guerra mundial» parecía increíble; pero lo mismo me había ocurrido con la muerte de Rabin. Sólo sabía que su asesinato aparecía en el código. Y ahora Rabin estaba muerto. Había sido asesinado, exactamente como se predecía, en 5756, el año judío iniciado en septiembre de 1995. Eché una nueva mirada a las matrices que acababa de imprimir. «La próxima guerra» aparecía codificada una vez en la Biblia. «Será tras la muerte del primer ministro», declaraba el texto secreto. Los nombres «Itzhak» y «Rabin» surgían en el mismo versículo.Ahora estaba seguro de que el código de la Biblia desvelaba el futuro, pero no de si todas sus predicciones se harían realidad. Y todavía no sabía si el futuro podía cambiarse. Esa noche, mientras me revolvía en la cama preguntándome cómo llegar hasta Shimon Peres y qué contarle, di súbitamente con la respuesta a la pregunta fundamental. Cada letra del alfabeto hebreo es también un número. Se pueden escribir fechas y años con letras, y en el código de la Biblia siempre ocurre así. Las mismas letras que deletreaban el año en curso -5756-también componían una frase. Las letras que formaban los números 5756, el año del pronosticado holocausto, también nos planteaban una dramática pregunta: «¿Lo cambiaréis?»Antes de transcurrida una semana de la muerte de Rabin envié una carta a Shimon Peres, el nuevo primer ministro, alertándole de un nuevo peligro codificado en la Biblia. Mi carta decía: «Existe un código oculto en la Biblia que reveló el asesinato de Rabin un año antes de que ocurriera.» Le escribo ahora porque el código de la Biblia advierte de un nuevo peligro para Israel: la amenaza de un "holocausto atómico". »La información sobre el "holocausto atómico" de Israel es muy detallada. Se nombra la fuente del peligro y la fecha: está anunciado para este año judío de 5756. »Creo que el peligro puede evitarse si es atendido. No es una cuestión religiosa. La solución es de lo más secular.»
La reacción inicial del primer ministro fue de incredulidad. «Continuamente se ponen en contacto conmigo astrólogos y adivinadores con una advertencia u otra», le dijo Peres a su viejo amigo Elhanan Yishai, destacado miembro del partido laborista, cuando éste le entregó mi carta el 9 de noviembre. Había pasado menos de una semana desde que Rabin fuera asesinado. Peres no tenía tiempo para las predicciones de un código bíblico.Igualmente escéptica se mostró Eliza Goren, la secretaria de prensa del primer ministro. Estaba muy cerca de Rabin cuando le dispararon y, aunque había leído la carta que le mandé un año antes advirtiéndole del asesinato, aun así no podía creer que el código fuera real. «Aquí somos gente racional, Michael dijo-. Estamos en pleno siglo XX.» Yo soy periodista, no adivino. No me interesaba hacer predicciones. No deseaba ser el hombre que viaja alrededor del mundo diciendo: «Cuidado con tus idus de marzo.» Y aunque no tenía ni idea de si el peligro de un «holocausto atómico» existía fuera del código de la Biblia, expertos estadounidenses en terrorismo nuclear me habían confirmado que era muy posible. De hecho afirmaban que casi era un milagro que no hubiera ocurrido todavía. La antigua Unión Soviética era un mercado abierto de material atómico, los Estados árabes radicales sus más que probables compradores, e Israel el objetivo evidente. «Nunca hasta hoy se había desintegrado un imperio dotado de treinta mil armas nucleares, cuarenta mil toneladas de armas químicas, toneladas de materiales susceptibles de fisión y decenas de miles de científicos y técnicos que saben cómo construir estas armas pero no cómo ganarse la vida», declaraba un informe del Senado estadounidense sobre el mercado negro soviético. Un oficial ruso que investigaba el robo de uranio enriquecido de una base de submarinos de Múrmansk lo expuso con mayor sencillez: «Hasta las patatas están mejor guardadas.» Pero yo no necesitaba la confirmación de expertos para saber si el peligro era real. Había estado en Moscú en septiembre de 1991, unas semanas después del fracasado golpe contra Gorbachov, cuando la Unión Soviética pareció desplomarse de la noche a la mañana. Ya entonces todo estaba en venta. Recordé mi encuentro con un grupo de científicos militares rusos, incluidos algunos de los máximos expertos en armamento nuclear. Ninguno de ellos podía permitirse una camisa decente. Llevaban los cuellos y puños desgastados y deshilachados. El científico más veterano, creador de un importante sistema soviético de misiles, me llevó aparte y ofreció vendérmelo. Obviamente, pocos terroristas árabes habrían tenido problemas para comprar una bomba. El peligro expresado por el código de la Biblia debía de ser real, pero yo no tenía forma de confirmarlo ni de evitarlo.Varios días después de volver a Estados Unidos conseguí llegar por fin al jefe local de los servicios secretos israelíes, el general Jacob Amidror. Supuse que él, al igual que Peres, desestimaría el código de la Biblia. Los rangos superiores del gobierno israelí eran entonces desafiantemente laicos, y los cuadros militares y de inteligencia lo eran más que nadie. Garanticé inmediatamente al general Amidror que se trataba de inteligencia, no de religión. -No soy creyente. Soy investigador periodístico. Para mí, el código de la Biblia es información, no religión -aclaré. -¿Cómo puede decir eso? -respondió Amidror-. ¿Cómo puede descartar la autoría de Dios? Esto está codificado en la Biblia desde hace tres mil años. Amidror resultó ser muy religioso. No sólo aceptaba el código como verdadero; lo aceptaba como palabra divina. De los casi totalmente laicos jefazos de la inteligencia israelí, había ido a parar al único hombre que no necesitaba garantías sobre el código bíblico. No obstante, Amidror se declaró incapaz de encontrar pruebas del peligro anunciado en el mundo real. -Si existe un peligro ±dije, proviene del otro reino. En ese caso, todo lo que podemos hacer es rezar. Nada más pasar el Año Nuevo de 1996, me llamó a Nueva York el más importante asesor militar de Peres, el general Danny Yatom. «El primer ministro ha leído su carta y la que envió usted a Rabin. Quiere verle», me dijo. De modo que regresé a Israel y, para preparar mi encuentro con Peres, volví a trabajar con Eli Rips. Dimos un nuevo repaso a todos los cálculos matemáticos. Rips tecleó en el ordenador «holocausto de Israel» y el año judío en curso, «5756». Se emparejaron. Las probabilidades eran una en un millar. Tecleó «holocausto atómico» y el mismo año. De nuevo volvieron a emparejarse. Las probabilidades eran en este caso superiores: 8 en 9800. ¿Quién podía emprender un ataque atómico contra Israel? ¿Quién sería el enemigo? Atravesaban a «holocausto atómico» las palabras «desde Libia». «Libia» aparecía otras dos veces en el mismo cuadro. El nombre del líder libio «Gadafi» estaba codificado en el último libro de la Biblia, en un versículo que declaraba: «El Señor traerá desde lejos una nación contra ti, que caerá sobre ti como un buitre.» También aparecían codificadas las palabras «artillería libia», así como el año en curso, «5756». Las probabilidades de que una arma estuviera codificada junto con el año volvían a ser al menos de mil contra una. «Artillero atómico» también estaba codificado en la Biblia, y al parecer se lo localizaba en «el Pisgá», una de las cumbres de una cadena montañosa de Jordania, la misma que escaló Moisés para ver la Tierra Prometida.Al cotejar con el texto original de la Biblia, encontré que el primer versículo donde se menciona el Pisgá también afirma, casi abiertamente:«Arma aquí, en este lugar, camuflada.» Parecía increíble que las palabras reales del Antiguo Testamento, escritas hace tres mil años, pudieran revelar la localización de una arma atómica dispuesta para ser lanzada contra Israel. Y, sin embargo, si el peligro era real, si era inminente un «holocausto de Israel», un «holocausto atómico», entonces todo cuadraba
a la perfección. Si en verdad existía un código en la Biblia, si en verdad revelaba el futuro, entonces desde luego la advertencia más claramente codificada debería referirse al momento preciso en que la tierra de la Biblia pudiera ser borrada, el momento en que el pueblo de la Biblia pudiera perecer eliminado, un hecho lo bastante importante como para figurar directamente en el texto original. «Es muy coherente dijo Rips-. La intención salta a la vista.» Rips no tenía duda de que el ataque atómico estaba codificado con toda nitidez y prácticamente contra todo azar; pero mi encuentro con Peres lo inquietaba. «El Todopoderoso ±plantee-podría haber ocultado el futuro a ojos de quienes no están destinados a verlo.» El 26 de enero de 1996 me entrevisté con Shimon Peres en su despacho de Jerusalén y le advertí del ataque atómico codificado. En nuestro encuentro, el mandatario sólo me hizo una pregunta: -¿Se predice qué podemos hacer nosotros? -Es una advertencia, no una predicción -respondí. Le enseñé a Peres dos matrices impresas del código de la Biblia. Una mostraba las palabras «holocausto de Israel» codificadas junto al año judío en curso, «5756». En la otra aparecían las palabras «holocausto atómico» junto al año en curso. Le dije que las probabilidades de que tales coincidencias fueran por azar eran de al menos una en un millar. Peres me interrumpió: -¿Las probabilidades de que eso ocurra? Le expliqué que nadie podía calcular con certeza las probabilidades de que el holocausto fuera a ocurrir. Nadie había conseguido profundizar lo suficiente en el código como para ello; pero las probabilidades de que 1996 coincidiera dos veces en el código con el peligro anunciado eran al menos de una en un millar. En términos matemáticos se hallaban más allá del azar. -Si el código de la Biblia está en lo cierto, Israel estará en peligro por lo que queda de siglo: los siguientes cinco años -dije al primer ministro-. Pero quizá sea este año el más crítico. En Libia parecía estar la fuente del peligro. Mostré a Peres cómo «Libia» atravesaba en el código a «holocausto atómico». -Ignoro si eso significa un ataque libio en toda regla o bien uno lanzado desde cualquier otro lugar por terroristas respaldados por Libia dije-. Yo me inclino a pensar que Gadafi comprará un artefacto atómico a cualquiera de las antiguas repúblicas soviéticas y que serán terroristas quienes lo usen contra Israel. Peres me escuchó impasible. Era evidente que había leído atentamente mi carta y que no había olvidado la que envié a Rabin un año antes de que lo asesinaran. No hizo preguntas filosóficas sobre el código bíblico. No mencionó a Dios. No preguntó si su propio nombre aparecía codificado; algo natural después del asesinato de Rabin. Sólo tenía un idea en mente: el peligro anunciado para Israel. No pareció sorprenderle la amenaza de un ataque atómico. Peres había dirigido el programa de armamento nuclear israelí en una base militar ultrasecreta en Dimona. Conocía la facilidad con que un artefacto nuclear puede convertirse en arma terrorista.-Ignoro si Israel corre verdadero peligro ±manifesté antes de marcharme-. Sólo sé que así lo advierte el código de la Biblia. Al día siguiente, 27 de enero de 1996, el líder libio Muammar al-Gadafi hizo una extraña declaración pública. Instó a todos los países árabes a que adquirieran armas nucleares. «Los árabes, amenazados por Israel, tienen derecho a comprar armas nucleares sea como sea», afirmó.
Cuando Gadafi hizo esta declaración, yo estaba en Jordania, en la cima del monte Nebo, el pico del Pisgá que Moisés escaló para ver la Tierra Prometida, en la misma cadena montañosa sobre el mar Muerto donde el código de la Biblia localizaba el punto de lanzamiento de un ataque atómico. La localización del arma era de una claridad meridiana. «Bajo las laderas del Pisgá» atravesaba «artillero atómico».
Inmediatamente antes había una frase que era como una «X» en un mapa. Allí, el versículo original de la Biblia rezaba: «Para que prolonguéis vuestros días en la Tierra.» Resultaba curioso que ese pasaje atravesara las palabras «artillería atómica», así como «holocausto atómico». Parecía ofrecer la esperanza de que el ataque podía evitarse. Un mensaje oculto en ese versículo de la Biblia decía cómo hacerlo. Las mismas letras que en hebreo significan «para que prolonguéis» equivalen también a las palabras «dirección» y «fecha». La dirección estaba clara. La cadena montañosa de Jordania, el Pisgá, marcaba la ubicación del arma atómica que aparecía justo debajo de «dirección». Sin embargo no podíamos encontrar la fecha. Sabíamos dónde buscar pero no cuándo. A pesar de todo fui allí al día siguiente de mi entrevista con Shimon Peres, y allí estaba cuando Gadafi lanzó su amenaza.«Bajo las laderas del Pisgá» había unos cinco kilómetros de colinas peladas y uadis desiertos. Cualquiera de ellos podía esconder una pieza de artillería o una lanzadera de misil. Expertos estadounidenses en terrorismo nuclear me habían confiado que para transportar determinados proyectiles de artillería atómica en una mochila basta un hombre fuerte, y a lo sumo dos. Había miles de proyectiles atómicos diseminados por toda la antigua Unión Soviética, todos ellos capaces de destruir una ciudad entera. Era extraño estar allí, donde debió de detenerse Moisés, y divisar Israel por encima del mar Muerto, al otro lado del agua, sabiendo que en algún lugar de las colinas y uadis circundantes unos terroristas libios podían estar preparándose para lanzar una cabeza nuclear contra Tel-Aviv o Jerusalén. Un día más tarde regresé a Jerusalén para reunirme con Danny Yatom, el general que había organizado mi encuentro con Peres y que estaba a punto de ser nombrado jefe del Mossad, el famoso servicio secreto israelí. Yatom acababa de volver de Washington, de las fracasadas conversaciones de paz con Siria, pero ya había hablado con Peres de nuestro encuentro. -¿Se lo tomó en serio? -pregunté a Yatom.-Le entrevistó usted, ¿no? -dijo el general. Conversamos con más detalle sobre el peligro del «holocausto atómico» codificado en la Biblia. Yatom quería saber cuándo, dónde. Le referí lo que sabía y añadí: -El lugar y la fecha pueden ser sólo probabilidades. Podríamos equivocarnos respecto de los detalles pero no respecto del peligro general. Yatom me hizo la misma pregunta que me había hecho Peres, si estaba codificado qué solución adoptar. -Tal vez sea imposible impedir que un cometa choque con Júpiter -dije-. Pero desde luego se puede evitar que Libia ataque a Israel. Tres días más tarde, en un discurso pronunciado en Jerusalén, Peres dijo por primera vez en público que el mayor peligro al que se enfrentaba el mundo eran las armas nucleares que podían «caer en manos de países irresponsables y ser transportadas a hombros de fanáticos». Era una clara reformulación de la advertencia del código de la Biblia. Gadafi bien podía comprar
tecnología atómica que terroristas apoyados por Libia podían utilizar contra Israel. Con todo, si el código de la
Biblia tenía razón, Peres se equivocaba. No era éste el mayor peligro con el que se enfrentaba el mundo.
-Si hay algo de verdad en todo esto -le dije al general Yatom-, estamos ante el principio del peligro, no el fin.
CAPITULO III
CAPÍTULO TRES
«TODO SU PUEBLO EN GUERRA»
La mañana del domingo 25 de febrero de 1996 Israel sufrió el peor ataque terrorista de los últimos tres años. Un palestino convertido en bomba humana voló un autobús abarrotado que circulaba por Jerusalén matando a veintitrés personas. Durante los siguientes nueve días otros dos ataques terroristas con bomba en Jerusalén y Tel-Aviv elevaron el número de víctimas mortales a 61, hicieron añicos la paz en Oriente Medio y
sumieron de nuevo a Israel en estado de guerra.
Yo conocía la fecha en que daría comienzo la oleada de terror desde el día en que murió Rabin. En la línea anterior a la de «asesino que asesinará» aparecía una segunda predicción: «todo su pueblo en guerra».
Esas mismas palabras aparecían otras dos veces en la Biblia, en cada caso junto a la fecha: «Desde el 5 de Adar, todo su pueblo en guerra.» El 5 de Adar del antiguo calendario judío equivalía al 25 de febrero de 1996.
La ominosa advertencia del código -«todo su pueblo en guerra»-se había hecho realidad en la fecha exacta de la premonición.
Mi conmoción fue tan intensa como el día del asesinato de Rabin, aunque las bombas me sacudieron menos que la nueva demostración de veracidad del código bíblico. Cuatro meses antes, cuando Israel vivía en paz, cuando la paz parecía tan segura que hasta los líderes del mundo árabe acudieron al entierro de Rabin, el código de la Biblia había pronosticado que a fines de febrero Israel estaría en guerra.
Un mes antes, durante mi entrevista con el primer ministro Peres, esa predicción parecía tan improbable que temía que al transmitírsela se debilitara mi advertencia de un «holocausto atómico». Y de pronto, exactamente cuando lo anunciara la Biblia tres mil años antes, estallaba el conflicto y Peres en persona declaraba que Israel estaba en guerra, «una guerra en todos los sentidos del término».
Era una espeluznante confirmación de la exactitud del código bíblico, que además incluía detalles de los tres ataques suicidas. Las palabras «autobús», «Jerusalén» y «bomba» aparecían juntas. Incluso la Biblia menciona el nombre de la calle en que los terroristas palestinos volaron autobuses dos domingos seguidos:
«Jaifa Road». Aparecían codificados el mes y el año, «Adar 5756», fecha que en el calendario judío correspondía a febrero y marzo de 1996, junto a la exacta localización de los atentados y la palabra «terror».
De hecho, en el texto oculto de la Bilia donde aparecía codificado «autobús» había una descripción completa de los tempraneros ataques: «fuego, gran estruendo, despertaron pronto, atacarán, y habrá terror».
El último ataque terrorista, un atentado suicida en el corazón de Tel-Aviv que el 4 de marzo de 1996 elevaba a 61 el número de víctimas, también aparecía detallado en el código. «Dizengoff», el nombre del centro comercial donde ocurrió, figuraba junto a «Tel-Aviv» y «terrorista». «Bomba terrorista» y «Tel-Aviv» también coincidían en el código. El nombre del grupo terrorista que estaba detrás de los ataques aparecía
asimismo ligado al arma empleada -«bomba de Hamas»-y al año del trágico suceso, «5756».
Las masacres de Jerusalén y Tel-Aviv, las terribles imágenes de cuerpos despedazados que se sucedían día tras día, partieron en dos al país, dividieron a árabes y judíos y pusieron sangriento punto final a una paz aparentemente consolidada. Hierros retorcidos y carne desgarrada reemplazaron la imagen del famoso apretón de manos entre el ahora asesinado primer ministro israelí Rabin y el líder palestino Arafat. Cuando supe que
Yatom acababa de ser designado jefe del Mossad y tuvo que ausentarse de una recepción diplomática para entrevistarse conmigo. Conversamos solos en la puerta de la embajada, apartados de la multitud de dignatarios que departía en el patio. Numerosos policías, agentes del servicio secreto con equipos de visión nocturna y agentes de seguridad israelíes con perros de policía patrullaban el perímetro de la embajada.
Le mostré a Yatom un mapa del Israel antiguo donde destacaba la montaña jordana desde la que Moisés divisó la Tierra Prometida.
«No hay sitio más favorable para lanzar un ataque atómico contra Israel que éste dije. Si el peligro es real, tenemos poco tiempo. Está señalado para el 6 de mayo por la noche.»
En realidad aún no habíamos sido capaces de encontrar una fecha claramente codificada. «6 de mayo» aparecía señalada, pero esa combinación de letras hebreas figuraba con tanta frecuencia en la Biblia que no tenía un sentido nítido. No era, en términos matemáticos, un dato significativo. Pero era la única fecha de que disponíamos y distaba apenas una semana.
«No sé si esa fecha tiene verdadero significado -le expliqué a Yatom-, pero el código de la Biblia predijo el día exacto en que volaron el primer autobús. No dispone usted más que de una semana para comprobarlo.»
El 6 de mayo llegó y pasó sin novedad. Yatom no encontró armas. Israel no fue atacado. Mi confianza en el código de la Biblia empezó a tambalearse. Pero pronto se disiparon mis dudas.
Una semana antes de las históricas elecciones israelíes del 29 de mayo de 1996 una votación que decidiría el futuro de la paz sellada con el apretón de manos entre Rabin y Arafat-encontré la predicción del resultado en el código bíblico. «Primer ministro Netanyahu» aparecía codificado en el Antiguo Testamento y cruzaba ese nombre la palabra «elegido». Su apodo, «Bibi», figuraba en la misma linea y en el mismo versículo de la Biblia.
No creí que fuera a suceder. Benjamin Netanyahu se oponía abiertamente al plan de paz. Shimon Peres era el arquitecto del plan y el heredero de pleno derecho de Itzhak Rabin. Yo confiaba en que Israel no le daría la espalda, incluso después de la oleada de atentados terroristas. Peres sería reelegido con toda seguridad.
Todos los sondeos eran unánimes. Nadie esperaba que ganara Netanyahu.
La víspera de las elecciones llamé a Eli Rips y le conté que había encontrado codificado en la Biblia «primer ministro Netanyahu». Fue Rips quien descubrió que «elegido» atravesaba su nombre.
Estadisticamente estaba más allá de toda duda. Las probabilidades eran superiores a una en doscientas. El código bíblico parecía predecir que, si Netanyahu ganaba, moriría pronto. «Seguramente será asesinado» atravesaba con toda nitidez en el texto a «primer ministro Netanyahu». En la línea siguiente, y también en sentido transversal al nombre, aparecía la amenaza bíblica de muerte prematura: «le será arrebatada el alma». Es la frase específica con que se describe la muerte de un hombre antes de que alcance
los cincuenta años. Netanyahu tenía cuarenta y seis. Su muerte estaba anunciada con tanta claridad como la de Rabin. Las probabilidades de que esa muerte figurara codificada junto al nombre eran de una en un centenar. Para el asesinato de Rabin las probabilidades eran de una en tres mil.
Pero en el cuadro que predecía la elección de Netanyahu había muerte por doquier. «Asesinado» aparecía dos veces. El código también insinuaba que podía morir en una guerra. El texto oculto completo del anuncio de su muerte decía: «le será arrebatada el alma en combate».
El día previo a las elecciones escribí la siguiente nota:
«Si sólo me guiara por el código de la Biblia, tendría que decir que si Netanyahu resulta elegido no llegará con vida al término de su mandato.» Pero en el fondo estaba tranquilo. No me cabía duda de que esta vez el código fallaría. No creía que Netanyahu fuera a morir. Ni que fuera a ganar las elecciones.
El 29 de mayo de 1996, tal como anunciaba el código secreto, Benjamin Netanyahu fue elegido primer ministro de Israel. Fue una votación tan ajustada -el 50,4% contra el 49,6 % que el resultado no se confirmó del todo hasta pasados dos días de los comicios. Fue un empate, finalmente decidido por los votos por correo, cuyo desenlace llevaba tres mil años codificado en la Biblia.
La Casa Blanca, la OLP, los encuestadores y toda la prensa israelí se vieron pillados por sorpresa. Nadie habían asesinado a Rabin me conmovió tanto su muerte como la brutal realidad del código. Pero cuando las bombas estallaron en la fecha exacta anunciada por el código mi conmoción fue aún mayor, porque en ese momento yo sabía que el texto secreto también predecía un «holocausto atómico», un «holocausto de Israel», una «guerra mundial». La ominosa advertencia «todo su pueblo en guerra», codificada junto al asesinato de Rabin, el aviso que con tanta precisión anunciaba la fecha exacta en que comenzaría la nueva oleada de terrorismo, predecía de hecho un peligro mucho mayor.
En dos ocasiones aparecían en el código esas palabras -«todo su pueblo en guerra» - junto a «holocausto atómico».
El último día de abril de 1996, después de que el primer ministro Peres se reuniera con el presidente Clinton, volví a entrevistarme con el general Danny Yatom en la embajada israelí en Washington. www.formarse.com.ar
esperaba que ganara Netanyahu. Como todo el mundo, la noche de las elecciones me fui a dormir convencido de que Peres había ganado y desperté con Netanyahu como nuevo primer ministro. Nuevamente sobresaltado, me invadió el mismo pánico que cuando el asesinato de Rabin y la oleada de terror confirmaron los vaticinios del código. Lo sorprendente no era que Netanyahu hubiera derrotado a Peres, sino que esa predicción tuviera tres mil años de antigüedad.
Una vez más, el código de la Biblia acertaba y yo me equivocaba. Ya no se trataba de una mera confirmación de mis propias suposiciones o de un texto que predecía lo obvio. Ahora anticipaba con firmeza cosas que nadie podía esperar que sucedieran.
El peligro de «holocausto atómico» volvió a cobrar visos de realidad. No sólo porque el código parecía recuperar consistencia sino también porque «Netanyahu» formaba parte de una importante cadena de acontecimientos que conducían al terror, empezando por el asesinato de Rabin y acabando en un ataque atómico. Era como el ensamblaje de las piezas de un rompecabezas que, lenta e inexorablemente, completan una imagen horrible.
«Netanyahu» encajaba entre «Itzhak Rabin» y su asesino, «Amir», justo encima de las palabras que encontré el día en que murió Rabin: «todo su pueblo en guerra».
Descubrí que atravesaban el nombre de «Amir» las palabras «cambió la nación, los hará malvados». Era como si el enfebrecido pistolero hubiera reemplazado a Rabin, el pacificador, por el hombre que ahora levantaría a «todo su pueblo en guerra», Netanyahu. Y junto a éste emergían palabras de terror bíblico: «para el gran horror, Netanyahu». Esas mismas palabras, que sugerían un acontecimiento tan espantoso que no tenía parangón fuera de la escala cósmica de la Biblia, volvían a figurar junto al anuncio de su elección, la única vez en que «primer ministro Netanyahu» aparecía codificado. Y las mismas palabras -«para el gran horror, Netanyahu»- aparecían en una tercera ocasión: junto a «holocausto atómico».
Al día siguiente de que Netanyahu pronunciara el discurso como nuevo primer ministro llamé a su padre. BenZion Netanyahu, uno de los principales asesores de su hijo, es el primogénito de una vieja familia sionista cuyo padre cambió su apellido al llegar a Israel por otro que en hebreo significa «dado por Dios». El profesor Netanyahu es un estudioso de la Inquisición, de los antiguos orígenes del acoso a los judíos que condujeron al Holocausto hitleriano.
Bibi y él se reúnen cada sábado. Pero el viernes por la mañana, cuando tuvo mi carta en sus manos, Ben-Zion Netanyahu se la llevó a su hijo inmediatamente. La carta decía:
«Le he pedido a su padre que le entregue esta carta porque poseo información referente a una amenaza contra Israel que quizá debería usted contrastar personalmente.
»La advertencia proviene del código secreto oculto en la Biblia que ya ha pronosticado acontecimientos ocurridos miles de años después de su escritura.
»Anunció el asesinato de Rabin, anunció la fecha exacta de los atentados terroristas que han tenido lugar este año y también ha anunciado que usted resultaría electo.
»Ahora advierte de un "holocausto atómico".
»Ignoro si Israel se encuentra verdaderamente en peligro. Sólo sé que el peligro se halla codificado en la Biblia. »Si lo tomo en consideración es porque predijo que Rabin moriría en el año 5756, que los terroristas atacarían el 25 de febrero y que usted sería primer ministro.
»Si la amenaza de un "holocausto atómico" también es real, el lapso de tiempo para evitarlo será muy corto. Recientemente hemos encontrado información que desvela una fecha.»
Por fin habíamos dado con el día en que Israel sería atacado: el último día del año judío de 5756, el 13 de septiembre de 1996. «Holocausto de Israel» aparecía codificado junto a «29 de Elul». Exactamente tres años después del famoso apretón de manos entre Itzhak Rabin y Yasir Arafat en los jardines de la Casa Blanca. Si el 13 de septiembre de 1993 supuso el inicio de la paz tras cuatro mil años de enfrentamientos entre árabes y judíos, el 13 de septiembre de 1996 podía representar el terrible golpe final de ese inacabable combate.
Viajé a Israel seis semanas antes de la fecha prevista para el «holocausto atómico». Todavía no habíamos acordado ninguna entrevista con el primer ministro. Lo primero que hice fue ir a ver a Eli Rips. El padre del mandatario ya se había comunicado telefónicamente con él y Rips le devolvió la llamada durante mi visita. El matemático le explicó que el código bíblico parecía afirmar que Israel sufriría un ataque nuclear. Le
dijo que estaba claramente codificado, con amplias probabilidades de acierto aunque también precisó que nadie podía saber si el peligro era absolutamente real.
«Hay un código secreto en la Biblia dijo Rips-. Pero ignoramos su capacidad predictiva. Si bien las palabras "holocausto atómico" y "holocausto de Israel" aparecen en efecto junto al año en curso, nadie sabe si esto significa que el peligro es inmediato, inevitable o incluso real. Lo que está claro es que las palabras que anuncian el peligro están codificadas intencionadamente.»
«Se entrevistará contigo -me dijo Rips cuando colgó el teléfono--. Parecía un tanto perplejo pero me ha dicho que te recibirá.»
-Si esto es cierto, entonces tendré que creer en Dios, y no sólo en Dios, sino en el Dios de Israel, y tendré que hacerme creyente -dijo Ben-Zion Netanyahu al recibirme en su sala de estar.
Era toda una afirmación para ese sionista desafiantemente secular, un judío que confiaba más en las pistolas que en Dios para consolidar la nueva nación surgida al hilo de la segunda guerra mundial. Le confié que yo no era creyente ni religioso.
-¿Cómo puede decir eso? -se sorprendió él-. Una cosa así tiene que ser sobrenatural. Esto no lo hizo ningún hombre. Si existe un código en la Biblia, significa que tiene dos mil o tres mil años. Y si desvela lo que pasa ahora, si es verdadero, entonces Dios existe. ¿Por qué ha venido usted a verme?
-Porque el código de la Biblia afirma que Israel corre un peligro sin precedentes y creo que el primer ministro ha de saberlo -respondí.
-El primer ministro ya lo sabe -dijo-. Y yo también. Para eso no necesitamos un código bíblico que nos lo cuente.
-Aun así, el código indica que Israel se enfrenta a un «holocausto atómico» posiblemente este año -añadí.
Le mostré unas cuantas matrices impresas del código. La predicción del asesinato de Rabin. La predicción de la elección de su hijo. Las predicciones de un «holocausto de Israel» y de un «holocausto atómico».
-Si todo esto aparece codificado, significa que lo fue por un ser sobrenatural mucho más adelantado que nosotros; que a su lado somos como hormigas. ¿Cómo podemos detenerlo? -preguntó Netanyahu.
Tanto Netanyahu como Rips, de hecho las dos personas con las que me había encontrado, parecían asumir que si el código era verdadero, tenía que provenir de Dios. Yo no era de su opinión.
Para mí era sencillo imaginar que venía de alguien bueno que quería salvarnos, pero que no era nuestro creador. Evidentemente no provenía de alguien omnipotente, ya que, de ser así, en vez de codificar una advertencia no habría necesitado más que evitar el peligro.
No obstante, lo que le dije al padre del mandatario fue que no había nada predeterminado, que lo que hiciéramos decidiría el resultado.
-Hablaré con mi hijo -dijo Netanyahu-. Trataré de organizar una entrevista
Mientras esperaba noticias del primer ministro busqué en el código confirmaciones del peligro que corría Israel. La única codificación de «la próxima guerra» volvió a atraer mi interés. Cuando lo vi por primera vez me pareció una confirmación evidente de conexión entre el asesinato de Rabin y la amenaza de un holocausto atómico.
El texto oculto de la Biblia declaraba, justo encima de «la próxima guerra»: «Será tras la muerte del primer ministro.» También aparecían codificados en el mismo versículo los nombres «Itzhak» y «Rabin».
En ese momento volví a observarlo y reparé en una nueva predicción en el mismo texto oculto: «otro morirá».
Fue una confirmación sorprendente de que Netanyahu también podría correr peligro y conectaba su anunciada muerte con «la próxima guerra».
Volví a ver a su padre para contarle aquello que le había ocultado en nuestro primer encuentro: el mismo código que predecía la elección de su hijo también parecía predecir que moriría en el poder. Ben-Zion Netanyahu ya había perdido un hijo. El hermano del primer ministro, Jonathan, murió mientras dirigía la famosa incursión de un comando sobre Entebbe que liberó a cientos de rehenes el 4 de julio de 1976. En Israel era un héroe nacional.
No había sido mi intención contarle al padre de Netanyahu que su otro hijo corría ahora peligro. Pero como nadie conseguía llegar hasta el primer ministro tuve que mostrarle al anciano el nuevo juego de matrices impresas del código.
En una ocasión apareció codificado en la Biblia «primer ministro Netanyahu». La palabra «elegido» cruzaba su nombre.
«Lo descubrimos una semana antes de que su hijo fuera elegido», dije.
Le enseñé una segunda matriz. En ella aparecía la palabra «Cairo» junto a «primer ministro Netanyahu». Era la primera capital árabe que había visitado. La tercera matriz mostraba las palabras «hacia Amman», de nuevo en el mismo lugar que «primer ministro Netanyahu». Su viaje a la capital jordana estaba anunciado para la semana siguiente.
«Las tres primeras predicciones ya se han hecho realidad -dije-. Creo que también debemos tomarnos en serio la cuarta.»
Tendí la cuarta matriz al padre del primer ministro. Las palabras «en verdad morirá» atravesaban «primer ministro Netanyahu».
El código lo hacia parecer inevitable. Aseguré al padre de los Netanyahu que sólo era una posibilidad, no una predestinación.
Pidió que le mostrara de nuevo el vaticinio del asesinato de Rabin y lo contempló durante un rato en silencio.
Otra vez más dijo que hablaría con su hijo. «Vi a mi hijo anoche -me dijo Ben-Zion el día anterior a mi programado viaje de regreso. No quiere un encuentro. Bibi no es un místico. Es muy práctico, muy terco y sencillamente no se lo cree.»
Las mismas aterradoras palabras que utilizó el amigo de Rabin cuando traté de advertirle del anunciado asesinato:
«No te creerá. No tiene nada de místico. Y es un fatalista.» Y ahora Rabin estaba muerto.
Volví a Nueva York y envié una última carta al mandatario. La recibió justo antes del Año Nuevo judío. Mi carta decía:
«Según el código, Israel correrá peligro durante los próximos cuatro años, pero el año actual puede ser crítico, y los días anteriores al Rosh Hashanah el peor momento.»
Comenzaba la cuenta atrás. El código de la Biblia ya había demostrado su inefabilidad prediciendo el día que comenzaría la oleada de terror con la misma exactitud con la que había pronosticado la muerte de Rabin.
El 13 de septiembre de 1996, día del anunciado holocausto, se aproximaba y el nuevo primer ministro se negaba a tomar en consideración la advertencia.
Faltaban tres días para el aniversario del apretón de manos de Rabin y Arafat. Rabin había muerto como lo predijo la Bíblia
CAPÍTULO CUATRO
EL LIBRO SELLADO
Las dos grandes revelaciones bíblicas, el libro de Daniel del Antiguo Testamento y el del Apocalipsis del Nuevo, constituyen predicciones de un horror sin precedentes que nos serán plenamente reveladas en el «fin de los días», cuando se abra un libro secreto.
En el del Apocalipsis, sólo el Mesías podrá abrir el libro protegido por «siete sellos»: «Vi también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Pero nadie era capaz, ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo.»
En el de Daniel, que es la versión original de la misma historia, un ángel le revela al profeta el futuro ulterior, y luego le dice: «Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.» Fueron estos dos versos los que impulsaron a Isaac Newton a buscar un código en la Biblia.
En los cinco libros originales, el fin se anuncia en cuatro ocasiones. Fijé mi atención en la primera de ellas, cuando el patriarca Jacob les cuenta a sus doce hijos «lo que os ha de acontecer en días venideros». En el código, allí se lee «5756».
«En 5756» atraviesa la frase «en el fin de los días». Este año del antiguo calendario hebreo corresponde al que va de septiembre de 1995 a septiembre de 1996. De las diez siguientes cifras posibles, ninguna otra coincidía. Las probabilidades de que el año en curso estuviera codificado junto al «fin de los días» por casualidad era de una en un centenar.
Me resistía a creer que el apocalipsis estuviera a punto de empezar. Verifiqué la segunda mención del fin de los días en el texto corriente. Aquí es Moisés quien anuncia al pueblo de Israel lo que le acontecerá «al final de los tiempos». El pasaje coincide con la codificación del asesinato de Rabin.
Busqué la tercera mención. Justo antes de morir, en su discurso final ante los antiguos israelitas, Moisés vuelve a advertirles del mal «que sobrevendrá al final de los días». También aquí la codificación correspondía al asesinato de Rabin. La cuarta mención está puesta en boca del misterioso hechicero Balaam, quien le anuncia a un viejo enemigo de Israel «lo que este pueblo ha de hacer a tu pueblo en los postreros días».
Hay en su visión apocalíptica un escalofriante atisbo de realidad. Predice una gran batalla en Oriente Medio, una guerra futura entre Israel y los árabes, un conflicto terrible que «aniquilará para siempre» varias naciones. «Lo veo, pero no para ahora dijo Balaam hace tres mil años-. Lo diviso, aunque no está cerca.» En el código de la Biblia, esta profecía de los «postreros días» coincidía con «holocausto atómico» y «guerra mundial».
Además de éstas, existe en la Biblia otra mención del «fin de los días». Casi al final del libro de Daniel, el ángel se niega a revelar al profeta los detalles de un apocalipsis que durará tres años y medio y luego le dice:
«Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin.» Y más adelante: «te levantarás para recibir tu suerte al fin de los días».
Así pues, verifiqué el contenido de este pasaje en el código secreto y descubrí que también hacía referencia al año en curso, 1996. Las probabilidades de que «en 5756» y el «fin de los días» coincidiesen nuevamente en el texto eran de una en doscientas o más. Hice que el ordenador rastreara las fechas de los siguientes cien años, pero ningún año del próximo siglo se repetía en ambas profecías bíblicas.
El código de la Biblia afirmaba sin duda alguna que el fin era inminente, que el presente año, el que en el calendario moderno había empezado a fines de 1995 y terminaba a fines de 1996, era la fecha inaugural del tan anunciado apocalipsis. Lo que el código no decía era cuándo acabaría el «fin de los días».
Volví a revisar el último capítulo de Daniel, allí donde el libro secreto queda sellado. El texto original señala que el «libro sellado» revelará al mundo los detalles de un horror jamás visto: «Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones.» En cierto modo presentaba al código secreto como una advertencia de la catástrofe postrera. Si bien no aclaraba cuándo ocurriría, el código parecía dejar claro que habría una tercera «guerra mundial», un «holocausto atómico», el definitivo Armagedón.
Llevaba cuatro años investigando el código de la Biblia y sabía desde el principio que las dos principales predicciones del final de los tiempos hablaban de un conocimiento revelado cuando se abriera un libro secreto.
Sin embargo no se me había ocurrido hasta entonces que el libro sellado pudiera ser el código. Porque, pensándolo bien, si el código de la Biblia existía de verdad, sólo podía tener un objeto: prevenimos de la inminencia de un peligro sin precedentes. ¿Cómo explicar si no la presencia de un código con más de tres mil años de antigúedad en el libro más importante del planeta? Deduje, asimismo, que el peligro debía de estar a
punto de sobrevenir porque de otro modo no habríamos descubierto el código.
Una inteligencia capaz de ver el futuro había codificado la Biblia. Sabía cuándo sobrevendría el peligro.
Diseñó, por tanto, un código que sólo la tecnología de la época crucial podría desvelar. ¿Era, pues, éste el «libro sellado»? De hecho, el código tenía una especie de seguro temporal que garantizaba su secreto hasta tanto no se inventaran los ordenadores. ¿Habíamos logrado abrir el «libro sellado»? ¿Estábamos realmente a las puertas del tan temido «fin de los días»?
Eli Rips, recordé, había comparado el código secreto con un puzzle gigante de miles de piezas de las que sólo teníamos unas cuantas. Poco a poco se iba formando la imagen, pero era demasiado grande y, sobre todo, demasiado sobrecogedora como para aceptarla. Regresé a Israel y me dirigí a la casa de Rips en Jerusalén.
Juntos estudiamos los pasajes de la Biblia donde aparecían codificadas las dos predicciones del «fin de los días» y donde ambas coincidían con el año en curso.
-¿Lo encuentra usted posible? -pregunté.
-Sí -respondió él, pensativo.
-¿Será el código secreto el «libro sellado» del que habla la Biblia? -volví a preguntar.
Tampoco el descubridor del código se había planteado nunca la posibilidad de haber accedido al «libro sellado» de las profecías, el texto secreto que, según vaticina la propia Biblia, será abierto a modo de postrera revelación en el «fin de los días».
-Desde luego, si el peligro codificado es real, si el holocausto atómico está a punto de estallar, se cumpliría la profecía de Daniel dijo Rips.
Abrió su Biblia y leyó en voz alta las famosas palabras:
«Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones.» Rips estaba de acuerdo con que el libro secreto había sido diseñado para salir a la luz ahora.
-Por eso fracasó Isaac Newton -reflexionó Rips-. Estaba «sellado hasta el fin de los tiempos». Para abrirlo se requería un ordenador.
Le dije a Rips que no creía que fuera a sobrevenir un «fin de los tiempos». Y mucho menos que estuviera a punto de comenzar.
-Estoy convencido de que es verdad el antiguo comentario -dijo Rips-de que ocurrirán cosas terribles antes de la llegada del Mesías.
Yo repuse que me resultaba imposible creer en una salvación sobrenatural. A mi entender, la única ayuda que recibiríamos provendría del código secreto. Lo cual tampoco me resultaba fácil de creer. Volví a revisar la matriz donde el «fin de los días» se cruzaba con «en 5756». Allí, el ordenador había descodificado otras dos
palabras: «Amir», el nombre del asesino de Rabin, y «guerra». La primera aparecía en la misma secuencia equidistante que la fecha crucial; justo debajo podía leerse la segunda. Tal vez no quedaba claro cuándo empezaría la «guerra» predicha, pero de que el código estaba programado para el presente no había la menor duda.
El «fin de los días» ya no era un suceso místico que sobrevendría en un futuro lejano. Según el código de la Biblia, ya había empezado. Estábamos en el umbral del tan anunciado apocalipsis. No obstante, tanto el peligro como el modo de prevenirlo parecían estar codificados. Así lo indicaban las palabras «plaga», «paz» y algo que podía leerse ya como ruego, ya como orden: «¡salvad!».
Rips abrió nuevamente su Biblia en el libro de Daniel y señaló las palabras que seguían a la predicción de un «tiempo de angustia» sin precedentes: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro.» ¿Quería eso decir que el «libro sellado» se había abierto justo a tiempo de advertirnos del peligro postrero, el temible «fin de los días»?
Yo no podía creerlo. Jamás había creído en el apocalipsis. Siempre pensé que se trataba de una amenaza vacía, la vara con la que todas las religiones mantenían a su rebaño a raya. La historia está llena de predicadores catastrofistas que veían en la Biblia signos inminentes del fin del mundo. Leían las palabras de Daniel y el Apocalipsis y las interpretaban como ilustraciones de su propio presente.
Los guardianes de los rollos del mar Muerto, los fanáticos que hace más de dos mil años escondieron copias de casi todos los libros de la Biblia en cavernas junto al mar Muerto, estaban convencidos de que la batalla final había dado comienzo. También los primeros cristianos creyeron que el Nuevo Testamento les anunciaba el advenimiento inminente del fin. ¿Acaso no había advertido Cristo que «esta generación no pasará hasta que todo esto haya acontecido»?
Toda época ha tenido sus voceros apocalípticos. Al cumplirse el primer milenio, en el año 1000 de nuestra era. Durante todos los períodos de guerra o crisis. Y siempre basados en citas bíblicas, siempre convencidos de haber podido por fin desgarrar el velo y ver claramente en el lenguaje simbólico los signos precisos del advenimiento del fin.
Ninguno estaba en lo cierto. Pero hasta ahora ningún científico serio había descubierto un código informatizado en la Biblia, una prueba matemática corroborada por todos los científicos que se ocuparon de revisarla. Asimismo, ninguno había encontrado antes un código capaz de predecir hechos concretos del mundo real. Jamás se habían encontrado nombres y fechas precisas en los textos. Como por ejemplo el nombre de un
cometa y el día en que chocaría contra Júpiter. O el de un primer ministro, el de su asesino y el año en que éste lo asesinaría. Nadie había encontrado el día exacto del comienzo de una guerra.
El código secreto de la Biblia era diferente.
Suponiendo que el código fuera una advertencia a este mundo, ¿de dónde venía entonces? ¿Quién podía prever los próximos tres mil años y codificarlos en la Biblia?
La misma Biblia dice, por supuesto, que su autor es Dios, y que Moisés recibió de Él los primeros cinco libros en el monte Sinaí: «Dijo Yahvé a Moisés: Sube hasta mí, al monte; quédate allí y te daré las tablas de piedra, la ley (Torá) y los mandamientos.»
Fue aquél, según la Biblia, un encuentro sobrecogedor. En la quietud crepuscular del desierto irrumpió de pronto un rayo terrible y la montaña que se cernía en sombras fue iluminada por un relámpago fulgurante.
Grandes llamas surgieron de la cima del monte como si el pico mismo estuviera ardiendo y, al brillo de una luz creciente, la vasta extensión del desierto empezó a temblar.
Sobresaltados por el trueno y el relámpago, así como por el suelo que temblaba bajo sus pies, seiscientos mil hombres, mujeres y niños huyeron de las tiendas donde dormitaban y contemplaron aterrados el monte que se agitaba violentamente y humeaba como un horno. Un cuerno de carnero sonó por encima del trueno y un hombre avanzó hacia la mole de piedra. De pronto, una voz lo llamó desde todas y ninguna parte: «Moisés,
sube a la cima del monte.» Corría el año 1200 a. J.C.
De acuerdo con la Biblia, en la cima del monte Sinaí oyó Moisés la voz a la que llamamos «Dios». Y esa voz le dictó los Diez Mandamientos -las leyes en las que se ha basado la civilización occidental- y el libro al que llamamos Biblia.
Sin embargo, allí donde Dios dice: «Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo», en el código se lee: «ordenador». La palabra «ordenador» aparece seis veces en el texto original de la Biblia, oculta en el término hebreo para «pensamiento». Cuatro de las seis menciones anacrónicas de «ordenador» pertenecen a los versículos del Éxodo que describen la construcción del Arca de la Alianza, la
célebre «arca perdida» que albergaba los Diez Mandamientos.
El código sugiere que incluso las leyes grabadas en las dos tablas de piedra podrían haber sido generadas por ordenador. «Las tablas eran obra de Dios, y la escritura, grabada sobre las mismas, era escritura de Dios», dice el versículo 32, 16 del Éxodo. Pero el texto codificado en ese mismo pasaje afirma:
«fue hecho por ordenador». Lo que describe el código ha de ser un artefacto muy superior a todos cuantos conocemos. No hace mucho, el New York Times informó que la humanidad podría estar a punto de dar el siguiente paso, es decir, de incorporar el mundo dentro de átomos y crear «un método de procesamiento de información tan potente que sería para la informática actual lo que la energía nuclear para el fuego». Este «ordenador cuántico» podría, según el Times, realizar en cosa de minutos cálculos que nuestros superordenadores tardarían hoy en día cientos de millones de años en efectuar.
El astrónomo Carl Sagan observó en cierta ocasión que si el universo albergaba alguna otra forma inteligente de vida, parte de ella debió de haber evolucionado con toda probabilidad mucho antes que nosotros, de modo que habría tenido miles, o cientos de miles, o millones, o cientos de millones de años para desarrollar
la tecnología avanzada que nosotros recién estamos empezando a manejar.
«Tras billones de años de evolución biológica (en su planeta y en el nuestro), no es lógico que una civilización extraterrestre esté a escasa distancia tecnológica de nosotros -escribió Sagan-. Ha habido humanos durante más de dos millones de años, pero sólo hace un siglo que conocemos la radio. Si hubiera civilizaciones extraterrestres más primitivas que nosotros, lo más probable es que estuvieran en un estadio muy anterior a la radio. Y si fueran más avanzadas, entonces nos llevarían una enorme delantera. Basta pensar en los avances tecnológicos que ha experimentado el mundo en unos pocos siglos. Lo que para nosotros es tecnológicamente difícil o imposible, incluso mágico, podría ser para ellos de una trivialidad apabullante.»
Arthur C. Clarke, autor de 2001, donde un misterioso monolito negro aparece en sucesivas etapas de la evolución humana, precisamente cuando estamos a punto de acceder a un nivel superior, hizo una observación similar:
«Toda tecnología lo bastante avanzada resulta indiscernible de la magia.»
Lo que el código de la Biblia parece plantear es que tras los «milagros» del Antiguo Testamento se esconde una tecnología avanzada. El código lo llama «ordenador». Pero quizá sólo lo haga para que podamos entenderlo. «Cada época histórica ha recurrido a su tecnología más impactante como metáfora del cosmos, e incluso de Dios», afirma en su libro La mente de Dios el físico australiano Paul Davies.
Puesto que la raíz de la misma palabra que designa en hebreo al «ordenador» significa asimismo «pensamiento», cuando la Biblia revela que hay un «ordenador» detrás de los «milagros» podría estar refiriéndose a una «mente». Pero no a una mente como la nuestra, ni a un ordenador como los nuestros.
La única creencia compartida por todas las grandes religiones es la de que existe una inteligencia externa no humana: Dios. Si el código de la Biblia prueba algo, esto es que efectivamente existe una inteligencia no humana o, al menos, que tal inteligencia existía cuando la Biblia fue escrita.
Ningún humano podría haberse anticipado a lo que ocurriría miles de años más tarde y codificar en ese antiguo libro los detalles del mundo de hoy.
Hemos olvidado que la Biblia es nuestro mejor relato de un encuentro cercano. El tan esperado contacto con otra clase de inteligencia podría haber ocurrido mucho tiempo atrás. Según el texto sagrado, habría ocurrido cuando una voz salida de la nada le habló a Abraham, y volvió a ocurrir cuando la voz le habló a Moisés desde un arbusto en llamas.
El código de la Biblia es, de hecho, esa forma alternativa de contacto que los científicos dedicados a la investigación de vida extraterrestre siempre han planteado: «el descubrimiento de un artefacto-mensaje extraterrestre en o cerca de la Tierra». El físico Davies sugirió que un «artefacto extraterrestre» podría estar «programado para manifestarse sólo cuando la civilización terrícola atravesase determinado umbral de
conocimiento». ¿Qué mejor descripción del código secreto de la Biblia, un mensaje temporizado que sólo ha podido abrirse gracias al desarrollo de los ordenadores?
El resto de la hipótesis de Davies continúa describiendo con todo detalle el código de la Biblia: «El artefacto podría entonces ser interrogado directamente, al igual que una terminal interactiva moderna, estableciéndose así un modo de diálogo. Tal artefacto (similar a una cápsula temporal extraterrestre) podría almacenar una enorme cantidad de información de suma importancia para nosotros.» Davies, ganador del premio Templeton de ciencia y religión, imagina «tropezar con el artefacto en la Luna o en Marte», o «descubrirlo de pronto en la superficie terrestre en el momento apropiado».
De hecho siempre ha estado ahí. Se trata del libro más leído del mundo. Sólo que no nos habíamos percatado de su verdadera naturaleza.
Lo que Moisés recibió en el monte Sinaí fue, por tanto, una base de datos interactiva a la que hasta ahora no habíamos podido acceder adecuadamente. La Biblia que Dios le dictó a Moisés era en realidad un programa de ordenador. Al principio fue grabado en piedra y escrito en rollos de pergamino. Luego fue encuadernado en forma de libro. No obstante, el código lo llama «el antiguo programa de ordenador».
Ahora que sabemos ponerlo en marcha, la verdad oculta de nuestro pasado y nuestro futuro puede salir a la luz. El título de «código de la Biblia» también está codificado en el texto bíblico, y estas palabras significan asimismo «Él ocultó, disimuló en la Biblia». Lo cual sugiere que hay otra Biblia codificada dentro de la historia que abiertamente narra el Antiguo Testamento. El código informatizado confirma a las claras su función de «sello», de seguro temporal que hasta ahora ha protegido los secretos ocultos. En una de las matrices, la frase «sellado ante Dios» cruza las palabras «código de la Biblia».
Y el término «ordenador» aparece codificado en el último capítulo de Daniel, partiendo del mismo versículo
Pero las mismas palabras hebreas para «revelador de secretos» significan también «rollo secreto». Así, el texto oculto afirma: «Él reveló los secretos para permitir que tú revelaras este rollo secreto.»
El código de la Biblia es el «rollo secreto».
¿Es este «Dios» que enseñó el futuro a José y a Daniel el mismo que ahora, a través del código bíblico, nos enseña el futuro a nosotros?
Todo esto, como dice Miles, parece una vez más «adivinación a nivel internacional».
El asesinato de Rabin y el año en que ocurriría fueron anunciados anticipadamente. La guerra del Golfo y la fecha de su inicio fueron anunciadas con absoluta precisión.
Pero yo aún ignoraba si las predicciones de una tercera «guerra mundial», de un «holocausto atómico», del «fin de los días» eran del todo exactas. Además, me preguntaba por qué se había limitado Dios a revelar el peligro en lugar de evitarlo. «El Dios que ayuda a José -escribe Miles-era lo bastante grande como para saber qué estaba ocurriendo pero no tanto como para determinar lo que podría ocurrir.» Esto mismo puede aplicarse a quienquiera que fuese el codificador de la Biblia. Era capaz de prever el futuro, no de modificarlo. Por eso había escondido una advertencia en la Biblia.
En opinión de Miles, el libro de Daniel presenta la historia humana como «un vasto rollo de película cuyo contenido se conoce antes de su proyección». Dios puede «ofrecer un avance». La cuestión es hasta qué punto la visión de la película nos haría cambiarla. ¿Abrir el «libro sellado» nos otorga tan sólo la horrible visión del «fin de los días» o también nos permite evitarlo?
«Incluso en un mundo creado por un Dios todopoderoso y benévolo puede haber entre el bien y el mal un combate de resultado incierto», apunta Eli Rips.
En ese sentido, el código de la Biblia podría ofrecer un juego de probabilidades. Tal vez incluya todos nuestros futuros posibles. Cada uno de los acontecimientos predichos se encuentra codificado al menos junto a dos resultados posibles. Rips acepta que el código pudiera contener una secuencia positiva y otra negativa,
dos cadenas de realidad opuestas e imbricadas. Un defensor y un fiscal, como en los tribunales.
«Tal vez siempre coexistan dos afirmaciones opuestas a fin de preservar nuestro libre albedrío y el código esté escrito como un debate -señaló Rips-. Según el Midras, el mundo fue creado dos veces: primero desde una perspectiva absoluta del bien y del mal; luego Dios comprendió que así era imposible la existencia, que la imperfección humana no tenía cabida, y añadió la compasión. Lo cual no equivale a mezclar agua caliente y
fría hasta que quede tibia, sino a mezclar fuego y nieve sin que ninguno pierda su esencia. Las dos cadenas del código de la Biblia podrían comportarse así.»
Sin embargo, Rips dudaba de que los codificadores también fueran dos.
«La Biblia fue codificada a un mismo tiempo por una mente única -insistió-que podría haber codificado dos puntos de vista distintos.»
Luego abrió la Biblia en Isaías 45, 7 y leyó: «Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; Yo modelo la luz y creo la tiniebla, Yo hago la dicha y creo la desgracia, Yo soy Yahvé, el que hago todo esto.» Como matemático y judío devoto, Rips no necesita preguntarse quién era el codificador. La respuesta es obvia. El codificador, el defensor y el fiscal son todos uno. Y ese uno es Dios.
Para mí no era tan sencillo. Tenía la prueba de que existía un código pero no de que existiera Dios. Si el código provenía de un Dios todopoderoso, no tenía sentido que nos vaticinara el futuro. Le bastaría con modificarlo. En cambio, el código parecía provenir de alguien bueno pero no omnipotente, alguien que quería advertirnos de un peligro terrible para que intentásemos evitarlo.
CAPÍTULO CINCO
EL PASADO RECIENTE
«Para ver el porvenir hay que mirar hacia atrás», señala el libro de Isaías. Así, pues, cuando descubrí que el código de la Biblia anunciaba la inminencia del apocalipsis -es decir, que el «fin de los días» ya había comenzado y que el verdadero Armagedón podía iniciarse con un ataque atómico a Israel -y como no me era dado investigar el futuro, decidí dedicarme a investigar el pasado.
Exceptuando quizá el Diluvio universal, nada nos acercó tanto a un apocalipsis como la segunda guerra mundial.
«Guerra mundial», «Hitler» y «holocausto» aparecen codificados en la Biblia en el último libro del Antiguo Testamento. «Este mundo devastado, guerra mundial» se lee en una misma secuencia la única vez que «guerra mundial» aparece.
En el código figuran los nombres de todos los líderes de la segunda guerra: Roosevelt, Churchill y Stalin, además de Hitler. También se hallan codificados junto a «guerra mundial» 105 principales países implicados en la contienda: Alemania, Inglaterra, Francia, Rusia, Japón y Estados Unidos.
El año en que empezó la guerra, 1939, aparece tanto junto a «guerra mundial» como a «A. Hitler» y la palabra «nazi». El «holocausto» se encuentra codificado junto a 1942, el año de la «solución final», el año en que dio comienzo el exterminio masivo de judíos en Europa.
La súbita entrada de Estados Unidos en la contienda a raíz del ataque japonés a Pearl Harbor se ve intensamente reflejado en el código bíblico. Junto a «Roosevelt» se encuentra codificado su cargo de «presidente» y la fecha, 7 de diciembre de 1941, en que declaró la guerra: «dio la orden de atacar el día de la gran derrota».
«Pearl Harbor» también aparece, atravesado por las palabras «destrucción de la fortaleza». La base naval, identificada como localización de «la flota», figura asimismo junto a «guerra mundial», «7 de diciembre» e «Hiroshima».
«Hiroshima» está codificado en una secuencia equidistante de 1945 letras, que es el año en que cayó la bomba. También se describe el impacto de esta primera bomba atómica -«Hiroshima para acabar bombardeando mundo entero»-allí donde el texto original del Génesis señala que «le pesó a Yahvé de haber hecho el hombre en la tierra, y se indignó en su corazón».
«Holocausto atómico» se halla codificado junto a «5705», el año judío que equivale a 1945. De hecho, el año atraviesa «holocausto atómico» la única vez que esas palabras aparecen en la Biblia.
El peligro inmediato no podía parecer más real. Si la última guerra mundial estaba codificada de forma tan precisa, era imposible ignorar la advertencia que formulaba sobre la siguiente. «La próxima guerra» estaba codiflcado junto a un texto oculto que advertía: «será tras la muerte del primer ministro».
Todos los asesinatos que han cambiado el curso de la historia humana -los de Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi, Anwar al-Sadat, Itzhak Rabin O los dos Kennedy, John y Robert- han sido vaticinados por la Biblia.
La única vez que «presidente Kennedy» aparece, la siguiente palabra de esa secuencia es «morir». El nombre de la ciudad en la que sería tiroteado, «Dallas», también túe codificado en el mismo lugar.
«Oswald» se encuentra junto a «nombre del asesino que asesinará»; las mismas palabras que, en el mismo versículo de la Biblia, aparecen codificadas junto a «Itzhak Rabin» y el nombre de su asesino, «Amir».
«Tirador» y «francotirador» también se hallan junto a «Oswald», e incluso existe una descripción precisa de como éste matará a Kennedy: «disparará a la cabeza, [a] muerte».
También se pronostica la muerte del propio Oswald. Junto a su nombre aparece Ruby», y el texto oculto dice: «matará al asesino».
El nombre del hermano del presidente asesinado, «R. F. Kennedy», y la predicción de su muerte aparecen asimismo en la Biblia. De hecho, ambos homicidios se hallan codificados en el mismo lugar. En una misma matriz figuran «presidente Kennedy, morir», «Dallas», «R. F. Kennedy» y «segundo mandatario morirá».
Atraviesa «R. F. Kennedy» el nombre de su asesino, «S. Sirhan». Y en el punto exacto de intersección entre «Sirhan» y «Kennedy», el texto oculto anuncia: «segundo mandatario morirá».
En los magnicidios modernos se da una pauta sorprendente: los líderes que aportan esperanzas son los asesinados. Y todos los criminales aparecen en el código.
«A. Lincoln» figura dos veces; una en el Deuteronomio, otra en el Génesis. En el primero de los casos, el nombre de su asesino, «Booth», surge en tres ocasiones en un versículo que atraviesa «Lincoln». Y «asesinado» cruza la otra mención de «A. Lincoln», el presidente que liberó a los esclavos.
En el libro del Éxodo se encuentra codificado el nombre de quien guió a la India en su cruzada anticolonial, el Mahatma Gandhi. Las palabras «será asesinado» preceden a «M. Gandhi» en el código secreto.
También aparece codificado el asesinato del otro mandatario de Oriente Medio, el presidente egipcio Anwar al-Sadat, que, como Rabin, destacó por su intento de promover la paz. En el código secreto figuran su nombre, el nombre del asesino, Chaled Islambuli, y la fecha del atentado: 6 de octubre de 1981.
«Chaled disparará a Sadat» se lee en una matriz, y «asesinará» atraviesa a «Sadat» en otra donde aparece la fecha hebrea «8 Tishri». Incluso la ocasión, un «desfile militar», se halla codificada en el Antiguo Testamento.
Los principales homicidios de los dos últimos siglos fueron previstos y detallados con toda precisión en el código bíblico tres mil años antes de que ocurrieran. Eso fue lo que intenté transmitirle al primer ministro Rabin un año antes de que también él cayera asesinado: «La única vez que su nombre completo, Itzhak Rabin,
aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo atraviesan. Esto no debería pasarse por alto, toda vez que los asesinatos de Anwar al-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia.»
El código advertía que Rabin sería asesinado «en 5756», el año judío que comenzó en septiembre de 1995. El año estaba codificado junto a «asesinato de Rabin» y «Tel-Aviv».
Y ahora también Rabin había muerto como, donde y cuando estaba vaticinado.
Si el código de la Biblia estaba en lo cierto, la «próxima guerra» llegaría tras un asesinato, pero la desencadenaría un acto de terrorismo.
Oriente Medio era el centro del terrorismo mundial y todas las bombas, asesinatos, masacres aparecían codificados en la Biblia. El primer ataque que descubrí me sobrecogió: el código bíblico, con tres mil años de
antiguedad, se adelantaba a las noticias. Mientras volábamos hacia Tel-Aviv un día de diciembre de 1992, la azafata me ofreció el Jerusalem Post. En primera página y en grandes titulares se leía: «Secuestrado policía de fronteras.» Introduje inmediatamente su nombre, «Toledano», en el programa de búsqueda de mi ordenador portátil. En efecto, aparecía una vez codificado en el libro del Génesis.
«Cautiverio de Toledano», declaraba la secuencia completa. El nombre de la ciudad en que había sido secuestrado, «Lod», utilizaba la misma «d» de «Toledano». El código también decía: «él morirá».
El periódico declaraba que aún se desconocía su suerte. Al día siguiente encontraron el cadáver. Con posterioridad, cuando se publicaron las confesiones de los terroristas, uno de ellos relató los sucesos que siguieron al secuestro. Éste, tras discutir sobre la conveniencia de matar o no al policía, al parecer les había dicho a los otros dos secuestradores: «No derraméis sangre.» Estas mismas palabras aparecían junto a
«Toledano» en el código de la Biblia.
El código también pronosticó el peor acto de terrorismo judío en el Israel actual: la matanza, en febrero de 1994, de treinta árabes que oraban en una mezquita.
En la Biblia aparecían juntos el nombre del homicida, un médico israelí llamado Goldstein, el nombre de la ciudad en la que tuvieron lugar los asesinatos, Hebrón, y las palabras «hombre de la casa de Israel que inmole».
El lugar de la masacre arroja cierta luz sobre las antiguas raíces del polvorín de Oriente Medio y sobre cuán íntimamente ligado está todo con la Biblia.
La mezquita fue construida sobre un templo que a su vez se había erigido sobre una tumba. Ésta podría ser el sepulcro original de los patriarcas bíblicos Abraham, Isaac y Jacob. Lo que sí está claro es que se trata de un antiguo punto de fricción entre árabes e israelíes. En 1929 hubo otra matanza en Hebrón. Los palestinos se amotinaron, mataron a sesenta y siete judíos y expulsaron de la ciudad a los supervivientes. También esto
lo había pronosticado el código bíblico. «Hebrón» aparece junto al año del motín («5689») y el texto oculto completo dice: «Hebrón, que los desalojó.»
En la actualidad, quinientos judíos, fuertemente armados, viven en un enclave que rodea la tumba de los patriarcas, y varios cientos más en un asentamiento cercano llamado Kiryat-Arbá, rodeados de ciento sesenta mil árabes. Los colonos israelíes se niegan a marchar. Citan la Biblia para reivindicar su derecho a permanecer. El capítulo 23 del Génesis lo dice con claridad: «Así, aquel campo y la cueva que hay en él llegaron a ser de Abraham como propiedad sepulcral.»
Abraham compró la tierra para sepultar en ella a su mujer, Sara, y a su familia, hace ya cuatro mil años.
Pero los árabes no impugnan el documento escritural. Sólo señalan que Abraham también es, según la Biblia, su patriarca.
Las palabras originales del Génesis afirman: «Murió Sara en Kiryat-Arbá, que es Hebrón.» El texto oculto del mismo versículo dice: «lucharás en la ciudad de la emboscada, que es Hebrón».
Mientras el siglo XX llega a su fin, los asesinatos aleatorios, incluso las masacres como la de Hebrón, no representan verdadero peligro. La nueva amenaza proviene de los terroristas que esgrimen armas de destrucción masiva.
Ese peligro se presentó de golpe en dos sitios insospechados: Tokio y Oklahoma; ambos ataques también estaban codificados en la Biblia. El 20 de marzo de 1995, un fanático de la secta religiosa Aum Shinrikyo liberó un gas venenoso en el metro de Tokio. Doce personas murieron y más de cinco mil sufrieron los efectos del sarín, un gas de origen alemán que fue desarrollado por científicos nazis y que ataca el sistema nervioso. El
gas fue lanzado en los vagones del metro durante la hora punta matinal.
gas fue lanzado en los vagones del metro durante la hora punta matinal.
Según un informe del Senado de Estados Unidos, «la secta conocida como Aum Shinrikyo -y no un país en tiempos de guerra-obtuvo así el dudoso honor de convertirse en el primer grupo en usar armas químicas a gran escala». El senador Sam Nunn, vicepresidente de la comisión, afirmaba: «Creo que este atentado indica
que hemos entrado en una nueva era.»
«Aum Shinrikyo» aparecía codificado en la Biblia junto a «metro» y «plaga». En el mismo lugar surgía dos veces la palabra «plaga». Cuando la policía japonesa allanó la sede de la secta religiosa encontró suficiente gas venenoso como para matar a diez millones de personas, es decir, a todos los hombres, mujeres y niños de Tokio.
La secta del Juicio Final tenía ramificaciones mundiales, miles de millones de dólares en activos y, aparte del gas nervioso, también almacenaba cantidades ingentes de gérmenes de guerra bacteriológica, entre los que se contaba el ántrax. Incluso habían enviado un equipo al Zaire para recoger el mortífero virus Ébola e intentaban adquirir armas nucleares.
Lo que podía haber ocurrido -si la policía no hubiera detenido a los líderes de Aum Shinrikyo, descubierto sus planes e incautado sus armas-también aparecía codificado en la Biblia. «Tokio será evacuado» decía la profecía no cumplida, la probabilidad fallida.
Junto a «Tokio, Japón» se hallaba codificada la palabra con la que la Biblia designa las «plagas» como en el caso de las diez plagas de Egipto seguida de «arma voladora». Aparecían asimismo junto a «plagas», «escuadrón aéreo», el gas venenoso «cianuro» y el virus incurable «Ébola».
Más tarde, la policía japonesa informó que los documentos incautados en la sede de Aum demostraban que la secta tenía proyectado lanzar un ataque masivo contra Tokio utilizando helicópteros tripulados y de control remoto preparados para fumigar agentes letales tanto biológicos como químicos.
El líder del grupo, Shoko Asahara, predijo que el mundo se acercaba a su fin.
Antes de ser arrestado, Asahara fijaria una nueva fecha para el Armagedón: 1996.
El año codificado junto a «Tokio será evacuado» era «5756», que en el antiguo calendario hebreo equivale a 1996. Tokio había estado a punto de sufrir una plaga de proporciones bíblicas cuyo hipotético relato aparecía codificado en la Biblia.
Un mes más tarde, el 19 de abril de 1995, a las nueve de la mañana, un camión bomba hacía volar por los aires el edificio Murrah en la ciudad de Oklahoma, con un resultado de 168 víctimas, incluidos veinte niños. La policía arresto en pocas horas a Timothy McVeigh, un antiguo sargento del ejército vinculado a la extrema derecha.
El atentado de Oklahoma fue el peor ataque terrorista de la historia de Estados Unidos. Se encontraba codificado en la Biblia casi con los mismos detalles que difundieron luego los noticiarios televisivos. «Oklahoma» aparecía junto a las palabras «terrible, muerte pavorosa» y «terror».
Se nombraba el objetivo: «edificio Murrah». Y a su lado había una descripción del horror: «muerte»,«desolados», «aniquilados», «muertos, despedazados».
Se identificó al principal sospechoso: «su nombre es Timothy McVeigh». En realidad, expuestos como en un crucigrama en el libro del Éxodo aparecían los cargos imputados a McVeigh por la masacre del 19 de abril de 1995:
«Su nombre es Timothy McVeigh, día 19, en la 9ª hora, por la mañana, emboscó, sorprendió, terror, a dos años de la muerte de Koresh.»
Los investigadores gubernamentales declararon que McVeigh quería vengar a la secta Koresh, un grupo religioso apocalíptico, la mayoría de cuyos miembros habían perecido el 19 de abril de 1993, exactamente dos años antes, en el incendio que siguió a su enfrentamiento a tiros con agentes federales.
El eco perturbador de la locura de esa secta puede percibirse en el versículo de la Biblia donde estaba codificada la tragedia de Oklahoma: «El terror de Yahvé cayó sobre las ciudades que los rodeaban.»
El pasado reciente estaba codificado con extraordinaria precisión. Sin embargo, las dos preguntas que yo albergaba desde el principio -¿podríamos descubrir los detalles de los acontecimientos antes de que ocurrieran?, ¿podríamos modificar el futuro?- todavía no tenían respuesta. Timothy Mcveigh había permanecido oculto en la Biblia durante tres mil años y sólo descubrimos su presencia en el código después de que se le acusó de la muerte de 168 personas en Oklahoma. Yigal Amir no pudo ser descubierto con antelación aun cuando ya conocíamos la predicción del asesinato de Rabin. La
supuesta trama de Aum Shinrikyo contra Tokio permaneció en sombras hasta que sus líderes fueron detenidos.
Así pues, la gran pregunta seguía sin respuesta: si esto era en verdad el principio del «fin de los días», ¿qué podíamos hacer? Ya no se trataba de una mera especulación filosófica. Si el código bíblico era real como sugería su pormenorizada información sobre el pasado reciente, este mundo podía estar a punto de enfrentarse a desastres -tanto naturales como provocados por el hombre- de una escala nunca vista,
acontecimientos tan terribles que nada podía prepararnos para afrontarlos excepto las milenarias profecías de la Biblia.
CAPÍTULO SEIS
ARMAGEDÓN
Hace más de dos mil años, una comunidad mesiánica se refugió en el farallón rocoso que domina el mar Muerto; esperaban que se les unieran los ángeles para librar la última batalla contra el diablo, y de esa forma preparar la «guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las sombras».
Por temor a que los romanos destruyeran las copias restantes de la Biblia, ese pequeño grupo de antiguos israelitas escondió cientos de rollos de pergamino en las cavernas de los escarpados peñascos del desierto. En 1947, un joven pastor beduino lanzó una piedra contra una de las cuevas y oyó ruido de cerámica rota. Dentro de la vasija que había recibido el impacto encontró las copias más antiguas que se conocen de cualquier libro
de la Biblia.
Subí esos peñascos a los pocos días de enterarme de que la Biblia, cuyos manuscritos del mar Muerto confirmaban una antigüedad no menor de dos mil años, pronosticaba en un código secreto informatizado acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrita. Permanecí sentado horas en la cima de la montaña, contemplando un paisaje desértico, inalterado durante milenios, desde que el grupo religioso acampara allí a la espera del fin.
Al día siguiente contemplé en el Santuario del Libro de Jerusalén la más antigua profecía del Apocalipsis, el rollo de pergamino de Isaías, con una edad de 2 500 años. El texto integro original de Isaías, hallado intacto en esas cavernas sobre el mar Muerto, estaba enrollado en un enorme cilindro instalado en un pedestal asomado al profundo pozo que ocupaba el centro del museo abovedado.
¿Por qué, me pregunté, estaba expuesto el rollo de esta singular manera? Llamé a Armand Bartos, el arquitecto que diseñó el museo que hoy alberga los rollos del mar Muerto.
Fue diseñado así para que el cilindro pudiera retraerse automáticamente, descender al nivel inferior y quedar recubierto por placas de acero -informó Bartos. -¿Por qué? -pregunté.
-Para proteger la copia más antigua de la Biblia que se conoce -dijo Bartos.
-¿De qué? -volví a preguntar.
-De una guerra nuclear.
Nadie sabia aún que el antiguo rollo que envolvía el gran cilindro, protegido mediante un ingenioso mecanismo del peligro nuclear, ocultaba la advertencia de que Jerusalén podía, en efecto, ser devastada por un ataque nuclear, un «holocausto atómico» que provocaría una «guerra mundial», el verdadero Armagedón.
El secreto se ocultaba en un «libro sellado». Isaías describe un terrible apocalipsis que aún ha de llegar,una visión verdaderamente aterradora de una guerra futura, y luego afirma: «Toda esta revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado.»
Se trata de la primera referencia bíblica a un «libro sellado». Primero en una cueva, luego en un código indescifrable hasta la invención del ordenador, permaneció oculta una visión de nuestro futuro. Al principio, Isaías afirma que nadie será capaz de abrir el «libro sellado»: «Y si lo dais a uno que sabe leer, diciendo: Ea, lee eso, dice el otro: No puedo porque está sellado.» Pero luego predice que el «libro sellado» será abierto:
«Oirán aquel día los sordos palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán.»
En el texto oculto, estos mismos versículos de Isaías revelan que el libro sellado es en verdad el código secreto: «Él reconoció las palabras, serán informatizadas, su informe escucharon en ese día, los secretos, las palabras mágicas del libro.» Sólo un ordenador pudo descifrar la advertencia de una guerra nuclear realizada hace 2500 años. Y ahora el código de la Biblia revelaba cuándo y dónde comenzaría el verdadero apocalipsis.
Verifiqué cada uno de los próximos 120 años. Sólo dos de ellos, 2000 y 2006, aparecían claramente codificados junto a «guerra mundial». Ambos estaban asimismo codificados con «holocausto atómico». Eran los dos únicos años de los próximos 120 que coincidían con ambas expresiones.
No hay manera de saber si la guerra que predice el código ha de estallar en el 2000 o en el 2006. El primero aparece en dos ocasiones, pero 2006 presenta mayores probabilidades matemáticas. Tampoco hay manera de saber si el peligro es real. Pero si el código está en lo cierto, podría desatarse una guerra mundial hacia finales del milenio, probabilidad no del todo descartable dentro de los próximos diez años.
«Holocausto atómico» y «guerra mundial» están codificados juntos. Según el código, en la próxima guerra se emplearán armas de destrucción masiva que jamás se habían empleado en batalla alguna. Hiroshima significó el fin de la segunda guerra, pero hoy en día existen, entre ojivas atómicas y misiles balísticos múltiples, al menos cincuenta mil armas nucleares. Cada una de ellas puede destruir una ciudad entera. Podrían barrer el mundo en pocas horas.
La tercera guerra mundial sería, literalmente, el Armagedón.
El aviso de cuándo, dónde y cómo arrostraría nuestro mundo el verdadero Armagedón, una guerra mundial nuclear, ha permanecido oculto en el más sagrado de los versículos de la Biblia durante tres mil años.
Cuando abrimos el «libro sellado» en busca de la tercera guerra mundial descubrimos que el año en que podría estallar se hallaba previsto en un rollo de veintidós líneas que ocupa un lugar central en la Biblia.
El rollo se llama Mezuzah. Contiene las 170 palabras, de las 304805 letras que componen los cinco textos originales de la Biblia, que Dios ordenó disponer en un rollo aparte y fijar a la entrada de cada hogar.
Los años 2000 y 2006 -«en 5760» y «en 5766»-se hallan entre esas 170 palabras. «Guerra mundial» -la única vez que aparece codificada en la Biblia-se encuentra en el mismo lugar y atraviesa uno de los versículos sagrados. «Holocausto atómico» -la única vez que aparece codificado en la Biblia-también figura junto a ambos años en los mismos versículos del rollo.
La Mezuzah, que contiene quince versículos, comienza con el mandato más importante: «Escucha, Israel.
Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé.» En dos ocasiones indica Dios en esos breves versículos la forma exacta en que deben mantenerse vivas esas palabras:
«Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en las puertas.»
Los años en que puede comenzar la tercera guerra mundial estaban inscritos en los versículos mejor guardados del Antiguo Testamento. Y allí donde fueron codificados los años 2000 y 2006 el texto oculto de los sagrados manuscritos hace advertencias de guerra: «Bombardeará vuestro país, terror, devastación, será lanzado.»
No parece casual que la fecha en que el mundo deberá hacer frente a una guerra nuclear aparezca codificada en dos de los quince versículos de la Biblia que en dos ocasiones Dios ordenó memorizar, enseñar a los niños y recitar cada mañana y cada noche. No puede ser casual que los años más claramente codificados junto a «guerra mundial» estuvieran ocultos en las 170 palabras que permanecieron guardadas en un rollo aparte durante tres mil años y que aún hoy siguen ocupando un sitio privilegiado a la entrada de casi cada casa de Israel.
Basta que falte una sola letra para que la Mezuzah no pueda utilizarse. Alguien quiso asegurarse de que, pasara lo que pasara con el resto de la Biblia, esas palabras, este manuscrito, se preservaría exactamente como fue escrito y con su código oculto intacto. Ese antiguo código, que ahora predecía que la tercera guerra mundial podía estallar en el transcurso de diez años, también había pronosticado que la segunda guerra mundial se iniciaría «en 5700», 1939-1940 del calendario moderno. «En 5700, llegó el incinerador», señala el texto oculto completo, prediciendo no sólo la guerra sino también los hornos del Holocausto.
El Armagedón de los años 2000 y 2006 fue codificado en los mismos versículos sagrados de la Biblia, el código cuidadosamente preservado en la Mezuzah que con tanta precisión había pronosticado la última guerra mundial.
En lugar de guerra nuclear entre superpotencias, el mundo puede enfrentarse ahora a una nueva amenaza: el terrorismo dotado de armas nucleares.
Junto a «terrorismo», «guerra mundial» y justo por debajo de «tercera», aparecen las palabras «guerra a degüello» -que sugieren un combate de aniquilación total claramente codificadas junto a «holocausto atómico».
La súbita caída de la Unión Soviética cambió el mundo. La desaparición del principal adversario de Estados Unidos puso a disposición de los terroristas el mayor mercado mundial de armas nucleares.
Una comisión del Senado estadounidense confirmó el peligro. «Nunca se había desintegrado un imperio en posesión de treinta mil armas nucleares», afirmó el senador Sam Nunn, vicepresidente del comité. El senador Richard Lugar, para quien la antigua Unión Soviética era un «gigantesco supermercado potencial de armas nucleares, químicas y biológicas», advirtió que «se había incrementado la posibilidad de que detonaran en Rusia, Europa, Oriente Medio o incluso Estados Unidos una, dos o una docena de armas de destrucción masiva».
La caída del comunismo fue presagiada por el código bíblico. La única vez que aparece «comunismo» lo hace junto a «caída de» y «Ruso». «China» se encuentra debajo, entrelazada con un vaticinio: la palabra «siguiente».
Muchos occidentales vivieron la caída de la Unión Soviética como una victoria. El fin del comunismo en China seria visto como un triunfo final, pero el caos de otra potencia nuclear aumentaría la venta indiscriminada o el robo de armas nucleares capaces de destruir ciudades enteras.
Si el código de la Biblia está en lo cierto, son los terroristas nucleares quienes pueden desencadenar la próxima guerra mundial. Puede comenzar -cómo sugirió el primer ministro Peres unos días después de nuestro encuentro-cuando una arma nuclear «cae en manos de paises irresponsables y es transportada a hombros de fanáticos».
La segunda guerra mundial finalizó con una bomba atómica. La tercera guerra mundial puede iniciarse de ese modo.
Jerusalén, la ciudad más disputada de la historia -conquistada por el rey David, incendiada por los babilonios, saqueada por los romanos y sitiada por los cruzados, sus tres mil años de sangrientos conflictos tampoco finalizaron al recuperarla los israelíes durante la guerra de 1967-, aparece codificada en la Biblia como claro objetivo del anunciado ataque nuclear.
Hay una sola ciudad en el mundo que aparece codificada en la Biblia junto a «holocausto atómico» o «guerra mundial», y ésta es «Jerusalén».
El nombre de la ciudad se halla oculto en un único versículo de la Biblia, codificado allí donde Dios amenaza con castigar a Israel a lo largo de toda la historia: «Porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian.»
«Vuestra ciudad destruida por un acto de terrorismo» atraviesa «holocausto atómico». El objetivo se confirma en la profecía más antigua del Apocalipsis, aquella encontrada intacta entre los rollos del mar Muerto, el libro de Isaías, de 2500 años de antigúedad.
«¡Ay de ti, Ariel, Ariel, villa donde acampó David!», se lamenta Isaías, utilizando un antiguo nombre bíblico para denominar a Jerusalén. El asedio que redujo a «polvo» la ciudad sagrada es descrito en palabras vivamente apocalípticas:
«Sucederá que, de un momento a otro, de parte de Yahvé Sebaot serás visitada con trueno, estrépito y estruendo, turbión, ventolera y llama de fuego devoradora.»
Se trata de una visión sumamente precisa de un «holocausto atómico», previsto miles de años antes y expresado en las únicas palabras que un vidente de la antigñedad podía utilizar para describirlo.
Comparémosla con la descripción moderna del bombardeo atómico de Hiroshima: «La ciudad entera quedó en ruinas al instante. El centro de la ciudad se derrumbó. Media hora después, la explosión producida por el impulso térmico empezó a fundirse en una tormenta de fuego que duró seis horas. Durante cuatro horas, enpleno mediodía, un violento huracán surgido de las extrañas condiciones meteorológicas producidas por la explosión acabó de devastar lo que quedaba de la ciudad.»
Estas palabras, que parecen repetir las de Isaías, pertenecen al conocido relato que hizo Jonathan Schell del bombardeo de 1945 en su libro The Fate of the Earth.
Nadie en Hiroshima oyó la explosión. La onda expansiva generó un vacio, pero a kilómetros de distancia hubo un ruido tremendo, un terrible «trueno» diferente a todo cuanto se hubiera oído hasta entonces. La bomba de Hiroshima explotó en el aire, a unos setenta metros del suelo. Si lo hubiera hecho en tierra, como es muy probable que ocurriera en el caso de un ataque terrorista, el horror habría sido aún mayor.
Toda la población de una ciudad quedaría inmediatamente reducida a polvo. Parafraseando de nuevo a Schell, «cualquier ser humano que se encontrara en la zona quedaría reducido a humo y cenizas; sencillamente, desaparecería sin remisión. La población incinerada, convertida en polvo radiactivo, se elevaría en el hongo atómico para luego depositarse en la tierra».
Regresemos a Isaías: «Serás abatida, desde la tierra hablarás, por el polvo será ahogada tu palabra, tu voz será como un espectro de la tierra, y desde el polvo tu palabra será como un susurro. Y será como polvareda fina la turba de tus enemigos, y como tamo que pasa la turba de tus despiadados. Y sucederá repentinamente, en un momento.» Esta curiosa descripción de un asedio de la antigúedad resulta, en cambio, una visión perfecta de las consecuencias de un ataque y una respuesta nucleares.
Luego, el singular pasaje críptico sentencia: «Y os será toda visión como palabras de un libro sellado.» De hecho, han permanecido selladas hasta ahora y reveladas por un código que quizá exista para advertirnos, en el momento preciso, de un inminente ataque atómico.«Arma atómica» se halla codificada en el libro de Isaías. «Atómica» comparte su «m» con «Jerusalén» (con z final en hebreo). Y allí donde «Jerusalén» atraviesa «arma atómica», lo hace también «rollo». Las palabras «él lo abrió» se superponen a «rollo».
El nombre antiguo de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la advertencia apocalíptica de Isaías, aparece codificado junto a «guerra mundial». La profecía bíblica del Armagedón, conocida de antiguo, parece confirmarse en el código. Jerusalén, punto central de las tres principales religiones de Occidente, legendaria ciudad donde reinó David, donde murió Jesús, donde Mahoma ascendió al cielo, podría ser destruida en una última batalla provocada por el odio religioso.
El Armagedón podría ser una guerra nuclear de escala mundial.
Yo no creía en las profecías apocalípticas de la Biblia. Nunca creí que Dios o el diablo pudieran destruir el mundo, o que las fuerzas del bien o del mal fueran a chocar en una última batalla. Pero la declaración del código bíblico de que la última batalla, el Armagedón, podría iniciarse en Oriente Medio con un acto de terrorismo nuclear, de pronto me pareció demasiado real.
La palabra «Armagedón» proviene del último libro del Nuevo Testamento, de un versículo en apariencia fantasioso: «Son espíritus de demonios, que realizan señales y van donde los reyes de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del gran día del Dios Todopoderoso. [...] Y los convocaron en el lugar llamado en hebreo Armagedón.»
Pero Armagedón es un lugar real. Es el nombre griego de una antigua ciudad de Israel, Megiddó. En hebreo, «monte Megiddó» es «Harmegiddo». Armagedón, o Harmaguedón, es sencillamente la transcripción griega de ese nombre.
Fui allí una noche. Volvía a Jerusalén cuando vi en un indicador verde y blanco de la autopista un nombre que sólo había visto antes en la Biblia: «Megiddó». Aunque era después de medianoche, me detuve para ver las ruinas de la ciudad fortificada. Parecía inconcebible que este remoto lugar pudiera haber sido, en otra época, el emplazamiento de una batalla importante.
Cerca de Megiddó, oculta a los ojos de los turistas, se encuentra una de las más importantes bases de la aviación israelí, Ramat David. Está en el norte, con la mira puestaen Siria, el más implacable enemigo de Israel. La base está situada en primerísima línea de cualquier guerra eventual que pudiera estallar en Oriente Medio.
«Armagedón» se halla codificado en la Biblia junto al nombre del líder sirio, Hafiz al-Asad. De hecho, el nombre del actual emplazamiento de la tan profetizada última batalla aparece junto a su nombre en una misma secuencia equidistante: «Armagedón, holocausto Asad.»
«Siria» aparece codificado junto a «guerra mundial». Es el país que destaca, precisamente por inesperado. Junto a «guerra mundial» también aparecen «Rusia», «China» y «Estados Unidos», pero se trata de las tres superpotencias con mayores probabilidades de implicación. «Siria» es la sorpresa.
Si el Armagedón es verdadero, bien podría comenzar de la forma en que aparece profetizado en el texto
original de la Biblia. El último libro del Nuevo Testamento predice una guerra final de un furor sin precedentes:
«Satanás será soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para el combate.»
Nadie sabe dónde estaba ubicadas la antigua Magog, pero la profecía original de la última batalla, narrada en el libro de Ezequiel, habla de que Israel será invadida desde el norte: «Vendrás de tu lugar, del extremo norte, tú y pueblos numerosos contigo, todos montados a caballo, enorme horda, ejército poderoso.»
El único enemigo actual de Israel situado al norte es Siria. «Siria» se halla codificado en el libro de Ezequiel iniciando el versículo que predice la invasión. Se nombra a los aliados de Siria: «Persia» y «Put»; paises que en la actualidad se llaman Irán y Libia.
El texto directo del libro de Ezequiel predice una temible batalla entre Israel y las naciones árabes circundantes: «un holocausto grande en las montañas de Israel». Éste, según el código de la Biblia, es el modo como se iniciará la tercera guerra mundial: con un ataque atómico a Jerusalén seguido de una invasión de Israel.
En el mismo museo de Jerusalén donde se exhiben los manuscritos del mar Muerto, cuya singular visión original del apocalipsis está dispuesta en un artilugio diseñado para soportar un ataque atómico, hay otra exposición. El manuscrito original de la teoría de la relatividad de Einstein y la ecuación que cambió el mundo e inició la era atómica – E = mc2, se exhiben allí del puño y letra del científico.
No obstante, lo que más llamó mi atención fue algo que había dicho Einstein: «No sé con qué armas se luchará en la tercera guerra mundial, pero en la cuarta se luchará con palos y piedras.»
A fines del siglo XX parece amenazarnos un tipo de caos hasta ahora desconocido para el mundo. Hemos fabricado armas que pueden destruir la civilización humana en un solo día y que hoy podrían estar en manos de cualquiera.
Las predicciones del código bíblico parecen coincidir con la profecía abiertamente expresada en la Biblia, y el horror ha adquirido un rostro, un tiempo y un lugar: el Armagedón, una guerra nuclear a escala mundial, podría estallar en el 2000 o 2006, es decir, en el lapso de una década.
Y no se acaba allí el peligro anunciado.
CAPÍTULO SIETE
APOCALIPSIS
El gran golpe final de todas las visiones apocalípticas es un imponente terremoto.
En el Apocalipsis, el último libro del Antiguo Testamento, el seísmo es la séptima plaga del séptimo ángel.
«Un gran temblor de tierra como no hubo desde que existen hombres sobre la Tierra, un terremoto tan violento.
Entonces todas las islas huyeron y las montañas desaparecieron.»
De hecho, así predice Ezequiel que concluirá la guerra final contra Gog y Magog: «Si, aquel día habrá un gran terremoto en el suelo de Israel. Temblarán entonces ante mí todos los hombres de sobre la faz de la Tierra. Se desplomarán los montes, caerán las rocas, todas las murallas caerán por tierra.»
La amenaza de la destrucción de este mundo mediante un violento seísmo es una constante del texto original de la Biblia. «Haré temblar los cielos y se removerá la tierra de su sitio -advierte Dios a Isaías-. Los hombres huirán a las cuevas de las rocas y a los agujeros de la tierra por temor a Yahvé cuando Él decida sacudir la Tierra.»
Esta misma advertencia se encuentra oculta en el último versículo de la Biblia primigenia, las palabras que cierran el relato de aquello que Dios dictó a Moisés en el Sinaí: «Aniquilar, destruir por completo, lanzó una fuerza violenta y para todos el gran terror: fuego, terremoto.»
No puede ser casual que el último secreto revelado en el código bíblico se refiera al golpe final profetizado abiertamente en todos los posteriores pasajes apocalípticos de la Biblia.
El código parece advertir que durante los próximos cien años habrá una serie de «grandes terremotos» en todo el mundo. Junto a «el gran terror» aparecen claramente codificados tres años: 2000, 2014 y 2113. De los tres, el más alejado cuenta con las mayores probabilidades.
No está claro si el código fija una serie de desastres o una serie de postergaciones. Con todo, los primeros terremotos tendrán lugar durante la primera década del siglo próximo, quizá incluso a fines de éste.
El tan pronosticado apocalipsis, si existe en verdad, no comenzará en una mítica tierra lejana, sino en ciudades verdaderas, en el mundo real. Estados Unidos, China, Japón e Israel se hallan todos codificados junto a «gran terremoto» y a diversos años del futuro inmediato.
El código de la Biblia parece predecir que el siguiente terremoto de grandes proporciones sacudirá California. También menciona los seísmos más graves que este estado ha sufrido en el pasado. El más grande de ellos sufrido por Estados Unidos -el gran terremoto de San Francisco de 1906- ya había sido codificado hace tres mil años.
Juntos aparecen «S. F. Calif.» y 1906. «Fuego, terremoto» también se lee junto al año, y el texto oculto señala: «ciudad consumida, destruida».
También aparece codificado el mayor terremoto de la historia reciente de Estados Unidos, una vez más en San Francisco. Coinciden en un mismo sitio el año, 1989, las palabras «fuego, terremoto» y «S. F. Calif.».
De entre todas las ciudades del mundo, Los Ángeles posee las mayores probabilidades matemáticas de sufrir un «gran terremoto». «L. A. Calif.» aparece junto a «gran terremoto» con posibilidades muy elevadas.
También acompañan al anunciado cataclismo «América» y «EE.UU.».
Los sismólogos coinciden en afirmar que el sur de California es la zona de Estados Unidos con mayores probabilidades de padecer en un futuro próximo un terremoto de grandes proporciones. El U. S. Geological Survey de 1995 anuncia que existe entre un «80 y un 90 % de probabilidades de que antes de 2024 el sur de California registre un seísmo de magnitud 7».
Los expertos que realizaron ese pronóstico no habían previsto el último gran movimiento sísmico que afectó la zona de Los Ángeles en enero de 1994, causando 61 víctimas mortales en Northridge. La falla, desconocida hasta entonces, pasó desapercibida. Pero no para el código de la Biblia. El año «5754», 1994 en el calendario moderno, se halla codificado junto a «gran terremoto» y «L. A. Calif.».
Si se compara con el cataclismo anunciado, aquél no fue más que un temblor. Un año del futuro cercano aparece junto a Los Ángeles exactamente en el mismo lugar en que se había previsto el desastre de 1994.
Atravesando «gran terremoto», justo debajo de «L. A. Calif.», aparece el año 2010. Y ese mismo año, «5770»
en el calendario hebreo, vuelve a estar codificado junto al nombre de la ciudad, superponiéndose de hecho a «fuego, terremoto».
Desde luego, es sólo una probabilidad. Tanto el código como los sismólogos pueden estar equivocados.
No obstante, el código de la Biblia parece predecir que el gran terremoto afectará a Los Ángeles en 2010.
Otras tres regiones del mundo coinciden con «gran terremoto». Todas ellas junto a los mismos años, 2000 y 2006. No hay forma de saber cuál de ellas será en verdad la afectada.
Codificada junto a «gran terremoto» se encuentra «China», que fue el escenario del peor seísmo de la historia, aquel que en 1976 segó las vidas de ochocientos mil chinos. Ese año, «5736», atraviesa «terremoto» justo encima de «China».
Pero China podría verse sacudida de nuevo. Encima de 1976 figura otra fecha, «en 5760», es decir, el año 2000.
«China» aparece tres veces junto a «gran terremoto», acompañando siempre a 2000 y 2006.
Israel, país que en este siglo no ha sufrido seísmos de consideración, es el lugar que se menciona con más énfasis en el texto original de la Biblia. Ezequiel vaticina abiertamente «un gran terremoto en el suelo de Israel».
Si bien «Israel» coincide en cuatro ocasiones con «gran terremoto» en el código, es tal la frecuencia con la que aparece mencionado en la Biblia que no hay manera matemática de calcular su coherencia. No obstante, Israel está situado sobre lo que parece ser la mayor falla mundial. En tiempos prehistóricos, la falla del mar Rojo se abrió con tanta violencia que separó África de Asia.
A pesar de todo, el país que, según el código secreto, mayor peligro corre es Japón.
En mi primer encuentro con mi editor, éste me pidió que predijera un acontecimiento mundial. Yo me negué.
«No sé una palabra sobre el mañana le dije-. Sólo sé lo que está codificado en la Biblia.»
Él insistió, y finalmente le dije que si algo parecía probable era que Japón sufriría varios terremotos importantes. Tres meses más tarde, Japón padeció el peor seísmo de los últimos treinta años. Ocurrió en una zona remota, por lo que hubo pocas víctimas, pero en la escala de Richter fue un movimiento de gran magnitud.
Lo comprobé en el código bíblico. En efecto, aparecía codificado el epicentro exacto, «Okushiri», una isla tan pequeña que incluso muchos japoneses desconocían su existencia hasta el terremoto. En la matriz completa se podía leer: «Okushiri será sacudido julio.» El terremoto tuvo lugar el 12 de julio de 1993.
Lo encontré poco antes de un viaje a Japón. Me sentí obligado a compartir lo que sabía. Si el terremoto de Okushiri aparecía codificado con tanta precisión, entonces los otros cataclismos anunciados también debían de ser reales. Así que conseguí una entrevista con la ministra encargada de la previsión de terremotos, Wakako Hironaka. Su marido es un famoso matemático y ella se mostró tan interesada como perpleja.
«¿Qué he de hacer? -me pregunto-. ¿Evacuar Tokio?» En realidad, «Tokio será evacuado» aparecía codificado en la Biblia, pero no así cuándo ni por qué.
Un año más tarde, la ciudad portuaria de Kobe fue devastada por un terremoto masivo que mató a cinco mil personas. Eso también se encontraba previsto en el Antiguo Testamento. «Kobe, Japón» aparecía codificado junto a las palabras «fuego», «terremoto», «el grande». Y el año en que ocurrió, 1995 («5755»), atravesaba «fuego, terremoto».
Japón es el país que se halla codificado con mayor claridad junto a un futuro «gran terremoto». En el mismo lugar aparecen los años 2000 y 2006.
Como en los demás casos, no hay forma de saber si el peligro anunciado es verdadero. Sin embargo parece existir una urgencia apocalíptica en la advertencia sobre Japón, como asimismo ocurre en el caso de Israel. De hecho, el código bíblico parece establecer una conexión harto misteriosa entre ambos paises.
De ambos se afirma que se encuentran ante un peligro sin precedentes. «Japón» e «Israel» aparecen junto a las dos declaraciones bíblicas del «fin de los días». «Japón» figura codificado junto a «holocausto de Israel». «Israel» y «Japón» vuelven a encontrarse en una misma frase del texto oculto y los nombres de ambos paises atraviesan la única manifestación codificada del «año de la plaga». Además, Japón es el único país
aparte de Israel cuya codificación coincide con la de «batalla final».
Un desastre de proporciones bíblicas parece amenazar a ambos paises a lo largo del código. En Israel, el peligro inmediato seria una guerra nuclear. En Japón, la amenaza inminente sería una catástrofe sísmica.
Y si el mundo entero puede peligrar a raíz de la guerra que, según el código secreto, se iniciará en Israel, bien podría el mundo entero acusar la sacudida del terremoto que asolará a Japón.
«Colapso económico» se encuentra codificado en una ocasión en la Biblia. En el mismo sitio figura 1929, el año de la gran depresión. Y «colapso económico» está también codificado junto a las palabras «terremoto asoló Japón».
Japón juega actualmente un papel tan decisivo en la economía global que cualquier desastre de importancia que afectase a ese país tendría una importante repercusión mundial. Así pues, la agitación en que se sumiría el planeta podría deberse a un gran «colapso económico» en lugar de un «gran terremoto».
Sin embargo, quizá el peligro ulterior se trate en realidad del mayor desastre natural jamás presenciado.
Hace 65 millones de años, un asteroide de mayor tamaño que el Everest chocó contra la Tierra y, tras explotar con la fuerza de trescientos millones de bombas de hidrógeno, acabó con todos los dinosaurios.
«Asteroide» y «dinosaurio» aparecen codificados juntos en la Biblia. Y otro tanto ocurre con el nombre bíblico de las primeras criaturas que Dios creó sobre la Tierra. «Y Dios creó al gran Tanin» declara el primer capitulo del Génesis. La palabra significa «dragones» o «monstruos». Algún tipo de animal inmenso que ya no
existe.
Y, justo encima de «asteroide», la palabra «dragón» atraviesa en el código a «dinosaurio». Junto a ellos se encuentra el nombre de dragón que, según la leyenda, Dios mató antes de la creación. No parece casual que el nombre de este dragón -«Ráhab»-aparezca en el código de la Biblia exactamente donde «asteroide»
choca con «dinosaurio».
De hecho, el texto oculto completo señala: «golpeará a Ráhab». Esto sugiere que, en realidad, el exterminio de los dinosaurios y la muerte del dragón, el acontecimiento cósmico rememorado por Isaías, serían la misma cosa: «¿No eres tú el que partió a Ráhab, el que atravesó al dragón?»
En la actualidad, los científicos coinciden en que la humanidad jamás habría evolucionado si los dinosaurios no hubieran sido barridos por el asteroide, pero también se preguntan si la humanidad correrá el mismo peligro, si nosotros seremos también borrados del mapa por una roca venida del espacio exterior.
Brian Marsden, destacado astrónomo estadounidense, director del Smithsonian Observatory de Cambridge, fue el primero en dar la alarma en 1992. Calculó que el recién divisado cometa Swift-Tuttle
reaparecería 134 años más tarde, en 2126. Dijo que entonces podría colisionar con la Tierra.
El cometa era al menos tan grande como el asteroide que acabó con los dinosaurios. La nada estridente advertencia de Marsden -«un cambio de + 15 días haría posible que el cometa chocara contra la Tierra en el 2126» -disparó la alarma. Todos los diarios del mundo se hicieron eco de la noticia en primera plana.
«La International Astronomical Union, la autoridad astronómica mundial, ha admitido por primera vez la posibilidad de una colisión potencial entre la Tierra y un objeto lanzado a gran velocidad desde los confines del sistema solar -informó el New York Times-. Los científicos creen que el tamaño del cometa es suficiente como
para acabar con la civilización.»
«Llega estrepitosamente del cielo como un Scud infernal, más grande que una montaña y con más energía que todo el arsenal nuclear del mundo», anunciaba con tono sensacionalista el artículo central de Newsweek, pintando una escena aterradora.
Marsden canceló la alerta con posterioridad. Nuevos cálculos demostraban que el cometa pasaría sin peligro a finales de julio del 2126. Pero en el caso de que fuera a pasar dos semanas más tarde, a mediados de agosto, la roca de dieciséis kilómetros de ancho chocaría contra nuestro planeta.
No había astrónomo capaz de predecir con un margen de dos semanas el descubrimiento actual del Swift-Tuttle.
La mayoría estaba a años luz de lograrlo. Y, sin embargo, el día exacto de la localización del cometa, el 27 de septiembre de 1992, fue codificado en la Biblia hace tres mil años. Daba la casualidad de que era la víspera del Año Nuevo judío. El código bíblico pronosticó el momento: «víspera de Año Nuevo, Swift». «5753», el año hebreo correspondiente a 1992, aparecía codificado junto a «cometa» y su nombre completo «Swift-Tuttle». En el código de la Biblia, «Swift» también aparece codificado junto a «5886» o 2126, el año en que el cometa debe volver. El nombre del cometa atraviesa el año. Y justo encima de 2126 se encuentran las palabras «en el séptimo mes, llegó». Lo que sugiere que pasará sin peligro cerca de la Tierra en
el mes de julio.
Con todo, existe una terrible advertencia en el código secreto ligada a la palabra «cometa».
Cuando otro cometa chocó contra Júpiter en 1994, nuestro mundo reconoció el verdadero peligro. El impacto creó bolas de fuego del tamaño de la Tierra y dejó a Júpiter sembrado de inmensos cráteres negros.
Fue la mayor explosión jamás presenciada por el hombre en nuestro sistema solar, y si eso hubiera ocurrido aquí habría arrasado al género humano.
El código de la Biblia también había previsto el cataclismo de Júpiter; de hecho, lo encontramos meses antes de que ocurriera. El nombre del cometa, «Shoemaker-Levy», aparecía codificado junto al del planeta,
«Júpiter», y la fecha exacta del impacto, 16 de julio de 1994. En 1995, el Pentágono y la NASA comenzaron a rastrear los cielos en busca de asteroides y cometas que pudieran impactar en la Tierra.
«No descartábamos un encuentro inesperado», dijo la doctora estadounidense Eleanor Helin, responsabledel programa nacional de rastreo de asteroides próximos a la Tierra (Near-Earth Asteroid Tracking).
Calculó que al menos 1700 asteroides con órbitas cercanas a la Tierra cruzarían en un momento u otro la nuestra, algunos de ellos lo bastante grandes como para destruir la vida en este planeta. Las probabilidades de un choque son remotas. Ocurre quizá cada trescientos mil años; pero nadie sabe cuándo fue la última ni, por
tanto, cuándo puede ser la siguiente.
«Es sorprendente -manifestó la doctora Helin al inicio del primer intento coordinado de localizar los asteroides "cruzadores"-. Estas cosas nos han estado rondando todo el tiempo y nosotros sin enterarnos.»
El asteroide que mató a los dinosaurios aterrizó en lo que ahora es el golfo de México, provocando en Norteamérica una tormenta de fuego que acabó de inmediato con la vida en este continente, en tanto que la posterior nube de polvo y humo que oscureció el planeta produjo extinciones globales.
Se calcula que dos tercios de todas las especies que caminaron, volaron o nadaron alguna vez en la Tierra se extinguieron a causa de impactos procedentes del espacio exterior. Somos la primera especie capaz de evitarlo.
Cuando el Swift-Tuttle originó la primera alarma y el bombardeo de Júpiter demostró bien a las claras el peligro al que podíamos enfrentarnos, los científicos comenzaron a proyectar la defensa de la Tierra. El inventor de la bomba de hidrógeno, Edward Teller, planteó que podía desviarse un asteroide con un proyectil
de cabezas nucleares múltiples. Otros científicos sugirieron que la simple explosión de un artefacto nuclear en las cercanías de un cometa fundiría el gas congelado, creando chorros como los propulsores de un cohete y desviando así el curso de impacto del cometa.
Incluso existió un plan para enviar una nave espacial a cualquier gran roca que se dirigiera a la Tierra, fijar poderosos propulsores en su superficie y alejar al cometa o asteroide de este planeta.
Pero todos ellos fueron proyectos teóricos, borradores de diagramas y algunas ecuaciones en el mejor de los casos, y nadie sabe cuánto tiempo ni cuántos indicios certeros tendríamos.
«Puede que fueran sólo días o semanas -dice Gareth Williams, colega de Marsden en el observatorio Smithsonian-. Un cometa con una órbita muy larga puede pillarnos por sorpresa, porque quizá no sepamos que existe.»
Nadie se molestó en rastrear las rocas del espacio exterior hasta que el Shoemaker-Levy hizo impacto en Júpiter. Y, por ahora, no existen planes concretos para protegernos de cualquiera que se nos venga encima.
El código de la Biblia advierte del peligro real de una colisión de este tipo.
Hay una serie de aproximaciones orbitales indicadas, justo hasta que el Swift regrese en 2126. Pero el primer año claramente codificado junto a «cometa» está a sólo diez de distancia: es «5766», 2006 en el calendario moderno.
Atraviesa 2006 una sentencia escalofriante: «Su senda golpeó sus moradas.» La advertencia que se solapa con el año finaliza con las palabras «objeto similar a estrella». Justo encima de 2006 se lee una aparente confirmación cronológica: «año vaticinado para el múndo».
El código señala otras posibilidades. «5770» y «5772» -los años 2010 y 2012- aparecen también junto a «cometa». Las palabras «días de horror» atraviesan 2010. Justo debajo, «oscuridad» y «tinieblas» atraviesan «cometa». El texto oculto en las líneas superiores indica «Tierra aniquilada».
Pero allí donde aparece codificado el 2012 se afirma también que el desastre podrá evitarse, que el corneta será bloqueado: «Se deshará, arrojado lejos, se romperá en pedazos, 5772.»
Lo cual se asemeja bastante a la colisión en Júpiter. Antes de caer, el cometa se deshizo en veinte pedazos distintos; luego, cada uno de ellos bombardeó Júpiter a lo largo de una semana.
Hay un relato antiguo, narrado en el Talmud, sobre un rey que se enfadó con su hijo y juró que le arrojaría una inmensa roca. Más tarde lo lamentó, pero no pudo abjurar de ello. Así pues, ordenó romper la piedra en pequeños guijarros y arrojarlos de uno en uno a su hijo.
La parábola, representada a escala cósmica en Júpiter, podría vaticinar el destino del hombre sobre la Tierra.
Existe la teoría de que el choque de un cometa en tiempos prehistóricos pudo inspirar las posteriores narraciones apocalípticas de la Biblia.
«Estudios en curso indican que en los últimos setenta mil años debió de ocurrir al menos un impacto de diez gigatones. Una explosión terrorífica, que quizá oscureció el Sol, inundó gran parte del planeta, arrasó la Tierra con fuego y la cubrió de gases de azufre, con todas las características de un auténtico apocalipsis
bíblico», escribió Timothy Ferris en el New Yorker.
Con todo, pueden pasar cientos de millones de años entre impactos lo suficientemente fuertes como para originar una extinción global, un millón de años entre explosiones que podrían destruir un país y miles de años entre cometas capaces de arrasar una ciudad.
Cuando descubrí que ese peligro cósmico aparecía codificado en la Biblia, el pronosticado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» que podía desencadenar una guerra mundial estaba a sólo unas semanas.
La cuenta atrás del verdadero Armagedón estaba llegando a su fin.
bras «objeto similar a estrella». Justo encima de 2006 se lee una
aparente confirmación cronológica: «año vaticinado para el múndo».
El código señala otras posibilidades. «5770» y «5772» -los años 2010 y 2012- aparecen también junto a «cometa». Las palabras «días de horror» atraviesan 2010. Justo debajo, «oscuridad» y «tinieblas» atraviesan «cometa». El texto oculto en las líneas superiores indica «Tierra aniquilada».
Pero allí donde aparece codificado el 2012 se afirma también que el desastre podrá evitarse, que el corneta será bloqueado: «Se deshará, arrojado lejos, se romperá en pedazos, 5772.»
Lo cual se asemeja bastante a la colisión en Júpiter. Antes de caer, el cometa se deshizo en veinte pedazos distintos; luego, cada uno de ellos bombardeó Júpiter a lo largo de una semana.
Hay un relato antiguo, narrado en el Talmud, sobre un rey que se enfadó con su hijo y juró que le arrojaría una inmensa roca. Más tarde lo lamentó, pero no pudo abjurar de ello. Así pues, ordenó romper la piedra en pequeños guijarros y arrojarlos de uno en uno a su hijo.
La parábola, representada a escala cósmica en Júpiter, podría vaticinar el destino del hombre sobre la
Tierra.
Existe la teoría de que el choque de un cometa en tiempos prehistóricos pudo inspirar las posteriores narraciones apocalípticas de la Biblia.
«Estudios en curso indican que en los últimos setenta mil años debió de ocurrir al menos un impacto de diez gigatones. Una explosión terrorífica, que quizá oscureció el Sol, inundó gran parte del planeta, arrasó la Tierra con fuego y la cubrió de gases de azufre, con todas las características de un auténtico apocalipsis
bíblico», escribió Timothy Ferris en el New Yorker.
Con todo, pueden pasar cientos de millones de años entre impactos lo suficientemente fuertes como para originar una extinción global, un millón de años entre explosiones que podrían destruir un país y miles de años entre cometas capaces de arrasar una ciudad.
Cuando descubrí que ese peligro cósmico aparecía codificado en la Biblia, el pronosticado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» que podía desencadenar una guerra mundial estaba a sólo unas semanas.La cuenta atrás del verdadero Armagedón estaba llegando a su fin.
CAPÍTULO OCHO
LOS DÍAS FINALES
Cuando a fines de julio de 1996 volví a Israel, faltaban sólo seis semanas para el anunciado «holocausto
atómico».
En el avión leí un articulo del Jerusalem Post que informaba que el primer ministro Netanyahu estaba a punto de dirigirse a Amman, Jordania, para celebrar un encuentro con el rey Hussein. Esto también lo había vaticinado el código de la Biblia. Lo encontré una semana antes de que Netanyahu ganara las elecciones, en el mismo sitio donde se predecía su victoria, más de dos meses antes de que se anunciara el viaje. «Julio a Amman», rezaba casi abiertamente el código, casi al lado de «primer ministro Netanyahu». El artículo periodístico confirmaba ahora ese viaje a Jordania. Estaba programado para el 25 de julio de 1996. «Oh, Dios mio-me dije-. Es cierto.» Una vez más, el código bíblico había demostrado estar en lo cierto. Tres mil años antes había previsto que en julio de 1996 Netanyahu iría a Amman. Si el código acertaba con ello, si se mostraba preciso hasta en los más mínimos detalles, entonces era más que probable que también acertara respecto al vaticinado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» y la «guerra mundial». El peligro se perfilaba cada vez más. Entonces, en el último momento, el viaje de Netanyahu sufrió un aplazamiento inesperado. La noche antes de que el mandatario israelí saliera para Amman, el rey Hussein había enfermado. El primer ministro no fue a Jordania hasta el 5 de agosto. ¿Se había equivocado el código de la Biblia? El «primer ministro Netanyahu» fue «a Amman», tal como estaba anunciado desde hacia tres mil años, pero no en «julio» como aseguraba el código.
Fui a ver a Eli Rips. Le pregunté si el código podía actuar como la fisica cuántica. Si era así, no lograría precisar a la vez el qué y el cuándo. El principio de incertidumbre lo formula claramente: cuanto más precisamente se mide el qué, con menor precisión podrá medirse el cuándo. Ésa es la razón por la cual la mecánica cuántica no predice uno sino muchos futuros posibles. Rips no invocó el principio de incertidumbre. En cambio, señaló la palabra que aparecía en el código de la Biblia justo encima de «julio a Amman». La palabra era «postergado». ¿Podía la Biblia acertar respecto de un acontecimiento pero errar la fecha? En las últimas semanas de la cuenta atrás de un posible Armagedón, la pregunta adquiría un dramatismo particular. Hasta el 13 de septiembre de 1996, último día del año hebreo de 5756, señalado como el del «holocausto atómico», me mantuve en estrecho contacto con los líderes israelíes. Tres días antes de la fecha del supuesto «holocausto de Israel» mantuve una entrevista en Nueva York con Dore Gold, el asesor de seguridad nacional del primer ministro. Al día siguiente envié un último mensaje al jefe del Mossad, general Danny Yatom; me respondió con la noticia de que la inteligencia israelí estaba en situación de alerta. El 13 de septiembre de 1996 no ocurrió nada. No hubo ataque atómico. El año hebreo de 5756 transcurrió en paz, en Israel y en el mundo entero.
Me sentía aliviado pero perplejo. ¿Estaría el código de la Biblia sencillamente equivocado? ¿O el peligro era real y sólo se trataba de una postergación? Pasé todo el fin de semana reflexionando sobre estas preguntas y el lunes le mandé un fax a Yatom: «Un último comentario y me retiro del oficio de adivinador. »Aunque el ataque atómico anunciado para los últimos dias de 5756 era evidentemente una probabilidad que no se ha cumplido, por mi parte opino que el peligro no ha pasado. »En varias ocasiones hemos visto cómo ocurrían cosas de la forma prevista pero no en la fecha anunciada. Ruego permanezca alerta ante lo que, con casi absoluta certeza, es un peligro real.» No tenía pruebas fehacientes de que el peligro fuera real, pero sí de que el futuró no estaba tallado en piedra. Al fin había una respuesta a la pregunta planteada por el asesinato de Rabin, debatida por Einstein y Hawking y formulada por Peres cuando le advertí de la amenaza de un ataque atómico: «Si está pronosticado, ¿qué podemos hacer?» El futuro aparecía, en efecto, codificado en la Biblia. El asesinato de Rabin y la guerra del Golfo lo demostraban; sin embargo no estaba predeterminado. Se componía de una serie de probabilidades, y era, además, susceptible de cambio. La pregunta planteada por las mismas letras que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»- tenía por fin una respuesta. ¿Habían evitado los israelíes, por el solo hecho de permanecer alerta en el momento indicado, el ataque atómico vaticinado? ¿Había conseguido el primer ministro Peres detener el ataque terrorista planeado mediante la simple declaración pública, tres días después de nuestra entrevista, del peligro agazapado? ¿O había cambiado todo por casualidad, al postergar Netanyahu en el último momento su visita diplomática a Jordania? En cualquier caso, lo que había conseguido el primer ministro al demorar su viaje era salvar su vida. «Muerte, julio a Amman», afirmaba el texto oculto completo que atravesaba su nombre codificado. La palabra «postergado» aparecía justo encima. «Postergado» se encontraba otras dos veces junto a «primer ministro Netanyahu» y atravesaba las palabras «le será arrebatada el alma» y «asesinado». Al salvar su vida, es posible que Netanyahu hubiera evitado o aplazado una guerra. «La próxima guerra» se hallaba en el código junto a una predicción: «será tras la muerte del primer ministro (otro morirá)». De hecho, el texto oculto completo rezaba «otro morirá, Av». Av es el mes hebreo que corresponde a julio. Y al impedir una guerra en Oriente Medio, la postergación del viaje quizá haya evitado un conflicto a nivel mundial. Tanto el texto original de la Biblia como el código profetizan el estallido en Israel de una «batalla final», una «guerra mundial». Así pues, el mundo entero pudo librarse de ella, al menos por esta vez, gracias a la repentina cancelación de un viaje. ¿Era entonces posible que un pequeño cambio, la postergación de un viaje que tuvo lugar apenas diez días después, supusiera una diferencia tan enorme? Sí, si había evitado un asesinato. La primera guerra mundial, por ejemplo, se originó en un asesinato. El archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria, murió en junio de 1914 en un atentado cuyas consecuencias se habían extendido, al cabo de unas semanas, a toda Europa, a Rusia y, por último, a Estados Unidos. «Un giro equivocado del conductor del archiduque dejó de pronto al heredero del trono de Austria a merced de [su asesino] Gavrílo Princip», señalaba un documental de la PBS, reconociendo este hecho como la
causa inmediata del estallido del conflicto. «En un abrir y cerrar de ojos, todo el continente iba a estar en pie de guerra.» No resulta dificil imaginar que en la atmósfera ya crispada de Oriente Medio el asesinato de un segundo primer ministro israelí en menos de un año, en una capital árabe, podría haber desencadenado una guerra. Y una guerra abierta en Oriente Medio pronto se habría convertido en un conflicto global. Los fisicos lo denominan efecto mariposa, piedra fundamental en la teoría del caos. James Gleick, en su libro Chaos, explica el efecto mariposa: «Es la noción de que una mariposa que agita el aire hoy en Pekín puede modificar los sistemas tormentosos de Nueva York del próximo mes.» ¿Detuvo entonces Netanyahu, por el simple hecho de ir a Jordania diez días más tarde, la cuenta atrás del Armagedón? En el código de la Biblia aparece, justo encima de «guerra mundial», una fecha: «9 de Av es el día de la tercera.» Ésa era la fecha exacta prevista para el viaje de Netanyahu a Jordania. 25 de julio de 1996, lo que equivalía al 9 de Av de 5756 del antiguo calendario hebreo. Es ésta, sin duda, una fecha maldita en la historia judía. Es el día de 586 a. J.C. en que Jerusalén fue destruida por los babilonios, así como el de 70 d. J.C. en que los romanos arrasaron Jerusalén. A lo largo de toda la historia han acaecido ese día una serie de desastres para el pueblo judío; tan temido es que los religiosos ayunan el 9 de Av e imploran piedad.Y ahora el código de la Biblia declaraba que el «9 de Av» se desencadenaría la tercera guerra mundial, ala vez que un ataque nuclear destruiría por tercera vez la Ciudad Santa mediante un ataque nuclear.
El antiguo nombre de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la primera premonición apocalíptica, aparecía efectivamente codificado entre «guerra mundial» y «9 de Av es el día del tercero».
Pero Netanyahu no fue a Amman, tal como estaba programado, el 9 de Av. Y de nuevo se leía
«postergado» tanto junto a la fecha como al nombre del primer ministro. En realidad, tanto «Bibi» como «postergado» aparecen codificados junto a «9 de Av, 5756». En el mismo versículo, entrelazadas en el texto oculto, se forman las palabras «cinco futuros, cinco caminos». «Postergación» aparece escrito junto a «guerra mundial». Allí donde se encuentran codificados los años 2000 y 2006, el texto oculto dice: «postergaré la guerra». Incluso está escrito junto a «fin de los días». Cada vez que aparece «fin de los días» en el texto original, el texto oculto forma la palabra «postergado».
En el Génesis 49, 1-2, donde Jacob cuenta a sus hijos lo que les acontecerá en el «fin de los días», la «postergación» está implícita en el nombre mismo del patriarca. En hebreo, el nombre «Jacob» significa también «él evitará», «él postergará». ¿Se habrá «evitado» el fin, o sólo «postergado»?
Cuando Moisés cuenta a los antiguos israelitas lo que ocurrirá al «final de los días», el texto oculto parece decir: «postergado».
En Deuteronomio 31, 29, la advertencia de Moisés de que «la desgracia (el mal) vendrá sobre vosotros en el fin de los días» está precedida por un texto oculto que señala: «sabíais que será postergado». Y en Números 24, 14, allí donde el adivino Balaam vaticina el «fin de los días» palabras codificadas junto a «holocausto atómico» y «guerra mundial»-, el texto oculto declara: «amigo postergó». «Amigo postergó» se superpone a «fuego sacudió la nación». Y el texto oculto declara, también en el mismo versículo, «os aconsejaré qué» y «os aconsejaré cuándo». Si bien no se ha identificado al «amigo», sin duda ha de ser quienquiera que haya codificado la Biblia. No se sabe todavía con certeza si llegará el fin ni cuándo habrá acabado la moratoria, pero una cosa está clara: la palabra «postergación» se forma en todas las profecías originales del «fin de los días». Según el código, el Armagedón no se ha evitado; sólo se ha aplazado.
Hay numerosas indicaciones en el código de que la «postergación» puede ser muy corta. «Primer ministro Netanyahu» aparece codificado junto al año «5757». Y el año judío que comenzó en septiembre de 1996 y acaba en octubre de 1997 es también el año que aparece más claramente codificado junto a su adversario, el líder palestino Arafat.
Dos semanas después de que comenzara este nuevo año, la tensión volvió a adueñarse de Israel. El miércoles 25 de septiembre de 1996 se registraron enfrentamientos abiertos. Durante tres días, la policía palestina combatió a los soldados israelíes, que respondieron con helicópteros y enviaron tanques a la margen occidental por primera vez desde la guerra de los Seis Días, en 1967. Hubo 73 muertos y centenares de heridos. Lo más sorprendente fue la rapidez con la que se inició la
batalla, la facilidad con que la aparente paz de Israel se convirtió en una guerra desgarradora.
Llamé a Eli Rips, que estaba en Jerusalén. «Mi opinión personal es que la perspectiva de guerra es ahora mucho mayor -me dije-. Esta vez no hablo como matemático, ni en base al código de la Biblia, sino como un simple israelí que observa el repentino estallido de un conflicto armado.» La causa inmediata de la violencia era la construcción de un túnel bajo el monte del Templo en Jerusalén, emplazamiento del monumento más sagrado para los judíos, el Muro de las Lamentaciones, de los restos del antiguo Templo y del tercer monumento más sagrado del islam: la Cúpula de la Roca.
Descubrí, para mi sorpresa, que en el código aparecía «túnel» junto a «holocausto de Israel».
Cuando verifiqué las secuencias de «holocausto atómico» quedé conmocionado al ver que atravesaba «atómico» el nombre de la ciudad de la margen occidental donde habían empezado los disturbios: «Ramallah.»
El texto oculto completo expresaba: «Ramallah cumplió una profecía.»
Una vez más, el código de la Biblia parecía actualizarse, casi como si el codificador siguiera de cerca los cambiantes acontecimientos de Oriente Medio. Había un sitio codificado sobre otro, una crisis sobre otra, un año sobre otro, de forma que finalmente no había manera de saber si el peligro real llegaría en 1996, 1997, en el 2000 o más allá.
No obstante, en términos más amplios, resultaba notable la claridad con que el peligro quedaba de manifiesto, así como su relación con el momento actual. No había duda de que el código describía a las personas, los lugares y los acontecimientos del actual conflicto árabe-israelí.
Regresé a «holocausto de Israel». La palabra «anexionados» aparecía, con probabilidades muy elevadas,
dos veces en ese mismo lugar. Era la misma palabra que habían utilizado los israelíes para describir los dos territorios capturados a los árabes en la guerra de 1967: los Altos del Golán, en las montañas que miran a Siria, y Jerusalén este.
Eran éstos los dos puntos álgidos en el Oriente Medio actual. También aparecía en el texto oculto «Arafat», en el mismo sitio donde aparecían las dos expresiones bíblicas del «fin de los días». No podía ser casual: se trataba de la advertencia más directa de que el conflicto desatado en Oriente Medio podía desembocar en un temido Armagedón.
«Es lo que afirma la Midras -dijo Rips, refiriéndose al antiguo comentario de la Biblia-. Quizá se trate del "exilio bajo Ismael" inmediatamente anterior al "fin de los días". Parte de la Midras indica que en cierto momento de dominación árabe, el ochenta por ciento de la población israelí morirá.» Por un instante permanecimos en silencio.
«Tal vez sea eso lo que encuentras en el código», dijo Rips.
Yo ignoraba la antigua profecía. Ismael fue el primogénito del patriarca Abraham, el hijo excluido. Es, según la Biblia, el antepasado de todos los árabes. El segundo hijo de Abraham, Isaac, fue el heredero escogido. Es el antepasado de todos los judíos. Esta enemistad familiar ha persistido a lo largo de cuatro mil años y está vaticinado que desembocará en un terrible final.
En enero de 1997, Netanyahu y Arafat acordaron el control compartido de Hebrón, la ciudad donde estaría enterrado Abraham, y establecieron un calendario de acuerdos más amplios; pero continuaba sin resolverse el tema más difícil, el estatus definitivo de Jerusalén, que tanto israelíes como palestinos reclaman como su capital. No había manera de saber si el rígido apretón de manos de las 3 de la madrugada del 15 de enero
conduciría a una paz verdadera o a un nuevo brote de violencia.
En marzo de 1997, la paz comenzó a resquebrajarse. Arafat rechazó el primer paso del plan de retirada israelí de los territorios ocupados. Netanyahu anunció la construcción de un barrio judío en el corazón de Jerusalén este, considerada por los palestinos como la capital de su futura patria.
«Lo más triste de cuanto he ido columbrando -escribió el rey Hussein de Jordania a Netanyahu cuando las tensiones comenzaron a cobrar forma- es no encontrarle a mi lado en la tarea de cumplir con la voluntad divina de reconciliación final de todos los descendientes de los hijos de Abraham.»
Y el 21 de marzo la violencia estalló en Tel-Aviv, Jerusalén y Hebrón. La bomba de un palestino suicida mató a tres personas e hirió a otras cuarenta en un café de Tel-Aviv; era el primer ataque terrorista desde la elección de Netanyahu. El mismo día comenzaron los disturbios en Hebrón y en la zona árabe de Jerusalén
este, en Har Homa, el sitio previsto para el asentamiento judío.
«Har Homa» figura codificado en el texto más sagrado de la Biblia. Aparece sin saltos de letras en la Mezuzah, esos quince versículos preservados en un rollo aparte que se fijan en la jamba derecha de las puertas de los hogares israelíes. Y codificadas junto a «Har Homa» se encuentran las ominosas palabras «todo su pueblo en guerra».
«Todo su pueblo en guerra», las palabras que habíamos hallado junto a la predicción del asesinato de Rabin y que volvimos a descubrir emparejadas con la oleada de atentados en Jerusalén y Tel-Aviv que acabaron con la paz pactada por Rabin y Arafat, nuevamente se hacían realidad en septiembre de 1996 y marzo de 1997. Esas mismas palabras aparecían junto al peligro final: «holocausto atómico».
Aunque toda chispa capaz de encender la mecha del holocausto estaba vaticinada, hasta que cada una de las crisis llegara a su fin no había cómo saber si aquélla no era más que otra escaramuza de una enemistad heredada hace ya cuatro mil años o el inicio definitivo del Armagedón.
Quizá sea imposible saber qué y cuándo a la misma vez. «La física ha renunciado a ello -dijo Richard P. Feynman, el premio Nobel considerado por muchos como el científico más importante después de Einstein-. Ignoramos cómo predecir lo que ocurrirá en una circunstancia dada. Lo único que puede predecirse es la probabilidad de los diferentes acontecimientos. Sólo podemos predecir las probabilidades.»
Y eso que la fisica cuántica es una rama altamente exitosa de la ciencia. Tal vez porque reconoce que la incertidumbre forma parte de la realidad. «Nuestro mundo está claramente reflejado en ella -afirmaba Rips-. Es como si miráramos en un espejo.
Nuestros esfuerzos por ver el futuro y hacer algo al respecto juegan, probablemente, cierto papel. Creo que es un acontecimiento interactivo muy complejo.»
Rips me confió que mientras trabajaba con su ordenador en el código, en busca de información, llegó a sentir en ciertas ocasiones que estaba en contacto con otra forma de inteligencia. «El código de la Biblia no está respondiendo ahora -explicó-, sino que ya lo había pronosticado todo de golpe, por adelantado.»
Según Rips, la totalidad del código de la Biblia tuvo que ser escrito de golpe, en un solo instante.
«Lo percibimos como se percibe un holograma, que parece cambiar según lo miremos desde distintos ángulos a pesar de que la imagen, por supuesto, está pregrabada.»
Es la historia del género humano grabada hace más de tres mil años. No cuenta los hechos de forma secuencial, sino de golpe. Los acontecimientos modernos se superponen a los antiguos, el futuro está codificado en versículos que se refieren a un pasado bíblico. Un versículo puede contener tanto narraciones de aquella época como actuales y de hechos futuros con siglos de distancia entre si. «El problema es cómo lo desciframos -continuó Rips-. Resulta más que evidente que no es fortuito ni casual, pero es como si tuviéramos un informe de inteligencia en el que sólo podemos leer una de cada veinte palabras.»
Rips, como siempre, se mostró cauteloso. «Es el producto de una inteligencia superior. Puede que desee que comprendamos, puede también que no lo desee. El código no nos revelará el futuro si no lo merecemos.»
Yo no estaba de acuerdo. Si el mundo corría verdadero peligro, poco importaba si lo merecíamos o no. El codificador, si era bueno, seguramente nos advertiría. Pero existía una brecha infranqueable. Rips era religioso. Yo no. Para mí siempre existirían las mismas preguntas: ¿Quién codificó la Biblia? ¿Con qué objeto? ¿Dónde estaba ahora?
Para Rips siempre había una respuesta: Dios.
Al final de mis cinco años de investigación encontré la prueba definitiva de que el código bíblico era completamente real. Y la prueba escalofriante de que el mundo pudo estar más cerca del desastre en 1996 de lo que jamás podremos imaginar.
Nuestra agónica espantada de 1996 aparecía claramente señalada en el texto original de Isaías, el primero de los Apocalipsis bíblicos, el único libro de la Biblia hallado intacto entre los rollos del mar Muerto, el único que parecía predecir un ataque atómico en Jerusalén.
No estaba oculto en un código. Aparecía abiertamente expresado en las palabras de un rollo de 2500 años de antigúedad. El año figuraba en un solo versículo; el que contaba el futuro al revés.
Un destacado traductor de textos hebreos antiguos, el rabino Adin Steinsaltz, calificado por la revista Time como «ese erudito que se da una vez en un milenio», me señaló el versículo. Había ido a ver a Steinsaltz cuando tuve noticias del código de la Biblia. El rabino también es un científico, así que yo quería saber qué pensaba de un código bíblico que predecía el futuro, vaticinaba acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrito el Libro e informaba en detalle de un futuro que aún no existía.
-En la Biblia el tiempo está invertido -dijo Steinsaltz, señalando un extraño acertijo del texto hebreo original del Antiguo Testamento-. El futuro se escribe siempre en pasado y el pasado en tiempo futuro.
-¿Por qué? -pregunté.
-Nadie lo sabe -respondió él-. Quizá nos movamos en dirección opuesta al curso del tiempo -dijo, manifestando que las leyes de la física son temporalmente simétricas y fluyen tan bien hacia adelante como hacia atrás. Abrió su Biblia en busca de un pasaje del primero de los profetas: Isaías.
-Isaías señala que necesitas mirar atrás para ver el futuro -Donde Isaías dice «indica las señales de lo que ha de ser», podría leerse igualmente «indicaron el futuro hacia atrás».
»En realidad, estas mismas palabras pueden traducirse como «cuenta las letras al revés». Es como la escritura especular.
Miré las letras al revés, pero no encontré ninguna revelación sorprendente. Sólo años más tarde, tras descubrir que Isaías parecía vaticinar un ataque atómico, volví a reparar en el mismo versículo.
Isaías 41, 23 señala: «Indica las señales de lo que ha de ser [...] para que tengamos que contar y juntamente nos maravillemos.»
Y ahora, al mirar las letras al revés, el futuro contado hacia atrás, vi que la escritura especular formaba un año: «5756.»
No estaba en ningún código. Estaba allí, al alcance de cualquiera.
En el versículo de 2500 años que «indicaba el futuro al revés», aparecía claramente expresado 1996, el año del vaticinado «holocausto atómico».
Y también la postergación. Superponiéndose a «5756», el texto invertido afirmaba abiertamente: «cambiaron el tiempo».
El interrogante planteado por las mismas letras hebreas que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»-tenía su respuesta decisiva en la más antigua de las visiones apocalípticas. Esta respuesta se encontraba abiertamente expresada en el versículo que nos pide que leamos al revés: «Lo cambiaréis.»
Hace más de dos mil años, el primer profeta, Isaías, anunció en el primer apocalipsis el año del verdadero Armagedón, 1996, y también su postergación.
Lo cual dejaba una pregunta sin respuesta: ¿hasta cuándo quedaba postergado?
Vi a Eli Rips una última vez la víspera del Año Nuevo de 1996. Juntos repasamos las estadísticas de los dos años más fuertemente ligados a todos los acontecimientos apocalípticos.
Los años 2000 y 2006 (5760 y 5766 en el calendario antiguo) eran los únicos de los cien próximos años que aparecían tanto junto a «holocausto atómico» como a «guerra mundial». Todos los peligros consignados en el código -«fin de los días», «holocausto de Israel», e incluso «gran terremoto»- también coincidían con «en 5766». Rips calculó las probabilidades. Eran al menos de una entre mil. -Es algo excepcional, verdaderamente notable -dijo Rips-. Alguien puso deliberadamente esta información en la Torá.
Hasta ahí, de acuerdo; pero ninguno de los dos sabía si el peligro era real. Le dije a Rips que para mí seguía siendo tan inverosímil como las profecías bíblicas no codificadas o la existencia real del fin de los días.
-Si aceptas la declaración oculta de la Torá diijo Rips-, deberías aceptar también lo que la Biblia dice abiertamente.
Su razonamiento tenía lógica. Desde luego, el código informatizado parecía sustentar la milenaria profecía de la Biblia, y aun así para mi había una diferencia. Había visto cómo una se hacía realidad, pero no la otra.
-Acepté la realidad del código de la Biblia el día en que murió Rabin -expliqué, recordando el momento-. Estaba en una estación de tren, apoyado en una pared, hablando por un teléfono público con un amigo. De repente, mi amigo me interrumpió y dijo: «Espera un momento, están diciendo algo sobre Rabin.» Yo llevaba todo el día fuera, no había oído nada, pero al instante supe que la predicción se había cumplido y que Rabin estaba muerto. Resbalé pared abajo hasta quedar en el suelo. Y me dije en voz alta: «Oh Dios mio, es todo cierto.»
Rips lo comprendía.
-Fue exactamente lo mismo que sentí yo -me dijo-cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel el segundo día de la guerra del Golfo, tal como tres semanas antes habíamos descubierto que anunciaba el código.
»Me encontraba en una habitación estanca con toda mi familia. Mi esposa, mis cinco hijos y yo llevábamos máscaras de gas. Fuera se oía ulular las sirenas antiaéreas. Eran las dos de la mañana del 3 de Shevat o, lo que es lo mismo, el 18 de enero de 1991. El día señalado por el código.
»Sabía que los misiles volaban hacia nosotros. Nos enteramos de que ya habían impactado en Tel-Aviv y lo único que se me ocurrió decir fue: «¡Funciona! ¡El código funciona!»
Al estallar la guerra del Golfo, exactamente como y cuando estaba vaticinada, Rips llevaba seis años investigando el código bíblico. Sin embargo, tuvieron que llover misiles Scud sobre Israel para que sus dudas al respecto se disiparan del todo. De la misma manera, yo no creí plenamente en el código hasta que Rabin fue asesinado como y cuando estaba vaticinado.
-Como matemático estaba convencido mucho antes -prosiguió Rips-, pero otra cosa muy distinta era el terreno de lo real. Fue aquél un extraño momento de júbilo, agazapado en una habitación estanca, esperando que cayera el misil.
En cierta ocasión, otro científico me confesó haber experimentado sentimientos contradictorios parecidos al descubrir que toda vida sobre la Tierra podía estar condenada. Escribí la primera nota de portada sobre esa advertencia apocalíptica al descubrimiento de Sherry Rowland de que la industria química del hombre estaba destruyendo la capa de ozono en un momento en que todos lo tomaban por un chiflado al que apodaban «gallinita». Recordé lo que Rowland había comentado cuando se demostró que estaba en lo cierto y le concedieron el Premio Nobel.
«En ningún momento me puse a gritar ¡eureka! -recordaba Rowland-. Pero una noche llegué a casa y le dije a mi mujer: "El trabajo va muy bien: parece que efectivamente se acaba el mundo."»
Ahora, la víspera del Año Nuevo en Jerusalén, la ciudad que el código de la Biblia señalaba como blanco de un ataque atómico que podría desencadenar el verdadero Armagedón, le conté aquella anécdota a Eli Rips y ambos nos reímos. Pero no pude olvidar que, según el código, en un lapso máximo de diez años un «holocausto atómico» en Israel desencadenaña la tercera «guerra mundial» y que, tal vez, el «fin de los días» ya había empezado.
Resulta imposible ignorar la evidencia de que un código informatizado en la Biblia, confirmado por algunos de los más famosos matemáticos del mundo -un código que pronosticó con toda precisión la guerra del Golfo, la colisión de un cometa con Júpiter y el asesinato de Rabin-, también parece anunciar que el apocalipsis es un hecho inminente y que en una década a lo sumo nos enfrentaremos al verdadero Armagedón, una guerra nuclear de dimensión planetaria.
No obstante, el código de la Biblia es más que una advertencia. Quizá sea la información que necesitamos para evitar el desastre anunciado. «Código salvará» aparece justo encima de «holocausto atómico» y debajo de «fin de los días».
No es una promesa de salvación divina. No es una amenaza de condena inevitable. Es sólo información.
El mensaje del código de la Biblia es que de nosotros depende que podamos salvarnos.
A la postre, nuestros actos determinan el resultado. Volvemos a estar, pues, donde siempre hemos estado, pero con una gran diferencia: ahora sabemos que no estamos solos.
CAPÍTULO SEIS
ARMAGEDÓN
Hace más de dos mil años, una comunidad mesiánica se refugió en el farallón rocoso que domina el mar Muerto; esperaban que se les unieran los ángeles para librar la última batalla contra el diablo, y de esa forma preparar la «guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las sombras».
Por temor a que los romanos destruyeran las copias restantes de la Biblia, ese pequeño grupo de antiguos israelitas escondió cientos de rollos de pergamino en las cavernas de los escarpados peñascos del desierto. En 1947, un joven pastor beduino lanzó una piedra contra una de las cuevas y oyó ruido de cerámica rota. Dentro de la vasija que había recibido el impacto encontró las copias más antiguas que se conocen de cualquier libro
de la Biblia.
Subí esos peñascos a los pocos días de enterarme de que la Biblia, cuyos manuscritos del mar Muerto confirmaban una antigüedad no menor de dos mil años, pronosticaba en un código secreto informatizado acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrita. Permanecí sentado horas en la cima de la montaña, contemplando un paisaje desértico, inalterado durante milenios, desde que el grupo religioso acampara allí a la espera del fin.
Al día siguiente contemplé en el Santuario del Libro de Jerusalén la más antigua profecía del Apocalipsis, el rollo de pergamino de Isaías, con una edad de 2 500 años. El texto integro original de Isaías, hallado intacto en esas cavernas sobre el mar Muerto, estaba enrollado en un enorme cilindro instalado en un pedestal asomado al profundo pozo que ocupaba el centro del museo abovedado.
¿Por qué, me pregunté, estaba expuesto el rollo de esta singular manera? Llamé a Armand Bartos, el arquitecto que diseñó el museo que hoy alberga los rollos del mar Muerto.
Fue diseñado así para que el cilindro pudiera retraerse automáticamente, descender al nivel inferior y quedar recubierto por placas de acero -informó Bartos. -¿Por qué? -pregunté.
-Para proteger la copia más antigua de la Biblia que se conoce -dijo Bartos.
-¿De qué? -volví a preguntar.
-De una guerra nuclear.
Nadie sabia aún que el antiguo rollo que envolvía el gran cilindro, protegido mediante un ingenioso mecanismo del peligro nuclear, ocultaba la advertencia de que Jerusalén podía, en efecto, ser devastada por un ataque nuclear, un «holocausto atómico» que provocaría una «guerra mundial», el verdadero Armagedón.
El secreto se ocultaba en un «libro sellado». Isaías describe un terrible apocalipsis que aún ha de llegar,una visión verdaderamente aterradora de una guerra futura, y luego afirma: «Toda esta revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado.»
Se trata de la primera referencia bíblica a un «libro sellado». Primero en una cueva, luego en un código indescifrable hasta la invención del ordenador, permaneció oculta una visión de nuestro futuro. Al principio, Isaías afirma que nadie será capaz de abrir el «libro sellado»: «Y si lo dais a uno que sabe leer, diciendo: Ea, lee eso, dice el otro: No puedo porque está sellado.» Pero luego predice que el «libro sellado» será abierto:
«Oirán aquel día los sordos palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán.»
En el texto oculto, estos mismos versículos de Isaías revelan que el libro sellado es en verdad el código secreto: «Él reconoció las palabras, serán informatizadas, su informe escucharon en ese día, los secretos, las palabras mágicas del libro.» Sólo un ordenador pudo descifrar la advertencia de una guerra nuclear realizada hace 2500 años. Y ahora el código de la Biblia revelaba cuándo y dónde comenzaría el verdadero apocalipsis.
Verifiqué cada uno de los próximos 120 años. Sólo dos de ellos, 2000 y 2006, aparecían claramente codificados junto a «guerra mundial». Ambos estaban asimismo codificados con «holocausto atómico». Eran los dos únicos años de los próximos 120 que coincidían con ambas expresiones.
No hay manera de saber si la guerra que predice el código ha de estallar en el 2000 o en el 2006. El primero aparece en dos ocasiones, pero 2006 presenta mayores probabilidades matemáticas. Tampoco hay manera de saber si el peligro es real. Pero si el código está en lo cierto, podría desatarse una guerra mundial hacia finales del milenio, probabilidad no del todo descartable dentro de los próximos diez años.
«Holocausto atómico» y «guerra mundial» están codificados juntos. Según el código, en la próxima guerra se emplearán armas de destrucción masiva que jamás se habían empleado en batalla alguna. Hiroshima significó el fin de la segunda guerra, pero hoy en día existen, entre ojivas atómicas y misiles balísticos múltiples, al menos cincuenta mil armas nucleares. Cada una de ellas puede destruir una ciudad entera. Podrían barrer el mundo en pocas horas.
La tercera guerra mundial sería, literalmente, el Armagedón.
El aviso de cuándo, dónde y cómo arrostraría nuestro mundo el verdadero Armagedón, una guerra mundial nuclear, ha permanecido oculto en el más sagrado de los versículos de la Biblia durante tres mil años.
Cuando abrimos el «libro sellado» en busca de la tercera guerra mundial descubrimos que el año en que podría estallar se hallaba previsto en un rollo de veintidós líneas que ocupa un lugar central en la Biblia.
El rollo se llama Mezuzah. Contiene las 170 palabras, de las 304805 letras que componen los cinco textos originales de la Biblia, que Dios ordenó disponer en un rollo aparte y fijar a la entrada de cada hogar.
Los años 2000 y 2006 -«en 5760» y «en 5766»-se hallan entre esas 170 palabras. «Guerra mundial» -la única vez que aparece codificada en la Biblia-se encuentra en el mismo lugar y atraviesa uno de los versículos sagrados. «Holocausto atómico» -la única vez que aparece codificado en la Biblia-también figura junto a ambos años en los mismos versículos del rollo.
La Mezuzah, que contiene quince versículos, comienza con el mandato más importante: «Escucha, Israel.
Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé.» En dos ocasiones indica Dios en esos breves versículos la forma exacta en que deben mantenerse vivas esas palabras:
«Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en las puertas.»
Los años en que puede comenzar la tercera guerra mundial estaban inscritos en los versículos mejor guardados del Antiguo Testamento. Y allí donde fueron codificados los años 2000 y 2006 el texto oculto de los sagrados manuscritos hace advertencias de guerra: «Bombardeará vuestro país, terror, devastación, será lanzado.»
No parece casual que la fecha en que el mundo deberá hacer frente a una guerra nuclear aparezca codificada en dos de los quince versículos de la Biblia que en dos ocasiones Dios ordenó memorizar, enseñar a los niños y recitar cada mañana y cada noche. No puede ser casual que los años más claramente codificados junto a «guerra mundial» estuvieran ocultos en las 170 palabras que permanecieron guardadas en un rollo aparte durante tres mil años y que aún hoy siguen ocupando un sitio privilegiado a la entrada de casi cada casa de Israel.
Basta que falte una sola letra para que la Mezuzah no pueda utilizarse. Alguien quiso asegurarse de que, pasara lo que pasara con el resto de la Biblia, esas palabras, este manuscrito, se preservaría exactamente como fue escrito y con su código oculto intacto. Ese antiguo código, que ahora predecía que la tercera guerra mundial podía estallar en el transcurso de diez años, también había pronosticado que la segunda guerra mundial se iniciaría «en 5700», 1939-1940 del calendario moderno. «En 5700, llegó el incinerador», señala el texto oculto completo, prediciendo no sólo la guerra sino también los hornos del Holocausto.
El Armagedón de los años 2000 y 2006 fue codificado en los mismos versículos sagrados de la Biblia, el código cuidadosamente preservado en la Mezuzah que con tanta precisión había pronosticado la última guerra mundial.
En lugar de guerra nuclear entre superpotencias, el mundo puede enfrentarse ahora a una nueva amenaza: el terrorismo dotado de armas nucleares.
Junto a «terrorismo», «guerra mundial» y justo por debajo de «tercera», aparecen las palabras «guerra a degüello» -que sugieren un combate de aniquilación total claramente codificadas junto a «holocausto atómico».
La súbita caída de la Unión Soviética cambió el mundo. La desaparición del principal adversario de Estados Unidos puso a disposición de los terroristas el mayor mercado mundial de armas nucleares.
Una comisión del Senado estadounidense confirmó el peligro. «Nunca se había desintegrado un imperio en posesión de treinta mil armas nucleares», afirmó el senador Sam Nunn, vicepresidente del comité. El senador Richard Lugar, para quien la antigua Unión Soviética era un «gigantesco supermercado potencial de armas nucleares, químicas y biológicas», advirtió que «se había incrementado la posibilidad de que detonaran en Rusia, Europa, Oriente Medio o incluso Estados Unidos una, dos o una docena de armas de destrucción masiva».
La caída del comunismo fue presagiada por el código bíblico. La única vez que aparece «comunismo» lo hace junto a «caída de» y «Ruso». «China» se encuentra debajo, entrelazada con un vaticinio: la palabra «siguiente».
Muchos occidentales vivieron la caída de la Unión Soviética como una victoria. El fin del comunismo en China seria visto como un triunfo final, pero el caos de otra potencia nuclear aumentaría la venta indiscriminada o el robo de armas nucleares capaces de destruir ciudades enteras.
Si el código de la Biblia está en lo cierto, son los terroristas nucleares quienes pueden desencadenar la próxima guerra mundial. Puede comenzar -cómo sugirió el primer ministro Peres unos días después de nuestro encuentro-cuando una arma nuclear «cae en manos de paises irresponsables y es transportada a hombros de fanáticos».
La segunda guerra mundial finalizó con una bomba atómica. La tercera guerra mundial puede iniciarse de ese modo.
Jerusalén, la ciudad más disputada de la historia -conquistada por el rey David, incendiada por los babilonios, saqueada por los romanos y sitiada por los cruzados, sus tres mil años de sangrientos conflictos tampoco finalizaron al recuperarla los israelíes durante la guerra de 1967-, aparece codificada en la Biblia como claro objetivo del anunciado ataque nuclear.
Hay una sola ciudad en el mundo que aparece codificada en la Biblia junto a «holocausto atómico» o «guerra mundial», y ésta es «Jerusalén».
El nombre de la ciudad se halla oculto en un único versículo de la Biblia, codificado allí donde Dios amenaza con castigar a Israel a lo largo de toda la historia: «Porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian.»
«Vuestra ciudad destruida por un acto de terrorismo» atraviesa «holocausto atómico». El objetivo se confirma en la profecía más antigua del Apocalipsis, aquella encontrada intacta entre los rollos del mar Muerto, el libro de Isaías, de 2500 años de antigúedad.
«¡Ay de ti, Ariel, Ariel, villa donde acampó David!», se lamenta Isaías, utilizando un antiguo nombre bíblico para denominar a Jerusalén. El asedio que redujo a «polvo» la ciudad sagrada es descrito en palabras vivamente apocalípticas:
«Sucederá que, de un momento a otro, de parte de Yahvé Sebaot serás visitada con trueno, estrépito y estruendo, turbión, ventolera y llama de fuego devoradora.»
Se trata de una visión sumamente precisa de un «holocausto atómico», previsto miles de años antes y expresado en las únicas palabras que un vidente de la antigñedad podía utilizar para describirlo.
Comparémosla con la descripción moderna del bombardeo atómico de Hiroshima: «La ciudad entera quedó en ruinas al instante. El centro de la ciudad se derrumbó. Media hora después, la explosión producida por el impulso térmico empezó a fundirse en una tormenta de fuego que duró seis horas. Durante cuatro horas, enpleno mediodía, un violento huracán surgido de las extrañas condiciones meteorológicas producidas por la explosión acabó de devastar lo que quedaba de la ciudad.»
Estas palabras, que parecen repetir las de Isaías, pertenecen al conocido relato que hizo Jonathan Schell del bombardeo de 1945 en su libro The Fate of the Earth.
Nadie en Hiroshima oyó la explosión. La onda expansiva generó un vacio, pero a kilómetros de distancia hubo un ruido tremendo, un terrible «trueno» diferente a todo cuanto se hubiera oído hasta entonces. La bomba de Hiroshima explotó en el aire, a unos setenta metros del suelo. Si lo hubiera hecho en tierra, como es muy probable que ocurriera en el caso de un ataque terrorista, el horror habría sido aún mayor.
Toda la población de una ciudad quedaría inmediatamente reducida a polvo. Parafraseando de nuevo a Schell, «cualquier ser humano que se encontrara en la zona quedaría reducido a humo y cenizas; sencillamente, desaparecería sin remisión. La población incinerada, convertida en polvo radiactivo, se elevaría en el hongo atómico para luego depositarse en la tierra».
Regresemos a Isaías: «Serás abatida, desde la tierra hablarás, por el polvo será ahogada tu palabra, tu voz será como un espectro de la tierra, y desde el polvo tu palabra será como un susurro. Y será como polvareda fina la turba de tus enemigos, y como tamo que pasa la turba de tus despiadados. Y sucederá repentinamente, en un momento.» Esta curiosa descripción de un asedio de la antigúedad resulta, en cambio, una visión perfecta de las consecuencias de un ataque y una respuesta nucleares.
Luego, el singular pasaje críptico sentencia: «Y os será toda visión como palabras de un libro sellado.» De hecho, han permanecido selladas hasta ahora y reveladas por un código que quizá exista para advertirnos, en el momento preciso, de un inminente ataque atómico.«Arma atómica» se halla codificada en el libro de Isaías. «Atómica» comparte su «m» con «Jerusalén» (con z final en hebreo). Y allí donde «Jerusalén» atraviesa «arma atómica», lo hace también «rollo». Las palabras «él lo abrió» se superponen a «rollo».
El nombre antiguo de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la advertencia apocalíptica de Isaías, aparece codificado junto a «guerra mundial». La profecía bíblica del Armagedón, conocida de antiguo, parece confirmarse en el código. Jerusalén, punto central de las tres principales religiones de Occidente, legendaria ciudad donde reinó David, donde murió Jesús, donde Mahoma ascendió al cielo, podría ser destruida en una última batalla provocada por el odio religioso.
El Armagedón podría ser una guerra nuclear de escala mundial.
Yo no creía en las profecías apocalípticas de la Biblia. Nunca creí que Dios o el diablo pudieran destruir el mundo, o que las fuerzas del bien o del mal fueran a chocar en una última batalla. Pero la declaración del código bíblico de que la última batalla, el Armagedón, podría iniciarse en Oriente Medio con un acto de terrorismo nuclear, de pronto me pareció demasiado real.
La palabra «Armagedón» proviene del último libro del Nuevo Testamento, de un versículo en apariencia fantasioso: «Son espíritus de demonios, que realizan señales y van donde los reyes de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del gran día del Dios Todopoderoso. [...] Y los convocaron en el lugar llamado en hebreo Armagedón.»
Pero Armagedón es un lugar real. Es el nombre griego de una antigua ciudad de Israel, Megiddó. En hebreo, «monte Megiddó» es «Harmegiddo». Armagedón, o Harmaguedón, es sencillamente la transcripción griega de ese nombre.
Fui allí una noche. Volvía a Jerusalén cuando vi en un indicador verde y blanco de la autopista un nombre que sólo había visto antes en la Biblia: «Megiddó». Aunque era después de medianoche, me detuve para ver las ruinas de la ciudad fortificada. Parecía inconcebible que este remoto lugar pudiera haber sido, en otra época, el emplazamiento de una batalla importante.
Cerca de Megiddó, oculta a los ojos de los turistas, se encuentra una de las más importantes bases de la aviación israelí, Ramat David. Está en el norte, con la mira puestaen Siria, el más implacable enemigo de Israel. La base está situada en primerísima línea de cualquier guerra eventual que pudiera estallar en Oriente Medio.
«Armagedón» se halla codificado en la Biblia junto al nombre del líder sirio, Hafiz al-Asad. De hecho, el nombre del actual emplazamiento de la tan profetizada última batalla aparece junto a su nombre en una misma secuencia equidistante: «Armagedón, holocausto Asad.»
«Siria» aparece codificado junto a «guerra mundial». Es el país que destaca, precisamente por inesperado. Junto a «guerra mundial» también aparecen «Rusia», «China» y «Estados Unidos», pero se trata de las tres superpotencias con mayores probabilidades de implicación. «Siria» es la sorpresa.
Si el Armagedón es verdadero, bien podría comenzar de la forma en que aparece profetizado en el texto
original de la Biblia. El último libro del Nuevo Testamento predice una guerra final de un furor sin precedentes:
«Satanás será soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para el combate.»
Nadie sabe dónde estaba ubicadas la antigua Magog, pero la profecía original de la última batalla, narrada en el libro de Ezequiel, habla de que Israel será invadida desde el norte: «Vendrás de tu lugar, del extremo norte, tú y pueblos numerosos contigo, todos montados a caballo, enorme horda, ejército poderoso.»
El único enemigo actual de Israel situado al norte es Siria. «Siria» se halla codificado en el libro de Ezequiel iniciando el versículo que predice la invasión. Se nombra a los aliados de Siria: «Persia» y «Put»; paises que en la actualidad se llaman Irán y Libia.
El texto directo del libro de Ezequiel predice una temible batalla entre Israel y las naciones árabes circundantes: «un holocausto grande en las montañas de Israel». Éste, según el código de la Biblia, es el modo como se iniciará la tercera guerra mundial: con un ataque atómico a Jerusalén seguido de una invasión de Israel.
En el mismo museo de Jerusalén donde se exhiben los manuscritos del mar Muerto, cuya singular visión original del apocalipsis está dispuesta en un artilugio diseñado para soportar un ataque atómico, hay otra exposición. El manuscrito original de la teoría de la relatividad de Einstein y la ecuación que cambió el mundo e inició la era atómica – E = mc2, se exhiben allí del puño y letra del científico.
No obstante, lo que más llamó mi atención fue algo que había dicho Einstein: «No sé con qué armas se luchará en la tercera guerra mundial, pero en la cuarta se luchará con palos y piedras.»
A fines del siglo XX parece amenazarnos un tipo de caos hasta ahora desconocido para el mundo. Hemos fabricado armas que pueden destruir la civilización humana en un solo día y que hoy podrían estar en manos de cualquiera.
Las predicciones del código bíblico parecen coincidir con la profecía abiertamente expresada en la Biblia, y el horror ha adquirido un rostro, un tiempo y un lugar: el Armagedón, una guerra nuclear a escala mundial, podría estallar en el 2000 o 2006, es decir, en el lapso de una década.
Y no se acaba allí el peligro anunciado.
CAPÍTULO SIETE
APOCALIPSIS
El gran golpe final de todas las visiones apocalípticas es un imponente terremoto.
En el Apocalipsis, el último libro del Antiguo Testamento, el seísmo es la séptima plaga del séptimo ángel.
«Un gran temblor de tierra como no hubo desde que existen hombres sobre la Tierra, un terremoto tan violento.
Entonces todas las islas huyeron y las montañas desaparecieron.»
De hecho, así predice Ezequiel que concluirá la guerra final contra Gog y Magog: «Si, aquel día habrá un gran terremoto en el suelo de Israel. Temblarán entonces ante mí todos los hombres de sobre la faz de la Tierra. Se desplomarán los montes, caerán las rocas, todas las murallas caerán por tierra.»
La amenaza de la destrucción de este mundo mediante un violento seísmo es una constante del texto original de la Biblia. «Haré temblar los cielos y se removerá la tierra de su sitio -advierte Dios a Isaías-. Los hombres huirán a las cuevas de las rocas y a los agujeros de la tierra por temor a Yahvé cuando Él decida sacudir la Tierra.»
Esta misma advertencia se encuentra oculta en el último versículo de la Biblia primigenia, las palabras que cierran el relato de aquello que Dios dictó a Moisés en el Sinaí: «Aniquilar, destruir por completo, lanzó una fuerza violenta y para todos el gran terror: fuego, terremoto.»
No puede ser casual que el último secreto revelado en el código bíblico se refiera al golpe final profetizado abiertamente en todos los posteriores pasajes apocalípticos de la Biblia.
El código parece advertir que durante los próximos cien años habrá una serie de «grandes terremotos» en todo el mundo. Junto a «el gran terror» aparecen claramente codificados tres años: 2000, 2014 y 2113. De los tres, el más alejado cuenta con las mayores probabilidades.
No está claro si el código fija una serie de desastres o una serie de postergaciones. Con todo, los primeros terremotos tendrán lugar durante la primera década del siglo próximo, quizá incluso a fines de éste.
El tan pronosticado apocalipsis, si existe en verdad, no comenzará en una mítica tierra lejana, sino en ciudades verdaderas, en el mundo real. Estados Unidos, China, Japón e Israel se hallan todos codificados junto a «gran terremoto» y a diversos años del futuro inmediato.
El código de la Biblia parece predecir que el siguiente terremoto de grandes proporciones sacudirá California. También menciona los seísmos más graves que este estado ha sufrido en el pasado. El más grande de ellos sufrido por Estados Unidos -el gran terremoto de San Francisco de 1906- ya había sido codificado hace tres mil años.
Juntos aparecen «S. F. Calif.» y 1906. «Fuego, terremoto» también se lee junto al año, y el texto oculto señala: «ciudad consumida, destruida».
También aparece codificado el mayor terremoto de la historia reciente de Estados Unidos, una vez más en San Francisco. Coinciden en un mismo sitio el año, 1989, las palabras «fuego, terremoto» y «S. F. Calif.».
De entre todas las ciudades del mundo, Los Ángeles posee las mayores probabilidades matemáticas de sufrir un «gran terremoto». «L. A. Calif.» aparece junto a «gran terremoto» con posibilidades muy elevadas.
También acompañan al anunciado cataclismo «América» y «EE.UU.».
Los sismólogos coinciden en afirmar que el sur de California es la zona de Estados Unidos con mayores probabilidades de padecer en un futuro próximo un terremoto de grandes proporciones. El U. S. Geological Survey de 1995 anuncia que existe entre un «80 y un 90 % de probabilidades de que antes de 2024 el sur de California registre un seísmo de magnitud 7».
Los expertos que realizaron ese pronóstico no habían previsto el último gran movimiento sísmico que afectó la zona de Los Ángeles en enero de 1994, causando 61 víctimas mortales en Northridge. La falla, desconocida hasta entonces, pasó desapercibida. Pero no para el código de la Biblia. El año «5754», 1994 en el calendario moderno, se halla codificado junto a «gran terremoto» y «L. A. Calif.».
Si se compara con el cataclismo anunciado, aquél no fue más que un temblor. Un año del futuro cercano aparece junto a Los Ángeles exactamente en el mismo lugar en que se había previsto el desastre de 1994.
Atravesando «gran terremoto», justo debajo de «L. A. Calif.», aparece el año 2010. Y ese mismo año, «5770»
en el calendario hebreo, vuelve a estar codificado junto al nombre de la ciudad, superponiéndose de hecho a «fuego, terremoto».
Desde luego, es sólo una probabilidad. Tanto el código como los sismólogos pueden estar equivocados.
No obstante, el código de la Biblia parece predecir que el gran terremoto afectará a Los Ángeles en 2010.
Otras tres regiones del mundo coinciden con «gran terremoto». Todas ellas junto a los mismos años, 2000 y 2006. No hay forma de saber cuál de ellas será en verdad la afectada.
Codificada junto a «gran terremoto» se encuentra «China», que fue el escenario del peor seísmo de la historia, aquel que en 1976 segó las vidas de ochocientos mil chinos. Ese año, «5736», atraviesa «terremoto» justo encima de «China».
Pero China podría verse sacudida de nuevo. Encima de 1976 figura otra fecha, «en 5760», es decir, el año 2000.
«China» aparece tres veces junto a «gran terremoto», acompañando siempre a 2000 y 2006.
Israel, país que en este siglo no ha sufrido seísmos de consideración, es el lugar que se menciona con más énfasis en el texto original de la Biblia. Ezequiel vaticina abiertamente «un gran terremoto en el suelo de Israel».
Si bien «Israel» coincide en cuatro ocasiones con «gran terremoto» en el código, es tal la frecuencia con la que aparece mencionado en la Biblia que no hay manera matemática de calcular su coherencia. No obstante, Israel está situado sobre lo que parece ser la mayor falla mundial. En tiempos prehistóricos, la falla del mar Rojo se abrió con tanta violencia que separó África de Asia.
A pesar de todo, el país que, según el código secreto, mayor peligro corre es Japón.
En mi primer encuentro con mi editor, éste me pidió que predijera un acontecimiento mundial. Yo me negué.
«No sé una palabra sobre el mañana le dije-. Sólo sé lo que está codificado en la Biblia.»
Él insistió, y finalmente le dije que si algo parecía probable era que Japón sufriría varios terremotos importantes. Tres meses más tarde, Japón padeció el peor seísmo de los últimos treinta años. Ocurrió en una zona remota, por lo que hubo pocas víctimas, pero en la escala de Richter fue un movimiento de gran magnitud.
Lo comprobé en el código bíblico. En efecto, aparecía codificado el epicentro exacto, «Okushiri», una isla tan pequeña que incluso muchos japoneses desconocían su existencia hasta el terremoto. En la matriz completa se podía leer: «Okushiri será sacudido julio.» El terremoto tuvo lugar el 12 de julio de 1993.
Lo encontré poco antes de un viaje a Japón. Me sentí obligado a compartir lo que sabía. Si el terremoto de Okushiri aparecía codificado con tanta precisión, entonces los otros cataclismos anunciados también debían de ser reales. Así que conseguí una entrevista con la ministra encargada de la previsión de terremotos, Wakako Hironaka. Su marido es un famoso matemático y ella se mostró tan interesada como perpleja.
«¿Qué he de hacer? -me pregunto-. ¿Evacuar Tokio?» En realidad, «Tokio será evacuado» aparecía codificado en la Biblia, pero no así cuándo ni por qué.
Un año más tarde, la ciudad portuaria de Kobe fue devastada por un terremoto masivo que mató a cinco mil personas. Eso también se encontraba previsto en el Antiguo Testamento. «Kobe, Japón» aparecía codificado junto a las palabras «fuego», «terremoto», «el grande». Y el año en que ocurrió, 1995 («5755»), atravesaba «fuego, terremoto».
Japón es el país que se halla codificado con mayor claridad junto a un futuro «gran terremoto». En el mismo lugar aparecen los años 2000 y 2006.
Como en los demás casos, no hay forma de saber si el peligro anunciado es verdadero. Sin embargo parece existir una urgencia apocalíptica en la advertencia sobre Japón, como asimismo ocurre en el caso de Israel. De hecho, el código bíblico parece establecer una conexión harto misteriosa entre ambos paises.
De ambos se afirma que se encuentran ante un peligro sin precedentes. «Japón» e «Israel» aparecen junto a las dos declaraciones bíblicas del «fin de los días». «Japón» figura codificado junto a «holocausto de Israel». «Israel» y «Japón» vuelven a encontrarse en una misma frase del texto oculto y los nombres de ambos paises atraviesan la única manifestación codificada del «año de la plaga». Además, Japón es el único país
aparte de Israel cuya codificación coincide con la de «batalla final».
Un desastre de proporciones bíblicas parece amenazar a ambos paises a lo largo del código. En Israel, el peligro inmediato seria una guerra nuclear. En Japón, la amenaza inminente sería una catástrofe sísmica.
Y si el mundo entero puede peligrar a raíz de la guerra que, según el código secreto, se iniciará en Israel, bien podría el mundo entero acusar la sacudida del terremoto que asolará a Japón.
«Colapso económico» se encuentra codificado en una ocasión en la Biblia. En el mismo sitio figura 1929, el año de la gran depresión. Y «colapso económico» está también codificado junto a las palabras «terremoto asoló Japón».
Japón juega actualmente un papel tan decisivo en la economía global que cualquier desastre de importancia que afectase a ese país tendría una importante repercusión mundial. Así pues, la agitación en que se sumiría el planeta podría deberse a un gran «colapso económico» en lugar de un «gran terremoto».
Sin embargo, quizá el peligro ulterior se trate en realidad del mayor desastre natural jamás presenciado.
Hace 65 millones de años, un asteroide de mayor tamaño que el Everest chocó contra la Tierra y, tras explotar con la fuerza de trescientos millones de bombas de hidrógeno, acabó con todos los dinosaurios.
«Asteroide» y «dinosaurio» aparecen codificados juntos en la Biblia. Y otro tanto ocurre con el nombre bíblico de las primeras criaturas que Dios creó sobre la Tierra. «Y Dios creó al gran Tanin» declara el primer capitulo del Génesis. La palabra significa «dragones» o «monstruos». Algún tipo de animal inmenso que ya no
existe.
Y, justo encima de «asteroide», la palabra «dragón» atraviesa en el código a «dinosaurio». Junto a ellos se encuentra el nombre de dragón que, según la leyenda, Dios mató antes de la creación. No parece casual que el nombre de este dragón -«Ráhab»-aparezca en el código de la Biblia exactamente donde «asteroide»
choca con «dinosaurio».
De hecho, el texto oculto completo señala: «golpeará a Ráhab». Esto sugiere que, en realidad, el exterminio de los dinosaurios y la muerte del dragón, el acontecimiento cósmico rememorado por Isaías, serían la misma cosa: «¿No eres tú el que partió a Ráhab, el que atravesó al dragón?»
En la actualidad, los científicos coinciden en que la humanidad jamás habría evolucionado si los dinosaurios no hubieran sido barridos por el asteroide, pero también se preguntan si la humanidad correrá el mismo peligro, si nosotros seremos también borrados del mapa por una roca venida del espacio exterior.
Brian Marsden, destacado astrónomo estadounidense, director del Smithsonian Observatory de Cambridge, fue el primero en dar la alarma en 1992. Calculó que el recién divisado cometa Swift-Tuttle
reaparecería 134 años más tarde, en 2126. Dijo que entonces podría colisionar con la Tierra.
El cometa era al menos tan grande como el asteroide que acabó con los dinosaurios. La nada estridente advertencia de Marsden -«un cambio de + 15 días haría posible que el cometa chocara contra la Tierra en el 2126» -disparó la alarma. Todos los diarios del mundo se hicieron eco de la noticia en primera plana.
«La International Astronomical Union, la autoridad astronómica mundial, ha admitido por primera vez la posibilidad de una colisión potencial entre la Tierra y un objeto lanzado a gran velocidad desde los confines del sistema solar -informó el New York Times-. Los científicos creen que el tamaño del cometa es suficiente como
para acabar con la civilización.»
«Llega estrepitosamente del cielo como un Scud infernal, más grande que una montaña y con más energía que todo el arsenal nuclear del mundo», anunciaba con tono sensacionalista el artículo central de Newsweek, pintando una escena aterradora.
Marsden canceló la alerta con posterioridad. Nuevos cálculos demostraban que el cometa pasaría sin peligro a finales de julio del 2126. Pero en el caso de que fuera a pasar dos semanas más tarde, a mediados de agosto, la roca de dieciséis kilómetros de ancho chocaría contra nuestro planeta.
No había astrónomo capaz de predecir con un margen de dos semanas el descubrimiento actual del Swift-Tuttle.
La mayoría estaba a años luz de lograrlo. Y, sin embargo, el día exacto de la localización del cometa, el 27 de septiembre de 1992, fue codificado en la Biblia hace tres mil años. Daba la casualidad de que era la víspera del Año Nuevo judío. El código bíblico pronosticó el momento: «víspera de Año Nuevo, Swift». «5753», el año hebreo correspondiente a 1992, aparecía codificado junto a «cometa» y su nombre completo «Swift-Tuttle». En el código de la Biblia, «Swift» también aparece codificado junto a «5886» o 2126, el año en que el cometa debe volver. El nombre del cometa atraviesa el año. Y justo encima de 2126 se encuentran las palabras «en el séptimo mes, llegó». Lo que sugiere que pasará sin peligro cerca de la Tierra en
el mes de julio.
Con todo, existe una terrible advertencia en el código secreto ligada a la palabra «cometa».
Cuando otro cometa chocó contra Júpiter en 1994, nuestro mundo reconoció el verdadero peligro. El impacto creó bolas de fuego del tamaño de la Tierra y dejó a Júpiter sembrado de inmensos cráteres negros.
Fue la mayor explosión jamás presenciada por el hombre en nuestro sistema solar, y si eso hubiera ocurrido aquí habría arrasado al género humano.
El código de la Biblia también había previsto el cataclismo de Júpiter; de hecho, lo encontramos meses antes de que ocurriera. El nombre del cometa, «Shoemaker-Levy», aparecía codificado junto al del planeta,
«Júpiter», y la fecha exacta del impacto, 16 de julio de 1994. En 1995, el Pentágono y la NASA comenzaron a rastrear los cielos en busca de asteroides y cometas que pudieran impactar en la Tierra.
«No descartábamos un encuentro inesperado», dijo la doctora estadounidense Eleanor Helin, responsabledel programa nacional de rastreo de asteroides próximos a la Tierra (Near-Earth Asteroid Tracking).
Calculó que al menos 1700 asteroides con órbitas cercanas a la Tierra cruzarían en un momento u otro la nuestra, algunos de ellos lo bastante grandes como para destruir la vida en este planeta. Las probabilidades de un choque son remotas. Ocurre quizá cada trescientos mil años; pero nadie sabe cuándo fue la última ni, por
tanto, cuándo puede ser la siguiente.
«Es sorprendente -manifestó la doctora Helin al inicio del primer intento coordinado de localizar los asteroides "cruzadores"-. Estas cosas nos han estado rondando todo el tiempo y nosotros sin enterarnos.»
El asteroide que mató a los dinosaurios aterrizó en lo que ahora es el golfo de México, provocando en Norteamérica una tormenta de fuego que acabó de inmediato con la vida en este continente, en tanto que la posterior nube de polvo y humo que oscureció el planeta produjo extinciones globales.
Se calcula que dos tercios de todas las especies que caminaron, volaron o nadaron alguna vez en la Tierra se extinguieron a causa de impactos procedentes del espacio exterior. Somos la primera especie capaz de evitarlo.
Cuando el Swift-Tuttle originó la primera alarma y el bombardeo de Júpiter demostró bien a las claras el peligro al que podíamos enfrentarnos, los científicos comenzaron a proyectar la defensa de la Tierra. El inventor de la bomba de hidrógeno, Edward Teller, planteó que podía desviarse un asteroide con un proyectil
de cabezas nucleares múltiples. Otros científicos sugirieron que la simple explosión de un artefacto nuclear en las cercanías de un cometa fundiría el gas congelado, creando chorros como los propulsores de un cohete y desviando así el curso de impacto del cometa.
Incluso existió un plan para enviar una nave espacial a cualquier gran roca que se dirigiera a la Tierra, fijar poderosos propulsores en su superficie y alejar al cometa o asteroide de este planeta.
Pero todos ellos fueron proyectos teóricos, borradores de diagramas y algunas ecuaciones en el mejor de los casos, y nadie sabe cuánto tiempo ni cuántos indicios certeros tendríamos.
«Puede que fueran sólo días o semanas -dice Gareth Williams, colega de Marsden en el observatorio Smithsonian-. Un cometa con una órbita muy larga puede pillarnos por sorpresa, porque quizá no sepamos que existe.»
Nadie se molestó en rastrear las rocas del espacio exterior hasta que el Shoemaker-Levy hizo impacto en Júpiter. Y, por ahora, no existen planes concretos para protegernos de cualquiera que se nos venga encima.
El código de la Biblia advierte del peligro real de una colisión de este tipo.
Hay una serie de aproximaciones orbitales indicadas, justo hasta que el Swift regrese en 2126. Pero el primer año claramente codificado junto a «cometa» está a sólo diez de distancia: es «5766», 2006 en el calendario moderno.
Atraviesa 2006 una sentencia escalofriante: «Su senda golpeó sus moradas.» La advertencia que se solapa con el año finaliza con las palabras «objeto similar a estrella». Justo encima de 2006 se lee una aparente confirmación cronológica: «año vaticinado para el múndo».
El código señala otras posibilidades. «5770» y «5772» -los años 2010 y 2012- aparecen también junto a «cometa». Las palabras «días de horror» atraviesan 2010. Justo debajo, «oscuridad» y «tinieblas» atraviesan «cometa». El texto oculto en las líneas superiores indica «Tierra aniquilada».
Pero allí donde aparece codificado el 2012 se afirma también que el desastre podrá evitarse, que el corneta será bloqueado: «Se deshará, arrojado lejos, se romperá en pedazos, 5772.»
Lo cual se asemeja bastante a la colisión en Júpiter. Antes de caer, el cometa se deshizo en veinte pedazos distintos; luego, cada uno de ellos bombardeó Júpiter a lo largo de una semana.
Hay un relato antiguo, narrado en el Talmud, sobre un rey que se enfadó con su hijo y juró que le arrojaría una inmensa roca. Más tarde lo lamentó, pero no pudo abjurar de ello. Así pues, ordenó romper la piedra en pequeños guijarros y arrojarlos de uno en uno a su hijo.
La parábola, representada a escala cósmica en Júpiter, podría vaticinar el destino del hombre sobre la Tierra.
Existe la teoría de que el choque de un cometa en tiempos prehistóricos pudo inspirar las posteriores narraciones apocalípticas de la Biblia.
«Estudios en curso indican que en los últimos setenta mil años debió de ocurrir al menos un impacto de diez gigatones. Una explosión terrorífica, que quizá oscureció el Sol, inundó gran parte del planeta, arrasó la Tierra con fuego y la cubrió de gases de azufre, con todas las características de un auténtico apocalipsis
bíblico», escribió Timothy Ferris en el New Yorker.
Con todo, pueden pasar cientos de millones de años entre impactos lo suficientemente fuertes como para originar una extinción global, un millón de años entre explosiones que podrían destruir un país y miles de años entre cometas capaces de arrasar una ciudad.
Cuando descubrí que ese peligro cósmico aparecía codificado en la Biblia, el pronosticado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» que podía desencadenar una guerra mundial estaba a sólo unas semanas.
La cuenta atrás del verdadero Armagedón estaba llegando a su fin.
bras «objeto similar a estrella». Justo encima de 2006 se lee una
aparente confirmación cronológica: «año vaticinado para el múndo».
El código señala otras posibilidades. «5770» y «5772» -los años 2010 y 2012- aparecen también junto a «cometa». Las palabras «días de horror» atraviesan 2010. Justo debajo, «oscuridad» y «tinieblas» atraviesan «cometa». El texto oculto en las líneas superiores indica «Tierra aniquilada».
Pero allí donde aparece codificado el 2012 se afirma también que el desastre podrá evitarse, que el corneta será bloqueado: «Se deshará, arrojado lejos, se romperá en pedazos, 5772.»
Lo cual se asemeja bastante a la colisión en Júpiter. Antes de caer, el cometa se deshizo en veinte pedazos distintos; luego, cada uno de ellos bombardeó Júpiter a lo largo de una semana.
Hay un relato antiguo, narrado en el Talmud, sobre un rey que se enfadó con su hijo y juró que le arrojaría una inmensa roca. Más tarde lo lamentó, pero no pudo abjurar de ello. Así pues, ordenó romper la piedra en pequeños guijarros y arrojarlos de uno en uno a su hijo.
La parábola, representada a escala cósmica en Júpiter, podría vaticinar el destino del hombre sobre la
Tierra.
Existe la teoría de que el choque de un cometa en tiempos prehistóricos pudo inspirar las posteriores narraciones apocalípticas de la Biblia.
«Estudios en curso indican que en los últimos setenta mil años debió de ocurrir al menos un impacto de diez gigatones. Una explosión terrorífica, que quizá oscureció el Sol, inundó gran parte del planeta, arrasó la Tierra con fuego y la cubrió de gases de azufre, con todas las características de un auténtico apocalipsis
bíblico», escribió Timothy Ferris en el New Yorker.
Con todo, pueden pasar cientos de millones de años entre impactos lo suficientemente fuertes como para originar una extinción global, un millón de años entre explosiones que podrían destruir un país y miles de años entre cometas capaces de arrasar una ciudad.
Cuando descubrí que ese peligro cósmico aparecía codificado en la Biblia, el pronosticado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» que podía desencadenar una guerra mundial estaba a sólo unas semanas.La cuenta atrás del verdadero Armagedón estaba llegando a su fin.
CAPÍTULO OCHO
LOS DÍAS FINALES
Cuando a fines de julio de 1996 volví a Israel, faltaban sólo seis semanas para el anunciado «holocausto
atómico».
En el avión leí un articulo del Jerusalem Post que informaba que el primer ministro Netanyahu estaba a punto de dirigirse a Amman, Jordania, para celebrar un encuentro con el rey Hussein. Esto también lo había vaticinado el código de la Biblia. Lo encontré una semana antes de que Netanyahu ganara las elecciones, en el mismo sitio donde se predecía su victoria, más de dos meses antes de que se anunciara el viaje. «Julio a Amman», rezaba casi abiertamente el código, casi al lado de «primer ministro Netanyahu». El artículo periodístico confirmaba ahora ese viaje a Jordania. Estaba programado para el 25 de julio de 1996. «Oh, Dios mio-me dije-. Es cierto.» Una vez más, el código bíblico había demostrado estar en lo cierto. Tres mil años antes había previsto que en julio de 1996 Netanyahu iría a Amman. Si el código acertaba con ello, si se mostraba preciso hasta en los más mínimos detalles, entonces era más que probable que también acertara respecto al vaticinado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» y la «guerra mundial». El peligro se perfilaba cada vez más. Entonces, en el último momento, el viaje de Netanyahu sufrió un aplazamiento inesperado. La noche antes de que el mandatario israelí saliera para Amman, el rey Hussein había enfermado. El primer ministro no fue a Jordania hasta el 5 de agosto. ¿Se había equivocado el código de la Biblia? El «primer ministro Netanyahu» fue «a Amman», tal como estaba anunciado desde hacia tres mil años, pero no en «julio» como aseguraba el código.
Fui a ver a Eli Rips. Le pregunté si el código podía actuar como la fisica cuántica. Si era así, no lograría precisar a la vez el qué y el cuándo. El principio de incertidumbre lo formula claramente: cuanto más precisamente se mide el qué, con menor precisión podrá medirse el cuándo. Ésa es la razón por la cual la mecánica cuántica no predice uno sino muchos futuros posibles. Rips no invocó el principio de incertidumbre. En cambio, señaló la palabra que aparecía en el código de la Biblia justo encima de «julio a Amman». La palabra era «postergado». ¿Podía la Biblia acertar respecto de un acontecimiento pero errar la fecha? En las últimas semanas de la cuenta atrás de un posible Armagedón, la pregunta adquiría un dramatismo particular. Hasta el 13 de septiembre de 1996, último día del año hebreo de 5756, señalado como el del «holocausto atómico», me mantuve en estrecho contacto con los líderes israelíes. Tres días antes de la fecha del supuesto «holocausto de Israel» mantuve una entrevista en Nueva York con Dore Gold, el asesor de seguridad nacional del primer ministro. Al día siguiente envié un último mensaje al jefe del Mossad, general Danny Yatom; me respondió con la noticia de que la inteligencia israelí estaba en situación de alerta. El 13 de septiembre de 1996 no ocurrió nada. No hubo ataque atómico. El año hebreo de 5756 transcurrió en paz, en Israel y en el mundo entero.
Me sentía aliviado pero perplejo. ¿Estaría el código de la Biblia sencillamente equivocado? ¿O el peligro era real y sólo se trataba de una postergación? Pasé todo el fin de semana reflexionando sobre estas preguntas y el lunes le mandé un fax a Yatom: «Un último comentario y me retiro del oficio de adivinador. »Aunque el ataque atómico anunciado para los últimos dias de 5756 era evidentemente una probabilidad que no se ha cumplido, por mi parte opino que el peligro no ha pasado. »En varias ocasiones hemos visto cómo ocurrían cosas de la forma prevista pero no en la fecha anunciada. Ruego permanezca alerta ante lo que, con casi absoluta certeza, es un peligro real.» No tenía pruebas fehacientes de que el peligro fuera real, pero sí de que el futuró no estaba tallado en piedra. Al fin había una respuesta a la pregunta planteada por el asesinato de Rabin, debatida por Einstein y Hawking y formulada por Peres cuando le advertí de la amenaza de un ataque atómico: «Si está pronosticado, ¿qué podemos hacer?» El futuro aparecía, en efecto, codificado en la Biblia. El asesinato de Rabin y la guerra del Golfo lo demostraban; sin embargo no estaba predeterminado. Se componía de una serie de probabilidades, y era, además, susceptible de cambio. La pregunta planteada por las mismas letras que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»- tenía por fin una respuesta. ¿Habían evitado los israelíes, por el solo hecho de permanecer alerta en el momento indicado, el ataque atómico vaticinado? ¿Había conseguido el primer ministro Peres detener el ataque terrorista planeado mediante la simple declaración pública, tres días después de nuestra entrevista, del peligro agazapado? ¿O había cambiado todo por casualidad, al postergar Netanyahu en el último momento su visita diplomática a Jordania? En cualquier caso, lo que había conseguido el primer ministro al demorar su viaje era salvar su vida. «Muerte, julio a Amman», afirmaba el texto oculto completo que atravesaba su nombre codificado. La palabra «postergado» aparecía justo encima. «Postergado» se encontraba otras dos veces junto a «primer ministro Netanyahu» y atravesaba las palabras «le será arrebatada el alma» y «asesinado». Al salvar su vida, es posible que Netanyahu hubiera evitado o aplazado una guerra. «La próxima guerra» se hallaba en el código junto a una predicción: «será tras la muerte del primer ministro (otro morirá)». De hecho, el texto oculto completo rezaba «otro morirá, Av». Av es el mes hebreo que corresponde a julio. Y al impedir una guerra en Oriente Medio, la postergación del viaje quizá haya evitado un conflicto a nivel mundial. Tanto el texto original de la Biblia como el código profetizan el estallido en Israel de una «batalla final», una «guerra mundial». Así pues, el mundo entero pudo librarse de ella, al menos por esta vez, gracias a la repentina cancelación de un viaje. ¿Era entonces posible que un pequeño cambio, la postergación de un viaje que tuvo lugar apenas diez días después, supusiera una diferencia tan enorme? Sí, si había evitado un asesinato. La primera guerra mundial, por ejemplo, se originó en un asesinato. El archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria, murió en junio de 1914 en un atentado cuyas consecuencias se habían extendido, al cabo de unas semanas, a toda Europa, a Rusia y, por último, a Estados Unidos. «Un giro equivocado del conductor del archiduque dejó de pronto al heredero del trono de Austria a merced de [su asesino] Gavrílo Princip», señalaba un documental de la PBS, reconociendo este hecho como la
causa inmediata del estallido del conflicto. «En un abrir y cerrar de ojos, todo el continente iba a estar en pie de guerra.» No resulta dificil imaginar que en la atmósfera ya crispada de Oriente Medio el asesinato de un segundo primer ministro israelí en menos de un año, en una capital árabe, podría haber desencadenado una guerra. Y una guerra abierta en Oriente Medio pronto se habría convertido en un conflicto global. Los fisicos lo denominan efecto mariposa, piedra fundamental en la teoría del caos. James Gleick, en su libro Chaos, explica el efecto mariposa: «Es la noción de que una mariposa que agita el aire hoy en Pekín puede modificar los sistemas tormentosos de Nueva York del próximo mes.» ¿Detuvo entonces Netanyahu, por el simple hecho de ir a Jordania diez días más tarde, la cuenta atrás del Armagedón? En el código de la Biblia aparece, justo encima de «guerra mundial», una fecha: «9 de Av es el día de la tercera.» Ésa era la fecha exacta prevista para el viaje de Netanyahu a Jordania. 25 de julio de 1996, lo que equivalía al 9 de Av de 5756 del antiguo calendario hebreo. Es ésta, sin duda, una fecha maldita en la historia judía. Es el día de 586 a. J.C. en que Jerusalén fue destruida por los babilonios, así como el de 70 d. J.C. en que los romanos arrasaron Jerusalén. A lo largo de toda la historia han acaecido ese día una serie de desastres para el pueblo judío; tan temido es que los religiosos ayunan el 9 de Av e imploran piedad.Y ahora el código de la Biblia declaraba que el «9 de Av» se desencadenaría la tercera guerra mundial, ala vez que un ataque nuclear destruiría por tercera vez la Ciudad Santa mediante un ataque nuclear.
El antiguo nombre de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la primera premonición apocalíptica, aparecía efectivamente codificado entre «guerra mundial» y «9 de Av es el día del tercero».
Pero Netanyahu no fue a Amman, tal como estaba programado, el 9 de Av. Y de nuevo se leía
«postergado» tanto junto a la fecha como al nombre del primer ministro. En realidad, tanto «Bibi» como «postergado» aparecen codificados junto a «9 de Av, 5756». En el mismo versículo, entrelazadas en el texto oculto, se forman las palabras «cinco futuros, cinco caminos». «Postergación» aparece escrito junto a «guerra mundial». Allí donde se encuentran codificados los años 2000 y 2006, el texto oculto dice: «postergaré la guerra». Incluso está escrito junto a «fin de los días». Cada vez que aparece «fin de los días» en el texto original, el texto oculto forma la palabra «postergado».
En el Génesis 49, 1-2, donde Jacob cuenta a sus hijos lo que les acontecerá en el «fin de los días», la «postergación» está implícita en el nombre mismo del patriarca. En hebreo, el nombre «Jacob» significa también «él evitará», «él postergará». ¿Se habrá «evitado» el fin, o sólo «postergado»?
Cuando Moisés cuenta a los antiguos israelitas lo que ocurrirá al «final de los días», el texto oculto parece decir: «postergado».
En Deuteronomio 31, 29, la advertencia de Moisés de que «la desgracia (el mal) vendrá sobre vosotros en el fin de los días» está precedida por un texto oculto que señala: «sabíais que será postergado». Y en Números 24, 14, allí donde el adivino Balaam vaticina el «fin de los días» palabras codificadas junto a «holocausto atómico» y «guerra mundial»-, el texto oculto declara: «amigo postergó». «Amigo postergó» se superpone a «fuego sacudió la nación». Y el texto oculto declara, también en el mismo versículo, «os aconsejaré qué» y «os aconsejaré cuándo». Si bien no se ha identificado al «amigo», sin duda ha de ser quienquiera que haya codificado la Biblia. No se sabe todavía con certeza si llegará el fin ni cuándo habrá acabado la moratoria, pero una cosa está clara: la palabra «postergación» se forma en todas las profecías originales del «fin de los días». Según el código, el Armagedón no se ha evitado; sólo se ha aplazado.
Hay numerosas indicaciones en el código de que la «postergación» puede ser muy corta. «Primer ministro Netanyahu» aparece codificado junto al año «5757». Y el año judío que comenzó en septiembre de 1996 y acaba en octubre de 1997 es también el año que aparece más claramente codificado junto a su adversario, el líder palestino Arafat.
Dos semanas después de que comenzara este nuevo año, la tensión volvió a adueñarse de Israel. El miércoles 25 de septiembre de 1996 se registraron enfrentamientos abiertos. Durante tres días, la policía palestina combatió a los soldados israelíes, que respondieron con helicópteros y enviaron tanques a la margen occidental por primera vez desde la guerra de los Seis Días, en 1967. Hubo 73 muertos y centenares de heridos. Lo más sorprendente fue la rapidez con la que se inició la
batalla, la facilidad con que la aparente paz de Israel se convirtió en una guerra desgarradora.
Llamé a Eli Rips, que estaba en Jerusalén. «Mi opinión personal es que la perspectiva de guerra es ahora mucho mayor -me dije-. Esta vez no hablo como matemático, ni en base al código de la Biblia, sino como un simple israelí que observa el repentino estallido de un conflicto armado.» La causa inmediata de la violencia era la construcción de un túnel bajo el monte del Templo en Jerusalén, emplazamiento del monumento más sagrado para los judíos, el Muro de las Lamentaciones, de los restos del antiguo Templo y del tercer monumento más sagrado del islam: la Cúpula de la Roca.
Descubrí, para mi sorpresa, que en el código aparecía «túnel» junto a «holocausto de Israel».
Cuando verifiqué las secuencias de «holocausto atómico» quedé conmocionado al ver que atravesaba «atómico» el nombre de la ciudad de la margen occidental donde habían empezado los disturbios: «Ramallah.»
El texto oculto completo expresaba: «Ramallah cumplió una profecía.»
Una vez más, el código de la Biblia parecía actualizarse, casi como si el codificador siguiera de cerca los cambiantes acontecimientos de Oriente Medio. Había un sitio codificado sobre otro, una crisis sobre otra, un año sobre otro, de forma que finalmente no había manera de saber si el peligro real llegaría en 1996, 1997, en el 2000 o más allá.
No obstante, en términos más amplios, resultaba notable la claridad con que el peligro quedaba de manifiesto, así como su relación con el momento actual. No había duda de que el código describía a las personas, los lugares y los acontecimientos del actual conflicto árabe-israelí.
Regresé a «holocausto de Israel». La palabra «anexionados» aparecía, con probabilidades muy elevadas,
dos veces en ese mismo lugar. Era la misma palabra que habían utilizado los israelíes para describir los dos territorios capturados a los árabes en la guerra de 1967: los Altos del Golán, en las montañas que miran a Siria, y Jerusalén este.
Eran éstos los dos puntos álgidos en el Oriente Medio actual. También aparecía en el texto oculto «Arafat», en el mismo sitio donde aparecían las dos expresiones bíblicas del «fin de los días». No podía ser casual: se trataba de la advertencia más directa de que el conflicto desatado en Oriente Medio podía desembocar en un temido Armagedón.
«Es lo que afirma la Midras -dijo Rips, refiriéndose al antiguo comentario de la Biblia-. Quizá se trate del "exilio bajo Ismael" inmediatamente anterior al "fin de los días". Parte de la Midras indica que en cierto momento de dominación árabe, el ochenta por ciento de la población israelí morirá.» Por un instante permanecimos en silencio.
«Tal vez sea eso lo que encuentras en el código», dijo Rips.
Yo ignoraba la antigua profecía. Ismael fue el primogénito del patriarca Abraham, el hijo excluido. Es, según la Biblia, el antepasado de todos los árabes. El segundo hijo de Abraham, Isaac, fue el heredero escogido. Es el antepasado de todos los judíos. Esta enemistad familiar ha persistido a lo largo de cuatro mil años y está vaticinado que desembocará en un terrible final.
En enero de 1997, Netanyahu y Arafat acordaron el control compartido de Hebrón, la ciudad donde estaría enterrado Abraham, y establecieron un calendario de acuerdos más amplios; pero continuaba sin resolverse el tema más difícil, el estatus definitivo de Jerusalén, que tanto israelíes como palestinos reclaman como su capital. No había manera de saber si el rígido apretón de manos de las 3 de la madrugada del 15 de enero
conduciría a una paz verdadera o a un nuevo brote de violencia.
En marzo de 1997, la paz comenzó a resquebrajarse. Arafat rechazó el primer paso del plan de retirada israelí de los territorios ocupados. Netanyahu anunció la construcción de un barrio judío en el corazón de Jerusalén este, considerada por los palestinos como la capital de su futura patria.
«Lo más triste de cuanto he ido columbrando -escribió el rey Hussein de Jordania a Netanyahu cuando las tensiones comenzaron a cobrar forma- es no encontrarle a mi lado en la tarea de cumplir con la voluntad divina de reconciliación final de todos los descendientes de los hijos de Abraham.»
Y el 21 de marzo la violencia estalló en Tel-Aviv, Jerusalén y Hebrón. La bomba de un palestino suicida mató a tres personas e hirió a otras cuarenta en un café de Tel-Aviv; era el primer ataque terrorista desde la elección de Netanyahu. El mismo día comenzaron los disturbios en Hebrón y en la zona árabe de Jerusalén
este, en Har Homa, el sitio previsto para el asentamiento judío.
«Har Homa» figura codificado en el texto más sagrado de la Biblia. Aparece sin saltos de letras en la Mezuzah, esos quince versículos preservados en un rollo aparte que se fijan en la jamba derecha de las puertas de los hogares israelíes. Y codificadas junto a «Har Homa» se encuentran las ominosas palabras «todo su pueblo en guerra».
«Todo su pueblo en guerra», las palabras que habíamos hallado junto a la predicción del asesinato de Rabin y que volvimos a descubrir emparejadas con la oleada de atentados en Jerusalén y Tel-Aviv que acabaron con la paz pactada por Rabin y Arafat, nuevamente se hacían realidad en septiembre de 1996 y marzo de 1997. Esas mismas palabras aparecían junto al peligro final: «holocausto atómico».
Aunque toda chispa capaz de encender la mecha del holocausto estaba vaticinada, hasta que cada una de las crisis llegara a su fin no había cómo saber si aquélla no era más que otra escaramuza de una enemistad heredada hace ya cuatro mil años o el inicio definitivo del Armagedón.
Quizá sea imposible saber qué y cuándo a la misma vez. «La física ha renunciado a ello -dijo Richard P. Feynman, el premio Nobel considerado por muchos como el científico más importante después de Einstein-. Ignoramos cómo predecir lo que ocurrirá en una circunstancia dada. Lo único que puede predecirse es la probabilidad de los diferentes acontecimientos. Sólo podemos predecir las probabilidades.»
Y eso que la fisica cuántica es una rama altamente exitosa de la ciencia. Tal vez porque reconoce que la incertidumbre forma parte de la realidad. «Nuestro mundo está claramente reflejado en ella -afirmaba Rips-. Es como si miráramos en un espejo.
Nuestros esfuerzos por ver el futuro y hacer algo al respecto juegan, probablemente, cierto papel. Creo que es un acontecimiento interactivo muy complejo.»
Rips me confió que mientras trabajaba con su ordenador en el código, en busca de información, llegó a sentir en ciertas ocasiones que estaba en contacto con otra forma de inteligencia. «El código de la Biblia no está respondiendo ahora -explicó-, sino que ya lo había pronosticado todo de golpe, por adelantado.»
Según Rips, la totalidad del código de la Biblia tuvo que ser escrito de golpe, en un solo instante.
«Lo percibimos como se percibe un holograma, que parece cambiar según lo miremos desde distintos ángulos a pesar de que la imagen, por supuesto, está pregrabada.»
Es la historia del género humano grabada hace más de tres mil años. No cuenta los hechos de forma secuencial, sino de golpe. Los acontecimientos modernos se superponen a los antiguos, el futuro está codificado en versículos que se refieren a un pasado bíblico. Un versículo puede contener tanto narraciones de aquella época como actuales y de hechos futuros con siglos de distancia entre si. «El problema es cómo lo desciframos -continuó Rips-. Resulta más que evidente que no es fortuito ni casual, pero es como si tuviéramos un informe de inteligencia en el que sólo podemos leer una de cada veinte palabras.»
Rips, como siempre, se mostró cauteloso. «Es el producto de una inteligencia superior. Puede que desee que comprendamos, puede también que no lo desee. El código no nos revelará el futuro si no lo merecemos.»
Yo no estaba de acuerdo. Si el mundo corría verdadero peligro, poco importaba si lo merecíamos o no. El codificador, si era bueno, seguramente nos advertiría. Pero existía una brecha infranqueable. Rips era religioso. Yo no. Para mí siempre existirían las mismas preguntas: ¿Quién codificó la Biblia? ¿Con qué objeto? ¿Dónde estaba ahora?
Para Rips siempre había una respuesta: Dios.
Al final de mis cinco años de investigación encontré la prueba definitiva de que el código bíblico era completamente real. Y la prueba escalofriante de que el mundo pudo estar más cerca del desastre en 1996 de lo que jamás podremos imaginar.
Nuestra agónica espantada de 1996 aparecía claramente señalada en el texto original de Isaías, el primero de los Apocalipsis bíblicos, el único libro de la Biblia hallado intacto entre los rollos del mar Muerto, el único que parecía predecir un ataque atómico en Jerusalén.
No estaba oculto en un código. Aparecía abiertamente expresado en las palabras de un rollo de 2500 años de antigúedad. El año figuraba en un solo versículo; el que contaba el futuro al revés.
Un destacado traductor de textos hebreos antiguos, el rabino Adin Steinsaltz, calificado por la revista Time como «ese erudito que se da una vez en un milenio», me señaló el versículo. Había ido a ver a Steinsaltz cuando tuve noticias del código de la Biblia. El rabino también es un científico, así que yo quería saber qué pensaba de un código bíblico que predecía el futuro, vaticinaba acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrito el Libro e informaba en detalle de un futuro que aún no existía.
-En la Biblia el tiempo está invertido -dijo Steinsaltz, señalando un extraño acertijo del texto hebreo original del Antiguo Testamento-. El futuro se escribe siempre en pasado y el pasado en tiempo futuro.
-¿Por qué? -pregunté.
-Nadie lo sabe -respondió él-. Quizá nos movamos en dirección opuesta al curso del tiempo -dijo, manifestando que las leyes de la física son temporalmente simétricas y fluyen tan bien hacia adelante como hacia atrás. Abrió su Biblia en busca de un pasaje del primero de los profetas: Isaías.
-Isaías señala que necesitas mirar atrás para ver el futuro -Donde Isaías dice «indica las señales de lo que ha de ser», podría leerse igualmente «indicaron el futuro hacia atrás».
»En realidad, estas mismas palabras pueden traducirse como «cuenta las letras al revés». Es como la escritura especular.
Miré las letras al revés, pero no encontré ninguna revelación sorprendente. Sólo años más tarde, tras descubrir que Isaías parecía vaticinar un ataque atómico, volví a reparar en el mismo versículo.
Isaías 41, 23 señala: «Indica las señales de lo que ha de ser [...] para que tengamos que contar y juntamente nos maravillemos.»
Y ahora, al mirar las letras al revés, el futuro contado hacia atrás, vi que la escritura especular formaba un año: «5756.»
No estaba en ningún código. Estaba allí, al alcance de cualquiera.
En el versículo de 2500 años que «indicaba el futuro al revés», aparecía claramente expresado 1996, el año del vaticinado «holocausto atómico».
Y también la postergación. Superponiéndose a «5756», el texto invertido afirmaba abiertamente: «cambiaron el tiempo».
El interrogante planteado por las mismas letras hebreas que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»-tenía su respuesta decisiva en la más antigua de las visiones apocalípticas. Esta respuesta se encontraba abiertamente expresada en el versículo que nos pide que leamos al revés: «Lo cambiaréis.»
Hace más de dos mil años, el primer profeta, Isaías, anunció en el primer apocalipsis el año del verdadero Armagedón, 1996, y también su postergación.
Lo cual dejaba una pregunta sin respuesta: ¿hasta cuándo quedaba postergado?
Vi a Eli Rips una última vez la víspera del Año Nuevo de 1996. Juntos repasamos las estadísticas de los dos años más fuertemente ligados a todos los acontecimientos apocalípticos.
Los años 2000 y 2006 (5760 y 5766 en el calendario antiguo) eran los únicos de los cien próximos años que aparecían tanto junto a «holocausto atómico» como a «guerra mundial». Todos los peligros consignados en el código -«fin de los días», «holocausto de Israel», e incluso «gran terremoto»- también coincidían con «en 5766». Rips calculó las probabilidades. Eran al menos de una entre mil. -Es algo excepcional, verdaderamente notable -dijo Rips-. Alguien puso deliberadamente esta información en la Torá.
Hasta ahí, de acuerdo; pero ninguno de los dos sabía si el peligro era real. Le dije a Rips que para mí seguía siendo tan inverosímil como las profecías bíblicas no codificadas o la existencia real del fin de los días.
-Si aceptas la declaración oculta de la Torá diijo Rips-, deberías aceptar también lo que la Biblia dice abiertamente.
Su razonamiento tenía lógica. Desde luego, el código informatizado parecía sustentar la milenaria profecía de la Biblia, y aun así para mi había una diferencia. Había visto cómo una se hacía realidad, pero no la otra.
-Acepté la realidad del código de la Biblia el día en que murió Rabin -expliqué, recordando el momento-. Estaba en una estación de tren, apoyado en una pared, hablando por un teléfono público con un amigo. De repente, mi amigo me interrumpió y dijo: «Espera un momento, están diciendo algo sobre Rabin.» Yo llevaba todo el día fuera, no había oído nada, pero al instante supe que la predicción se había cumplido y que Rabin estaba muerto. Resbalé pared abajo hasta quedar en el suelo. Y me dije en voz alta: «Oh Dios mio, es todo cierto.»
Rips lo comprendía.
-Fue exactamente lo mismo que sentí yo -me dijo-cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel el segundo día de la guerra del Golfo, tal como tres semanas antes habíamos descubierto que anunciaba el código.
»Me encontraba en una habitación estanca con toda mi familia. Mi esposa, mis cinco hijos y yo llevábamos máscaras de gas. Fuera se oía ulular las sirenas antiaéreas. Eran las dos de la mañana del 3 de Shevat o, lo que es lo mismo, el 18 de enero de 1991. El día señalado por el código.
»Sabía que los misiles volaban hacia nosotros. Nos enteramos de que ya habían impactado en Tel-Aviv y lo único que se me ocurrió decir fue: «¡Funciona! ¡El código funciona!»
Al estallar la guerra del Golfo, exactamente como y cuando estaba vaticinada, Rips llevaba seis años investigando el código bíblico. Sin embargo, tuvieron que llover misiles Scud sobre Israel para que sus dudas al respecto se disiparan del todo. De la misma manera, yo no creí plenamente en el código hasta que Rabin fue asesinado como y cuando estaba vaticinado.
-Como matemático estaba convencido mucho antes -prosiguió Rips-, pero otra cosa muy distinta era el terreno de lo real. Fue aquél un extraño momento de júbilo, agazapado en una habitación estanca, esperando que cayera el misil.
En cierta ocasión, otro científico me confesó haber experimentado sentimientos contradictorios parecidos al descubrir que toda vida sobre la Tierra podía estar condenada. Escribí la primera nota de portada sobre esa advertencia apocalíptica al descubrimiento de Sherry Rowland de que la industria química del hombre estaba destruyendo la capa de ozono en un momento en que todos lo tomaban por un chiflado al que apodaban «gallinita». Recordé lo que Rowland había comentado cuando se demostró que estaba en lo cierto y le concedieron el Premio Nobel.
«En ningún momento me puse a gritar ¡eureka! -recordaba Rowland-. Pero una noche llegué a casa y le dije a mi mujer: "El trabajo va muy bien: parece que efectivamente se acaba el mundo."»
Ahora, la víspera del Año Nuevo en Jerusalén, la ciudad que el código de la Biblia señalaba como blanco de un ataque atómico que podría desencadenar el verdadero Armagedón, le conté aquella anécdota a Eli Rips y ambos nos reímos. Pero no pude olvidar que, según el código, en un lapso máximo de diez años un «holocausto atómico» en Israel desencadenaña la tercera «guerra mundial» y que, tal vez, el «fin de los días» ya había empezado.
Resulta imposible ignorar la evidencia de que un código informatizado en la Biblia, confirmado por algunos de los más famosos matemáticos del mundo -un código que pronosticó con toda precisión la guerra del Golfo, la colisión de un cometa con Júpiter y el asesinato de Rabin-, también parece anunciar que el apocalipsis es un hecho inminente y que en una década a lo sumo nos enfrentaremos al verdadero Armagedón, una guerra nuclear de dimensión planetaria.
No obstante, el código de la Biblia es más que una advertencia. Quizá sea la información que necesitamos para evitar el desastre anunciado. «Código salvará» aparece justo encima de «holocausto atómico» y debajo de «fin de los días».
No es una promesa de salvación divina. No es una amenaza de condena inevitable. Es sólo información.
El mensaje del código de la Biblia es que de nosotros depende que podamos salvarnos.
A la postre, nuestros actos determinan el resultado. Volvemos a estar, pues, donde siempre hemos estado, pero con una gran diferencia: ahora sabemos que no estamos solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario